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Mariana Mazzucato, Ngozi Okonjo-Iweala, Johan Rockström, Tharman Shanmugaratnam

Hay que enfrentar la crisis hídrica global

Mariana Mazzucato, Ngozi Okonjo-Iweala, Johan Rockström, Tharman Shanmugaratnam

La crisis hídrica mundial ya no se puede ignorar. Sin una gestión adecuada del agua, no podremos enfrentar el cambio climático, y la mayor parte de los Objetivos de Desarrollo

La serie inédita de inundaciones, sequías, ciclones y olas de calor del año pasado fue una muestra de lo que viene. Pero mientras esos desastres concitan abundante atención, la crisis hídrica subyacente pasa inadvertida. Los problemas relacionados con el agua (su escasez o su exceso, que no sea pura y apta para el consumo) ya provocan inseguridad alimentaria y sanitaria crónica en regiones enteras. Cada 80 segundos muere un niño de menos de cinco años por una enfermedad causada por el agua contaminada; y cientos de millones más crecen sin poder desarrollarse bien y con perspectivas vitales disminuidas.

Para colmo de males, hemos ingresado a un círculo vicioso en el que a través de su interacción, la crisis hídrica, el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad y de capital natural se agravan mutuamente. La erosión de humedales y la pérdida de humedad del suelo amenazan con convertir algunos de los grandes depósitos de carbono del planeta en nuevas fuentes de emisión de gases de efecto invernadero, con consecuencias climáticas devastadoras.

La mayor parte de la lluvia que recibe un país cualquiera se genera fuera de su territorio. La disponibilidad de agua dulce depende en última instancia de las precipitaciones, que a su vez dependen de la presencia de océanos estables, bosques intactos y ecosistemas saludables en otros países y regiones. Pero estamos desestabilizando la capacidad de los sistemas terrestres y oceánicos para generar agua.

Como copresidentes de la Comisión Mundial sobre la Economía del Agua, convocamos a una acción colectiva para superar la crisis hídrica. Debemos organizar una respuesta más audaz, con mayor integración intersectorial, más interconectada en los niveles nacional e internacional y más equitativa que las iniciativas anteriores. Nuestro trabajo muestra que esto demandará una nueva «economía del agua» y una estrategia integral basada en siete puntos clave.

En primer lugar, debemos reconocer que el ciclo mundial del agua es un bien común y gestionarlo como tal. Puesto que en última instancia todos estamos conectados a través del agua, debemos trabajar juntos para romper el círculo vicioso y volver a una trayectoria hídrica sostenible. Eso demandará una mirada basada en la justicia y la equidad para todas las comunidades en todos los lugares del mundo.

En segundo lugar, debemos adoptar un enfoque de misión, que abarque todas las formas en las que el agua es un elemento clave del bienestar humano. Eso implica tratar el acceso a agua apta para el uso doméstico como un derecho humano y actuar en forma colectiva para estabilizar el ciclo hidrológico global mediante una gestión del uso industrial del agua. Para garantizar la seguridad alimentaria y la resiliencia de las cadenas de suministro de alimentos, y para preservar la biodiversidad y los sumideros naturales de carbono, necesitamos una revolución en la gestión del agua verde (de lluvia) y azul (de riego).

Además de movilizar a las diversas partes interesadas, tenemos que usar políticas de innovación y estrategias industriales para catalizar soluciones a la crisis hídrica. Hay que aumentar las inversiones en el agua por medio de nuevas alianzas público‑privadas tan ambiciosas como las que nos llevaron a la Luna hace cincuenta años; pero con condiciones contractuales que garanticen una amplia coparticipación en el valor creado en forma colectiva.

En tercer lugar, hay que dejar de subvalorar el agua. Con una fijación de precios adecuada y apoyo selectivo a los hogares pobres, habrá un uso más eficiente del agua en todos los sectores, más equitativo entre comunidades y más sostenible en los niveles local y global. Pero los procesos de toma de decisiones también deben tener en cuenta el valor no económico del agua, para proteger el ecosistema más amplio del que depende el ciclo del agua (y con él, las sociedades humanas).

En cuarto lugar, debemos eliminar en forma gradual subsidios al agua y a la agricultura por un monto anual cercano a los 700 000 millones de dólares (que a menudo alientan un consumo excesivo de agua y otras prácticas perjudiciales para el medioambiente) y reducir las pérdidas en los sistemas de distribución actuales. Eso liberará importantes recursos para incentivar la conservación del agua y dar apoyo directo a los hogares pobres.

En quinto lugar, debemos establecer alianzas para la justicia hídrica de modo tal que los países de ingresos bajos y medios puedan invertir en el acceso al agua y en la resiliencia y sostenibilidad de los sistemas hídricos, en formas que contribuyan al mismo tiempo a sus objetivos nacionales de desarrollo y al bien común global.

Esas alianzas ayudarán a reunir una variedad de flujos de financiación, no sólo porque los ineficientes subsidios locales se redirigirán a usos mejores, sino también porque los bancos multilaterales y otras instituciones de financiación del desarrollo podrán multiplicar el impacto de los fondos públicos y atraer junto con ellos más capital privado hacia los proyectos. El retorno económico de esas inversiones superará con creces el costo, sobre todo si las alianzas se diseñan de modo tal de maximizar sinergias con las iniciativas de lucha contra el cambio climático y lograr un crecimiento más inclusivo.

En sexto lugar, tenemos que dar apoyo a innovaciones más dinámicas que extiendan el alcance de los escasos recursos hídricos. Esas inversiones también generarán grandes retornos. El viaje a la Luna produjo avances no sólo en la industria aeroespacial sino también en las de los alimentos, la electrónica, las comunicaciones, los materiales y el software. Del mismo modo, concentrarnos en el desafío hídrico implica cambios en la forma de hacer muchas cosas, y eso traerá grandes avances creativos en muchos sectores.

Por ejemplo, para fortalecer los sistemas de almacenamiento de agua dulce tenemos que reimaginar el modo de gestionar los humedales y los recursos hídricos subterráneos, que hoy están peligrosamente agotados. El desarrollo de una economía urbana circular (orientada al reciclaje) para el agua creará una nueva lógica para el tratamiento de aguas de desecho industriales y urbanas. El uso de sistemas de riego de precisión, agricultura de secano resistente a sequías y cultivos que demanden menos agua aumentará la sostenibilidad de los sistemas alimentarios y los ingresos de los agricultores. Y es posible reducir la huella hídrica de los procesos industriales, por ejemplo mediante la reutilización del agua en la producción de materiales críticos como el litio que necesitamos para una electrificación a gran escala.

Por último, tenemos que reconfigurar la gobernanza multilateral del agua. El sistema actual está muy fragmentado y no está a la altura del desafío. Una herramienta útil en esto es la política comercial. Incluyendo normas sobre conservación del agua en los acuerdos comerciales podemos alentar prácticas más sostenibles y desalentar los ineficientes subsidios al agua. También debemos usar el multilateralismo para desarrollar habilidades y capacidades en el nivel global y para proteger a los agricultores, las mujeres, los pueblos indígenas y los consumidores que están en la primera línea de la lucha por la conservación del agua.

Todavía estamos a tiempo de convertir la crisis hídrica en una oportunidad global para un amplio progreso económico y para un nuevo contrato social centrado en la justicia y la equidad. Si no lo hacemos, dejaremos de tener un sistema planetario seguro.

Traducción: Esteban Flamini

17 de marzo 2023

Project Sybdicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/global-water-crisis-new-eco...

Transformar la economía y la gobernanza del agua

Mariana Mazzucato, Ngozi Okonjo-Iweala, Johan Rockström, Tharman Shanmugaratnam

Las inundaciones, sequías, olas de calor e incendios que están devastando muchas partes del mundo ponen de manifiesto dos hechos fundamentales. En primer lugar, el daño a los suministros de agua dulce genera cada vez más presión sobre las sociedades (en particular las pobres), con amplias consecuencias respecto de la estabilidad económica, social y política. En segundo lugar, el impacto combinado de las condiciones extremas actuales no tiene precedentes en la historia de la humanidad y supera la capacidad de respuesta de las autoridades.

En África oriental, una devastadora sequía que ya dura cuatro años ha destruido los medios de vida de millones de personas y ha dejado a más de 20 millones en riesgo de morir de hambre. En Pakistán, las últimas inundaciones han dejado bajo el agua un tercio de la superficie del país; al menos 1500 personas han muerto hasta el momento, y se ha perdido el 45% de la cosecha de este año. En China, una ola de calor nunca antes vista ha causado grave escasez de agua en regiones que equivalen a un tercio de la producción de arroz del país.

Además, sequías e incendios en Estados Unidos y Europa, y graves inundaciones y sequías en toda la India, han reducido la producción mundial de granos y las exportaciones de alimentos; eso resalta hasta qué punto la producción alimentaria depende de grandes volúmenes de agua estables. Con el agravante del efecto de la guerra en Ucrania sobre el suministro de granos y fertilizantes, existe un riesgo sustancial de que esta crisis mundial de alimentos perdure.

Por primera vez en la historia, la actividad humana pone en peligro el agua en su origen mismo. El cambio climático y la deforestación están alterando la temporada de monzones; eso provoca derretimiento del hielo en la meseta del Tíbet y afecta el suministro de agua dulce del que dependen más de mil millones de personas. El aumento mundial de temperaturas modifica los patrones de evaporación y reduce la retroalimentación de humedad desde los bosques, lo cual altera las precipitaciones viento abajo. Y el hecho mismo de que el ciclo global del agua esté desestabilizado contribuye a agravar el cambio climático. Por ejemplo, el agotamiento del agua en el suelo y en los bosques reduce su capacidad para la captura de carbono.

Restricciones al uso del agua, cortes de energía y otras medidas provisorias no pueden seguir ocultando el hecho de que nuestros sistemas de gobernanza y gestión del agua no son adecuados para un mundo de cambio ambiental a gran escala. Todos nuestros esquemas actuales dependen del supuesto (que ya no es válido) de que el suministro de agua es relativamente estable (dentro de los límites de variabilidad natural), predecible y manejable en forma localizada. Pero la crisis del agua es global, y sólo puede resolverse con un cambio de mentalidad y nuevos modelos de gobernanza.

Debemos reconocer el hecho de que todos los grandes desafíos ambientales que enfrentamos se relacionan con el agua (porque es mucha, porque es poca, o porque está demasiado contaminada para el uso humano). Ahora la tarea es comprender los vínculos entre el agua, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, y darle al agua una definición, un valor y un modo de gestión adecuados en cuanto bien común global. Esta forma de conceptualizar el agua nos permitirá movilizar la acción colectiva y diseñar nuevas reglas que pongan la equidad y la justicia en primer plano.

La mayoría de los gobiernos lleva demasiado tiempo ignorando los fallos del mercado o respondiendo a ellos con parches, en vez de movilizar a los sectores público y privado en torno de ambiciones compartidas. El sector público debe verse a sí mismo como un actor configurador del mercado, que trabaje con todas las partes interesadas en la economía del agua para abrir senderos a la innovación y a la inversión y garantizar el acceso universal a agua pura y saneamiento y una provisión de agua suficiente a los sistemas alimentarios, energéticos y naturales.

Una enseñanza clave de los desafíos del pasado que demandaron innovación sistémica es que se necesita definir una misión clara que organice nuestros esfuerzos. Las políticas orientadas a una misión permiten a los gobiernos dirigir la innovación y el conocimiento práctico directamente al logro de objetivos críticos. Cuando las guía una mirada inclusiva basada en el «bien común», tienen una capacidad única para entregar soluciones a desafíos que demandan niveles inmensos de coordinación y financiación a lo largo de muchos años. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y las crisis hídricas son ejemplos exactos de esa clase de desafíos.

Las estrategias basadas en el concepto de misión pueden ayudar a los gobiernos a innovar con un sentido de propósito, dirección y urgencia. Pero para que sean eficaces, es necesario que las autoridades oigan la experiencia y la sabiduría de la ciudadanía, de las comunidades y de los innovadores que saben cómo prosperar en un mundo de escasez de agua, de temperaturas más altas y de alteración de los sistemas costeros y fluviales.

Debemos reconocer las amenazas contra el sistema global de agua dulce y convertir esa conciencia en acciones colectivas. Como la escasez de agua pondrá en peligro todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible, debe reafirmar nuestra determinación colectiva a limitar el aumento de temperaturas a no más de 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales (como estipula el Acuerdo de París sobre el clima) y a preservar los sistemas naturales que garantizan pautas estables de lluvia y escurrimiento.

Al responder a estos desafíos globales, debemos integrar los principios de equidad y justicia como parte esencial de cualquier nuevo sistema que pensemos. Ninguna comunidad puede prosperar sin un suministro fiable de agua pura. Pero para proteger este bien común global se necesita un cambio de políticas y de sistemas.

Es necesario reorientar la legislación y la economía hacia el acceso universal a agua potable, saneamiento e higiene y hacia la creación de sistemas alimentarios más resilientes y sostenibles. Se necesita un cambio de incentivos para que el sector privado pueda hacer su parte en la provisión de acceso a tecnología e innovación a países pobres y ricos por igual. Esto demandará financiación a largo plazo y mecanismos novedosos para regular los modos de colaboración entre los sectores público y privado.

La Conferencia de Naciones Unidas sobre el Agua en 2023 (la primera en casi cincuenta años) será una ocasión trascendental para que la comunidad internacional empiece a imaginar un futuro que sirva para todos. A modo de preparación, podemos encontrar inspiración en Nicholas Stern, que reescribió la economía del cambio climático, y en Partha Dasgupta, que hizo lo mismo con la economía de la biodiversidad. En nuestro carácter de copresidentes de la Comisión Mundial sobre la Economía del Agua, nuestro objetivo es transformar la visión que tiene el mundo respecto de su economía y de su gobernanza, para que se le dé mucha más importancia a la equidad, la justicia, la eficacia y la democracia.

Todavía podemos redefinir nuestra relación con el agua y rediseñar las economías para que se la valore como un bien común global. Pero el tiempo se agota. Para tener una chance de evitar una catástrofe climática y adaptarnos a los cambios inevitables, tenemos que asegurar un futuro hídrico resiliente para todas las sociedades, pobres y ricas por igual.

Este artículo contiene aportes de Quentin Grafton, Joyeeta Gupta y Aromar Revi, expertos principales de la Comisión Mundial sobre la Economía del Agua.

21 de septiembre 2022

Project Syndicate

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