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Gonzalo Himiob Santomé

Para ti, que sigues aquí

Gonzalo Himiob Santomé

Diciembre es un mes de nostalgias. Mucho más en Venezuela, país en el que ya más de dos millones de padres, madres, hermanos, esposos y esposas, hijos y amigos nos han dejado en los últimos años para probar suerte en otras tierras, llevados a ello por el miedo a terminar en la cárcel por alzar su voz contra el oprobio dominante, por la inseguridad, por la grave situación económica que padecemos o sencillamente por sus razones y motivos personales, que tan válidos son en y para ellos, los que se van, como en nosotros y para nosotros, los que nos quedamos.

Mucho se ha escrito sobre la diáspora venezolana, sobre las vicisitudes del exilio voluntario o forzado, sobre la tristeza de la ausencia, sobre la melancolía, los esfuerzos y los afanes de quienes optaron por despedirse dejándonos como testimonio la imagen de sus pasos sobre la “Cromointerferencia de color aditivo” de Cruz Diez, en Maiquetía. Y todo eso está muy bien, pues cierto es que decidirse a empezar desde cero en tierras ajenas requiere de muchos sacrificios y de mucho coraje, pero esa no es la única cara de la moneda. Artículos, poemas y hasta libros enteros se han dedicado a registrar las penas y las alegrías de los venezolanos en el exilio, pero poco se dice de los que acá seguimos, y muchas veces lo que se dice o se escribe viene teñido de incomprensión o se presenta cubierto bajo el halo de la condescendencia, nacida de una postura no siempre positiva, a veces hasta de reproche, como si mantenerse por propia voluntad en la tierra que nos vio nacer, y luchar en ella por ella, fuese, dadas las circunstancias, una estupidez o un acto de insalvable locura.

Pero no es ni una cosa ni la otra. Es un acto de amor y de valentía como pocos, y como tal merece ser reconocido. Por eso he querido dedicar mi última entrega de este año a quienes han decidido, pese a las adversidades, arrostrar esta tormenta desde adentro, sin soltar el timón de este navío, que no desde otras costas u orillas. Ello, sin hacer distinciones maniqueas entre los que estamos y los que no están, sin demeritar ninguna decisión personal, y partiendo de la base, que a veces se nos olvida, de que ciudadanos de este país somos todos, independientemente del lugar en el que nos encontremos, y de que tan válida es la pelea y los esfuerzos de los unos, de los que se fueron, como de los otros, los que nos quedamos.

Aquí estamos, tú y yo, que nos quedamos. Buscando la manera de que diciembre no nos pase por debajo de la mesa, tratando de hallar paz, tranquilidad y alegría en un espacio en el que el poder se ha encargado sistemáticamente de dinamitarlas, tratando de que nuestros hijos se mantengan lo más al margen posible de las oscuridades que nos rodean y de que, como nosotros lo aprendimos en su momento, ellos también aprendan a amar a Venezuela, sirviéndonos para ello de la magia que aún guarda, especialmente en esa naturaleza indomable que se mantiene ajena a los desatinos humanos y que ha permanecido intacta ante los ataques de aquellos que la ven sólo como un tesoro para dilapidar a placer. Nos contentamos con poco, con menos hallacas, pero hallacas al fin, con nuevas y creativas recetas de ensalada de gallina que no involucren mayonesa, que no se consigue o se consigue carísima, con un pan de jamón que no se parece mucho al que disfrutábamos cuando muchachos, pero que monta el paro, y con el pernil que podamos hallar en cualquier oportunidad. El arbolito es un lujo, pero no va a faltar en casa, así que ya no compramos aquel que rozaba nuestro techo sino uno más modesto, pero el cariño con el que se lo decora es el mismo. Si aún más pequeño, resulta demasiado costoso, nos las arreglamos con un pesebre viejo que desengavetamos o con cualquier otra idea imaginativa que, sobre todo a los ojos de los pequeños, nos recuerde la importancia de estas fiestas y que, pese a la dura cotidianidad, hay símbolos y costumbres que nos trascienden y que nos unen con hilos que ningún abuso puede cortar.

Quizás ya no vamos como antes al estadio a ponerle el alma a nuestro equipo favorito, pues el convite cuesta y significa mucho más de lo que antes costaba y significaba para nuestro presupuesto, y además siempre está sobre el tapete el miedo a que algún malandro te desgracie la vida en la salida, pero seguimos de cerca la temporada y no dejamos de chalequearnos cuando toca. Es parte de nuestra idiosincrasia y contra eso nadie puede. Además, eso nos devuelve a aquellos tiempos mejores, que tenlo por seguro, regresarán, en los que salir de noche era lo normal y seguro, en los que nuestras diferencias no pasaban de las de ser fanático de uno o de otro equipo, sin que eso supusiera enemistad ni odio contra nadie. Es verdad, antes de la llegada al poder de esta tragedia que se llama chavismo había exclusión y desigualdades, pero los venezolanos, contra lo que cuenta la falsa “leyenda negra” que inventan quienes no quieren aceptar que antes Venezuela era mucho mejor que ahora, siempre encontrábamos los espacios para igualarnos, para crecer unidos y para tratarnos todos como hermanos, y esta crisis nos ha servido para recordárnoslo. A final de cuentas de un barco no se puede hundir solo un pedazo, o se hunde completo o no se hunde, y hoy por hoy son muy pocos los que no se han dado cuenta de que para salir de esta pesadilla debemos ponernos de acuerdo todos, sin distinciones, pues el mal de uno es a la vez el mal de todos.

Estaremos también pensando en enero y en sus dificultades. Tomaremos las previsiones del caso y alistaremos nuestras herramientas de lucha y de supervivencia, pero lo haremos porque en lo más recóndito de nuestro ser guardamos la firme convicción de que no le vamos conceder tregua ni le vamos a dar el gusto de la rendición, a quienes quieren arrebatarnos el hogar, la patria, que nos vio nacer y crecer.

Son simples ejemplos cercanos de lo que implica vivir así, sobrevivir así, hoy en Venezuela. Pero también demuestran compromiso, imaginación y coraje, no irresponsabilidad ni locura.

Hoy en la noche, ya pasadas las campanadas y el alboroto, quizás encenderás un cigarrillo y te permitirás el lujo de servirte un trago de aquella botella que te quedó de tiempos mejores. Verás a tus pequeños dormir y pensarás de nuevo, pues es lógica la duda, si vale la pena o no seguir acá, en esta guerra que por momentos luce perdida. Pero estás hecho de madera fina, no lo olvides. Tu voz es la de la selva profunda, la de la mar infinita, la de las cumbres altas y ominosas, y retumba e ilumina como el Catatumbo. Por tus venas corre la sangre de Libertadores, no la de “hombres nuevos” que no son sino invento de quienes quieren, para esclavizarte, hacerte olvidar quién eres y de dónde vienes. Deléitate entonces unos minutos en las estrellas que nos regale la primera madrugada de 2017 y confirma en ellas que, para seguir acá, y para mantener tu fe en nuestra tierra, hay que estar hecho del material especial y luminoso con el que se construye la verdadera valentía. Esa es tu virtud y tu fuerza.

Y tenlo por seguro, pues la historia lo demuestra, que este mal no durará mucho más. Es, como todo en la vida, pasajero, y aunque no lo parezca a veces, todo indica que ya va de salida. No será fácil, pero quizás mucho más pronto de lo que la dura desesperanza y el miedo inducido a veces nos impulsan a creer, tendrás la dicha, el honor y orgullo de contemplar desde tu tierra, desde tu hogar, al que defendiste desde esta trinchera sin haber claudicado, nuestro primer amanecer en libertad en mucho tiempo. Ver salir, desde Venezuela, desde tu casa, como se verá más pronto de lo que se cree, el primer sol venezolano libre, sin miedo, botas, gases ni balas que lo oscurezcan, hecho de oportunidades y de sueños por cumplir, es un privilegio al que no estamos dispuestos a renunciar, porque lo hemos bregado y lo seguiremos bregando en cada espacio que se preste para ello. Por eso mi brindis de hoy es para ti, que sigues aquí.

Lo mereces.

@HimiobSantome

Fuente: https://www.lapatilla.com/site/2017/01/01/gonzalo-himiob-santome-para-ti...

Contravoz: Una simple carta

Gonzalo Himiob Santomé

Te confieso, querido Niño Jesús, que en estos días poco ha sido el ánimo que he tenido para sentarme a escribir. El ánimo navideño está, en general, ausente, y solo basta salir a la calle para comprobarlo.

De hecho, me tomé unos días, al lado de mi familia, para que sus sonrisas y sus abrazos, y el mar, una de las más majestuosas creaciones de tu Padre, limpiaran mi alma de las heridas y de las manchas que me dejó este año tan particularmente difícil. Nos fue bien, y en efecto el descanso rindió sus frutos, pero no pude escapar totalmente de nuestra realidad. En este país, por mucho que trates de evadirte, eso es imposible, sobre todo cuando el dinero no te alcanza para nada o cuando estás en un centro comercial con tu esposa y tus hijos y tienes que salir corriendo protegiéndolos porque a pocos metros de ti unos malandros sacan sus armas frente a todo el mundo para atracar a quienes estaban haciendo la cola en un banco para sacar o depositar, por estas medidas locas recientes del gobierno, el poco efectivo que puedan.

En fin, uno muchas veces escribe solo para contarse a sí mismo lo que vive. Es una manera de dominar el caos interno o externo poniéndolo en blanco y negro, como si así pudiese ser domado o, al menos, racionalizado. Algunos componen canciones, otros corren, cocinan o simplemente callan, a mí me da por escribir. Toma entonces, con toda humildad te lo pido, esta simple carta como lo que es: Un esfuerzo catalizador, un ejercicio de autoayuda. A fin de cuentas, no encuentro mejor destinatario de estas líneas que tú, y yo sé que, como a ti nada se te escapa, especialmente en estos días, seguramente ya sabrás, incluso antes de que yo la termine, qué es lo que contiene esta misiva. Y también sé que nunca dejas plegaria sin responder, aunque a veces la respuesta no sea la que nosotros esperamos. En ello, sin embargo, no encuentro sino consuelo.

No voy a pedirte nada material. La verdad no necesito mayor cosa y con lo que tengo me defiendo bastante bien. Quizás, si le preguntas a mi esposa, ella te diría que me trajeses un nuevo par zapatos o algunas camisas nuevas para que dejara de ponerme siempre las mismas, pero la verdad es que las suelas de mis “nipa” (así los llama ella), las que me han acompañado en aventuras y desventuras durante ya un tiempo bastante largo, y mis camisas un tanto descoloridas, aún aguantan un poco más, así que por mí no te preocupes.

Pero estoy angustiado. Mi país avanza hacia un oscuro despeñadero y no hay, al parecer, quien pueda detener la catástrofe que, si es que no ha llegado ya, se nos avecina “a paso de vencedores”. En el gobierno no existe la más mínima intención de brindarnos, así fuera por unos pocos días, un poco de paz. Ni hablar de concedernos la alegría de una Navidad sin presos políticos, que es lo que más me afana y tú lo sabes, eso ni siquiera está sobre el tapete. Lo que se ve y se vive son más ganas absurdas de restregarnos en la cara que esos pocos, los poquísimos que están en el poder y abusan de él, hacen y deshacen lo que les viene en gana. Cualquiera pensaría que en una situación como la nuestra, alguna persona inteligente en el gobierno les recomendaría bajar un poco la guardia y mostrar con gestos ciertos que existe en las cúpulas algún ánimo conciliatorio o, al menos, algún criterio de conveniencia política que les impulsara, aunque fuera por hipocresía, a ceder en algunos aspectos en sintonía con lo que anhela la abrumadora mayoría. Pero no, a Maduro y a sus secuaces les parece más importante mostrarse supuestamente fuertes enfatizando y reforzando, irónicamente, las que son sus más graves debilidades y fallas.

Por su parte, la dirigencia opositora, sencillamente, nos falló. Lo que comenzó como una profunda alegría, como una victoria democrática que en teoría cambiaría nuestro rumbo alejándonos de los arrecifes y de las rocas contra las que estamos ahora naufragando, terminó convertido en apenas un año, en una grave e inocultable decepción. Todo empezó con la asunción, en sus más conspicuos representantes, de un discurso y de unas formas de actuar muy parecidas a las que tanto nos disgustan en el gobierno. Pocos lo advirtieron, y decirlo era pecado capital, pero de la repetición del talante autoritario y de los desmanes oficialistas, ahora en los opositores, no cabía esperar nada bueno. Luego vinieron los juegos y las triquiñuelas, como aquella de aprobar una Ley de Amnistía que era radicalmente diferente a la que se les presentó, con la mejor buena fe, una vez electa la AN, esa que tardó meses en elaborarse y que contó con los aportes de más de cien juristas y de decenas de ONG que tenían años trabajando en ese tema. Sorpresivamente unos pocos, muy pocos, decidieron que el criterio de uno o dos abogados “cercanos”, algunos de los cuales obtuvieron luego y por ello cargos rimbombantes, era mucho más “elaborado” que el de decenas de juristas y especialistas que se habían dado durante meses a la creación de un documento que, a diferencia del que al final se aprobó, hubiera marcado un hito en la historia jurídica mundial y, lo que es más importante, no habría tenido los gazapos que luego al TSJ “se la pusieron de bombita”, como decimos acá, para declararlo inconstitucional. También se les informó, sustentado el criterio con sólidos argumentos elaborados por los constitucionalistas de más alta talla en Venezuela, que la Amnistía no necesariamente tenía que tener la forma de una Ley (sujeta a posibilidades de control abusivo por parte del Poder Ejecutivo), sino que también podría ser, como potestad exclusiva que es de la AN, promulgada de inmediato a través de un Decreto Legislativo, de inmediata vigencia y cumplimiento. Ya pasó un año, y estos argumentos, por razones que quedarán para el juicio histórico, no fueron siquiera considerados.

Es verdad, seguramente, más allá de cuál fuera el texto o la forma aprobados para la Amnistía, el gobierno se las hubiera arreglado para anularla, pero muy mal estamos, y el tiempo lo demostró, cuando algunos siguen creyendo que por encima del conocimiento y la experiencia deben ponerse los anhelos privados y personales, sobre todo en temas tan delicados como este.

El mismo ánimo equivocado los llevó a sentarse a dialogar con el gobierno, desarticulando la protesta ciudadana y las acciones prometidas sin consultarlo además con más que ellos mismos, en unas condiciones y bajo unas premisas que, todo el mundo se los advirtió, en esos términos no iban a servir para el logro de los objetivos planteados. Una vez más, a unos pocos, poquísimos, les pareció que temas como el de la liberación de los presos políticos o el del cese definitivo del uso del sistema de justicia como un arma de la intolerancia estaban mejor en manos de operadores políticos, sin credenciales ni experiencia en materia de DDHH, que en manos de quienes llevan años estudiándolos, registrándolos y analizándolos.

Lo peor de todo esto es que alzar la voz, o siquiera animarse cuestionar tales andanzas, le ganaba a cualquier atrevido motes que, por respeto, no voy a reproducir en esta carta. A ese pecado se le llama soberbia, y tú, Niño Jesús, sabes que en los operadores políticos, del bando que sea, es uno de los pecados más dañinos que existen.

Mientras tanto, entre promesas por cumplir, excusas y procrastinaciones obtusas, los presos siguen en la cárcel, los abusos y la inseguridad continúan y a nuestra economía ya no puede ni siquiera llamársele así. Por eso te escribo.

Quiero pedirte templanza, inteligencia, apertura y prudencia en nuestros líderes. Quiero pedirte que les abras los ojos y que les ayudes a terminar de entender que si están donde están, eso no es sino porque tienen obligaciones claras e ineludibles con la ciudadanía. Que vean con claridad que este no es el tiempo de cuotas ni de protagonismos estériles, sino el de la generosidad, el de las luces y el de la valentía.

Te doy gracias por todas las bendiciones que, en medio de todo, nos has concedido, y por mantenernos al menos en mi familia sanos y unidos. Aunque esta esta no será, al parecer, una Feliz Navidad, si nos concedes, que no es a mí solo sino a todo el pueblo venezolano, los regalos que te pido en esta simple carta, estoy seguro de que al menos podremos mantener la esperanza de que en un futuro, no muy lejano, a esta tierra en desgracia volverán la paz, la libertad, el progreso y la alegría.

@HimiobSantome

Fuente: https://www.lapatilla.com/site/2016/12/24/contravoz-una-simple-carta-por...