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Jaime Duran Barba

Cómo perder las elecciones

Jaime Duran Barba

Algunos dicen que no saben ganar elecciones, pero sí cómo gobernar. Pero hay pocos presidentes civiles argentinos que terminaron su mandato, hasta que gobernaron tres peronistas: Menem, Néstor y Cristina. Todos los gobiernos no peronistas cayeron arrastrados por brutales crisis económicas. El único presidente no peronista que terminó su período en cien años fue Macri.

La Argentina es el último país corporativista que queda en América, tiene una compleja red de privilegios y negocios, que hacen que buena parte de la población respalde un modelo como este. Aunque muchos no lo pueden entender, la historia se repite, se desarrollaron en el país habilidades para sobrevivir en la anomia. Cuando fui estudiante, viví el rodrigazo, un mazazo económico semejante al actual. Si cincuenta años más tarde la Argentina repite la experiencia, y lo ha hecho cíclicamente, no es fácil creer que esta vez los argentinos han entendido los peligros del populismo y van a querer convertirse en suecos.

La democracia, como la conocemos, empezó a consolidarse en América Latina a fines del siglo XX, cuando declinaba la Guerra Fría y se instalaba la revolución tecnológica. Está en crisis por la velocidad del cambio que se produce en la sociedad y en la mente de los seres humanos. Si no se reformula a fondo, va a colapsar.

Hasta los años 80, los Estados Unidos y la Unión Soviética patrocinaron proyectos políticos totalitarios para consolidar sus intereses en la región. La izquierda combatía a la “democracia burguesa”, Cuba organizaba guerrillas que se enfrentaban en casi todos los países a dictaduras militares que tenían el apoyo de los Estados Unidos. Todos los políticos tenían que definirse por su afinidad con el comunismo o la democracia.

Los jóvenes politizados asistíamos a seminarios sobre antiguos pensadores que, en el mejor de los casos, habían sido contemporáneos de la revolución soviética. No había mucho que hacer, viendo una televisión limitada, sin internet, con poca comunicación con otros, con poca música. La ignorancia era generalizada. Comparados con los actuales, teníamos pocos temas de conversación.

La sociedad era vertical. El padre, el maestro, el cura o el líder político lo sabían todo. Los demás escuchaban, hablaban sobre sus temas y obedecían. Los candidatos hablaban desde la altura de sus podios y de sus egos, y los analistas se interesaban en lo que ellos proponían, sin dar importancia a la vida cotidiana y los sueños de los votantes.

En general creían en la teoría del rational choice, derivada de la sociología comprensiva de Max Weber, basada en tipos ideales. Ese discurso sigue vigente entre políticos, periodistas y autores latinoamericanos, pero no tiene ninguna relación con la realidad. Sus defensores dicen que los electores escogen racionalmente por quién votar, estudiando propuestas y programas, para encontrar al que les conviene más, para su futuro y el del país. Suena bonito pero no existe. No hay sitio en el que más del 1% de los electores lea los programas de gobierno y eso tampoco influye en las elecciones, porque están decididos a votar de alguna manera.

Muchos políticos funcionan dentro del viejo paradigma, buscando fotos con dirigentes provinciales y cantonales que les den votos. Esto choca con una realidad: la mayoría de ellos tiene una imagen negativa que ahuyenta a los votantes. La gente suele decir que no les cree, que no confía en ellos. Cuando un aspirante consigue el apoyo de ese tipo de personajes, pierde más votos de los que consigue, las elecciones se ganan con los votos de la gente común.

Pasa lo mismo con el apoyo de partidos y organizaciones rechazadas por la población. Con la excepción de Lula, que coaligó a casi todos los partidos de su país y ganó la presidencia, todas las coaliciones de partidos históricos y sus candidatos han sido derrotados en estos años.

Se ha constatado que en la mayor parte de los casos la gente quiere votar por quien menos se parezca a los dirigentes tradicionales, sin importar sus propuestas.

Los electores están cansados del solipsismo de los políticos. En varios países hemos contabilizado cuántas veces el candidato se refiere a sí mismo, a su partido, a su “patria” o a cualquier otra abstracción, lo comparamos con las veces en que habla de la gente, y sus insomnios. La desproporción es enorme: lo que existe para muchos es yo soy el líder más importante del continente, el mesías perseguido.

Cuando analizamos el espacio que tiene la polémica y el insulto a los adversarios, vemos que en muchos discursos el mundo se reduce a sus intereses, complejos e inseguridades.

En general los parlamentos son manicomios. Estudiando el tema, he seguido las sesiones del Congreso peruano cuando trató alguna vacancia presidencial, las del Congreso argentino, la interpelación a Dilma Rousseff en Brasil. Son exhibiciones de ignorancia y superficialidad insólitas.

El discurso de la mayoría de los presidentes es lamentable, es más recurrente la mediocrecracia que la meritocracia. Muchos tratan de demostrar que sus adversarios son incapaces, corruptos, enemigos del pueblo. Gracias al trabajo conjunto, logran que ocho de cada diez latinoamericanos crean que todos deben desaparecer de la escena pública. Como dice Arturo Pérez-Reverte, sufrimos una epidemia de estupidez. La estupidez consiste en hacerse daño a sí mismo por tratar de atacar a otro.

La política de abrazos intercalada con insultos termina provocando hastío y abre espacio para una demanda desordenada de novedad. Lo vivimos en 1996, cuando Abdalá Bucaram, el prototipo del antipolítico, le ganó las elecciones a Jaime Nebot en el Ecuador, en un tiempo en el que los outsiders obtuvieron muchos triunfos en el continente.

Los electores se preguntan si los políticos solo se interesan por sus intereses y los defectos de sus adversarios, o tendrán algún espacio para los temas y los problemas de la gente.

Cuando se produce un enfrentamiento salvaje entre los miembros de un mismo grupo, el resultado es más grave. Pueden disputar una candidatura, pero deberían tener límites. Es imposible que los propios ministros de este gobierno hagan gala de tanto desprecio por el Presidente. Somos un país excepcional. En cualquier otro lado les habrían cancelado poniéndoles las cajas como sombrero.

La gente no se interesa en la política de los políticos. La operación clamor para que Cristina supere una proscripción inexistente y sea candidata no emociona demasiado, ni a los asistentes pagados. La hemos visto saludar emocionada a una calle vacía y en los actos la cara de aburrimiento de los concurrentes es notable.

Calos Pagni citaba en un artículo el concepto de utopías retrospectivas elaborado por Fernando Henrique Cardoso para describir la convocatoria de Cristina. Es objetivo que no motiva la convocatoria a volver a un pasado que no se recuerda como el paraíso. El discurso del kirchnerismo dejó de plantear una ilusión. Todos los estudios afirman que incluso en La Matanza, la imagen de Cristina está en crisis.

Con la condena pronunciada por la Justicia en esta semana, la vicepresidenta puede asumir una candidatura a la que teme porque se sabe débil, lanzar a un candidato nuevo como Wado de Pedro o convoca a una abstención, que le llevaría a una derrota abrumadora. Sería la más triste lápida a veinte años de un experimento que ha tratado de arrasar con la institucionalidad del país. Cuando sus publicistas lanzan el lema “Luche y vuelve” para que busque la reelección quien controla el país, no se comprende adónde piden que vuelva. Está en el poder desde hace cuatro años y si vuelve solo podría hacerlo a Santa Cruz.

No ha sido fácil armar una alternativa al cristinismo-peronista. El socialismo tuvo buenos dirigentes, con una presencia prolongada en la provincia de Santa Fe, pero no superó los límites locales. La interesante votación de Hermes Binner en 2011 no tuvo que ver con la difusión de las ideas de Aníbal Ponce, sino más bien con que el santafesino capitalizó el rechazo minoritario, pero importante, a la triunfante Cristina Kirchner.

El radicalismo, después de la crisis del año 2000, tuvo poca fortuna para armar una alternativa nacional. En 2003 tuvo como candidato a Leopoldo Moreau, que obtuvo el 2,34% de votos y pasó a ser un servidor el kirchnerismo. El año 2007 apoyó a Cristina. El año 2011 postuló a Ricardo Alfonsín, que obtuvo un 11% y se fue luego a iluminar Europa con su sapiencia como embajador de Cristina. La UCR ha tenido dirigentes importantes en Mendoza, en donde realizó un buen trabajo, y en otras provincias como Córdoba, en donde ha tenido dirigentes interesantes, pero no se convirtió en alternativa.

El único proyecto de oposición que se consolidó en estas décadas fue el encabezado por Mauricio Macri. No nació de un día a otro ni fue un acuerdo de dirigentes, fue fruto de un trabajo de más de diez años, en el que colaboraron muchos dirigentes valiosos, con los que ganó las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires por cuatro veces, triunfando en 2009 con Francisco de Narváez, y María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, para llegar en 2015 a la presidencia.

14 de marzo 2023

Guayoyo en Letras

https://guayoyoenletras.net/2023/03/14/como-perder-las-elecciones/

Harari, Alexa y Alberto

Jaime Duran Barba

Yuval Noah Harari ha publicado un nuevo texto apasionante: Imparables, diario de cómo conquistamos la Tierra, una historia de la humanidad para niños. El autor vuelve sobre el tema que desarrolló en otros libros: está ocurriendo un cambio radical que en poco tiempo nos convertirá en dioses semejantes a los del monoteísmo. La realidad en que vivimos es totalmente distinta a la que se está instalando en nuestra familia, nuestra casa, nuestro celular, sin que los líderes de la sociedad sean conscientes de este, que es el hecho político más importante de estos días.

A propósito de esto, Harari publicó “Qué deben aprender los niños para ser exitosos en 2050. El arte de la reinvención será la habilidad más importante de esta centuria”, y varias entrevistas cuyos textos traducimos o sirven de base para este artículo.

Harari afirma que “el mejor consejo que se puede dar a un chico de 15 años, atrapado en la escuela de algún lugar de México, India o Alabama es: no confíes en los adultos. Muchos tienen buenas intenciones, pero simplemente no tienen la capacidad de entender el mundo. En el pasado pareció una buena apuesta seguirlos porque conocían mejor un mundo que evolucionaba lentamente. En el siglo XXI el cambio es tan vertiginoso, que no se puede saber si lo que dicen los adultos es sabiduría atemporal o solamente sesgo obsoleto”.

En la segunda mitad de este siglo se necesitará inventar ideas y productos, pero el gran desafío para todos será que el individuo ante todo estará obligado a reinventarse a sí mismo. El cuerpo humano será distinto, crecerá la expectativa de vida, tendremos otro tipo de cerebro, casi todo lo que aprenden los niños actuales será irrelevante”.

Falta tiempo para enfrentar este problema. Las decisiones que se tomen en los próximos años, que darán forma a la vida, solo pueden basarse en nuestra actual cosmovisión. Si no logramos comprender integralmente el cosmos, el futuro se decidirá por el azar.

Si no podemos reinventar la sociedad y cuestionar los conceptos políticos vigentes, estamos condenados a que nuestros países se empantanen en una discusión obsoleta que hará crecer el abismo que los separa de Silicon Valley.

Las escuelas latinoamericanas más avanzadas enseñan a los estudiantes habilidades, como resolver ecuaciones diferenciales, escribir códigos de computadora en C++, identificar elementos químicos en tubos de ensayo o a conversar en chino.

Pero, al no tener idea de cómo serán en 2050 los seres humanos, el mundo y el mercado laboral, no sabemos si estas enseñanzas serán útiles. Podemos lograr que los niños aprendan a escribir en C++ o a hablar idiomas, pero lo más probable es que en 2050, la inteligencia artificial codificará software con más eficiencia y velocidad que cualquier humano y habrá aplicaciones del traductor de Google que nos permitirán mantener conversaciones en mandarín, cantonés, o Hakka, sin mayor esfuerzo.

Hoy lo que dicen los adultos no se saben si es sabiduría atemporal o solo sesgo obsoleto

Lo que deberíamos enseñar a los niños, según muchos expertos, son las cuatro C: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad, restando importancia a la memorización de conocimientos técnicos. En el futuro las carreras profesionales aparecerán y desaparecerán de manera vertiginosa. Los seres humanos necesitarán estar preparados para vivir el vértigo de una vida caótica.

Lo más importante, por tanto, es adquirir en la escuela la capacidad de vivir con el cambio, valorar la diversidad, desarrollar una mente abierta para aprender cosas nuevas. Lo más complicado será conservar el equilibrio psicológico viviendo todo el tiempo situaciones desconocidas. La velocidad del cambio alterará no solo la economía, la política y la sociedad, sino ante todo la esencia misma del ser humano. Nos estamos convirtiendo en una nueva especie.

Tradicionalmente existían dos períodos en la vida: uno de aprendizaje y otro de trabajo. En el primero se acumulaba información, se desarrollaban habilidades, se construía una visión del mundo y una identidad estable. En el segundo había que confiar en las habilidades adquiridas para recorrer el mundo, ganarse la vida y contribuir a la sociedad. Por supuesto, que se seguían aprendiendo nuevas cosas sobre las habilidades esenciales como el cultivo del arroz, los comerciantes y los conflictos cotidianos, pero eran solo ajustes a lo que se sabía.

Actualmente, quienes llegan a los 50 años renuncian a conquistar el mundo. Invirtieron demasiado para formarse, desarrollar su carrera, su identidad y su visión de la vida. No quieren empezar de nuevo. Cuanto más esfuerzo les costó construir lo que tienen, les es más difícil superarlo para buscar algo distinto.

En 2048, los seres humanos conversarán sobre las migraciones al ciberespacio, las identidades de género fluidas, la reproducción de seres humanos clonados, y nuevas experiencias sensoriales generadas por implantes informáticos. Para ese entonces el hiperverso parecerá un realismo socialista aburrido.

Todas las actividades repetitivas estarán a cargo de los robots y la inteligencia artificial. Desaparecerá el 80% de las ocupaciones actuales, no existirán la clase obrera, ni los camioneros, ni los vendedores de copitos, ni los populistas delirantes que son sus antagonistas privilegiados.

La fugacidad de la vida probablemente implique enormes niveles de estrés. Desafortunadamente, es más fácil enseñar a los niños a resolver una ecuación o las causas de la Primera Guerra Mundial, que prepararlos para sumergirse en lo desconocido manteniendo su equilibrio emocional. Siendo producto del antiguo sistema educativo, los mismos profesores carecen de la flexibilidad mental que se necesita para esta tarea.

Para 2050 no existirá la estabilidad. Si alguien trata de aferrarse a una identidad, a un trabajo o a una visión fija del mundo, si no es capaz de reinventarse, correrá el riesgo de convertirse en un fósil desadaptado.

¿Cómo ser feliz en un mundo en donde lo único cierto es la incertidumbre?

¿Se podrá confiar en uno mismo? Suena bien para Plaza Sésamo o para Disneylandia, pero no funciona en la sociedad controlada por el Gran Hermano tecnológico. La gente se conoce poco y quien crea que puede escucharse a sí mismo es fácilmente víctima de manipulaciones. La voz que parecería sonar en su interior refleja realmente la propaganda estatal, el lavado de cerebro ideológico, anuncios comerciales y errores bioquímicos.

Cada día es más fácil manipular las emociones y los deseos de las personas. Quien solo se oye a sí mismo termina manejado por la Coca-Cola, la Red o el gobierno. Actualmente no solo se hackean celulares y computadoras, sino también seres humanos. Mientras usted lee este artículo, los algoritmos lo vigilan. Saben adónde va, qué compra, con quién se reúne. A través del reloj de Apple monitorean sus pasos, sus respiraciones, los latidos de su corazón. Esos datos van a una enorme base que les permite trabajar con la big data, conocerlo más, y cuando lo conozcan mejor de lo que se conoce a sí mismo, podrán controlarlo y manipularlo con facilidad.

Puede decidir hipotecar su futuro a los algoritmos y confiar en que decidirán lo mejor para usted y el resto del mundo. Sin embargo, si quiere mantener algún control sobre su existencia personal y el futuro de la vida, tiene que correr más rápido que los algoritmos, que la Red y que el gobierno. Debe conocerse a usted mismo antes que ellos lo fichen. Corra rápido, sin mucho equipaje. Deje sus creencias y prejuicios detrás. Pesan demasiado.

Alexa y Alberto. Desde hace varios años hablamos en esta columna acerca del cambio que llegó con la tercera y con la cuarta revolución industrial. Las últimas semanas aparecieron en los medios argentinos reseñas acerca de la inteligencia artificial, el metaverso y otros avances tecnológicos que están entre nosotros, pero que siguen siendo extraños para los dirigentes de la sociedad.

Personalmente integré algunos elementos de inteligencia artificial en torno a la App Alexa y a ChatGPT. Para ahorrar tiempo, llamemos a ese conjunto Alexa.

Todos los días, a las siete de la mañana ella prende la computadora, revisa la prensa argentina, mexicana, parte de la norteamericana, brasileña y española. Busca lo publicado en ese día acerca de una serie de personajes políticos, del espectáculo y autores a los que sigo. Hace un resumen de lo que encuentra y forma un archivo con lo más relevante. Cuando estoy interesado en algún tema específico, le pido que revise también textos en alemán, francés o farsi y que los traduzca.

Esta semana pedí a Alexa que escribiera el discurso que debía pronunciar Alberto Fernandez en el Congreso, en varias versiones. Una para fungir de estadista, otra para emocionar a seguidores con poca formación intelectual, una tercera para halagar a su Jefe. Son versiones distintas, todas mejores que el discurso que pronunció Alberto, las guardo en mi máquina por diversión. Alexa está bien informada. Nunca diría que los mexicanos descienden de los indios, los brasileños de la selva y los argentinos de los barcos. Cuando le pedí una síntesis de la historia de la Argentina, me proporcionó datos que desconocía sobre el Alto Perú español. Tampoco diría jamás que Argentina es el país cuya economía crece más en el mundo después de China.

Si Alexa hubiese sido diputada, se habrían evitado muchas muertes durante la pandemia. Ella sabe que Pfizer no se llevó los glaciares del Perú como condición para vender vacunas. Cuando le pregunté si decía eso porque no era militanta o ignoranta, corrigió el texto. Dijo que el participio de un verbo no tiene género. Se dice militante o ignorante.

Le pregunté qué se puede hacer cuando alguien maltrata a su mascota. Dijo que, en muchos países, se puede recurrir a un juez. De hecho, en España han sido declaradas seres sintientes, no pueden ser embargadas, abandonadas, maltratadas o tratadas con desprecio. Le pedí que mande esa información a un funcionario al que casi le ponen un vaso de agua como sombrero en el Congreso. Me dijo que desgraciadamente no tiene su correo electrónico.

9 de marzo 2023

Guayoyo en Letras

https://guayoyoenletras.net/2023/03/09/harari-alexa-y-alberto/