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Julio Cesar Castellano

La soledad y la salud mental

Julio Cesar Castellano

Pocos son los voceros políticos que comentan que es necesaria una política pública que permita a la gente enfrentar la soledad tan profunda que, paradójicamente, muchos padecen, siendo este un factor de riesgo para muchas enfermedades mentales e, incluso, el suicidio.

Muchos son los aspectos que hacen posible que cada vez sea más común sufrir la soledad en nuestra sociedad. Primero, las familias se han visto desmembradas por motivos esencialmente económicos.

Bien por la migración, bien por la emancipación económica de los hijos o por las dificultades de movilización que impiden incluso a hermanos que viven en la misma ciudad el poder verse. Con el tiempo, ver otro rostro humano, incluso uno desconocido, solo lo podemos lograr con un teléfono. El placer de reír, tocarse, llorar juntos, o simplemente ver el cielo acompañado con otros se convierte en un privilegio.

Hay ciertamente una responsabilidad personal, hay que siempre hacer un esfuerzo por no dejarse secuestrar por la comodidad del espacio seguro de las cuatro paredes. Hay que dejar de pensar en lo que dirán los demás, dejar atrás la vergüenza o la pena, abrazar la vida con todos sus riesgos. Pero, también, hay una responsabilidad pública. ¿Cuánto estamos haciendo desde el Estado por evitar que la vida de la gente sea solo ir de la casa al trabajo y del trabajo a la casa?

Debemos planificar las ciudades para que no se privilegie el uso del vehículo por encima de caminar o andar en bicicleta, convertir muchas calles en bulevares, arborizar, invertir en espacios donde sea posible reunirse gratuitamente y pasarla bien.

No necesariamente eso tiene que hacerse en un centro comercial para beneficio financiero de algunos. Debemos tener balnearios públicos, piscinas públicas, parques, cafeterías al aire libre, conchas acústicas para que se puedan disfrutar espectáculos a cielo abierto sin costo alguno. Debemos crear ese tercer lugar que no es ni la casa ni el trabajo, allí donde ya no importa nuestro estatus, nuestros títulos o la clase social, solo somos humanos interactuando con otros humanos.

Esos espacios públicos no deben dejarse a la suerte, a la administración de la diosa fortuna, al contrario, deben ser gestionados por los gobiernos locales. No solo para que siempre cuenten con calidad y limpieza, sino para que también exista seguridad personal y total respeto por la diversidad de estilos de vida.

El espacio público no puede ser un lugar amenazante ni para los niños, ni para los ancianos, no debe ser un lugar para que las mujeres tengan que soportar piropos no solicitados, ni miradas incómodas, debe ser un espacio amigable para expresar afectos, amigable incluso para la comunidad LGBTIQ+. Estoy hablando de espacios públicos donde la sociedad pueda prevenir la soledad celebrando la vida, el encuentro y la cercanía con el otro. No debería ser un sueño.

Construir una ciudad así implica muchos cambios, convertir en bulevares lo que hoy son calles amerita planeación urbana, disposición de oferta de bienes y servicios en forma ampliamente distribuida geográficamente, tanto como para que cualquier vecino, si desea buscar o comprar algo, lo pueda conseguir caminando o en bicicleta en 15 minutos.

Lo mismo para trabajar o estudiar. Hay que apoyar y privilegiar al pequeño comerciante y a la industria 4.0 para que la actividad comercial y la manufactura tenga un rostro humano, sea asequible y su integración con la vida urbana sea mucho más natural.

Todo eso puede parecer utópico, pero en Europa, en Canadá, en Chile y Uruguay hay muchos ejemplos de estas cosas. La vida es muy corta para sacrificarla en el altar del conformismo.

15 de agosto 2023

Guayoyo en Letras

https://guayoyoenletras.net/2023/08/15/la-soledad-y-la-salud-mental/

Mujeres y Política

Julio Cesar Castellano

En los últimos meses se han conocido en los medios de comunicación graves casos de agresiones sexuales y asesinatos contra las mujeres, de estos resaltan los ocurridos en el estado Portuguesa en los cuales parece operar un criminal de altísima peligrosidad, no obstante, vistos estos hechos como conjunto, todo parece indicar que la pandemia, la crisis de los servicios públicos, el deterioro de la calidad de vida y la pobreza multiplican la vulnerabilidad de la mujer en una sociedad institucional y estructuralmente machista como la venezolana.

Este diagnóstico es posible escucharlo de voces muy autorizadas como Provea, Avesa, el PNUD y otras ONGs especializadas. Lamentablemente, el tema es usualmente relegado en la agenda pública, de hecho, pese a que existe legislación para enfrentar el machismo como un problema de salud y orden público se sigue pretendiendo culpar a las víctimas hablando de cómo vestían o a qué hora estaban en la calle, o aún peor, algunos intentan minimizar el fenómeno con el argumento bajo el cuál es indebido hablar de feminicidios porque el crimen debe ser tratado por igual con independencia del sexo de la víctima, eso obviamente invisibiliza a las mujeres que son en su mayoría las usuales víctimas de violaciones o del resto de las modalidades de la violencia de género.

Este tema debería ser abordado por las autoridades públicas con la urgencia debida pero eso no ocurre porque más del 80% de los cargos públicos de elección popular en Venezuela son ejercidos por hombres. No se puede esperar que los hombres mostremos, me incluyo, especial sensibilidad para diseñar políticas públicas con enfoque de género cuando nosotros no sentimos ningún temor a una agresión de carácter sexual al caminar por la calle, ni escuchamos comentarios ofensivos con carga explícitamente sexual expresada por desconocidos en la vía pública (los asquerosamente normalizados “piropos”), ni tenemos que escuchar con estoica paciencia mensajes de autoridades religiosas que, explicita o veladamente, hacen un anatema de los debates sobre salud reproductiva (hasta hace relativamente poco la iglesia católica ejercía fuerte oposición al uso del condón y, en la actualidad, olvidando que somos un Estado Laico, ejerce, junto con los ahora empoderados protestantes, fuerte oposición al debate sobre la despenalización del aborto).

Ser mujer en Venezuela implica estar bajo condiciones de grosera subordinación al hombre y es claro, más que claro, que nosotros los hombres no nos damos cuenta con facilidad porque estamos cómodos con nuestra indignante y forzada superioridad. Las pocas mujeres que ejercen roles de relevancia política han tenido que masculinizarse, es decir, mostrarse agresivas, amarrarse un moño y “hablar golpeado” para sobrevivir en un medio donde la sensibilidad, la afabilidad y la cortesía en las mujeres es malinterpretada. Hay excepciones que, por ser excepciones, confirman la regla.

Una dirigente socialdemócrata, feminista hasta los tuétanos y, por tanto y lógicamente adeca, Evangelina García Prince, solía decir que la verdadera igualdad de la mujer comienza con mujeres ejerciendo el poder político. Cada día que pasa, en medio de nuestra injusta y desigual sociedad, estoy más convencido de ese argumento. De tener una cuota obligatoria de mujeres en los cargos de representación pública, de al menos un 50% en correspondencia con el hecho de que las mujeres son al menos la mitad de la población, tendríamos más posibilidades de que los problemas que afectan a la mujer sean debatidos en público. Hoy, sin suficientes mujeres en esos cargos, las mujeres son objetos y no sujetos de pleno derecho. Si lo noto yo, con la miopía propia de ser hombre, ¿cómo será de grave el problema visto desde la perspectiva de la mujer?

febrero 28, 2021

Guayoyo en Letras

https://guayoyoenletras.net/2021/02/28/mujeres-y-politica/