Pasar al contenido principal

Jessica Mouzo

Marcos Nadal, psicólogo: “El placer está condicionado por tu experiencia, las expectativas y el contexto”

Jessica Mouzo

Cuando uno se topa con algo que considera realmente bello, sea una canción, una persona o una obra de arte, es porque un puñado de sistemas neuronales se sintonizan y trabajan conjuntamente para arrojar esa sensación placentera. La ciencia que lo estudia, llamada neuroestética, es una disciplina joven, admite Marcos Nadal (47 años, Palma de Mallorca), psicólogo e investigador del Grupo de Evolución y Cognición Humana de la Universitat de les Illes Balears, pero ya se ha percatado de que no es uno, sino varios los centros cerebrales implicados. Como una orquesta, todos a la vez.

Nadal ha visitado Barcelona para participar en el ciclo de conferencias La lógica de la belleza, organizado por el Museo de la Ciencia CosmoCaixa. “La belleza no es una cualidad que reside en los objetos, sino una cualidad de nuestra experiencia de ellos”, explicó a un auditorio entregado. Creer que el color, el sonido o la belleza son atributos de los objetos es, según él, “realismo ingenuo”. “No somos captadores de la realidad, sino intérpretes”, justificó. Y alertó de que la belleza no es trivial, sino que influye en la conducta, las emociones y las decisiones. Y puso un ejemplo: hay estudios que han mostrado que, ante alumnos atractivos, los profesores tienen cierto sesgo y valoran más sus posibilidades académicas, puntúan mejor sus trabajos y los perciben más competentes. También son más populares socialmente.

Pregunta. ¿Qué significa la belleza?

Respuesta. Es un concepto filosófico que viene de la Grecia clásica. Pero no todos los conceptos filosóficos encajan bien en los esquemas conceptuales de la psicología y la neurociencia. Y la belleza es uno de ellos. ¿Por qué? Porque no encontramos procesos mentales ni mecanismos neuronales que sean específicos a la experiencia de la belleza. La primera lección que sacan los psicólogos y los neurocientíficos es que esta experiencia que denominamos belleza equivale, en prácticamente todo, a otras experiencias que decimos que son placenteras.

P. O sea, que la belleza es placer.

R. Como mínimo. Pero no solo. Una experiencia de belleza casi siempre va a ser placentera. La belleza es algo que emerge de complejos sistemas neuronales que se dedican a generar esas experiencias placenteras en otros ámbitos de la vida, como el placer del sexo, la compañía o las drogas.

P. ¿Cómo funciona este sistema? Porque lo que para uno puede ser bello o placentero, para otros no. A uno le gustan las patatas fritas y a otro, un brócoli.

R. Este es un sistema que funciona anticipando objetos, situaciones, entornos que van a resultar placenteros y midiendo la diferencia entre el placer real y el placer anticipado, generando la experiencia subjetiva de que algo te gusta. Es un procesamiento muy contextual: a ti te gustan las patatas fritas, pero si te has comido dos cubos del McDonalds, comerte uno más te va a dar asco, por la saciedad. La saciedad es un factor que incide en el funcionamiento de este sistema neuronal, diciendo que esto ya no resulta placentero. Es un sistema que funciona analizando qué puede ser bueno para tu organismo en este momento. ¿Qué hace que una cosa sea bella para una persona y otra no? Pues esa experiencia que tú has tenido a lo largo de toda tu vida, que ha condicionado las cosas que te han ido alimentando este sistema de placer.

P. Entonces, ¿la belleza depende de nuestra experiencia personal?

R. Muchísimo, como cualquier placer. Depende de tu experiencia personal, del contexto en el que estás, de aquello que anticipas. La misma película vista en el cine, en tu casa, con gente haciendo mucho ruido o tú solo en el cine, cambia esa experiencia de placer.

La experiencia de la belleza nunca es aislada, siempre está inmersa en la vida de una persona, en su contexto”

P. Decía que la belleza es placer, pero no solo. ¿Qué más es?

R. Esa es la parte que tenemos menos clara. En el caso de la belleza parece existir un esquema de a qué nos referimos cuando decimos que algo es bello. Hemos aprendido que en nuestra cultura existen ciertos patrones de aquello que representa a la belleza. Entonces, parece que, además de ese placer, existe, por interiorización del aprendizaje en cada cultura, ese canon que tú comparas con el objeto que te genera placer y, en el momento en que encajan, dices que eso es bello.

P. ¿Por eso coincidimos en que Jon Kortajarena es muy guapo y Felipe el Hermoso era muy feo, por ejemplo?

R. Efectivamente, porque en nuestra cultura preferimos ese tipo de canon. Pero ese patrón cambia históricamente. Un ejercicio que yo hago con mis alumnos es repasar las portadas del hombre vivo más sexy del mundo de la revista People y, desde los años ochenta hasta hoy en día, ha cambiado muchísimo lo que se consideraba ese canon de belleza. Pero ha cambiado dentro de ciertos márgenes: ninguna es una persona con una asimetría facial muy exagerada, por ejemplo.

P. ¿Qué sucede dentro del cerebro cuando percibimos algo bello?

R. Hay muchísimos estudios en música que analizan qué sucede en el cerebro cuando una persona experimenta un fragmento musical como bello. Y lo que pasa es que se sincroniza la actividad de las neuronas del sistema auditivo, que está procesando los aspectos musicales de ese fragmento, con una serie de centros del cerebro que procesan distintos aspectos del placer. Por ejemplo, hay un centro que se llama núcleo accumbens, que se encarga de generar sensaciones placenteras, pero también de anticiparlas. Y esa anticipación —y luego, la resolución de aquello que anticipamos— genera una serie de respuestas de placer. Al mismo tiempo, la amígdala está generando estados de activación del cuerpo, tus sistemas fisiológicos se van activando con ese placer. El córtex orbitofrontal procesa lo que se llama el valor de refuerzo, que es cuánto te gusta aquello. Y la corteza ventromedial es la que se encarga de transmitir a los centros donde se toman decisiones en el cerebro, las sensaciones corporales de ese placer.

P. ¿Y eso se puede transformar? Es decir, pasa con una canción, que al principio te gusta, pero la escuchas tanto, que te acaba aburriendo.

R. Hay un punto intermedio de familiaridad donde ese placer es máximo. Es decir, al principio no te suena, no acabas de entender la música, es muy nueva… pero, la escuchas un par de veces, la haces tuya y ese placer es máximo. Aunque luego, entra la saciedad. Hay un punto intermedio donde se encuentra la incertidumbre con la predictibilidad: hay suficiente incertidumbre como para que esto te resulte interesante, pero al mismo tiempo es predecible. Cuando has escuchado la canción muchas veces, el grado de incertidumbre es cero y el de predictibilidad, absoluto. Tus gustos musicales y tu experiencia anterior en concreto con esa canción determinan muchísimo ese grado de placer. Toda tu experiencia del placer está condicionada por tres factores: tu experiencia anterior, las expectativas que tienes y el contexto en el que estamos. Y la belleza no es especial en ese sentido.

P. ¿El contexto puede modular toda tu percepción de la belleza? Los pantalones de campana se llevaron en los 2000, luego dejaron de gustar y ahora vuelven. ¿Hasta qué punto es genuino que te guste vestir así o está condicionado por los demás?

R. Es que lo genuino está condicionado por los demás. Tú ves a una persona que te resulta súperatractiva y luego, la conoces, y te parece desagradable. Ese conocimiento que tú haces de esa persona, cambia la manera en la que la ves, hasta puedes llegar a verla fea. Y pasa también al revés. La belleza no es una respuesta a unas cualidades de un objeto. La belleza es una experiencia que construimos teniendo en cuenta las cualidades de un objeto, pero muchísimas más cosas.

P. No es superficial.

R. No es solo perteneciente al objeto. Es una experiencia que se construye con el objeto, pero con todo lo que tú aportas también a ese objeto. Si tu experiencia anterior con ese objeto, con esa persona, ha sido negativa, colorea tu percepción de la belleza de ese objeto. La experiencia de la belleza nunca es aislada, siempre está inmersa en la vida de una persona, en su contexto.

P. ¿Hay un cambio generacional en la percepción de la belleza?

R. La manera de percibir la belleza es la misma, pero cambiamos aquello a lo que vamos a dar el valor positivo de decir: esto es bello para mí. ¿Por qué? Porque cogemos modelos. Cada uno hemos interiorizado un referente de qué significa bello. Y ese modelo va cambiando.

P. En la sociedad actual, con las redes sociales, el abuso de filtros y técnicas en busca de la perfección y la belleza suprema, ¿todo ello puede tener un impacto?

R. Tiene un impacto muy grande. Nuestro sistema de apreciación de la belleza se alimenta de ejemplares que vamos viendo a lo largo de nuestra vida y que compartimos con otras personas y generamos ese referente. Hace 50 años, la gente se movía en su pueblo, en su círculo, en su barrio, y los ejemplares de belleza que iba teniendo eran bastante más reducidos. Ahora nos llegan ejemplos de todo el mundo y el abanico de ejemplares más bellos se abre. Y se amplía más todavía con la capacidad de aplicar filtros a esas imágenes y, por lo tanto, de exagerar aquellos rasgos que consideramos como bellos y realzar aquello que nuestro cerebro identifica como bello. Entonces, esos referentes que tenemos se mueven hacia el lado de belleza exagerada, se exagera ese referente de belleza. ¿Y qué ocurre? Pues que existe una tensión entre tu mundo real, el de la gente con la que te mueves cotidianamente, y los referentes que te llega por las redes sociales, que es una cosa exagerada. Existe esa creciente tensión o diferencia entre lo que tú puedes llegar a ser, la belleza que tú ves en el espejo, y la belleza que tú ves en esas imágenes de las redes sociales.

Es imposible que exista experiencia de belleza si no existe actividad de generación de placer en el cerebro”

P. ¿En qué se puede concretar esa tensión?

R. Puede tener dos impactos: uno propio, de que tú no ves que correspondas con ese modelo y eso pueda afectar a la autoestima, a la consideración que tú tienes de tu propia imagen; y, luego, tiene un efecto en las personas que te ven: tú, para ellas, nunca serás tan guapa como aquel otro modelo. Eso puede generar una insatisfacción con la imagen de uno mismo y, a lo mejor, también con la imagen que tú esperas que tenga tu novia o que tenga tu novio, porque no acaba de satisfacer ese modelo ultrafiltrado y ultra exagerado, que no deja de ser una falsificación de la realidad.

P. ¿Puede que estos cambios generacionales provoquen cambios neurológicos en el procesamiento de la belleza?

R. Nos centramos aquí un poco en el terreno de la ciencia ficción, casi en el Black Mirror, pero es una pregunta interesantísima. La parte de evolución biológica del ser humano es muy lenta y el ritmo de cambio de la cultura es abrumador. Es muy complicado pensar en cómo acabará o hacia dónde nos lleva a este desfase. Yo apostaría a que es imposible que exista experiencia de belleza si no existe actividad de generación de placer en el cerebro. Si un momento de cambio acelerado, de impacto de las nuevas tecnologías, lleva a que la experiencia de belleza no implique estos centros neuronales muy profundos y antiguos del cerebro, yo diría que esa experiencia no sería de belleza, sería otra cosa.

21 de abril 2023

El País

https://elpais.com/salud-y-bienestar/2023-04-22/marcos-nadal-psicologo-e...

El secreto de los ritmos circadianos: por qué hay órganos perezosos de noche y activos de día

Jessica Mouzo

Hay un reloj biológico que marca el compás de la vida humana. Anudado a la muñeca del hipotálamo, en las profundidades del cerebro, el llamado reloj central sincroniza y traduce al resto del organismo la hora que es. Porque de puertas adentro, tampoco es igual la noche que el día, las 10 de la mañana o las cinco de la tarde: ni las células hacen lo mismo ni los tejidos se comportan igual. En el cuerpo hay ritmos circadianos, cambios biológicos que siguen un ciclo de 24 horas, y el reloj central, junto a los pequeños cronómetros independientes de los tejidos, anticipan y preparan a las células para lo que va a venir, como comer al mediodía o irse a dormir por la noche. Disponer de un reloj biológico en hora y a punto es vital; que falle, se atrase o se pare, puede propiciar la aparición de enfermedades.

En la práctica, el reloj central es un conjunto de 20.000 neuronas con pequeños relojes moleculares que se coordinan como uno solo a partir de la experiencia evolutiva de vivir en el mismo ecosistema desde hace millones de años y a través de la luz que les llega por la retina: según el momento del día, se activan o se expresan más unas proteínas u otras y se comunican con el resto de relojes de los órganos periféricos del cuerpo para que actúen en consecuencia, explica Antonia Tomás-Loba, jefa del Grupo Ritmo Circadiano y Cáncer de la Universidad de Murcia. “Hace 65 millones de años que la evolución tejió nuestros genes circadianos como animales diurnos. Somos el producto de la adaptación al entorno y un ejemplo son los ritmos circadianos, que nos anticipan a los cambios cíclicos que ocurren diariamente: por la noche, por ejemplo, preparan a nuestro hígado para que sepa que no vamos a comer y que no tiene que metabolizar nada. Un hígado por la noche y por el día no es lo mismo”, ejemplifica.

Encerrado en un búnker nuclear, completamente aislado, sin luz exterior ni reloj, estuvo, durante 10 días, el exmiembro de la marina real británica, Aldo Kane. Era un experimento para ver cómo se regulaban, sin variables externas (como la luz o los horarios sociales) sus ritmos circadianos. Solo tenía a su alcance la propia memoria natural de su reloj central. Nada más. Y según Juan Antonio Madrid, investigador del Laboratorio de Cronobiología y Sueño de la Universidad de Murcia, que participó en el proyecto, el resultado fue que su sueño se retrasó unos minutos cada día: su reloj biológico generaba ciclos de más de 24 horas. En cuanto se le expuso de nuevo a varias señales sincronizadoras, como el sonido del despertador o el encendido de la luz, sus ritmos volvieron a ordenarse.

El reloj central se pone en hora, sobre todo, con la luz del sol: este estímulo entra por la retina, aterriza en el núcleo supraquiasmático del hipotálamo —donde reside este cronómetro biológico principal— y, según el momento, se activan unas proteínas u otras: BMAL y CLOCK son las mañaneras, se van al ADN de las células y activan determinados genes para avisar de la hora del día que es; por la tarde, PER y CRIE se abren paso, aumentan su concentración en las células y bloquean la actividad de BMAL y CLOCK hasta la mañana siguiente. Todo ese proceso sirve para indicar la hora del día, el ciclo de sueño y vigilia (cuándo dormir o despertar) u otros procesos metabólicos y conductuales del ser humano.

Por eso es mala idea, explican los expertos, confundir al reloj y exponer al organismo a la luz del ordenador, por ejemplo, a altas horas de la noche: “A las 12 de la noche, si estoy trabajando con luz azul [de los dispositivos electrónicos], mi reloj central entiende que es de día y se lo dice a mi reloj hepático, por ejemplo. En ese momento, se produce un conflicto molecular, porque le estoy mandando información que desincroniza los relojes”, apunta Tomás-Loba. Una revisión científica, publicada en la revista Chronobiology International en 2015, advertía de que el impacto de la exposición a la luz artificial de noche suprime la secreción de melatonina, aumenta la latencia de inicio del sueño y acrecienta el estado de alerta. Esta desregulación circadiana, añadía, podía tener efectos negativos también “en las funciones psicológicas, cardiovasculares y metabólicas”.

Más allá de la luz, Madrid indica que hay otros “sincronizadores” que también ayudan a poner a punto el reloj central. “Además del tiempo ambiental, que es el ciclo de luz y oscuridad natural, está el tiempo social: los hábitos horarios, como ir al trabajo o los contactos sociales, ayudan a sincronizar. El otro sincronizador es el tiempo metabólico, como los horarios de comida, que ayudan a controlar los relojes del tubo digestivo o del hígado”, concreta. Un estudio en ratones publicado la semana pasada en la revista Science apuntaba, precisamente, que sincronizar la alimentación con el reloj circadiano mitiga la obesidad: los animales que comían en las fases activas de su ciclo circadiano quemaban más calorías, reduciendo el riesgo de desarrollo de obesidad.

En ausencia de luz, el reloj se va desincronizando ligeramente, pero no se para: como le ocurrió a Kane, los ritmos circadianos siguen funcionando, aunque de forma menos precisa. El famoso jet lag es otro ejemplo de ello, expone Salvador Aznar Benitah, jefe del laboratorio de Células Madre y Cáncer del Instituto de Recerca Biomédica (IRB) de Barcelona: “Si el ritmo circadiano solo respondiese a condiciones de luz, al aterrizar en otro lugar, nuestro reloj se adaptaría a la nueva franja horaria. Pero no pasa esto: al principio, hay un desajuste, aunque es temporal y después de un tiempo, el reloj interno se va alineando con las nuevas condiciones de luz”.

El reloj central se sincroniza, a su vez, con los relojes independientes que hay en los tejidos. Como el director de orquesta, el cronómetro que hay en el hipotálamo marca el ritmo de la jornada y avisa de la hora al organismo. Aznar pone un ejemplo con las células de la piel: “Los ritmos circadianos preparan al organismo para lo que va a ocurrir. Durante las horas fuertes de sol, por ejemplo, la piel tiene que lidiar con la luz ultravioleta y tiene mecanismos de protección con la activación de los melanocitos, que es como ponerse crema solar antes de exponerse al sol. Todas las mañanas, el reloj de las células de la piel se anticipa y activa los melanocitos [temprano, antes de entrar en contacto directo con la luz solar]. Por la tarde, el reloj interno de las células sabe que no es necesario activar los genes que encienden los melanocitos y esa actividad de la piel, se para”.

El investigador publicó en 2019 en la revista Cell que los relojes de los tejidos son autónomos del reloj central: “Cada tejido tiene su reloj autónomo, no necesita que nadie le diga lo que tiene que hacer. Esa autonomía confirió una ventaja de longevidad, para que no hubiese un efecto dominó si uno falla. El reloj central tiene la función de coordinarlos a todos, que todos sepan la hora que es. Y si esa coordinación falla, se acumulan los errores o las mutaciones”.

El páncreas también cambia en 24 horas, añade Madrid. “Es perezoso por la noche y muy activo por el día”, sintetiza. “Cuando tomas azúcar por la noche, el páncreas responde mal porque no produce suficiente insulina y el efecto de la que produce no es el mismo que el de la que se fabricaría por el día”. ¿Por qué? Los cambios en los órganos no son arbitrarios, tienen su sentido: “Durante la noche, nuestro cuerpo está programado para ahorrar glucosa y mantener los niveles estables durante el largo período de ayuno que media entre la cena y el desayuno”, explica el cronobiólogo. Y este ahorro se consigue, entre otras cosas, gracias a que los tejidos que usan la glucosa como combustible para alimentar sus células, se vuelven más resistentes a los efectos de la insulina, que es la hormona que funciona como llave para introducir esa glucosa en las células. Todos estos cambios, recuerda Madrid, están programados por los relojes biológicos del organismo.

Por eso, las alteraciones en esos ritmos circadianos en nuestros relojes son perjudiciales para el organismo. “Tenemos tres tiempos que rigen nuestra cronobiología: el interno, que es el tiempo que nuestras células sienten como producto de habernos adaptado al ecosistema dónde vivimos; el externo, que es el de la luz solar y artificial; y el social, que es el de la hora a la que vamos a trabajar o comemos. Si están desincronizados, aparece un desequilibrio molecular y fisiológico denominado cronodisrupción”, explica Tomás-Loba.

Su equipo, por ejemplo, está estudiando el impacto en la salud del jet lag social, que es el retraso en los horarios del sueño entre los días laborables y los festivos: en un estudio en ratones, a los que dormían y despertaban más tarde de lo habitual los fines de semana, encontraron que esos cambios afectan a su metabolismo: “El reloj molecular de varios órganos estaba asincrónico, esas manillas no sabían qué hora era. Y eso influía en su funcionamiento, como el sistema inmunitario”, explica. Varios estudios reportaron que el trabajo nocturno de forma prolongada en el tiempo se asocia con mayor riesgo de algunos tumores hormonodependientes, como el de mama o el de próstata.

En la vida real, el reloj biológico empieza fallar entre los 45 y los 50 años, apunta Aznar. “El funcionamiento del reloj lo entendemos bien, pero sobre saber cómo se sincronizan entre los distintos tejidos, estamos en pañales. Y si entendiésemos por qué se fastidia el reloj, encontraríamos formas terapéuticas para modularlo”, augura.

Tomás-Loba apunta varios detonantes, internos y externos, que propician una desregulación del reloj: “La luz es el más estudiado, pero también la comida, por ejemplo, es un gesto diario y no es lo mismo comer a las 12 del mediodía que a las cuatro de la mañana. El ejercicio también es importante: nos tenemos que mover de día porque somos mamíferos diurnos. El ruido es otro claro cronodisruptor, aunque de este último hay mucho más por estudiar”.

Madrid, que acaba de publicar el libro Cronobiología. Una guía para descubrir tu reloj biológico (Plataforma Editorial), aclara que las cronodisrupciones son alteraciones mantenidas en el tiempo, no puntuales. “Con la edad, se deteriora el reloj biológico y los contactos con los sincronizadores externos se alteran. En los jóvenes, los factores de cronodisrupción son externos: nos encontramos con que los sincronizadores a los que se exponen están desajustados. Por ejemplo, mucha luz de noche, el picoteo entre horas sin horarios de comidas o el sedentarismo”, apostilla. Las enfermedades y las alteraciones de los ritmos circadianos son, también, vasos comunicantes: “Un desajuste en el reloj puede acarrear que una enfermedad progrese o aparezca, como las alteraciones depresivas, los problemas de memoria, el insomnio, los trastornos de la reproducción… Pero también hay patologías, como la enfermedad renal crónica, las apneas del sueño o la diabetes tipo II descompensada, que producen cronodisrupciones”.

Lo bueno de la desincronización de los relojes, eso sí, es que se puede recuperar. Y las cronodisrupciones son reversibles si se vuelve a exponer al individuo a los sincronizadores adecuados. El problema, apostilla Tomás-Luba, es cuando los individuos están expuestos de forma crónica a estímulos que desincronizan los tres tiempos. “Estamos en un momento en el que no escuchamos el cuerpo: tenemos un pico de hambre a las 12 de la mañana, pero comemos a las tres de la tarde. Estamos perdiendo la sincronización con nuestro ecosistema”, advierte Tomás-Loba. Al final, insisten los expertos consultados, como especie, el ser humano es fruto de un proceso evolutivo con la naturaleza como punto de referencia, “y la relación con la naturaleza se está perdiendo”, lamenta Madrid.

4 de noviembre 2022

El País

https://elpais.com/salud-y-bienestar/2022-11-04/el-secreto-de-los-ritmos...