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Juan Diego Quesada, Alonso Moleiro

Venezuela florece en el abismo: la literatura al otro lado del chavismo

Juan Diego Quesada, Alonso Moleiro

No es fácil cruzarse con Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, pero quienes lo han hecho dicen que siempre tiene a mano un libro para ofrecer de regalo. No uno del poeta Rafael Cadenas, último premio Cervantes, ni de la novelista Victoria de Stefano, sino uno escrito por él mismo. El chavismo tiene el don de engullirlo todo desde hace dos décadas, de expulsar a sus ciudadanos en una diáspora infinita, de acabar con la economía, con la esperanza de su gente y hasta con el papel de los libros —menos el de los poemarios de Rodríguez—. Es difícil escapar a esa voracidad infinita como lo hace con éxito hoy en día una literatura venezolana que se escribe en el mundo entero, sin fronteras de por medio. Una literatura que se mira a sí misma y mira hacia afuera y crea obras que exportan Venezuela como nunca había ocurrido antes.

Un número importantísimo de escritores se ha instalado fuera del país, en España, México, Estados Unidos, Argentina y Chile, principalmente, pero también en Japón, Israel, Hungría y Noruega. “Estamos por todas partes”, dice Rodrigo Blanco Calderón, seguramente el novelista venezolano más prometedor de la nueva generación. Desde su ventana, Blanco Calderón ve la Alameda de Colón y, al final, centelleante, el puerto de Málaga. El resultado es un solapamiento cultural de muchos de los autores. Una mirada sobre Venezuela a la que se le agregan otras culturas. “Es un fenómeno apasionante”, se emociona Gustavo Guerrero, ensayista y poeta, ganador del Premio Anagrama de Ensayo, que vive en Francia, donde es director literario de la editorial Gallimard para la lengua española. Considera que la venezolana es una de las literaturas más cosmopolitas que hay ahora mismo y que cuenta con más intensidad y mejor aliento el fenómeno de los Estados fallidos y las migraciones, dos de los grandes asuntos del mundo contemporáneo.

Ese cosmopolitismo lo reivindicó este año Cadenas (Barquisimeto, 1930) al recoger el Cervantes. Esa visión amplia del mundo no ha dejado de crecer. Hace unos meses se subió a la red una cartografía digital, llamada Mapa Glocal de la Literatura Venezolana. Su autor, Alirio Fernández Rodríguez, muestra una proyección del canon literario venezolano, donde se ve claramente la dispersión de los escritores. Fernández Rodríguez señala que esta glocalización constata “el carácter de una única literatura venezolana”. No dos ni tres.

Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982), autora del fenómeno editorial La hija de la española, desciende de este híbrido cultural. “La literatura venezolana se ha reencontrado en el desplazamiento”, afirma. El cisma social y cultural que representó la llegada de Hugo Chávez al poder y que continúa hoy con su sucesor, Nicolás Maduro, dejó muchas secuelas. Sainz Borgo sostiene que desde ese trauma los narradores tuvieron la necesidad de explicar lo que había pasado.

Antes de la llegada de Chávez, la industria editorial dependía mayoritariamente del Estado. Había grandes premios gubernamentales como el Rómulo Gallegos, concedido en sus primeras ediciones a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, y editoriales sin ánimo de lucro como Monte Ávila. Un aspirante a escritor podía moverse en ese círculo y publicar con cierta facilidad su obra. Pero al solaparse ideología y políticas públicas, recuerda Sainz Borgo, lo que se llamó la revolución cultural chavista, se despedazó toda la cadena del libro y por primera vez los autores venezolanos se vieron obligados a salir del país.

Es el caso de los poetas como Santiago Acosta (Nueva York), Adalber Salas (Ciudad de México) o Alejandro Castro (Nueva York). Y narradores como Keila Vall de la Ville (Nueva York), Juan Carlos Méndez Guédez (Madrid), Israel Centeno (Pittsburgh), Ibsen Martínez (Bogotá), Michelle Roche (Madrid) y Miguel Gómes (Connecticut), entre muchos otros.

Los nacidos en los ochenta, como Sainz Borgo y Rodrigo Blanco, no conocieron un país en calma y eso determinó su forma de mirar. “La escritura como una forma de resistencia, de belleza. La única forma de llevar esto es escribiendo”, dice ella. “Es muy difícil sustraerse al enfrentamiento político. En mis libros de cuentos, escritos en 2005, 2007 y 2011, el enfrentamiento político está ahí, la violencia en Caracas, el conflicto entre chavismo y antichavismo”, dice él.

Pronto veremos novelas o poemarios venezolanos escritos en francés, inglés, portugués o italiano. Lo asegura Ricardo Ramírez, quien tiene la literatura nacional en la cabeza. Dirige la Poeteca, uno de los pocos espacios intelectuales que resisten en el país, donde se trabaja en la promoción de la lectura y la escritura de poesía a través de una sala de lectura con cerca de 10.000 títulos, y también con diplomados, talleres y una editorial que ha publicado 15 títulos. La Poeteca otorga el Concurso de Poesía Joven Rafael Cadenas, que va por su octava edición.

Ramírez señala que la carta de presentación de la literatura venezolana son los poetas Rafael Cadenas, Yolanda Pantin (Caracas, 1954) e Igor Barreto (San Fernando de Apure, 1952). Y en la narrativa detecta otros tres destacados: Victoria de Stefano, que acaba de fallecer, publicada en España por Candaya, una autora en el registro de Clarice Lispector; José Balza, un escritor que viene trabajando desde los años setenta su obra a través de novelas y ejercicios narrativos, y Ana Teresa Torres, analista, novelista, ensayista, premio Anna Seghers. “Para mí, ellos vienen siendo la santísima trinidad de la narrativa venezolana en estos momentos”, pontifica Ramírez.

Leer en su país a los autores venezolanos que escriben por el mundo no es sencillo. Muchos de ellos no han logrado insertarse en el mercado local al que pertenecen. Los que lo han conseguido tienen tirada en mercados como el español, pero difícilmente llegan a ser distribuidos en Caracas, se lamenta Ramírez, que resalta las dificultades con las que cuentan los escritores locales para desarrollar su proyecto narrativo. Le parece que los que lo hacen desde fuera tienen mayores oportunidades. En casa, sobre todo, prima la supervivencia. “Es importante articular esta idea de que la literatura venezolana es un árbol con muchas ramas y que las raíces están en el territorio”, agrega.

Pero no necesariamente se escribe solo sobre temas que tengan que ver con el chavismo. Unos se lanzan a contar el trauma venezolano, pero otros sencillamente se abstraen y acometen sus proyectos narrativos con mucha libertad, sin determinismos. Ponen sobre la mesa escenarios distópicos, donde se aborda la decadencia desde otros ángulos. Lo hace, enumera Ramírez, Keila Vall, Rubi Guerra, Luis Carlos Azuaje, Carolina Lozada, de Stefano, Balza, Silda Cordoliani, Gustavo Valle y Jacobo Villalobos, entre otros. Son de los que piensan que el periodismo y la historia ya han abordado suficientemente el sueño socialista truncado.

El interés por lo que escriben los autores venezolanos en el ámbito hispanoamericano, sin embargo, siempre ha sido relativamente moderado. Antes de la ola actual, hacia finales del siglo XX, además de algunos autores clásicos de la narrativa continental, como Rómulo Gallegos y Arturo Uslar Pietri (premio Príncipe de Asturias 1989), en las librerías españolas solo se encontraba Adriano González León como un autor referencial. El anhelado bum internacional de las letras venezolanas no ha terminado de concretarse. “Falta la obra cumbre. Una que pueda emancipar a toda nuestra narrativa. Todavía no tenemos autores de culto, salvo quizás Rómulo Gallegos”, sostiene el crítico literario Carlos Sandoval. “Mi hipótesis es que no hemos tenido un acompañamiento crítico que nos permita identificar aciertos y fallas, como sí lo hay en otros países latinoamericanos que tienen mayor tradición de crítica literaria”.

La poesía venezolana, como contrapunto, parece estar madura para un crossover definitivo. Al obtener el Premio Federico García Lorca por su trayectoria literaria en 2020, Pantin declaró que “la poesía que se hace en Venezuela está a la vanguardia de América Latina”, una frase que generó algunos comentarios discrepantes. “Estoy de acuerdo con esa apreciación. Es una lírica exportable y traducible, de lo mejor que se está haciendo en castellano”, afirma Sandoval. Los reconocimientos a Rafael Cadenas, afirma, podrían volver a apalancar la proyección de otras figuras de renombre.

“Pasarán años antes de poder reconstruir lo que existió antes de Chávez”, dice Gustavo Guerrero

En el interior, la industria del libro está muy disminuida. “Por razones obvias; las ventas son bajas y los objetivos de las editoriales del Estado (Monte Ávila Editores y la Biblioteca Ayacucho) se han desdibujado”, afirma Diajanida Hernández, crítica y profesora de la Escuela de Letras de la UCV. El sector se ha reducido en un 80% desde 2013 por la crisis, que poco ha sentido la mejora económica que hubo el año pasado, un breve esplendor que solo ha alcanzado a grupos muy privilegiados de empresarios cercanos al poder. “El chavismo, que es un arte de hacer ruinas, como diría José Antonio Ponte, devastó el campo literario venezolano: las editoriales, las librerías, las revistas literarias, los talleres de escritura, los premios”, explica Guerrero, de Gallimard. “Pasarán muchos años antes de que se pueda reconstruir lo que existió antes de la llegada de Hugo Chávez al poder”.

En la librería El Buscón, en Caracas, cada día reciben al menos cinco ofrecimientos de bibliotecas privadas. La gente emigra y deja atrás sus libros —se calcula que más de seis millones de venezolanos se han ido al extranjero—. Hace 19 años, Katyna Henríquez y sus socios hicieron una apuesta arriesgada por un negocio de libros raros, primeras ediciones, títulos agotados y joyas venezolanas que circu­lan en el mercado de segunda mano. Su librería queda en un concurrido espacio cultural ubicado dentro de un centro comercial en la zona de Las Mercedes, donde fulgura un auge de torres empresariales, casinos, restaurantes y concesionarios de autos de lujos. Hoy, la venta de libros usados es casi el único salvavidas que queda al mercado de librerías, en un país que se ha quedado seco de editoriales y del que las grandes transnacionales del libro como Planeta o Random House se fueron hace varios años, como muchas otras empresas.

Hubo un tiempo mejor en el que Venezuela exportaba ejemplares a otros países. Hasta 2012, la venta del libro fue un negocio relativamente próspero. Fuentes editoriales locales aseguran que, en un año como 2006, las ventas de ciertos títulos comerciales llegaron a superar a las de Colombia, uno de los epicentros de la actividad literaria en la región y donde recalaron las grandes editoriales que antes llevaban el negocio de la región desde Venezuela. La crisis provocó la quiebra del país entero. Millones de dólares se perdieron en las manos de la burocracia oficial en operaciones de corrupción, burlando las tasas oficiales del dólar, y esto provocó, entre otras cosas, una grave escasez de papel a nivel nacional, cuya obtención dependía entonces de la autorización oficial. Esta catástrofe se tragó a la prensa escrita y los libros. El consumo de bienes culturales se vino abajo.

Las editoriales que sobrevivieron a la hecatombe se recuperan ahora muy lentamente. Para muchos autores locales es complejo publicar por la escasez de recursos. “Comienza a ser común que algunos fondos nacionales tengan doble o triple sede, como Ekaré (Venezuela, Chile y España), Libros de Fuego (Venezuela y Colombia), Kalathos (Venezuela y España), Casajena (Venezuela y Chile), Los Cuadernos del Destierro (Venezuela y Argentina) o El Taller Blanco (Venezuela y Colombia)”, relata Hernández. Se mantienen, batallando contra la adversidad, editoriales de cierta tradición entre el público, como Oscar Todtmann, Eclepsidra, Dahbar, Alfa, la Fundación para la Cultura Urbana, ABediciones o Monroy Editor. Los premios de poesía y literatura empiezan a ser convocados de nuevo.

Carlos Sandoval: “Somos duros enjuiciando nuestras obras. En eso deberíamos ser más argentinos”

“Estamos escribiendo para autores sin mercado en medio de la crisis del país, y eso es una tragedia,” afirma el escritor Alberto Barrera Tyszka, que tuvo un éxito fulgurante con Patria o muerte, que narra los últimos días antes de su muerte de Chávez en La Habana y, en paralelo, lo que ocurre en una casa ocupada por los chavistas en Caracas. “Para un escritor venezolano no es nada sencillo abrirse paso en países como México o España. El solo hecho de ser venezolano, en ocasiones, es parte del problema. Te hacen caso, pero te hacen menos caso. Te dicen: el problema es que no tienes mercado”.

Sandoval sostiene que a eso se suma que la crítica dentro del país es despiadada. “Pienso que en Venezuela hay, en este orden, grandes poetas, excelentes ensayistas y muy buenos narradores. Lo que ocurre es que internamente no se aprecia lo que hacen”, asegura. “Somos muy duros enjuiciando nuestras obras, y ahí está la falta de la orientación de la crítica local. En eso deberíamos ser un poco más argentinos, valorar más lo que hacemos”. Ajenos al ruido, frente a sus ordenadores, los escritores venezolanos continúan tecleando sus historias. Desde Maracaibo u Oslo construyen la literatura venezolana actual.

15 de julio 2023

https://elpais.com/babelia/2023-07-15/venezuela-florece-en-el-abismo-la-...