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Berna González Harbour

¿El principio del fin?

Berna González Harbour

Es muy posible que solo el fin de Putin pueda poner término a la absurda guerra que lanzó para devorar a Ucrania y recuperarla dentro de una esfera de influencia rusa que venía menguando desde la implosión de la Unión Soviética, en 1991. La ambición que desplegó el presidente de Rusia en la destrucción de Chechenia, en las escaramuzas en Georgia, en la anexión de Crimea y en la guerra soterrada que libró contra Ucrania en el Donbás desde 2014 veían su culminación con esta invasión en toda regla de una potencia europea que nos devolvió a los escenarios más cruentos de la II Guerra Mundial.

Pero los planes de Putin se truncaron y lo que pretendía ser una ocupación y conquista relámpago encalló en el territorio ucranio. El coraje inesperado que demostraron su presidente, Volodímir Zelenski, y su Ejército, con el apoyo incondicional y medido de Occidente, unido a las calvas de su propia estrategia militar, sumieron el conflicto en una guerra de largo aliento que amenaza con convertirse en un nuevo foco de conflicto armado duradero como los que hacen temblar Oriente Próximo. Pero, un año y medio después de intentar reescribir la historia patriótica rusa, ahora se enfrenta al mayor desafío que le ha procurado su aventura. Y es que, por primera vez, el enemigo está dentro.

Desde el inicio fue claro que Ucrania sola no podía parar la guerra, ni siquiera con todo el armamento y la ayuda recibida de Europa y de Estados Unidos. Suficiente ha sido el esfuerzo patriótico de los soldados ucranios y enorme el apoyo internacional, que no puede ir más lejos ante una potencia nuclear amenazante como es Rusia. Solo si surgía un elemento interno de disensión podía peligrar el consenso artificioso creado en Rusia en torno a Putin y su guerra.

Muchísimos rusos valientes lo intentaron. Pero muchos fueron encarcelados, millares huyeron y todos vieron el castigo enorme a los disidentes en prisión. Por ello el desafío solo podía venir desde el régimen. La guerra es de Putin y su continuación ha dependido siempre de su poder interno. Por ello el estallido de esta rebelión del líder del grupo de mercenarios Wagner es el primer indicio de disenso interno y tiene el potencial para desatar el interrogante más esperado: ¿es el principio del fin?

Las tropas de Prigozhin, arrancadas de las cárceles rusas más depauperadas y en contra muchas veces de poblaciones locales que veían a sus delincuentes, asesinos o violadores ir como héroes al frente a cambio de indulto, han llegado al límite. Utilizadas de punta de lanza, en primerísima línea del frente allí donde no llegaban las tropas regulares, los hombres de Wagner han sufrido en carne propia la muerte y las mutilaciones que ellos mismos también han infligido al invadido ucranio. Son criminales y como tales se han comportado en el frente. Rusia no podrá separar su imagen de la de estos mercenarios. Y por ello es más paradójico aún que el eslabón más crítico de la cadena es el que se ha roto. Pero así es.

El desafío de Prigozhin, que promete llegar a Moscú para terminar con el alto mando militar ruso y el ministro de Defensa, terminará seguramente en desastre. Él y el establishment militar ruso son dos caras opuestas de una misma moneda que difícilmente se encontrarán. Pero sus mensajes llegan a los rusos, que no están ni plena ni objetivamente informados, y minarán a cierta opinión pública que percibe el sinsabor de la traición interna. Hará mella. Y es hora de medir fuerzas.

Los golpes y revoluciones no suelen tener una única fecha. Pero mientras miden sus fuerzas, mientras se desprotege el frente y mientras Zelenski y Occidente solo pueden celebrar nuevos signos de debilidad, podemos decir que hoy se ha escrito una nueva página, un nuevo capítulo, en esta guerra atroz. El principio del fin, con suerte y sin que ello signifique que se vayan a ahorrar vidas, puede estar más cerca.

24 de junio 2023

https://elpais.com/internacional/2023-06-24/el-principio-del-fin.html

Por qué los políticos nunca piden perdón

Berna González Harbour

La estrategia que hoy se practica en política es tan competitiva, tan amarrada a la apariencia de certezas y a la culpabilización del contrario que el perdón que ha pedido Angela Merkel por sus errores se ha convertido en noticia. El Entschuldigung (lo siento) pronunciado el pasado 24 de marzo por la canciller alemana ante la prensa, dando marcha atrás a un nuevo confinamiento extremo que generaba gran resistencia, ha resonado con fuerza en un contexto complicado por la pandemia y por la crisis, pero, sobre todo, por una cultura política que no contempla pedir perdón.

En los años setenta y ochenta se abrió paso desde Estados Unidos una adaptación de la estrategia militar a las campañas electorales que implicaba un espíritu de guerra abierta, de no dar ni agua al rival y de defender cada palmo de terreno ganado sin reconocer errores, cuenta María José Canel, catedrática de Comunicación Política de la Universidad Complutense.

Esto se extendió a la comunicación de los gobiernos y dio paso a este tiempo en que el hecho de que un jefe de Gobierno pida disculpas constituye una muestra inconcebible de vulnerabilidad. Como veremos, esto puede cambiar. “En la ley de la política, que premia a los más fuertes, pedir perdón puede ser interpretado como una debilidad y por tanto como un modo de autoexcluirse de un partido de tenis en el que la clave es ganar el último punto”, señala Javier Gomá, autor de la Tetralogía de la ejemplaridad. Lo que es signo de fortaleza humana puede ser interpretado como fragilidad política.

Pedir perdón no fue solo la opción de Merkel en su rueda de prensa del mes pasado, sino de Hillary Clinton después de perder las presidenciales de EE UU en 2016; de la ministra principal del Gobierno autónomo de Escocia, Nicola Sturgeon, por un examen erróneo a estudiantes el año pasado, o de la británica Theresa May, en 2017, por su gestión del Partido Conservador.

En España hay pocos precedentes, pero uno de ellos ha sido el ministro Salvador Illa, el más votado en las elecciones de febrero en Cataluña al frente del PSC. No solo pidió disculpas por asistir a una fiesta, sino que reconoció errores en la gestión de la pandemia y —el summum de la antipolítica actual— se atrevió a señalar virtudes de sus adversarios. “La base de la política es la credibilidad y para mantenerla, si tienes conciencia de que te has equivocado, debes reconocer el error”, analiza ahora. “Supongo que no se practica más porque parece que facilitas la crítica al contrario, pero ya hay una ciudadanía muy adulta en términos políticos. Yo tuve claro desde el primer momento que el requisito para que la gestión de la pandemia funcionara bien era no sacar rédito de ello”.

Los manuales de liderazgo aconsejan mostrarse seguros, no dejar pasar ninguna oportunidad de denigrar al adversario y cooperar solo cuando sea imposible competir, sin reconocer errores ni pedir nunca disculpas, sostiene el filósofo Daniel Innerarity.

Solo tendría sentido pedir perdón cuando hay segundas oportunidades. “Y uno de los problemas actuales de la política tan acelerada es que apenas concede segundas oportunidades”, afirma. “Genera políticos ansiosos”. Para el asesor de comunicación Antoni Gutiérrez-Rubí prima una estrategia de supervivencia y beligerancia política que no deja espacio a matices. “España está en una fase competitiva de tintes dramáticos”, apunta.

Ante los riesgos de reconocer errores, los políticos optan por el viejo manual de: 1) negar las crisis, 2) reconocerlas solo si no hay más remedio aunque sin atribuirse la responsabilidad, y 3) echar la culpa a un tercero. Es la estrategia que ha llevado a la polarización extrema en Madrid de una forma que, según Verónica Fumanal, presidenta de la Asociación de Comunicación Política, no tiene marcha atrás. “Ayuso ha optado por culpabilizar al Gobierno como estrategia política. Si ahora asumiera otro discurso y hablara de gestión se hundiría, porque ha hecho su estrategia de esa culpabilización ajena y ahora no la puede cambiar”. Para Fumanal, Pedro Sánchez también tendría que haber asumido que se precipitó al dar por derrotado al virus. “Debió reconocer ante la sociedad que esta pandemia tiene una cuestión contingente que escapa a nuestro control. No somos omnipotentes”.

La necesidad de que los líderes sean infalibles, de que tengan siempre respuestas e infundan confianza, está agudizada por la pandemia, sostiene la politóloga Cristina Monge. “Los miramos como a las azafatas en un vuelo con turbulencias; si ellas están nerviosas, mala señal. Cuando hay turbulencias en la sociedad, miramos a los políticos. Y pedir perdón significa que no tienen esas respuestas”. En algunos países nórdicos existe un formato de legislación provisional de prueba-error (sunset law) que permite a los gobernantes ensayar fórmulas y corregirlas rápidamente si no dan resultados. En España, opina Monge, sería impensable reconocer que no se tiene la verdad absoluta.

La disculpa y el perdón pertenecen a un terreno de conciencia muy arraigado en la cultura religiosa europea y con matices muy distintos según el origen luterano o católico. El ejemplo por antonomasia en España fue aquel “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir” que entonó el rey Juan Carlos en 2012 tras su caída en un safari en África mientras el país se sumía en la honda recesión. “Fue balsámico por el halo divino de la Monarquía, y fue buena la ejecución: en el pasillo, con muleta, una persona frágil que parecía un igual, alguien que podía equivocarse como cualquiera”, dice la comunicadora Fumanal. Pero no estuvo acompañado de algo imprescindible, apunta: el propósito de enmienda. Los católicos, al fin y al cabo, pudieron siempre conseguir el perdón mediante bulas, sin necesidad de rectificación ni contrición, analiza el asesor de comunicación Gutiérrez-Rubí.

Es más fácil pedir disculpas en la recta final de un mandato, como ha hecho Merkel, cuando uno ya no se juega los votos. Pero mientras están en lucha, prima la defensa propia y la culpabilización del enemigo. La conoce bien Illa: “En Cataluña la victimización de los independentistas y la culpabilización al otro por no facilitar recursos o competencias, lo que llamo el pimpón político, ha sido corriente, pero es cada vez más una mala estrategia”. Ese “cada vez más” aúna las esperanzas de los consultados. Cansados de polarización, de enfrentamientos, algunos encuentran en la sociedad un apetito de confianza y honradez que puede ayudar a cambiar de paradigma: “La sinceridad, la responsabilidad y la autenticidad pueden ser muy valiosas para cambiar las dinámicas”, asegura Marta Rebolledo, profesora de Comunicación Política. “Pedir perdón da la oportunidad de reconectar con los ciudadanos y diferenciarte de los rivales que no son capaces de hacerlo”, añade Gutiérrez-Rubí. La sociedad es hoy más ilustrada y exigente: está pidiendo moralidad, ejemplaridad más allá del cumplimiento de las normas, opina el filósofo Javier Gomá. La tarea moral pendiente ya no es ser libres, sino ser libres juntos, afirma, y esto consiste, entre otras cosas, en sentir “asco” ante determinados comportamientos que atropellan la dignidad. “Hemos conquistado la mayoría de los derechos en época moderna por el asco que nos producía su atropello”, subraya. Esa evolución hacia una sociedad más exigente es clave en estos momentos de incertidumbre, señala la catedrática Canel: “La comunicación más auténtica es la única que puede triunfar. Se va abriendo camino un estilo en que eres más digno de confianza si reconoces lo que has hecho mal que si no lo haces. Y lejos va quedando esa estrategia de guerra que se aplicó desde los setenta”. El tiempo dirá.

9 de abril 2021

El País

https://elpais.com/ideas/2021-04-10/por-que-lo-politicos-nunca-piden-per...

¿Alguien en la sala que no se mire al ombligo?

Berna González Harbour

Un buen libro no es solo una sintonía entre autor y lector, ambos tan distanciados en tiempo, lugar y contexto que sería impensable de otra forma, sino el valioso camino de llegada, el viaje de sus manos a las tuyas. Y tan importante es a veces el quién y el cómo te lo recomienda, el entusiasmo que le inyecta, que la historia que vas a encontrar.

Fue Sánchez Piñol quien me recomendó con ese brillo en los ojos Magokoro, un libro cálido, de descanso, de reparación. En él, Flavia Company no se ocupa de sí misma, como parece hacer todo el mundo, sino de una persona indefinida en tierra indefinida que busca comprender las cosas que parecen sencillas y no lo son. Nos vale Magokoro (Catedral, 2019) para situarnos donde quiero llegar. “Lo invisible no se ve, pero está”, dice uno de los personajes de ese libro que a Sánchez Piñol –según contó- le ha cambiado su forma de leer.

Vivimos un momento de egos y ombliguismo, lo que en literatura viene llamándose autoficción, que coincide estrepitosamente con la era del selfi masivo, el onanismo colectivo, la suma de yoes superpuestos, y -por si fuera poco- con un momento político de egoísmos, de búsqueda de una identidad subrayada frente al otro, al diferente, de nacionalismos y posiciones excluyentes. Y hay novelas excelentes en el género, claro que sí (Manuel Vilas, Carlos Pardo, Emiliano Monge, María Moreno), pero, seamos sinceros: ¿acaso alguien puede dar la vuelta al móvil y enfocar a los demás? ¿Mirar alrededor? ¿Acoger, absorber, aprender de los demás? ¿Buscar lo que parece invisible, pero está?

Es solo una pregunta. O varias preguntas dentro de una sola pregunta. Todo género es respetable, todo libro bueno es bueno, todo “yo” puede ser “tú” y toda corriente tiene su aquel. Pero el más potente embrión de novela que se ha visto estos días es la historia de Omar, un joven guineano de Igualada que, tras ser expulsado del centro de menores por ser catalogado como mayor de edad, se arrojó al río. El chaval estaba integrado y una familia esperaba para acogerle (¡aún hay gente en el campo de los buenos, #fuckVox!), pero el trauma de la inmigración pudo más y el chico prefirió el puente. Gentes que mueren. Gentes que sobreviven. Gentes que acogen. Gentes que abren puertas. Gentes que antes de mirarse a sí mismas miran a los demás. Gentes que niegan a Vox. Existen.

Mirar al otro para comprender. Buscar la lección en los demás. Ayudar para crecer. ¿Acaso, como sociedad, no necesitamos cambiar la mirada? ¿No sería un buen momento? Escribir para descubrir, escribir para aprender, excavar para detectar, salir de nuestra concha, del ombliguismo y mirar alrededor. Edna O’Brien viajó a Nigeria para retratar a las víctimas de Boko Haram en La chica. Por ejemplo. Es una opción. Es un buen plan. O al menos un sueño ingenuo del que, lo sé, tendremos que despertar.

14 de noviembre 2019

El País

https://elpais.com/cultura/2019/11/14/actualidad/1573735560_236189.html