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Josep Borrell

Por qué Europa y América Latina se necesitan mutuamente

Josep Borrell

En el peligroso e imprevisible mundo multipolar en el que vivimos actualmente, las relaciones comerciales siguen teniendo una importancia fundamental. Pero no pueden separarse de la geopolítica. Muchos europeos creyeron durante mucho tiempo que podían serlo, pero la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania ha puesto de manifiesto los riesgos que plantea la dependencia de la Unión Europea del gas ruso y nos ha demostrado que este enfoque ya no es sostenible.

Si la UE quiere ser reconocida como un verdadero actor geopolítico, no bastará con reforzar nuestra unidad interna. También debemos recalibrar nuestra brújula estratégica, utilizando nuestros instrumentos políticos y económicos de forma más coherente e identificando no sólo los riesgos sino también las oportunidades de forma más eficaz. Por eso he defendido desde el principio de mi mandato que Europa debe profundizar sus vínculos con los países de América Latina y el Caribe.

Para dar el salto cualitativo que necesitamos, tendremos que reforzar el diálogo político al más alto nivel. Pero para que nuestros esfuerzos sean creíbles, también debemos completar la modernización de los acuerdos de asociación existentes con México y Chile, firmar el acuerdo negociado post-Cotonou con la comunidad de África, el Caribe y el Pacífico, ratificar el acuerdo de asociación con los países centroamericanos y finalizar el acuerdo UE-Mercosur.

Aunque el comercio desempeña un papel importante en todos estos acuerdos, ninguno puede considerarse sólo un acuerdo comercial. El más complejo de estos acuerdos es el de Mercosur, que llevamos negociando desde hace más de dos décadas. El tango podría decir que veinte años no es nada, pero en este caso es demasiado tiempo.

En una visita a Sudamérica el mes pasado, tuve la oportunidad de reunirme con los líderes de Argentina, Paraguay y Uruguay, que actualmente ostenta la presidencia rotatoria del Mercosur. Más recientemente, felicité al Presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, por su elección. En todas estas conversaciones, el acuerdo UE-Mercosur ocupó un lugar destacado. Intenté transmitir a estos líderes que la voluntad política de finalizar este acuerdo mutuamente beneficioso está muy viva.

Hay que reconocer que la palabra "estratégico" se utiliza en exceso. Pero, en el caso del acuerdo UE-Mercosur, no podría ser más adecuada. Aunque algunos se opongan a él -invocando la existencia de intereses contrapuestos- hay argumentos de peso para finalizar este acuerdo.

Para empezar, el acuerdo UE-Mercosur es mucho más que un acuerdo comercial. Se trata de un instrumento profundamente político que, al impulsar el diálogo y la cooperación, sellaría una alianza estratégica entre dos regiones que se encuentran entre las más alineadas del mundo en términos de intereses y valores, y que comparten una visión similar del tipo de sociedades que queremos.

Además, a ambos lados del Atlántico, pretendemos reforzar nuestra autonomía estratégica y mejorar nuestra capacidad de resiliencia económica reduciendo las dependencias excesivas. Sin embargo, la autonomía no significa aislamiento. Más bien significa diversificar las cadenas de valor, lo que a su vez requiere la cooperación con socios económicos y políticos fiables.

Al reunir a dos de los mayores bloques comerciales del mundo -con una población combinada de más de 700 millones de personas- el acuerdo UE-Mercosur sería el mayor acuerdo comercial que la UE haya firmado jamás. También sería el primer acuerdo comercial global de Mercosur, que reforzaría la integración de la agrupación.

Las normas comunes abrirían las puertas entre nuestros grandes mercados y generarían oportunidades reales para las empresas de ambas partes, apoyando la creación de empleos de alta calidad en Europa y en América Latina. Reconociendo que existe una asimetría económica entre ambas regiones, el acuerdo especifica que el comercio se abriría progresivamente, dando así tiempo a los sectores relevantes para modernizarse y ser competitivos.

Los países del Mercosur quieren exportar más a Europa, pero también quieren evitar quedar reducidos a exportadores de recursos extractivos. Pretenden desarrollar su capacidad productiva y exportadora, añadiendo valor a los recursos naturales a través de la innovación y la tecnología, al tiempo que se adhieren a estrictas normas sociales y medioambientales.

Un tercer argumento a favor del acuerdo UE-Mercosur radica en su potencial para impulsar la acción climática y la protección del medio ambiente. De hecho, el acuerdo político que la UE y el Mercosur alcanzaron en 2019 fue uno de los primeros de su categoría en incluir una referencia al acuerdo climático de París. Sin embargo, en Europa hay dudas sobre el alcance de este compromiso, sobre todo teniendo en cuenta la aceleración de la deforestación en el Amazonas en los últimos años. Algunos en Europa sostienen que la legislación autónoma de la UE sería la única forma creíble de avanzar. Pero no podemos aislarnos y cambiar el mundo al mismo tiempo. Nuestro marco normativo debe ir acompañado de un mayor diálogo y cooperación internacionales, centrados en aclarar los compromisos compartidos y en construir cadenas de valor más sostenibles.

El Presidente electo Lula ha dejado claro su deseo de defender la democracia de Brasil, curar las heridas de su sociedad, avanzar en la causa de la justicia social e impulsar la economía al tiempo que aborda el cambio climático y la deforestación de la Amazonia. El acuerdo con la UE apoyaría este esfuerzo al permitir el intercambio de conocimientos, la mejora de las normas, el refuerzo de la protección del medio ambiente y modos de producción sostenibles. La parte europea propondrá un instrumento adicional que especifique nuestros compromisos compartidos en materia de sostenibilidad medioambiental.

Por último, el acuerdo UE-Mercosur no es un final, sino un principio. Marca el inicio de un camino compartido y crea el marco institucional necesario para facilitar la cooperación en una amplia gama de áreas de interés mutuo, desde la protección de los derechos humanos y el desarrollo sostenible hasta la regulación de la economía digital y la lucha contra el crimen organizado. Este acuerdo impulsará nuestras relaciones no sólo entre gobiernos e instituciones, sino también entre parlamentarios, sociedad civil, empresarios, estudiantes, universidades, científicos y creadores.

Es hora de abandonar las tácticas a corto plazo. En un mundo de gigantes, la UE y Mercosur representan juntos el 10% de la población mundial y el 20% del PIB global. Si Europa y Mercosur quieren ser influyentes, el acuerdo comercial UE-Mercosur es, pues, un imperativo estratégico. La presidencia brasileña del Mercosur y la presidencia española de la UE, que comienza en el segundo semestre de 2023, ofrecen una gran oportunidad para inyectar el impulso que necesita la relación UE-Mercosur.

30 de noviembre 2022

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/eu-mercosur-must-complete-t...

La guerra de Putin ha dado lugar a la Europa geopolítica

Josep Borrell

Algunas semanas pueden parecer décadas, y esta semana ha sido una de ellas. Con el desnudo acto de agresión de Rusia contra Ucrania, la tragedia de la guerra ha vuelto a estallar en Europa. Las fuerzas rusas han bombardeado viviendas, escuelas, hospitales y otras infraestructuras civiles. La maquinaria propagandística del Kremlin se ha disparado en su esfuerzo por justificar lo injustificable. Más de un millón de personas han huido ya de la violencia, y aún quedan más por llegar.

Los ucranianos, por su parte, están organizando una heroica defensa de su país, impulsados por el liderazgo del presidente Volodymyr Zelensky. Ante la escalada de ataques y las absurdas afirmaciones del Kremlin que niegan su identidad nacional, los ucranianos han demostrado unidad y resistencia. Atascado en el pasado, el presidente ruso Vladimir Putin puede haberse convencido de que Ucrania le pertenece bajo su visión de una "gran Rusia". Pero los ucranianos han demostrado que su país les pertenece a ellos, y que su futuro es europeo.

La Unión Europea ha entrado en acción. Mientras algunos esperaban que titubeáramos, que estuviéramos divididos y que reaccionáramos con lentitud, hemos actuado a una velocidad récord para apoyar a Ucrania, rompiendo tabúes en el camino. Hemos impuesto sanciones sin precedentes a los oligarcas vinculados al Kremlin y a los responsables de la guerra. Medidas que eran impensables hace tan solo unos días -como la prohibición de acceso al sistema SWIFT a los principales bancos rusos y la congelación de los activos del banco central ruso- ya están siendo implementadas. Y, por primera vez, la UE está apoyando a los Estados miembros en el suministro de equipos militares a la asediada Ucrania, movilizando 500 millones de euros (554 millones de dólares) a través del Fondo Europeo para la Paz.

Hemos hecho todo esto junto con otros países para garantizar que estas medidas tengan el máximo efecto. Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Suiza, Japón, Singapur y muchos otros centros neurálgicos financieros y económicos se han unido a nosotros en la adopción de duras sanciones. La indignación internacional contra Rusia se está extendiendo en cascada, incluso a los deportes y las artes. Una estampida de empresas está abandonando el mercado ruso.

Sin embargo, las noticias que nos llegan desde el terreno en Ucrania son horribles y aleccionadoras, sin que nadie sepa cómo acabará esta guerra. Putin intentará excusar el derramamiento de sangre que ha desencadenado describiéndolo como un subproducto inevitable de algún choque mítico entre Occidente y el Resto; pero no convencerá a casi nadie. La inmensa mayoría de los países y pueblos de todo el mundo se niegan a aceptar un mundo en el que un líder autocrático pueda simplemente apoderarse de lo que quiera mediante una agresión militar.

El 2 de marzo, una abrumadora mayoría de la Asamblea General de las Naciones Unidas -141 países- votó a favor de los derechos soberanos de Ucrania, denunciando las acciones de Rusia como una clara violación de la Carta de la ONU y del derecho internacional. Sólo cuatro países votaron con Rusia (los 35 restantes se abstuvieron). Esta histórica muestra de consenso mundial demuestra hasta qué punto los dirigentes rusos han aislado a su país. La UE se esforzó por lograr este resultado en la ONU, y estamos totalmente de acuerdo con el Secretario General de la ONU, António Guterres, en que la tarea ahora es poner fin a la violencia y abrir la puerta a la diplomacia.

En la semana transcurrida desde la invasión rusa, también hemos asistido al tardío nacimiento de una Europa geopolítica. Durante años, los europeos han debatido cómo hacer que la UE sea más sólida y consciente de la seguridad, con unidad de propósito y capacidades para perseguir nuestros objetivos políticos en la escena mundial. Se puede decir que en la última semana hemos avanzado más en ese camino que en la década anterior.

Se trata de un avance positivo, pero aún queda mucho por hacer. En primer lugar, debemos prepararnos para apoyar a Ucrania y a su pueblo a largo plazo, tanto por su bien como por el nuestro. No habrá seguridad para nadie si permitimos que Putin se imponga. Si ya no hay reglas, todos estaremos en peligro. Por eso debemos garantizar la supervivencia de una Ucrania libre. Y para ello, debemos mantener una apertura para que Rusia vuelva a la razón, para que se pueda restablecer la paz.

En segundo lugar, debemos reconocer lo que esta guerra supone para la seguridad y la resiliencia europea en general. Consideremos la dimensión energética. Está claro que reducir nuestra dependencia de las importaciones energéticas de potencias autoritarias y agresivas es un imperativo estratégico urgente. Es absurdo que hayamos financiado literalmente la capacidad de nuestro oponente para hacer la guerra. La invasión de Ucrania debería dar un nuevo impulso a nuestra transición energética y ecológica. Cada euro que invirtamos en el desarrollo de energías renovables en casa reducirá nuestras vulnerabilidades estratégicas y ayudará a evitar un cambio climático catastrófico. Reforzar nuestra base también significa hacer frente a las agresivas redes de desinformación de Rusia y perseguir el ecosistema de financiación y tráfico de influencias del Kremlin.

En tercer lugar, en un mundo basado en la política del poder, necesitamos la capacidad de coaccionar y defendernos. Sí, esto incluye medios militares y desarrollárosla necesidad de favorecer su desarrollo. Pero la esencia de lo que la UE ha hecho esta semana es utilizar todas las políticas e instrumentos -que siguen siendo principalmente de naturaleza económica y reguladora- como instrumentos de poder. Deberíamos partir desde esta base en las próximas semanas, en Ucrania, pero también en otros lugares, según sea necesario.

La tarea principal de la "Europa geopolítica" es sencilla. Debemos utilizar nuestro nuevo sentido de propósito primero para garantizar una Ucrania libre, y luego para restablecer la paz y la seguridad en todo nuestro continente.

3 de marzo 2022

Project Syndicate

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La fuerza no da la razón, las guerras injustas están condenadas a fracasar

Josep Borrell

A esta hora muy oscura, en la que vemos como ocurre la invasión no provocada e injustificada de Rusia a Ucrania y las campañas masivas de desinformación y manipulación informativa, debemos separar las mentiras ―inventadas para justificar lo injustificable― de los hechos. Los hechos son que Rusia, una de las principales potencias nucleares, ha atacado e invadido un país vecino pacífico y democrático, que no suponía ninguna amenaza para ella. Además, el presidente Putin amenaza con tomar represalias contra cualquier otro país que pudiera acudir al rescate del pueblo ucraniano. Este uso de la fuerza y coerción no tiene cabida en el siglo XXI.

Lo que está haciendo el presidente Putin no sólo es una grave violación del derecho internacional, sino que es una violación de los principios básicos de la coexistencia humana. Con su decisión de traer la guerra a Europa, vemos un regreso de la «ley de la selva», en la que la fuerza da la razón. El objetivo no es sólo Ucrania, sino la seguridad de Europa y todo el orden internacional basado en normas, el sistema de la ONU y el derecho internacional.

Su agresión se está cobrando vidas inocentes, destruyendo el deseo de la gente de vivir en paz. Se están atacando objetivos civiles, violando claramente el derecho internacional humanitario, obligando a la gente a huir. Vemos una catástrofe humanitaria desarrollándose. Durante meses, invertimos todos nuestros esfuerzos en lograr una solución diplomática. Pero Putin mintió a la cara de todos aquellos que se reunieron con él, fingiendo que le interesaba una solución pacífica. Sin embargo, ha optado por una invasión total, una guerra a gran escala.

Rusia debe poner fin de inmediato a sus operaciones militares y retirarse incondicionalmente de todo el territorio de Ucrania. Lo mismo debe hacer Bielorrusia, que debe dejar inmediatamente de estar involucrada en esta agresión y respetar sus obligaciones internacionales. La Unión Europea está unida para ofrecer su firme apoyo a Ucrania y a su pueblo. Se trata de una cuestión de vida o muerte. Acabamos de adoptar un paquete de emergencia para apoyar a las fuerzas armadas ucranianas en su lucha.

En respuesta, la comunidad internacional optará ahora por un aislamiento total de Rusia, para responsabilizar al presidente Putin de esta agresión. Estamos sancionando a quienes financian la guerra, paralizando el sistema bancario ruso y su acceso a las reservas internacionales.

La UE y sus socios ya han impuesto sanciones masivas a Rusia que apuntan a sus dirigentes y élites y a sectores estratégicos de la economía dirigida por el Kremlin. El objetivo no es perjudicar al pueblo ruso, sino debilitar la capacidad del Kremlin para financiar esta guerra injusta. Para ello, estamos estrechamente alineados con nuestros aliados ―Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Japón, Corea del Sur y Australia―. También vemos que muchos países del mundo se unen para proteger la integridad territorial y la soberanía de Ucrania, incluidos nuestros amigos de América Latina y el Caribe. Nos mantenemos unidos, del lado correcto de la historia, frente al horrible ataque de Rusia contra un país libre y soberano.

Para justificar sus crímenes, el Kremlin y sus partidarios, han emprendido una campaña de desinformación masiva, que ya comenzó hace semanas. Hemos visto a los medios de comunicación estatales rusos y su ecosistema propagando falsedades en las redes sociales con el objetivo de engañar y manipular. Los Balcanes occidentales también han sido el objetivo de las operaciones de desinformación del Kremlin durante demasiado tiempo y saben cómo detectar cuando están expuestos a la manipulación informativa.

Los propagandistas del Kremlin llaman a la invasión una «operación especial», pero este cínico eufemismo no puede ocultar el hecho de que en realidad estamos siendo testigos de una invasión en toda regla de Ucrania, con el objetivo de aplastar su libertad, su gobierno legítimo y sus estructuras democráticas. Llamar al gobierno de Kiev «neonazi» y «ruso-fóbico» es un despropósito: todas las manifestaciones del nazismo están prohibidas en Ucrania. En la Ucrania moderna, los candidatos de extrema derecha son un fenómeno marginal con un apoyo mínimo, sin llegar al límite establecido para entrar en el parlamento. El gobierno ucraniano no ha aislado al Donbás, ni ha prohibido el uso de la lengua y la cultura rusas. Donetsk y Luhansk no son repúblicas, son regiones ucranianas controladas por grupos separatistas armados y respaldados por Rusia.

Nosotros lo sabemos, y muchos rusos lo saben también. Desde el inicio de la invasión se han producido valientes protestas en ciudades de toda Rusia, exigiendo el fin de la agresión contra una nación vecina pacífica. Escuchamos sus voces y reconocemos su valentía al manifestarse, y también vemos a muchas figuras públicas destacadas en Rusia protestando contra esta invasión sin sentido.

Sigo trabajando con nuestros socios de todo el mundo para garantizar un frente conjunto de la comunidad internacional contra el comportamiento del Kremlin. El pasado 25 de febrero, sólo Rusia vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre la agresión rusa, con la abstención de China, India y los Emiratos Árabes Unidos. Desde todo el mundo, los países condenan los ataques de Rusia y en la Asamblea General, toda la comunidad internacional debe unir sus fuerzas y ayudar a poner fin a la agresión militar de Rusia mediante la adopción de la correspondiente Resolución de la ONU. Damos las gracias especialmente a Albania como copartícipe de la resolución.

Considero que todos los países con voluntad democrática deben exigir a Rusia el fin de esta agresión que viola de manera flagrante el derecho internacional, y los principios de soberanía de los Estados y su integridad territorial, la solución pacífica de las controversias y el pleno respeto por los derechos humanos. En este contexto, destaco la importancia de que Argentina, como presidencia del Consejo de Derechos Humanos, continúe defendiendo estos mismos principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y reiterando su llamamiento a Rusia a cesar sus acciones militares en Ucrania.

Tras esta guerra, el mundo no volverá a ser el mismo. Ahora, más que nunca, es el momento de que las sociedades y las alianzas se unan para construir nuestro futuro sobre la base de la confianza, la justicia y la libertad. Es el momento de levantarse y hacerse escuchar. La fuerza no da la razón. Nunca lo hizo. Nunca lo hará.

La autocomplacencia estratégica no es una opción para Europa

Josep Borrell

La elección de Joe Biden como próximo presidente de los Estados Unidos ha suscitado esperanzas en Europa de que la relación transatlántica vuelva a encarrilarse. Pero no hemos de contentarnos con una simple vuelta al pasado. Frente a tantos desafíos nacionales e internacionales, los Estados Unidos solo valorarán la relación transatlántica en la medida en que aporte un valor real. Y una Europa más fuerte, que asuma más

Se ha hablado mucho de lograr la «autonomía estratégica europea», pero ¿qué significa esto en la práctica? La autonomía no debería suponer una total independencia o aislamiento del resto del mundo, sino más bien la capacidad de pensar por nosotros mismos y de actuar de acuerdo con nuestros propios valores e intereses. La Unión Europea necesita lograr este tipo de autonomía, reforzando al mismo tiempo nuestras alianzas y preservando nuestro compromiso con el multilateralismo.

La UE se enfrenta a graves retos estratégicos en un contexto internacional tan polarizado como el actual, en el que están aumentando las rivalidades geopolíticas y la competencia entre grandes potencias. Esta es la razón por la que, como afirmó en una ocasión con contundencia la canciller alemana, Angela Merkel, «los europeos tenemos realmente que tomar las riendas de nuestro propio destino».

Durante mucho tiempo, el debate sobre la autonomía estratégica se ha centrado principalmente en temas de seguridad y defensa. Algunos vieron en este planteamiento un intento de buscar alternativas a la cooperación en materia de defensa en el seno de la OTAN. Otros consideraron, incluso, que se había puesto en tela de juicio el compromiso de América con Europa y que podría ya estar en marcha una mayor desvinculación.

No cabe duda de que la OTAN ha desempeñado un papel indispensable en la seguridad europea. Toda consolidación de la capacidad de seguridad de Europa debe desarrollarse en el marco de la alianza. Como han subrayado los sucesivos líderes estadounidenses, Europa debe aumentar su propia contribución a la defensa, para hacer frente a la percepción de que son solo los Estados Unidos quienes financian la seguridad transatlántica. Aunque el gobierno de Biden implicará un cambio de tono y un enfoque menos conflictivo, es de esperar que, en lo que respecta al gasto en defensa, exija a Europa lo mismo que sus predecesores. Los intereses geopolíticos fundamentales de América no cambiarán.

Afortunadamente, la UE ya está trabajando en varios frentes para reforzar la asociación transatlántica. En el marco de los esfuerzos de la Cooperación Estructurada Permanente (CEP), los miembros europeos de la OTAN están ayudando a colmar las lagunas en las capacidades de la alianza y están trabajando para cumplir, en 2024, con su compromiso de gastar el 2 % del PIB en defensa. También hay que destacar que la creación del nuevo Fondo Europeo de Defensa (FED) representa un paso importante hacia la mejora de las capacidades de la industria militar europea.

Pero los retos europeos en materia de seguridad van más allá de las competencias tradicionales de la OTAN. Desde el Sahel y Libia hasta el Mediterráneo oriental, no son pocas las crisis que exigen una respuesta europea firme. La tarea de la UE es definir una posición común a partir de la cual pueda actuar para mantener la estabilidad regional.

Para tener éxito, Europa debe desarrollar su propio marco de seguimiento y análisis de las amenazas, de modo que pueda pasar rápidamente de la evaluación de amenazas a la operacionalización y la respuesta. Esta es la razón por la que estamos desarrollando un rumbo estratégico (Strategic Compass).

Es fundamental que el debate sobre la autonomía estratégica se extienda mucho más allá de las cuestiones de defensa y seguridad, pues, como ha demostrado la crisis de la COVID-19, temas como la salud pública y la interdependencia económica son también de gran importancia.

La autonomía estratégica es el marco conceptual que Europa necesita para abordar estas cuestiones y comprender su interrelación. Consideradas aisladamente, las mascarillas y los medicamentos no son productos estratégicos. Sin embargo, la ecuación cambia cuando la producción de estos artículos se concentra en unos pocos países. Lo mismo sucede con el abastecimiento de metales raros, las redes sociales y otras plataformas digitales, y tecnologías como la 5G.

Para ayudar a los países de la UE a abordar estas y otras muchas cuestiones, la Comisión Europea ha propuesto una serie de nuevos instrumentos, como el mecanismo que entró en vigor el mes pasado para controlar las inversiones extranjeras en la UE. Pero para lograr la autonomía estratégica será necesario también aprovechar al máximo el poder del mercado único europeo. Por su dimensión y alcance, el mercado único ofrece numerosos instrumentos para salvaguardar los intereses europeos en lo que se refiere a las infraestructuras críticas, la inversión extranjera, las subvenciones estatales (de las que se benefician determinados inversores extranjeros) o las exportaciones de doble uso (militar y comercial).

Por ejemplo, ahora somos más conscientes de las vulnerabilidades que genera una relación económica cada vez más desequilibrada con China, por lo que hemos convertido la reciprocidad en un objetivo central en nuestras negociaciones sobre un acuerdo de inversión. El desarrollo económico de China y los beneficios que ha aportado a sus ciudadanos no son un problema para Europa, pero no podemos permitir que la expansión internacional de China se produzca a expensas de nuestros propios intereses y valores. Esta es la razón por la que hemos optado por un enfoque dual, tratando a China como un socio importante, pero también como competidor y rival sistémico.

En general, el principal objetivo de la UE debe ser reforzar su papel y su influencia en el mundo y convertirse en un socio preferente. El concepto de autonomía estratégica es esencial para esta ambición y, por ello, la autocomplacencia estratégica no es una opción para Europa.

13 de noviembre 2020

Project Syndicate

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