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Luis Ugalde, S.J.

No tengo plata ni oro

Luis Ugalde, S.J.

En Venezuela amanece el año nuevo en pobreza integral: pobre el Estado, pobres las empresas, pobres las escuelas y las universidades, pobres los servicios públicos… Hasta la banca es pobre. De miseria los salarios e ingresos de millones de trabajadores y jubilados, sobre todo del sector público. Todo gracias al “socialismo del siglo XXI”. No hay mentira oficial que pueda tapar esta realidad. Es necesario reconocerla y enfrentarla unidos para derrotarla.

El mayor peligro no es la pobreza material, sino la resignación espiritual a la actual agonía social, económica y política; rendirse a una Venezuela sin vida y sin futuro.

La Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) todos los años empieza enero con una Asamblea para auscultar los signos vitales del país y de la propia Iglesia, para definir tareas y compartir su visión con todos los venezolanos. Por su parte los venezolanos, católicos o no, que no se resignan a la derrota, se preguntan por el aporte de la Iglesia; no faltan quienes temen que se someta y acomode a la actual gran derrota nacional. Más allá de las excelentes exhortaciones episcopales de los últimos años, los católicos y Venezuela entera necesitamos ahora una sacudida espiritual para levantarnos y ponernos en marcha para la urgente reconstrucción del país.

La Escritura nos ofrece una luz en Los Hechos de los Apóstoles que narra los primeros pasos de la naciente Iglesia en Jerusalén. Un día dos apóstoles de Jesús Pedro y Juan, al entrar como judíos fieles al templo a orar, se encontraron con un paralítico tendido en el suelo pidiendo limosna. Pedro le dijo “no tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y camina” (Hechos de los Apóstoles 3,5-11) y el paralítico se levantó ante el asombro de sus familiares y conocidos y se transformó en testigo de esa fuerza espiritual de Jesús que cambia todo. Hoy con esta Venezuela tullida y limosnera no tenemos futuro sin una fuerte sacudida espiritual. Levantarse en nombre de Jesucristo no es un individualista “sálvese quien pueda”, sino un amor radical que hace brotar la solidaridad con rescate de las instituciones públicas y el trabajo conjunto para el bien común, para el renacer de la República de ciudadanos frente a nuestra actual situación de habitantes resignados y desarticulados llorando la pérdida de la renta petrolera y su Estado. La sociedad civil, no es una abstracción, sino una realidad que nos transforma a millones de resignados, dispersos y tullidos en productores solidarios de riqueza sociopolítica.

Para esa transformación no basta un buen documento del Episcopado, sino que millones de venezolanos que somos Iglesia nos preguntemos “que puedo aportar yo”. Al pasar de pedir a dar, descubrimos que cuanto más damos, más riqueza espiritual tenemos y fuerza para renacer como país unido.

La Iglesia universal está en una reflexión sobre su identidad “sinodal” que renace como comunidad desclericalizada caminando juntos y descubriendo lo mucho que podemos aportar unidos.

Política renacida

Sin una sana política de pacto social solidario, no hay República. En medio del actual espantoso desprestigio de la política, necesitamos descubrir lo mucho que cada uno podemos aportar y lo imprescindible que es para el renacer político del país. Transformación del poder público que hoy sufrimos como dominio y latrocinio que ha degradado a la nación a ser un mendigo inválido postrado a la puerta del templo. El renacer de la sociedad civil enterrará el corrompido cadáver político (presente hoy de diversas maneras en el gobierno y la oposición) y alimentará las fuerzas renovadoras nacidas de ese espíritu que pone en pie nuestra acción responsable. Sabemos por experiencia que, en medio de los desastres, el solidario amor al prójimo se convierte en una indomable fuerza espiritual que transforma todo porque nos transforma a nosotros. Miremos a las miles de parroquias, capillas, comunidades de base, grupos apostólicos o activos servidores de la salud y educación… Somos muchos y es mucho lo que hacemos, pero todo ello es una mínima parte del potencial que necesitamos activar. La Iglesia caminando juntos con espíritu sinodal, aporta una fuerza transformadora que se multiplica cuando su voz y su ejemplo se vuelven convincentes para el conjunto del país. A pesar de la depresión, Venezuela no se resigna a la actual situación de agonía y de muerte. Tenemos como país un objetivo humano compartido y el compromiso de lograr juntos vida y libertad. Necesitamos que los derechos humanos florezcan y que los ideales democráticos expresados en la constitución regresen con unas elecciones democráticas, libres y justas en una Venezuela que no está sola sino acompañada de los países democráticos del mundo. Producir nuevas realidades y como soberanos elegir las autoridades, desde el presidente hasta el alcalde del pueblo más pequeño.

La vida del país, hoy postrado en la indigencia, viene con el renacer de la educación de calidad y de los medios de comunicación social libres, de las empresas productoras, del trabajo bien remunerado y del respeto a la opinión ajena que libera a los presos políticos y a los perseguidos y obedece y aplica una constitución rescatada.

Eso significa lo que dice Pedro – y nuestra Iglesia- al pueblo venezolano hoy postrado y sin fe en su enorme potencial espiritual: “En nombre de Jesucristo levántate y camina”.

Cuatro puertas cerradas y una llave

Luis Ugalde, S.J.

En Venezuela no todo es división y confusión. Hay claros consensos, incluso entre opositores y gobiernistas. Todos queremos cambio para lograr cuatro cosas: trabajo con buen salario, servicios públicos básicos como agua, luz transporte…, servicios de salud al alcance de todos y educación de calidad que ponga a valer el talento de cada uno, y la libertad sin dictadura. Solo algún trastornado o delincuente que vive de la maldad estará en desacuerdo.

Siendo esto así, cada día somos más -incluso chavistas- que nos preguntamos por qué el gobierno de Maduro no quiere o no puede hacer realidad estas urgencias de consenso nacional. Yo estoy convencido de que Maduro es inteligente y, me cuesta entender que quien tomó el mando del país con la promesa de acabar con la miseria y la exclusión, al ver resultados claramente contrarios no abre paso para que los venezolanos lleguemos a acuerdos básicos para resolver las cuatro grandes necesidades en las que ha fracasado el régimen. El grave enfermo nacional necesita consensos claros, sencillos y sin rollos politiqueros.

1-Trabajo y buen sueldo. Las empresas estatales fueron llevadas a la ruina y, las privadas espantadas: miles se cerraron, y la mayoría de las activas trabaja por debajo del 30% de su capacidad. Cualquiera entiende que, para generar trabajo bien remunerado para cinco millones de hombres y mujeres semiparalizados, es imprescindible una muy cuantiosa inversión de capital, fundamentalmente privado puesto que el Estado está arruinado. Pero es obvio que no vendrán miles de millones de dólares nacionales e internacionales, sin garantías jurídicas y bajo la amenaza de la espada del “exprópiese”, lista para decapitar a la empresa privada. El régimen ha entendido la necesidad de atraer capital y ha salido a regalar invitaciones y a vender promesas a quienes vengan a invertir. Pero nada logrará si no hay garantías, ni confianza. Imposible (ver Cuba) con el iluso “Socialismo del Siglo XXI” cuya piedra angular es la eliminación del “capitalismo explotador”. Al capital no le gusta suicidarse y huye rápido de la guillotina. Por eso, sectores como la construcción y la producción agrícola e industrial siguen paralizados, a pesar de que ciertas liberaciones hayan activado el comercio importador y el consumo deslumbrante en pequeños sectores. El salario de hambre de los trabajadores sigue bajando y el crédito nacional e internacional está muerto. Así no sube la producción nacional.

2-Servicios Públicos básicos. Nada caminará con la incapacidad e irresponsabilidad demostradas para restablecer el normal funcionamiento de servicios de electricidad y de agua, para lo cual el país había hecho cuantiosas y muy exitosas inversiones, que fueron la envidia de toda América Latina. Una lamentable gestión pública, corrupta e irresponsable, ha despojado a los venezolanos de luz y de agua y, los tortura. No olvidemos el Metro de Caracas que fue ejemplo de eficiencia y hoy, está en el abandono.

3-Servicios de Salud y Educación. Todos nos preguntamos cómo hizo la “revolución” para hundir la plataforma humana básica en servicios de salud y de educación puestos al alcance de toda la población. Hace 30 años pensábamos que lo logrado se había estancado y había que relanzarlo y sanearlo en muchos aspectos, pero nadie deseaba esta ruina que ha empujado a doloroso exilio a más de 6 millones de seres y ha convertido la educación y la salud pública en castigo para los que no tienen dinero.

4-El mesías engañoso. Uno de los peores engaños es el mesianismo milagrero que el chavismo agravó con el populismo reparticionista de una falsa “riqueza sin límites” que nos había caído en la lotería petrolera. El mesías milagrero convirtió esos ingresos en su caja chica para ir sacando decenas y decenas de “millarditos” (miles de millones de dólares) repartidos con criterio de populista desinversor que acabó hasta con la propia PDVSA. Los disparates se pagan y el mesías se fue en el 2013 dejando asentadas las bases de la ruina nacional que luego se han agravado hasta perder 80% del PIB (suma de la producción venezolana).

Volvamos a la realidad. Nos guste o no, no queda más alternativa que reprivatizar lo que mató la estatización. Ofrecer garantías jurídicas para que el capital y el trabajo se encuentren, reforzar mutuamente sus talentos y conectarse con las potencialidades naturales que tiene Venezuela, si se las sabe despertar. Todo un cambio profundo de nuestra mentalidad económica y su relación con la calidad educativa. No basta el cambio interno del país, sino que necesitamos una nueva relación internacional de confianza y de colaboración con gobiernos, multilaterales y capitales privados. Necesitamos superar las sanciones, lo que no se logrará si no recuperamos la democracia, los derechos humanos y las libertades básicas violadas.

La llave de las puertas cerradas. Ahora el desastre es de tal calibre y las necesidades tan dramáticas que es imprescindible una unidad nacional superior, un enorme apoyo internacional y pasar la página al trasnochado juramento anticapital. Esta puerta se abre si Maduro reconoce el fracaso estrepitoso e insostenible y de verdad camina hacia el acuerdo nacional con diversos actores. Ahora que las oposiciones organizadas parecen escondidas, la población ve y escucha con más claridad la falta de futuro y de esperanza con el régimen. La llave la tienen Maduro y sus militares que deben abrirse al cambio profundo. El malestar y la oposición no están muertos, sino silentes lo que permite escuchar de manera ruidosa la falta de esperanza gubernamental.

Abrir la puerta a la democracia y al acuerdo nacional- con gran solidaridad internacional. Para ello es imprescindible la apertura a la pluralidad democrática con elecciones justas, libres y abiertas a la alternabilidad.

Votar o no votar

Luis Ugalde, S.J.

No hay condiciones democráticas para votar, por eso la primera reacción normal es negarnos, como ciudadanos, a votar mientras no pongan las condiciones exigidas. Pero sabemos que para la dictadura no se trata de un descuido que va a corregir, sino de un plan para ganar la elección combinando sus trampas con la abstención de los demócratas que somos el 80% de los electores. Así lo viene haciendo el régimen. Estas elecciones van sin condiciones democráticas porque son para reforzar la dictadura. Por eso, yo, personalmente, voy a votar , pues la abstención deja paso libre al régimen y nos aleja el cambio necesario.

Yo voto para:

1- Protestar y demostrar que el régimen es clara minoría y que la suma de la variada oposición que exige la salida del régimen, es mayoría clamorosa.

2- Expresar nacional e internacionalmente la absoluta necesidad de cambiar de régimen y del sistema que nos ha traído a esta ruina y miseria.

3- Salir más unidos, organizados y movilizados en todos los rincones del país y reclamando prontas elecciones presidenciales y parlamentarias, exigidas también por las democracias del mundo para acelerar la reconstrucción de Venezuela con un nuevo sistema.

4- Obligar también a los opositores hoy vergonzosamente divididos a la fundamental unión democrática.

5- Crecer en esperanza fundada con algunos triunfos y aciertos opositores y salir con más indignación nacional contra los abusos y trampas del régimen.

6- Salir con más Poder en la base (movilización, organización e indignación) y con más sociedad civil que obligue a los partidos a la renovación.

Pero sin caer en la ilusión de pensar que la votación dictatorial y sus abusos vayan a ser democráticos el 21 de Noviembre y preguntándose para qué sirve la inmensa mayoría que desesperadamente necesita y quiere cambio si en esas votaciones se queda en casa y callada.

Tener muy claro y difundir la idea de que éste es un paso y una presión para las elecciones presidenciales en condiciones democráticas, que no se hicieron y exigir los Derechos Humanos violados. Como dice la Conferencia Episcopal en mensaje del 30 de Noviembre de 2020 ”El evento electoral convocado para el próximo 06 de Diciembre, lejos de contribuir a la solución democrática de la situación política que hoy vivimos, tiende a agravarla (…) aún deben realizarse las elecciones presidenciales, pues las de 2018 estuvieron signadas por condiciones ilegítimas que han dejado al actual régimen, a los ojos de Venezuela y de muchas naciones, como un Poder de Facto. La voluntad mayoritaria del pueblo venezolano es dilucidar su futuro político a través de la vía electoral. Esto implica una convocatoria a unas auténticas elecciones parlamentarias y elecciones presidenciales con condiciones de libertad e igualdad para todos los participantes, y con acompañamiento y seguimiento de organismos intencionales plurales”.

Exigir a los partidos políticos madurez y cambio.