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Joaquín Villalobos

El populismo hay que sudarlo

Joaquín Villalobos

El populismo chavista es el caso más emblemático para generar miedo en la política continental. Sectores de la oposición venezolana sostienen que si les pasó a ellos le puede pasar a cualquiera. Pero esta es una falsa premisa, Chávez logró controlar todo el poder, en gran parte, producto de errores de estrategia de empresarios y sectores de la oposición política. La intolerancia frente a la popularidad de un mulato que no pertenecía a las élites convirtió la prisa por sacarlo del poder en una enfermedad endémica de los opositores. Mientras otros países con similar amenaza han contenido o tenido progresos contra el populismo, Venezuela sigue empeorando. La oposición venezolana no tuvo paciencia, ni sentido de gradualidad. Se aferraron a una estrategia de corto plazo con la idea del todo o nada que los ha mantenido 22 años corriendo sin llegar a nada.

Por años, quienes hemos seguido a la oposición venezolana, nos concentramos en su condición de víctima y muy poco en dimensionar el grave impacto que han tenido sus propios errores. Conocer esos errores es la lección más importante para el resto del continente. En el 2001, cuando Chávez tenía menos de dos años de Gobierno, los empresarios decretaron un paro cívico que fue seguido de un intento de golpe de Estado en abril de 2002. El golpe fue encabezado por Pedro Carmona, presidente de las cámaras empresariales. En diciembre de ese mismo año iniciaron una huelga en la empresa petrolera PDVSA que terminó en febrero del 2003 con más de 18.000 despidos; en agosto del 2004 convocaron a un revocatorio que perdieron. En el 2005 se retiraron de las elecciones legislativas, a pesar de tener el 40% del voto. El intento de golpe militar y la huelga en PDVSA dejó a los opositores sin influencia en las Fuerzas Armadas y en la producción petrolera. El revocatorio fue una reafirmación del mandato de Chávez y el retiro de las elecciones le regaló al chavismo el control total del Poder Judicial, el Consejo Electoral y la Fiscalía.

Con alta popularidad, los militares de su lado, mucho dinero y todas las instituciones en sus manos, Hugo Chávez pudo hacer lo que le dio la gana frente a una oposición débil y fragmentada. Se reeligió así con el 62% del voto en el 2006. En este contexto, a partir del 2007, no antes, ocurrió la ocupación cubana y nació el socialismo del siglo XXI que era mitad marxismo nostálgico y mitad venganza contra los empresarios y medios de comunicación que habían tratado de derrocar a Chávez en su primer gobierno. En Venezuela, a diferencia de Cuba, la propiedad privada nunca ha desaparecido totalmente y las expropiaciones a la escala del chavismo no se repitieron en los gobiernos populistas de Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Nunca hubo un proyecto anticapitalista claro, pero si una lucha brutal entre el gobierno y el sector privado que dejó a los empresarios derrotados y la planta productiva desmantelada. Es decir que jamás debieron los empresarios venezolanos liderar la lucha política contra Chávez. Es más difícil un cambio con una economía destrozada que con una economía que sigue funcionando. Las crisis de sobrevivencia inmovilizan a la gente y las crisis de expectativas las motivan mejorar. Lo paradójico es que ahora Maduro está tratando de restablecer el capitalismo.

Los errores señalados contribuyeron a que el chavismo se victimizara, radicalizara y fortaleciera. Es irrelevante argumentar que Chávez ya tenía planes para concentrar el poder y quedarse gobernando para siempre, porque eso no justifica anticiparse. El populista Donald Trump tampoco quería irse y Jair Bolsonaro ha dicho que su futuro es: “victoria, cárcel o muerte”. Muchos presidentes de izquierda o derecha les encantaría concentrar poder, pero el funcionamiento de las instituciones se los impide, aunque sean muy populares. La independencia de poderes y la neutralidad de las Fuerzas Armadas son por ello cruciales y esto fue lo que perdió la oposición venezolana en solo cinco años. La popularidad de los populistas se degrada lentamente, incluso si su gobierno es un desastre, porque son una consecuencia del colapso moral de la política. La gente está enojada y tarda en reconocer que está siendo engañada.

El populismo es una venganza, nace de la polarización, se considera víctima, niega el diálogo, divide a la sociedad en buenos y malos, fomenta el conflicto y considera que quienes piensan diferente deberían desaparecer. Es un error enfrentarlo con sus mismas ideas y en la cancha donde es fuerte victimizándolo, polarizando y dividiendo más a la sociedad. Eso hicieron los venezolanos y cayeron en un circulo vicioso de deseo de venganza y miedo a la venganza que ahora dificulta que unos dejen el poder y que los otros pueden acceder a este. Es un error pensar que sería mejor si quienes creen en el populismo desaparecieran porque la solución es incluir a todos para acabar con la confrontación-polarización.

Latinoamérica continúa siendo la región del mundo en desarrollo con mayores progresos democráticos. Las instituciones que se crearon en la transición durante el siglo pasado son imperfectas, pero están funcionando para contener pretensiones populistas autoritarias. Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia llegaron a tener el 60% del voto. En Ecuador el correísmo ha sido derrotado dos veces, la primera por su propio partido y la segunda por la oposición que ahora gobierna el país. En Bolivia los opositores derrotaron la reelección de Morales, son la mitad del poder y evitaron que se aprobara una ley impopular. En Argentina el populismo “kirchnerista” ha sufrido dos derrotas electorales y lo más probable es que pierda el poder en el 2023. Bolsonaro seguro perderá la elección en el 2022. Hubo pánico en Perú por la elección altamente polarizada que ganó el izquierdista Pedro Castillo, pero los contrapesos lo están empujando al centro. El miedo se está trasladando ahora a Chile que igual elegirá presidente bajo fuerte polarización. Las posibilidades de un gobernante de concentrar poder son directamente proporcionales a la debilidad de las instituciones y Chile es un país con instituciones fuertes. Algo similar puede decirse sobre las elecciones de Colombia el próximo año.

En Honduras los militares derrocaron en el 2009 al izquierdista Manuel Zelaya por populista y chavista. El resultado fue un gobierno de derecha corrupto, autoritario, vinculado al narcotráfico. Doce años después la esposa de Zelaya, Xiomara Castro, ganó las elecciones. Al populismo es mejor sudarlo, tener paciencia, evitar la tentación de los iluminados que no saben esperar y tratan de corregir el error del voto popular a toda costa. A los pueblos no se les enseña, ellos aprenden. No se trata de derrotar un enemigo, sino de restablecer la tolerancia, la convivencia y reunificar al país. Esto puede parecer lento y difícil, pero es el único camino para avanzar en madurez democrática. La oposición venezolana corrió, se tropezó y cayó en un agujero del que no termina de salir. En este tema vale lo que sabiamente dijo José Alfredo Jiménez “no se trata de llegar primero, sino de saber llegar”.

13 de diciembre 2021

El País

https://elpais.com/opinion/2021-12-13/el-populismo-hay-que-sudarlo.html

Soberanía criminal

Joaquín Villalobos

Venezuela es un espejo cuasiperfecto de lo que un país no puede hacer sin destruirse. O de lo que debe hacer si quiere destruirse. Uno de los errores graves en ambos sentidos es ver el crimen como una expresión de la pobreza y asumir que hay una relación causal entre uno y otra, de modo que el crimen no se reducirá mientras no se reduzca la pobreza, al tiempo que combatir el crimen es en cierto modo agravar la injusticia, ser insensible y ciego a las raíces sociales del crimen.

Joaquín Villalobos hace el recuento en este lúcido ensayo de la forma como Venezuela, partiendo de esta visión, empezó por no combatir al crimen, luego por combatirlo mal, quedando finalmente a su merced, en una extraña, cómplice y aberrante convivencia de soberanías: la soberanía del Estado y la soberanía criminal. • La historia de la soberanía criminal que se ha instalado en Venezuela tiene mucho que decir a otros países, a México en particular.

Venezuela padece quizás la peor crisis de seguridad en los conflictos entre Estado y delincuencia en la historia del continente. El caso venezolano incluye importantes lecciones para toda Latinoamérica en la lucha de los gobiernos por el control del territorio. Un problema que con distintos grados de gravedad existe en Brasil, Colombia, México, Centroamérica y casi todas nuestras naciones. Venezuela es un caso extremo de errores y, en ese sentido, es un manual perfecto sobre lo que no hay que hacer.

El primer derecho humano es la seguridad, porque ni la salud ni la educación ni las libertades más esenciales tienen sentido si se vive amenazado y con miedo. La primera responsabilidad del Estado es proteger la vida, la tranquilidad, las libertades y el patrimonio de todos los ciudadanos. El Estado nunca debe renunciar a su obligación de proteger a las personas y perseguir al crimen. Tolerar, pactar formalmente o de hecho con criminales, implica quitarles la paz a los ciudadanos para dar tranquilidad a los delincuentes. Esto significa que el Estado cede territorios, población y soberanía al crimen.

La política de seguridad de la Venezuela de hoy arrancó en 1999 con la siguiente declaración pública de Hugo Chávez: “Si yo fuera pobre, yo robaría”. Los delincuentes eran para él víctimas de la injusticia social. El problema es que esta idea derivó en tolerancia a los delincuentes y en indiferencia hacia las víctimas de los delitos, que eran gente pobre y de clase media. Chávez reformó la seguridad pública politizándola, desmantelándola y militarizándola. Los opositores políticos fueron considerados más peligrosos que los criminales. La oposición fue perseguida, la delincuencia tolerada y el Estado debilitado. Se produjo entonces un crecimiento exponencial de la delincuencia y ahora el gobierno lucha contra cientos de bandas criminales en todo el país que le han arrebatado extensos territorios rurales y urbanos de los cuales el Estado huyó y la delincuencia estableció su propia soberanía. La vida y la seguridad de millones de ciudadanos quedó en manos de criminales. El régimen venezolano pasó así de lo sublime a lo ridículo, transitando de la compasión con el delito a una guerra de exterminio contra los delincuentes que está perdiendo.

Antes de Chávez, Venezuela era un país relativamente seguro, durante años millones de colombianos se refugiaron allí para escapar de las violencias de su país. En 1990 Venezuela tenía una tasa de homicidios de 10 por 100.000 habitantes, para el 2002 llegó a 451 y en el 2018 a 81.4; desde entonces ocupa el primer lugar del continente y uno de los más altos del mundo. Lo curioso en el caso venezolano es que nadie “alborotó el avispero”, tampoco se fragmentaron cárteles que en realidad no existían.

En este asunto hay una relación directa entre tolerancia al crimen, debilitamiento del Estado y pactos con los delincuentes, que derivaron en una explosión delictiva sin precedentes en el continente.

En el falso dilema entre reprimir o prevenir, Chávez optó por la prevención sin represión. Con el auge petrolero el Estado venezolano se fortaleció y, si se consideran tiempos de implementación y territorios intervenidos, es posible que el chavismo haya ejecutado los programas de gasto social más grandes de Latinoamérica. Aunque ese gasto social no respondía a una lógica preventiva sino electoral-clientelar, en esencia debió prevenir y reducir drásticamente la actividad criminal; sin embargo, el resultado fue totalmente opuesto: el Estado se debilitó y el crimen se expandió a niveles que el régimen jamás imaginó.

Esta historia podría resumirse en cuatro decisiones del gobierno: el desmantelamiento de las policías, los pactos con las pandillas urbanas, la administración de las prisiones por parte de los delincuentes y la política de dar refugio a las guerrillas colombianas. Estas medidas se tomaron con extrema ingenuidad y bajo el supuesto moral de que la maldad se definía principalmente por el origen de clase y la posición política ideológica. Sobre esto un amigo brasileño de izquierda que trabajó en la seguridad de su país me dijo: “A nosotros nos tomó tiempo concluir que el mal existe, es universal y que independientemente de los programas preventivos, al crimen siempre se le debe perseguir”.

El partido original de Chávez se llamó Movimiento Quinta República, aludiendo a una refundación de Venezuela. Las tres primeras repúblicas terminan cuando muere Bolívar. La cuarta fue definida por Chávez como oligárquica, neoliberal, etcétera. Como todos los populistas, desconoció el pasado reciente y estableció que la nueva historia comenzaba con él y su Quinta República basada en un “nacionalismo revolucionario de izquierda” que traía consigo la “Revolución Bolivariana”. En lo que a la seguridad concierne, esta refundación implicó que todo lo anterior fuera desmantelado por razones políticas. La reforma policial chavista implicó así la disolución de todas las capacidades policiales preexistentes. Esto condujo a una desinstitucionalización de la seguridad que conllevó a la pérdida de experiencia, recursos, inteligencia y capacidades operacionales que no tenían nada que ver con ideología. El gobierno venezolano debilitó severamente su propio poder, del que disponía para proteger a los ciudadanos.

Chávez impulsó una reforma policial supuestamente civil para evitar violaciones a los derechos humanos, pero en la práctica entregó la seguridad a militares leales. Esto formó parte de un plan más global donde cientos de oficiales pasaron a realizar tareas civiles en el gobierno. Asegurar la lealtad de las Fuerzas Armadas se convirtió en un objetivo estratégico a través del enriquecimiento de los jefes, ya fuera por posiciones de poder o por corrupción. Dos mil oficiales fueron ascendidos a generales, superando a los novecientos de Estados Unidos. Fue en realidad un proceso de cooptación de militares y policías para integrarlos al proyecto partidario bolivariano. Esta politización destruyó la institucionalidad, la disciplina, la calidad de las evaluaciones, la escala de ascensos y todas las capacidades profesionales. El sistema de méritos fue sustituido por la lealtad política a la revolución. Como resultado final la seguridad fue desmantelada, desprofesionalizada, corrompida y reorientada a proteger al gobierno, y no a los ciudadanos. Los delincuentes pasaron a segundo plano porque la prioridad era espiar, controlar, perseguir, apresar y procesar judicialmente opositores, incluso dentro de las propias Fuerzas Armadas. Mientras esto ocurría se pactaba o toleraba a los delincuentes, que fueron creciendo sin control.

La política de pactos con las bandas tuvo como punto de partida un intento de aproximación social y política a los barrios pobres donde existía delincuencia. Primero con los que se llamaron círculos bolivarianos, que tenían ingredientes culturales e ideológicos; luego con los famosos “colectivos”, que han jugado un papel muy importante en la represión de las protestas opositoras; y, finalmente, cuando la inseguridad se agravó, intentaron pacificar los barrios creando las llamadas “zonas de paz”.

La conexión de políticas sociales y la delincuencia ocurrió porque Chávez definió que su gobierno era una revolución armada que debía defenderse organizando milicias populares. Pero su gobierno tenía un origen electoral, nunca fue una revolución de verdad. El chavismo contaba con votantes, seguidores y simpatizantes, pero no había ocurrido una lucha que generara suficientes militantes ideológicos, no existía mística revolucionaria, sino dinero y clientelismo a gran escala. Así que, a la hora de organizar la defensa revolucionaria, el chavismo terminó reclutando en los barrios populares a personajes violentos y entre éstos a los peores delincuentes, que lógicamente terminaron de capos que controlaban sus comunidades en nombre de la revolución bolivariana. Chávez, a falta de unas Fuerzas Armadas revolucionarias, corrompió a los militares y, a falta de milicias populares, armó a delincuentes.

Todo lo que el chavismo se proponía hacer social y políticamente en las comunidades pasaba por los colectivos, que además fueron armados por el propio gobierno. Esto se masificó al punto de alcanzar decenas de miles de hombres que han terminado dirigidos por connotados delincuentes, antes amigos y ahora enemigos del gobierno. Finalmente, el chavismo perdió el control de su propio monstruo y tuvo una reacción represiva tardía que se ha convertido en una sangrienta guerra que las fuerzas de seguridad están perdiendo. En un intento por reducir la violencia el gobierno se ha visto forzado a pactar con los delincuentes entregándoles recursos, administración de servicios y territorios en los cuales el Estado renuncia a tener presencia y los delincuentes mandan.

La mezcla de política con delito no es exclusiva de Venezuela, ha tenido lugar en otros países, ya sea con definiciones de izquierda o de derecha. El paramilitarismo en Colombia derivó en delincuencia y narcotráfico al igual que las FARC y el ELN. En Nicaragua, después de la guerra contrarrevolucionaria, surgieron bandidos a los que se denominó “recompas”, “recontras” y revueltos. En México los Zetas surgieron de las Fuerzas Especiales del Alto Mando. En Argentina, militares de la dictadura se convirtieron en secuestradores. En Guatemala, los kaibiles que derrotaron a las guerrillas fueron reclutados por los narcos mexicanos. En los 90, guerrilleros suramericanos se dedicaron al secuestro como negocio en Brasil y México. El reclutamiento de delincuentes por grupos políticos no es nuevo, lo particular en Venezuela es la masividad y que fue el Estado quien los organizó, los armó y les dio poder.

Con cárceles superpobladas y frecuentes motines, el chavismo inventó un programa de rehabilitación para las prisiones sustentado en la misma idea del delincuente como víctima. Crearon así una especie de autogobierno de las prisiones que quedó a cargo de los propios presos. Es decir, que el Estado pondría los recursos para que los internos administraran las prisiones y éstos mantendrían el orden y evitarían la violencia y motines que generaban mala imagen a la revolución. El resultado del autogobierno ha sido lo que popularmente se conoce en Venezuela como “Pranato” que viene de PRAN, que es como se le llama al interno jefe de la prisión. PRAN es el acrónimo de: preso, rematado, asesino, nato. Es decir, las cárceles quedaron en manos de los peores y más violentos criminales porque ellos eran los más eficientes para imponerse y mantener el orden interno. Pero la violencia y los motines continuaron y las prisiones han terminado convertidas en infraestructuras y territorios bajo control criminal. Los presos están armados, planifican delitos, organizan fiestas, tienen piscinas y cajero automático para recibir dinero de extorsiones y secuestros. Hay hacinamiento, pero los pranes poseen muchas comodidades. El gobierno de Venezuela ha repetido a mayor escala lo que el gobierno de Colombia acordó en 1991 con Pablo Escobar, cuando éste construyó su propia prisión que se conoció como La Catedral.

Chávez, al igual que Raúl Castro, ayudaron a presionar a las FARC para que firmaran la paz en Colombia porque estaban ingenuamente convencidos de que la izquierda gobernaría eternamente ganando elecciones en Venezuela y todo el continente; las FARC y el ELN estorbaban en el camino electoral. Pero, tal como era previsible, la economía chavista hizo implosión, la administración ineficiente quebró a la industria petrolera y el gobierno de Maduro perdió las elecciones parlamentarias en diciembre del 2015; otros gobiernos de izquierda también perdieron el poder en Latinoamérica; Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, y el partido de Álvaro Uribe ganó las elecciones en Colombia.

En este nuevo contexto, el chavismo y el castrismo estimularon la división de las FARC y mantuvieron la protección al ELN para preservar su vieja política de desestabilizar a otros para defenderse. Es una historia larga, pero los efectos actuales de esto han sido muy graves para la seguridad de Venezuela. El problema fue que el chavismo le permitió al ELN y a los disidentes de las FARC hacer un mayor uso del territorio venezolano en el momento en que estos grupos ya no eran insurgencia política, sino narcotraficantes y crimen organizado. La ideología había sido sustituida por el dinero de la cocaína, la minería ilegal de oro, el tráfico de armas, las extorsiones y los secuestros. Los ideológicos de las FARC, con la paz, se volvieron partido político y los disidentes, que nunca renunciaron al narcotráfico, se fueron a Venezuela. La permisividad a estos grupos armados colombianos terminó abriendo la puerta a un crimen organizado de mayor escala, veterano en el combate, corruptor de autoridades y experimentado en el control territorial.

El chavismo, en cuanto a seguridad, transitó de la ingenuidad ideológica con los delincuentes a la guerra y el exterminio. Sin duda no todos pensaron que éste sería el resultado. Hubo dirigentes chavistas que denunciaron que no se debía pactar con mafias, pero ya era tarde; el problema no era si se debía o no, sino si se era capaz o no de ganar a los criminales. Hay centenares de noticias, ensayos y videos oficiales y no oficiales que hablan de la gran explosión criminal y la guerra que padece Venezuela. Intentaremos resumir algunos de los hechos más dramáticos que resultaron de la combinación de los cuatro factores descritos.

La cantidad de bandas existentes sin duda es una especulación, además de que éstas se fragmentan, reagrupan y cambian de cabecillas constantemente, como suele ocurrir con los grupos criminales en todas partes. Pero la evidencia de que son centenares es abrumadora. Existen, según lo reconoce la propia policía venezolana, en 18 de los 24 estados del país y están conectadas operacionalmente con los pranes que controlan las prisiones. Las bandas las integran decenas de miles de jóvenes de 25 años en promedio y también niños. Están armados con fusiles automáticos, lanzagranadas, pistolas, equipos de comunicación, drones y en algunos casos poseen armamento de mayor potencia, como lanzacohetes y ametralladoras pesadas.

La mayoría de las bandas usan nombres propios de grupos criminales como Cara de Perro, Culón, Los Morochos, Cara de Hulk, etcétera. Pero otras son una clara mezcla de crimen y política, una se volvió un partido político llamado Tupamaros y comenzaron a criticar a Maduro. Éste les quitó la legalidad y entonces los tupamaros realizaron un mitin armado y de inmediato les fue devuelta su legalidad, con puestos en la Asamblea Nacional incluidos. En uno de los casos los delincuentes crearon su propia moneda: el panal, que tiene el rostro de Chávez impreso. Los criminales organizan fiestas infantiles, se encargan de la vigilancia, asesinan a quienes roban en sus dominios, reparten los paquetes de comida que les entrega o roban al gobierno, organizan los funerales, los eventos deportivos y conciertos para los habitantes, pero al mismo tiempo realizan secuestros, asaltos, extorsiones, trafican droga y hacen la guerra a otras pandillas y a la policía si entra a sus territorios.

Un artículo de The New York Times habla de cómo “Maduro pronuncia discursos destinados a proyectar estabilidad mientras la nación colapsa”. Las bandas dominan el barrio 23 de Enero a sólo quince minutos del Palacio de Miraflores; allí Maduro hace todo tipo de concesiones para mantener una precaria paz. Desde el año 2015 las fuerzas de la policía han hecho intentos por capturar a un importante capo llamado Carlos Luis Revete, alias el Koki. Sus dominios están situados en la llamada Cota 905, a sólo 3 kilómetros del Palacio Presidencial, pero el Koki realiza alianzas con otras bandas para expandir su control a otros barrios de Caracas. Los operativos para contenerlo han fracasado y han dejado un saldo de muchos muertos, incluidos policías y civiles. En julio de este año, el Koki atacó un cuartel de la Guardia Nacional y los enfrentamientos en Caracas duraron tres días y alcanzaron importantes autopistas de la capital. En negociaciones anteriores con esta banda participó la vicepresidenta Delcy Rodríguez y los acuerdos fueron que la policía debía abstenerse de entrar a los dominios del Koki.

La frontera entre Venezuela y Colombia —en los estados de Táchira, Apure y Amazonas— se está convirtiendo en una especie de tercer país dominado por múltiples grupos criminales colombianos que manejan cuantiosas rentas del narcotráfico, el oro y otras actividades delictivas. Estos grupos se han expandido incluso al estado de Bolívar, en la frontera con Brasil. Igual que en las zonas urbanas, en estos lugares los capos mandan. Pero, como era de esperarse, los disidentes de las FARC se empezaron a dividir y a tener violentos conflictos por territorio y dinero. Maduro decidió tomar partido, recuperar el control y detener la violencia generada por sus amigos. Envió en marzo de este año a las Fuerzas Armadas con vehículos blindados y armamento pesado al estado de Apure, pero los delincuentes colombianos derrotaron a las tropas de Maduro de manera humillante. Los soldados cayeron en campos minados, los blindados fueron emboscados y destruidos; se contaron dieciséis muertos, numerosos heridos y ocho militares prisioneros. El resultado final fue una negociación con los criminales colombianos: liberaron a los prisioneros y las Fuerzas Armadas abandonaron su presencia y dejaron el territorio en manos de los disidentes de las FARC que están fundando allí su propia república conocida como Segunda Marquetalia.

Con todo lo descrito, es evidente que la moral de los custodios de las prisiones, de los policías y de los militares venezolanos está severamente debilitada. No puede haber disposición combativa porque no tiene sentido arriesgar la vida para combatir criminales a los que el mismo gobierno dio la mano y apoyó. Por otro lado, los mandos que se volvieron corruptos y ricos quieren vivir bien sin complicarse la vida. Obviamente el resultado es que hay miles de deserciones. La solución de Maduro fue entonces crear una nueva policía llamada Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana, conocida públicamente como FAES. Estos policías “élite” cubren su rostro, no portan identificación, sólo una calavera en su uniforme, y son en realidad una fuerza de exterminio. Conforme a las cifras que el gobierno entregó al equipo de la alta comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Michelle Bachelet, cerca de 5.300 personas murieron sólo en el 2018 por “resistirse a la autoridad”.11 Estos agentes cobran más dinero y están autorizados a robar y matar sin enfrentar consecuencias.

Sus víctimas son habitantes de los barrios pobres que antes apoyaban incondicionalmente al chavismo. La FAES está constituida en realidad por asesinos y ésta fue la única solución que encontró Maduro para intentar contener la explosión criminal que las políticas chavistas parieron. Pero la FAES no es para proteger a los ciudadanos, sino al gobierno, porque los delincuentes están secuestrando a familiares de militares o miembros de la élite chavista. El resultado final de la reforma policial de Chávez es que ahora tanto la policía como las bandas son moralmente iguales. Ambas están integradas por personas violentas y despiadadas. El 20 de noviembre de 2020, durante una entrevista transmitida por la televisión oficial, el fiscal general de Venezuela, Tarek William Saab, reconoció que los policías de la FAES en complicidad con delincuentes realizan atracos, roban vehículos y secuestran personas. Esto evidencia cómo una política de seguridad basada en la indulgencia con el crimen no sólo destruye la moral de los policías, sino que puede acabar convirtiéndolos en delincuentes.

Es posible que algunos piensen que esto no puede pasar en su país, pero mantener el control del territorio cuando éste es disputado por criminales es una tarea compleja que, si no se hace o se hace mal, puede terminar multiplicando el poder de éstos. Hay una enorme diferencia entre incursionar temporalmente una zona dominada por delincuentes y tener la capacidad de quedarse permanentemente en ésta y asegurar la presencia integral del Estado. Chile parecía un país altamente seguro y estable hasta las violentas protestas del 2019. La masividad de estas protestas se explica por indiscutibles y justas demandas populares, pero el nivel de vandalismo no encaja con la civilidad de la mayoría de los chilenos. ¿Cómo lograron pequeños grupos de extrema izquierda contar con suficiente gente para desplegar tanta violencia? La explicación es que la extrema izquierda reclutó grupos de delincuentes dedicados al narcomenudeo y múltiples delitos para que realizaran el vandalismo que los ciudadanos descontentos no estarían dispuestos a ejecutar. El fundamento ideológico fue que esos delincuentes son pobres y víctimas de la injusticia. Obviamente estos militantes delincuentes no tuvieron reparos en quemar iglesias de más de un siglo. Esa confrontación de meses en las calles empoderó más al crimen y ahora existen al menos diez zonas de Santiago de Chile consideradas conflictivas donde la presencia policial no existe o comienza a volverse simbólica.

Seguramente, esto mismo está ocurriendo en las protestas de Colombia, donde la masividad tiene justificación social, pero el vandalismo no. En las protestas del 2019, los propios ciudadanos rechazaban y contenían los actos vandálicos, porque los colombianos están hartos de la violencia que han padecido de forma casi ininterrumpida por más de un siglo. Colombia fue un laboratorio positivo de recuperación del territorio, pero luego de la firma de la paz era frecuente el debate sobre quién iba a llenar los espacios vacíos que dejó la desmovilización de 10.000 combatientes de las FARC. Todo indica que no los ocupó el Estado, sino delincuentes y con ello hay riesgo de un nuevo ciclo de violencia.

Hace diez años publiqué un artículo sobre la seguridad en Venezuela titulado “La guerra que viene” y finalmente la guerra llegó. Restablecer la paz en Venezuela será doloroso, tomará muchos años, costará muchas vidas y requerirá invertir cuantiosos recursos. Lo que está ocurriendo era totalmente predecible e igual ahora se puede prever que en otros países de la región se están incubando las condiciones que podrían generar grandes explosiones de violencia y en algunos casos hay peligro de que se vuelvan endémicas (ojalá me equivoque).

Que la concentración de la riqueza provoque inseguridad puede resultar lógico, pero que ésta se multiplique cuando se está distribuyendo, como ocurrió en Venezuela, acaba con uno de los grandes mitos que relacionan pobreza con inseguridad. India tiene más pobres que Estados Unidos; sin embargo, hay más homicidios por habitante en Estados Unidos. La pobreza no genera mecánicamente inseguridad, lo que sí genera inseguridad son el empobrecimiento moral, la debilidad del Estado, la cultura de corrupción y la polarización política-social. Un largo periodo de inestabilidad política, de división interna o la distorsión o extinción de los valores cívicos pueden tener un efecto mucho más negativo en la seguridad que una severa inequidad. El caso más clásico y emblemático es Sicilia, en Italia, donde existe una relación directa entre la historia de guerras, inestabilidad y violencia con la cultura de rechazo al Estado y por lo tanto con el poder de la mafia.

Es común en el debate político preocuparse por la privatización de la salud, del agua, la educación, etcétera, pero muy pocos se preocupan por la privatización de la violencia, que debe ser un monopolio del Estado. La existencia de criminales dominando territorios es en última instancia privatización de la violencia. Si el Estado deja espacios vacíos de autoridad, los criminales los llenan. Cuando el crimen se desarrolla le quita al Estado tres monopolios esenciales: la violencia vía grupos armados, la justicia a través de ejecuciones y la tributación vía extorsiones. El crimen organizado alcanza su más alto nivel de desarrollo cuando cuenta con poder financiero, poder armado, autoridades cooptadas o infiltradas, territorio, base social, conexiones globales y una cultura criminal en expansión. La cultura criminal se manifiesta en la fase más avanzada de dominio territorial y arraigo social; en ésta el delincuente es el ejemplo de persona exitosa y su relación con la comunidad se vuelve normal. Los narcocorridos, el lenguaje oral y corporal de las maras centroamericanas, las impresionantes tumbas de los narcos en Culiacán, el culto a Pablo Escobar, al santo Malverde o las figuras de los miembros de la banda del Koki que se venden en Caracas son ejemplos de cultura criminal.

El dominio territorial le da al crimen ventaja para fortalecerse, reproducirse y multiplicarse. La estabilidad le garantiza reclutar, armar, entrenar, planificar y organizar redes de inteligencia. Cuando el Estado acepta que la delincuencia controle un territorio, está tolerando que los ciudadanos que viven en esos territorios puedan ser impunemente asesinados y extorsionados, que los niños puedan ser reclutados y las niñas violadas y que los negocios de gente trabajadora puedan ser apropiados por criminales. Cuando todo esto ocurre ya no se trata de un problema de seguridad pública, sino del camino a convertirse en Estado fallido.

Eso es Haití ahora y por ello la muerte del presidente Jovenel Moïse fue en realidad un asesinato anunciado. Conforme a datos de la Comisión Nacional de Desarme de Haití hay en este pequeño país al menos 77 grupos delictivos armados y la Red Nacional de los Derechos Humanos habla de una “gansterización” de la política. Gabriel Gaspar, exsubsecretario de Guerra del gobierno del expresidente Ricardo Lagos de Chile, señala que “las pandillas haitianas están fuertemente armadas, exhiben su poder y controlan territorios, especialmente en la capital. Las pandillas están agrupadas en una federación criminal conocida como G9, liderada por Jimmy Barbecue Cherizier, un expolicía que utiliza lenguaje populista criticando a los “oligarcas”. Sólo en junio estas bandas realizaron doscientos secuestros y asesinaron a treinta policías. Mucha pobreza, un Estado débil y una policía que no controla el territorio han derivado en un potente poder criminal”. En este contexto es inevitable que los criminales se conviertan en un instrumento del poder económico y político, y que a su vez el poder económico y político termine convertido en un instrumento de los criminales. En algunos lugares del continente la delincuencia ya es un poder fáctico que se está cruzando con la clase política.

Los pactos formales o de facto con delincuentes resultan de la debilidad del Estado o de la presión pública electoral por reducir los homicidios y la violencia. La indiferencia o el pacto aparecen como el camino más rápido para mostrar resultados, pero a costa de sufrir una explosión criminal mayor a futuro porque el Estado no resuelve su debilidad y el crimen gana condiciones para fortalecerse. La delincuencia no es fenómeno estático, sino expansivo, ya sean grandes cárteles o pandillas; por lo tanto, cuando no se le combate crece. No hay razones objetivas para suponer que los delincuentes limitarán su actividad por su propia voluntad, lo único que puede detenerlos es la fortaleza del Estado.

La visión ingenua del chavismo sobre la delincuencia nos recuerda la fábula del escorpión que le pide a la rana que le ayude a pasar el río. Ésta acepta con la condición de que no la vaya a picar. A mitad del río el escorpión picó a la rana, que pregunta sorprendida: “¿Por qué me picaste, los dos vamos a morir?”. El escorpión le responde: “Lo siento, es mi naturaleza”.

Exjefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz

Septiembre 2021

https://www.nexos.com.mx/?p=60134

Cuba: final de la utopía

Joaquín Villalobos

Con la actual pandemia, sectores de la izquierda marxista pronostican el fin de la globalización y del capitalismo al que apodan neoliberalismo. En el mundo sólo quedan dos países con economías estatizadas de carácter marxista: Corea del Norte y Cuba. El capitalismo es ahora hegemónico bajo democracias liberales, en dictaduras comunistas, autocracias nacionalistas o dictadores bananeros. Corea del Norte es una monarquía comunista, no forma parte de la mitología revolucionaria universal. El régimen cubano es entonces el último referente moral, político e ideológico del modelo marxista, anticapitalista y antiimperialista. Luego de sesenta y un años de sobrevivir está en decadencia moral, material, intelectual y generacional. Pero la muerte de la utopía cubana no será sólo el final de un régimen, sino el derrumbe de una iglesia que dejaría en el desamparo espiritual a millones de creyentes de la religión política marxista en todo el mundo. De ese final y de lo que implica se trata este ensayo, que se publicará en dos entregas.

Fidel Castro abrió la conversación con lo que más se hablaba en aquel momento en La Habana, la prohibición de las revistas soviéticas Novedades de Moscú y Sputnik. De manera tajante me dijo: “Hemos tenido que terminar su circulación. Durante años distribuimos millones y difundimos sus ideas como verdades, pero su contenido actual equivaldría a que el Vaticano sacara un nuevo catecismo donde afirmara que Jesús y la Virgen nunca existieron y que todo ha sido una mentira. No podemos cuestionar nuestras verdades, porque se nos cae el sistema”. Era agosto de 1989. El llamado “socialismo real” o “comunismo” empezaba a agonizar en Europa y Asia. Aunque la intención fuera otra, la comparación de esa agonía con el final de un sistema de creencias religiosas no pudo ser más elocuente.

El enojo de Castro lo provocó un artículo de Vladimir Orlov en cual sostenía que el socialismo cubano era una copia del soviético que “negaba totalmente la economía de mercado y el pluripartidismo” y mantenía al “Estado militarizado para defender a la élite partidaria estatal, no sólo de la contrarrevolución externa, sino también de la interna”.1 Se burlaba de que Fidel llamara a defender ese socialismo hasta la última gota de sangre. Había razones para el enojo, pero impedir el debate con ideas que venían de la meca del socialismo era miedo de Castro a perder el debate y el control sobre los cubanos. Obviamente, la utopía cubana también podía morir. Era fácil acusar de traidor y de agente de la CIA a un disidente cubano o a un crítico de la izquierda latinoamericana, pero eso no se le podía decir a los soviéticos que durante cuarenta años le habían dado a Cuba el desayuno, el almuerzo y la cena.

El filósofo británico John Gray, en su libro Misa negra, sostiene que todas las corrientes políticas, incluido el liberalismo, tienen pretensiones utópicas religiosas, son proyectos que ambicionan ser globales y llegar hasta el fin de los tiempos. Los misioneros armados estadunidenses que invadieron Irak para llevar la democracia y las bombas evangelizadoras que lanzaron franceses y británicos sobre Libia son ejemplos de liberalismo religioso. Ahora nos asusta el califato universal que moviliza al radicalismo islámico, pero el paradigma del comunismo científico mundial que propugnaba el marxismo-leninismo partía de la misma pretensión. Hace algunos años Raúl Castro, en un congreso del Partido Comunista de Cuba, pronosticaba que un día Estados Unidos sería gobernado por los comunistas.

Para Bertrand Russell “el bolchevismo entendido como fenómeno social no ha de ser considerado un movimiento político corriente, sino una religión”.2 Gray establece que “la idea misma de la revolución entendida como un acontecimiento transformador de la historia es deudora de la religión. Los movimientos revolucionarios modernos son una continuación de la religión por otros medios”.3 Mis propios orígenes como revolucionario a inicios de los años setenta partieron del catolicismo y puedo dar fe de que la militancia era una especie de apostolado, tal como me lo dijo Ignacio Ellacuría, sacerdote jesuita asesinado por los militares en 1989, durante la guerra civil en El Salvador.

Es común escuchar juicios idealistas sobre los revolucionarios pensando que éramos la solución, cuando solamente éramos el síntoma de sociedades enfermas de autoritarismo. Una sociedad puede tener la rebelión en su cultura política, pero esto no le asigna a los alzados calidad de solución. Los movimientos revolucionarios latinoamericanos fueron construcciones sociopolíticas, caóticas, fragmentadas y primitivas que competían entre ellas por cuál grupo tenía la verdad. Si bien surgían por causas justificadas, eran proclives al fanatismo ideológico, al revanchismo, al resentimiento social y a la manipulación por intereses externos. Admitían en sus filas a mucha gente noble e idealista, pero también recibieron aventureros, megalómanos, oportunistas y hasta sociópatas que disfrutaban de la violencia.

No interesa hacer aquí una profunda discusión filosófica, sino establecer que el punto de partida teórico marxista y cristiano de gran parte de la izquierda latinoamericana tiene un origen contaminado de dogmas, ritos, creencias y santorales que la hizo necesitar un mesías y una tierra santa. Éste fue el lugar que ocuparon Fidel Castro y Cuba en el imaginario de la izquierda e incluso entre intelectuales, académicos y líderes políticos marxistas o marxistas solapados de todas partes del mundo, incluyendo Estados Unidos. Era la lucha del David cubano contra el Goliat imperialista americano; en algunos intelectuales pesaba más el rechazo a Goliat que el proyecto de David. La veneración y el reconocimiento a Fidel Castro incluyó creyentes y no creyentes. Pero tal como establece el mismo Gray: “Las religiones políticas modernas… no pueden sobrevivir sin demonología”.4 Es así como los cuatro demonios más importantes para nuestra izquierda han sido: los ricos, el capitalismo, el imperialismo yanqui y los disidentes.

La figura mítica-religiosa de Fidel Castro arranca y cobra fuerza con la prolongada victimización de la Revolución cubana y de la izquierda en Latinoamérica, en el contexto de la Guerra Fría. Las intervenciones estadunidenses, las dictaduras militares, los golpes de Estado, las torturas, los asesinatos, las desapariciones, las masacres y la persecución persistente, le otorgaron de facto a la izquierda la representación del bien en la lucha contra el mal. Castro estaba tan consciente del poder que le daba ser víctima que, en una ocasión, hablando del Che Guevara, me dijo que el parecido de éste con la imagen de Jesucristo contribuyó a convertirlo en un ícono universal revolucionario. Efectivamente, la imagen justiciera del Che y su sacrificio nos movió a muchos jóvenes a rebelarnos contra las dictaduras. Guevara dio fuerza a la mitología religiosa izquierdista al asociar violencia, sufrimiento y martirio con redención y transformación revolucionaria. Cuestionar esta mitología se convirtió entonces en herejía, no importa que se estuviera frente absurdos evidentes.

La guerrilla cubana no necesitó un gran desarrollo militar. Los rebeldes entraron a La Habana con sólo unos cientos de hombres. El Che fue un mal estratega, su plan en Bolivia era absurdo y por eso fue derrotado. Hay evidencia fotográfica y testimonial de que fue capturado vivo, de que se rindió sin “luchar hasta la última gota de sangre” como exigía Castro. Él mismo dijo a sus captores: “No disparen. Soy el Che Guevara valgo más vivo que muerto”. Por otro lado, su imagen de hombre bueno se contradecía con su gusto por los fusilamientos en la sierra y en la Revolución. En 1964, durante un discurso en Naciones Unidas, dijo: “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”. En su mensaje a la Tricontinental en 1967 dijo: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Esta cara cruel de Guevara dejó de destacarse y muchos, la verdad, ignorábamos esa parte de la historia. Sin embargo, las evidencias de guerrillero inepto, cobarde y de hombre sanguinario no impidieron su santificación como ícono revolucionario heroico, representante del bien.

Fidel Castro fue un desastre como jefe de Estado. Usando un concepto marxista se puede afirmar que fue incapaz de desarrollar las fuerzas productivas en Cuba y, más bien, fue el destructor de éstas. Castro es el padre de una economía parásita, primero de la Unión Soviética y luego de Venezuela. En verdad la economía cubana funcionaba mejor con la dictadura de Batista que con la de Castro. Conforme a datos de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas (FAO), el promedio de producción de caña de azúcar por hectárea en el mundo es de 63 toneladas métricas y el de Cuba es 22. En un artículo del Granma titulado “Añoranza por la reina”, publicado el 7 de febrero de 2007, se decía que desde 1991 la producción de piña había descendido 30 veces.5

Sobra información pero abundan los ciegos que no quieren ver. Durante años, intelectuales y funcionarios de organismos internacionales aceptaban los progresos en salud y educación del socialismo cubano, pero pocos ponían atención en que éste no tenía sustento económico propio sino en el subsidio soviético. Esto permitía repartir sin producir. Los cubanos han pagado esa falsa igualdad no sustentable con pérdida de libertades y con hambre cuando se acabó el subsidio. Han soportado seis décadas una dictadura que justifica su fracaso por la existencia del demonio imperialista y que sustenta su poder controlando a los cubanos con el miedo, la necesidad de sobrevivir y el escepticismo de que un cambio es posible.

En Costa Rica hubo una guerra civil entre 1948 y 1949 que condujo a una revolución basada en un programa social demócrata que disolvió el ejército, estableció una nueva constitución, modernizó el país, aseguró el crecimiento económico, la educación, el bienestar social y las libertades democráticas. Todo esto sin fusilamientos, sin declararse antimperialista y sin satanizar al capitalismo y a los empresarios. El líder de este movimiento, José Figueres Ferrer, ganó las elecciones en 1953, pero entregó el gobierno cinco años después. No se quedó gobernando hasta la muerte. Durante setenta y un años, en Costa Rica no ha habido golpes de Estado ni movimientos guerrilleros y ha tenido dieciocho presidentes electos libremente. Es el país más estable, el que tiene la mayor expectativa y el que mejor ha respondido a la actual pandemia en Latinoamérica. La educación de su población le ha permitido atraer inversiones de Microsoft, Intel, Hewlett Packard, Google y Amazon, y lograr progresos en innovación tecnológica y respeto al medioambiente. Tiene el salario mínimo más alto de Latinoamérica con $555 dólares mientras en Cuba son sólo $15. Los costarricenses no emigran en masa, al contrario, el país recibe inmigrantes y envía más dinero en remesas del que recibe. Estos resultados han superado siempre a Cuba, incluso en los mejores momentos del subsidio soviético.

Sin embargo, estos resultados de la Revolución costarricense no despertaron la mitología religiosa que desataron Castro y Cuba. Sin duda hay diferencias importantes de contexto como el carácter de las élites costarricenses, socialmente más sensibles que los oligarcas guatemaltecos o salvadoreños. Pero lo más importante fue que Figueres y sus seguidores no eran marxistas-leninistas y no les interesó ser redentores. Prefirieron instituciones a caudillos, no quisieron crear un hombre nuevo, entendieron que la naturaleza humana es un balance entre la cooperación y la competencia en la cual la ambición de los empresarios puede convivir con la solidaridad hacia los trabajadores. Pero una revolución sin mesías resultaba muy pagana para el fervor que dominaba a la izquierda de entonces, martirizada por las dictaduras. Por ello Costa Rica nunca fue reconocida por la izquierda como una verdadera revolución.

Dicen que la fe es ciega y esto resume lo que ocurrió en la construcción del pensamiento de la izquierda frente a Fidel. Nadie veía el desastre, los que lo veían callaban y los que en algún momento decidimos cuestionarlo abiertamente fuimos llamados agentes de la CIA, neoliberales, vendidos y traidores, es decir, herejes, infieles, apóstatas. Atreverse a decir que la Revolución cubana es un fracaso o, peor aún, que Ernesto Che Guevara se rindió al ver cerca la muerte, es un sacrilegio. Yo lo digo con la autoridad que me da haber comandado revolucionarios que se enfrentaron solos a batallones, que prefirieron morir heroicamente antes que rendirse.

Establecido el carácter religioso de la izquierda, perder la fe, dejar de creer se volvió un tema lento, complejo y traumático. No es casual que los cambios en la Unión Soviética y Europa comunista llegaron con el cambio generacional. Vargas Llosa en La llamada de la tribu hace referencia a su ruptura con Cuba y a las acusaciones que le lanzó Castro de servir al imperialismo cuando lo sentenció a no volver a pisar Cuba jamás. Le dio la categoría de “ángel caído expulsado del paraíso”. José Saramago lo dijo en una frase: “Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo”.6 Vargas Llosa describe la ruptura diciendo: “Romper con el socialismo y revalorizar la democracia me tomó algunos años. Fue un periodo de incertidumbre…”.7

Nunca pude conocer la realidad de los cubanos de la calle. Las muchas veces que visité La Habana me recibía un Mercedes Benz que me llevaba del aeropuerto a una casa de protocolo del barrio Miramar. Pero conocí bien el “sistema”, su política exterior, sus dirigentes y, sobre todo, su estrategia hacia el continente con las izquierdas armadas y no armadas. Me reuní decenas de veces con Fidel Castro en el palacio de gobierno, en su yate, en la residencia de Cayo Piedra, en el penthouse donde vivió Celia Sánchez, en su limusina soviética. Una vez compartimos tiempo en una práctica de tiro. Castro tenía gran habilidad para manipular a las personas a partir de un protocolo, un ritual y de un uso reiterativo de la palabra que fortalecía en terceros la idea de que él era infalible en temas de fe izquierdista. Unas cuantas veces su apoyo fue crucial para que los comunistas salvadoreños aprobaran mis propios planes. Si Fidel apoyaba, todos aceptaban.

Castro empobreció dramáticamente a los cubanos, pero tenía una gran capacidad política para armar estrategias que le permitieran conservar el poder en condiciones extremas, sacando del juego a adversarios reales o potenciales, con cualquier método; diseñando un sistema de control policial en el que todos vigilan a todos; y ejecutando planes con efectos de largo plazo como los médicos esclavos. Era poseedor de una genialidad perversa, con una visión religiosa y culturalmente conservadora y por lo tanto hipócrita en política. Los principios debían ser defendidos a muerte, a menos que él decidiera lo contrario. Era humildemente arrogante. Repetía constantemente sus hazañas militares en primera persona. Escuché muchas veces su narración de las emboscadas en la sierra y cómo dirigió desde La Habana la batalla de Cuito Carnavale en Angola. Disfrutaba del poder y sabía que sus palabras eran recibidas como mensajes divinos.

Yo me rebelé contra la dictadura en mi país movido por valores como la justicia, la compasión y por la indignación frente a la arrogancia y crueldad de militares y oligarcas. Pero esos mismos valores me llevaron, años después, a romper con la extrema izquierda y a dejar de creer en la Revolución cubana; fue un proceso complejo porque eso implicaba ubicarme en un centro izquierda que no tenía futuro en un país polarizado al extremo. En una ocasión, Fidel me dijo que si ganábamos la guerra podíamos perder la paz. Obviamente percibía las tensiones entre los marxistas y quienes simpatizábamos con la socialdemocracia. Sin embargo, Castro mantuvo un trato preferencial conmigo hasta el final de la guerra porque me reconocía como jefe militar guerrillero.

Cuando las protestas del 2018 en Nicaragua, jamás imaginé que Daniel Ortega fuera capaz de matar a más de 400 nicaragüenses, encarcelar a cientos con tanta ferocidad y definirse abiertamente como dictadura. El sandinismo, incluido Ortega, fue menos dogmático que los marxistas salvadoreños, pero cuando recuperó el poder redefinió su programa como cristiano, socialista y solidario, una mezcla de marxismo, esoterismo y manipulación cínica de la religión. Lo ocurrido en Nicaragua me llevó a pensar que si en El Salvador hubiésemos triunfado, los comunistas, que eran más dogmáticos que Ortega, con el apoyo de Cuba habrían tomado el control del gobierno, yo habría sido disidente y, como tal, habría terminado muerto o dirigiendo fuerzas contrarrevolucionarias. El empate militar y el acuerdo de paz evitó que esto ocurriera. Mi reflexión es que la guerra en mi país fue un enfrentamiento entre quienes defendían una dictadura y quienes querían imponer otra. La institucionalidad que estableció el acuerdo de paz fue lo mejor que pudo pasar. El empate fue posible por la intervención estadunidense. Sin ella, hubiéramos derrotado a los militares salvadoreños, igual que Fidel pudo derrotar a Batista. Lo paradójico es que yo era simultáneamente un peligro potencial como disidente para la izquierda y al mismo tiempo el objetivo principal de la CIA para ser eliminado y al único al que la agencia destinó un equipo permanente con ese propósito.

Entendí entonces el enorme coraje de todas las disidencias internas de la Revolución cubana: enfrentaban el riesgo del rechazo de ambas partes. Entre éstas, las disidencias que pudieron haber motivado la perestroika, como la del general Arnaldo Ochoa y mi amigo Tony de la Guardia, dos guerreros fuera de serie fusilados sin compasión por Fidel Castro en 1989. Fueron acusados de narcotráfico en un país donde absolutamente nada se podía hacer sin el consentimiento de Fidel. Con estos fusilamientos Castro logró limpiarse frente a los estadunidenses por el narcotráfico y deshacerse de un grupo de disidentes, en particular de Arnaldo Ochoa, el más potente de sus competidores.

Separar la ideología de la calidad humana es fundamental para romper con la visión izquierdista que divide al mundo entre buenos y malos, conforme a las posiciones políticas o el origen de clase. Sin tolerar las diferencias, la izquierda jamás será democrática y siempre habrá riesgo de que acabe en dictadura. En la visión religiosa los pobres son buenos, aunque sean delincuentes y los ricos son malos, aunque sean generosos. El calificativo de “pequeño burgués” es un ataque común en la extrema izquierda, que se adentra en la forma de ser y en las costumbres de las personas. Esto conducía a los llamados procesos de proletarización, consistentes en una disciplina de sacrificios para forzar el cambio de clase. La militancia revolucionaria se convertía así en un apostolado, tal como me lo dijo Ellacuría, en principio aparentemente inocente, que se adentraba en la imposición de genuinas idioteces, como la ropa, la música o el arte. Los Beatles fueron prohibidos en Cuba. Hasta que el Ministerio del Interior comisionó la traducción de sus canciones, concluyeron que éstas no eran contrarrevolucionarias y terminaron construyendo una estatua de John Lennon en un parque en La Habana. Pablo Milanés, el cantautor que se convirtió en marca cultural de Cuba fue enviado en 1966 a un centro de reeducación junto a disidentes y homosexuales. Como se fugó, lo metieron en una prisión con delincuentes comunes. Su pecado era tener talento frente a la mediocridad partidaria.8

En su nivel más extremo la proletarización o reeducación condujo al genocidio de Pol Pot en Camboya, a los muertos de la Revolución Cultural de Mao Zedong y a las matanzas de Stalin. La construcción del hombre nuevo la realizaban matando a millones de personas que representaban al viejo sistema. Guevara fue un fiel impulsor de la construcción del hombre nuevo por la vía de los fusilamientos. A menor escala esto ocurrió también en las filas de la insurgencia latinoamericana. En el 2014 fue encontrada en Perú una fosa común con 800 víctimas de Sendero Luminoso, la mayoría indígenas asháninkas y machiguengas exterminados entre 1984 y 1990.9 En el 2003 las FARC ejecutaron un atentado terrorista contra el exclusivo Club Nogal de Bogotá, hubo 36 muertos y 198 heridos. Pudo haber más víctimas si el peso de la piscina que estaba en el 9.º piso hubiese demolido el edificio. Fue un acto terrorista dirigido contra civiles por su origen de clase.

El libro Grandeza y miseria de una guerrilla, escrito por Geovani Galeas y Berne Ayalá, cuenta que entre 1986 y 1991, en El Salvador uno de los grupos guerrilleros arrestó, torturó y mató de formas crueles a cientos de combatientes y colaboradores por considerarlos espías de los militares. Muchas de estas personas fueron víctimas de una paranoia colectiva de los dirigentes por sospechas originadas en conductas no proletarias que se interpretaban como “infiltración enemiga”. Galeas y Ayalá recopilaron y publicaron los testimonios de las familias de las víctimas.10 En Guatemala, Mario Roberto Morales, exmilitante de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), en su libro Los que se fueron por la libre habla del abandono de sus “prerrogativas de clase” para adentrarse en “los hábitos del pueblo” y cuenta de una guerrillera de seudónimo la China que fue ejecutada porque su “sensualidad” generaba conflictos entre los compañeros.11 Esta sería una ejecución de corte religioso como las que ahora realiza el Estado Islámico.

En abril de 1983, en Managua fue asesinada con 90 puñaladas Mélida Anaya Montes (Ana María), segunda al mando de uno de los grupos guerrilleros salvadoreños. Inicialmente el asesinato se atribuyó a la CIA, pero los investigadores nicaragüenses y cubanos capturaron rápidamente a los autores. Los debates sobre la negociación como una salida a la guerra produjeron profundas diferencias en el grupo guerrillero al que pertenecía Mélida. Ella estaba en favor de la negociación y el jefe de la organización, Salvador Cayetano Carpio (Marcial), consideraba que negociar era traicionar al proletariado y a la revolución. Carpio ordenó entonces al equipo de contrainteligencia que tenía bajo su mando ajusticiar a Mélida por desviaciones pequeñoburguesas y traición y encubrir el crimen. Al ser descubierto Carpio optó por suicidarse.

Una guerra exige disciplina y compromiso y hubo efectivamente casos de espionaje y traición. Sin embargo, la “proletarización” fue la causa principal de numerosos crímenes que, además, como dice Roberto Morales, debían ocultarse para evitar “hacerle el juego al enemigo”. La visión religiosa abría las puertas al fanatismo, al revanchismo, al resentimiento social, a la manipulación y al engaño, pero también a la mediocridad, que ha sido el factor más autodestructivo en las izquierdas. Rechazar la diferencia e imponer la igualdad convierte la mediocridad en resultado y termina con la expulsión o la huida de los talentos. Esto puede verse en el contraste entre la Cuba rica de la Florida y la Cuba pobre de la isla, o entre las dos Alemanias antes de la caída del muro. Cuando el oportunismo adulador y acrítico y su pariente el culto a la personalidad toman control, la ineficiencia se vuelve la regla. El fracaso de la Revolución cubana es hijo de la mediocridad y del voluntarismo, igual que en la Unión Soviética.

Muchos deben recordar al Castro de la memoria extraordinaria, capaz de hablar horas con gran fuerza argumentativa sobre los problemas del mundo, aunque siempre sin ofrecer soluciones. Su ventaja en ese debate la daba el contexto de dictaduras y la agresiva política de Estados Unidos contra su gobierno. Cuando esto cambió, Fidel tartamudeó para responder a una periodista sobre por qué los cubanos no podían entrar a los hoteles de lujo que abrió el capitalismo en su país socialista e insultaba a gritos, como activista de calle, acusando de agentes de la CIA a los periodistas que le preguntaban por los presos políticos.12

Castro no pudo reinventarse, su cabeza se quedó en los años sesenta y le costaba admitir el fracaso. En otro video le preguntan a Fidel por qué insiste en el comunismo si éste ya está muerto en todo el mundo. Su respuesta fue: “Cristo murió en la cruz y al tercer día resucitó”.13 En el 2010 hizo una sorprendente declaración: “El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros mismos”. Cuba permitía a los millonarios como inversionistas y a los pequeñoburgueses como turistas, siempre y cuando fuesen extranjeros. Capitalismo y riqueza para los extranjeros, y socialismo y pobreza para los cubanos; de nuevo mostraba su genialidad política pariendo un “apartheid económico”. Después, Raúl Castro dio otro paso permitiendo los llamados “cuentapropistas”. Con este paso la Revolución aceptó burgueses cubanos, siempre que fueran pequeños.

Con el tiempo las raíces religiosas de la izquierda convirtieron saber y tener en pecados capitales y rasgos sospechosos. Esto les ha impedido a los gobernantes cubanos tener una relación normal con los empresarios y los tecnócratas, los dos componentes más importantes para el desarrollo, el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Para entender este conflicto puede resultar útil un verso del poeta cubano Indio Naborí. Su poema Placa en la puerta del partido fue muy popular en la izquierda para fortalecer la mística. El verso final dice así: “…aquí tienes que ser/ el último en comer/ el último en dormir/ el último en tener/ y el primero en morir”.14 Estas ideas que rezaban los militantes para ir a la lucha son una expresión de la barrera religiosa que hay entre la izquierda y el mercado. En el pensamiento extremista, la pobreza es un valor, no un problema que debe resolverse.

Con una izquierda pobre y perseguida, resultó fácil contraponer codicia y ambición a justicia y solidaridad. Pero ¿qué ocurre en las almas izquierdistas cuando la realidad demuestra que la codicia y la ambición son más eficientes para desarrollar la economía y reducir la pobreza? ¿Qué les ocurre cuando el poder los coloca frente a las tentaciones de la sociedad de consumo?

Tienen dos caminos: entrar honestamente a la normalidad o volverse corruptos y cínicos. Castro insistía en que el centro del debate era la naturaleza del hombre y que ésta era ser solidario. Utilizaba ejemplos de guerras y tragedias para demostrarlo. En realidad, éste es el centro del error, porque el ser humano no es ni solidario ni egoísta por naturaleza. Como dice Martin Nowak: “La competencia y la cooperación han funcionado desde el primer momento para dar forma a la evolución de la vida en la Tierra, desde las primeras células hasta el Homo sapiens. Por lo tanto, la vida no es sólo una lucha por la supervivencia: también es, podría decirse, un abrazo para la supervivencia”.15

Guevara decía que el revolucionario es el eslabón más alto de la especie humana y la extrema derecha piensa lo mismo de los empresarios. Ambas ideas llevan a la corrupción, la primera porque va contra la naturaleza humana y la segunda porque si todo asume tener el dinero como propósito, los policías, los jueces, los maestros necesitarán volverse corruptos para no ser especies inferiores. El estilo de vida es irrelevante, da igual si se vive con comodidades cuando esto es resultado del esfuerzo personal o si se es austero por opción personal. Existen ricos austeros y pobres que derrochan lo que no tienen. Hay en la izquierda quienes, sin sufrir retorcijones ideológicos, optaron por la corrupción. En Nicaragua, Daniel Ortega es ahora tan rico como el exdictador Somoza; los bolivarianos venezolanos son multimillonarios con cuentas de hasta miles de millones de dólares y los generales cubanos son ahora los dueños de la industria turística. Un conocido izquierdista español se disfraza de pobre en el congreso, pero usa chaqué en los eventos de la farándula; cuando era candidato cuestionaba a quienes tenían casas de 600 000 euros y terminó comprándose una del mismo precio. La primera vez que probé caviar fue con Fidel Castro, una misión iraní le dejó una dotación de regalo, pidió vino francés de excelente calidad y me dijo que las exquisiteces no debían ser sólo para los ricos. Ni el yate ni las langostas frescas en Cayo Piedra eran cultura “proletaria”. La conclusión sería que la codicia puede también ser revolucionaria.

Cuando la riqueza proviene del poder político, perder el poder es quedar en la pobreza porque no se sabe hacer otra cosa. Entonces hay que defender el poder a toda costa, como en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Pero ya no se está defendiendo el socialismo ni a los pobres, sino los privilegios personales de los dirigentes y sus familiares. La corrupción en la extrema izquierda establece una relación de amor y odio con la riqueza que deriva en una vulgar transición de revolucionarios a ladrones.

La aceptación de la economía de mercado para la izquierda tiene dos componentes fundamentales: el personal y el programático. El primero es aceptar que no es malo tener y el segundo es entender que los que saben generar riqueza son indispensables. Cuando no se comprende esto, el deseo de superación, una aspiración natural en todos los seres humanos acaba representada exclusivamente por las derechas.

La ambición humana es el motor de la generación de riqueza y crecimiento económico. Por ello, el propósito marxista de desarrollar las fuerzas productivas lo han ejecutado mejor las derechas. Las izquierdas se tomaron en serio el evangelio de San Mateo que dice: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Deng Xiaoping, padre ideológico de la transición de China al capitalismo, se mofaba de quienes decían que “si un granjero tenía tres patos era socialista, pero si tenía cinco, era capitalista”.16 Esto ocurre en Cuba cuando el gobierno regula el número de mesas que pueden tener los restaurantes privados. A Deng se le atribuye la más valiosa cita sobre el cambio en China: “Enriquecerse es glorioso”. Quienes venimos de la izquierda sabemos que esta idea es fundamental porque fusiona lo individual con lo programático e implica una ruptura con el voto de pobreza de la izquierda, que al igual que el celibato de los curas, genera perversiones porque va contra la naturaleza humana. La corrupción es para la izquierda marxista lo que la pedofilia es para la Iglesia católica.

No es casual que las derechas asuman en sus programas la producción y las izquierdas, la distribución. Tampoco es casual que cuando ya no hay mucho que repartir la izquierda pierda elecciones. La regla es que a mayor distancia del mercado se es más de izquierda, sin embargo, a la hora de gobernar el resultado es que a mayor distancia del mercado corresponde mayor fracaso. Los gobiernos de extrema izquierda de Evo Morales y Daniel Ortega no se pelearon con el mercado y sus resultados económicos contrastan con los fracasos venezolano y cubano. El marxismo, en el consciente y el subconsciente de las izquierdas, genera un conflicto moral con el espíritu emprendedor. Los empresarios son definidos como enemigos o como aliados indeseables.

La izquierda necesita romper con la idea de la igualdad absoluta y aceptar la legitimidad de la ganancia, de la acumulación y de la diferencia. Los empresarios son capital humano como lo son los profesionales de alta calificación, sin éstos no hay crecimiento económico. La izquierda debería tener empresarios en sus filas. La sensibilidad social y la solidaridad no son incompatibles con el espíritu emprendedor, los ricos también pueden irse al cielo. Sin duda hay empresarios que abusan de los trabajadores, pero igual hay doctores que abusan de sus pacientes y no por ello debemos quedarnos sin doctores.

Para quienes viven en el mundo normal, este debate puede parecer tonto, pero estos son los cuellos de botella ideológicos y morales que enfrenta ahora la utopía cubana. Necesitan, como me dijo Fidel, “cuestionar sus verdades” y aceptar que éstas siempre fueron mentiras.

A raíz de la pandemia los izquierdistas dicen que viene el fin de la globalización y del neoliberalismo, alias del capitalismo. El problema es que el capitalismo es reformable, lo que no se puede reformar es el socialismo marxista cubano, como no era reformable el soviético que se autodestruyó cuando Gorbachov intentó hacerlo. El propio Fidel Castro después de reunirse con Gorbachov me dijo que éste iba a destruir a la Unión Soviética tal como ocurrió. Stephen Kotkin habla de “autodestrucción ideológica” y usa la figura de las famosas muñecas rusas matrioska diciendo que “dentro de Gorbachov estaba Kruschov, dentro de Kruschov estaba Stalin, y dentro de Stalin estaba Lenin. Los predecesores de Gorbachov habían construido un edificio que tenía minas que provocaron su propia detonación al impulsar la reforma”.17

El neoliberalismo es sólo una variable del capitalismo con menos Estado y más mercado. Capitalismo es también la Revolución de José Figueres en Costa Rica, el Nuevo Trato de Franklin Roosevelt, el Estado de Bienestar de Suecia, Noruega y Dinamarca, y la modernización española que ejecutó Felipe González. La pandemia obliga a fortalecer el rol subsidiario del Estado en todas partes, pero el capitalismo continuará siendo el motor de la economía para generar empleos, proporcionar ingresos a los gobiernos y reducir la pobreza. En Gran Bretaña, cuna del neoliberalismo, el gobierno está pagando los salarios de once millones de trabajadores. Esto no es bondad, es comprensión de cómo funciona la economía. El capitalismo no va a terminar. Lo que viene es la competencia entre dos tipos de capitalismos: el liberal democrático y el capitalismo con dictadura. Cuba no está en ninguno de esos dos grupos.

China no regresará al maoísmo, Putin no va a expropiar a los oligarcas rusos y Vietnam no renunciará a los progresos que ha logrado. En estos tres símbolos de utopías fallidas “enriquecerse ha sido glorioso”; la colección de whisky más cara del planeta, valuada en 14 millones de dólares, pertenece a un millonario vietnamita que vive en la ciudad Ho Chi Minh. En las calles donde antes caían bombas estadunidenses ahora transitan vehículos Ferrari, Aston Martin y hay tiendas de Oscar de la Renta, Louis Vuitton, Gucci, relojes Patek Phillipe y joyerías de Tiffany. La transformación capitalista de Vietnam logró que las exportaciones pasaran en los últimos veinte años de 10.000 millones a 230.000 millones de euros. En ese mismo período las exportaciones de Cuba pobremente pasaron de 1.400 millones a 2.100 millones de euros mientras su capital se está cayendo y en sus calles circulan vehículos con hasta setenta años de antigüedad. La Habana ocupa la posición 192 en índice de calidad de vida de un total de 231 posiciones.18 Estados Unidos mató cinco millones de vietnamitas y destrozó el país, y ahora los estadunidenses llegan por miles como turistas y son bien recibidos. Todos los argumentos del régimen cubano sobre el embargo y las sanciones estadunidenses son nada comparadas con los treinta años de guerra que sufrió Vietnam contra dos potencias.

El fracaso económico de Cuba no es culpa de Estados Unidos, sino del conflicto religioso de los comunistas cubanos con la ganancia, la creatividad, el espíritu emprendedor y el deseo de superación de sus ciudadanos.

La economía siempre ha tenido tendencia a globalizarse y, al igual que el mercado, existe desde antes que existiera el capitalismo; ambos fenómenos, mercado y globalización, son inevitables porque responden a la naturaleza humana. Quienes pelean contra las fuerzas del mercado acaban derrotados. La globalización se aceleró en las últimas décadas por el desarrollo del transporte y la revolución de las comunicaciones. Esto facilitó que los grandes capitalistas pudieran conectar sus industrias con las enormes reservas de mano de obra barata que existían en países pobres como China, India, México o Bangladesh. Un fenómeno similar de demanda y disposición de mano de obra ocurrió salvajemente en los siglos XVI, XVII y XVIII con el comercio de esclavos africanos, resultado de la conquista y colonización europea en América.

La globalización actual ha tenido, entre otras, tres consecuencias importantes: generó fortunas sin precedentes, sacó a centenares de millones de gentes de la pobreza y abarató las manufacturas llevando la sociedad de consumo a todas partes. Sin duda ha tenido consecuencias negativas ambientales, injusticias con millones de trabajadores, severa desigualdad y otras. Pero si la globalización desapareciera como dicen los izquierdistas, sería una gran catástrofe para los más pobres. Va a reacomodarse, pero no a desaparecer.

El riesgo de que aparezcan nuevos gobiernos autoritarios resultado de la pandemia es un tema político, la democracia no es universal y podría perder terreno, pero el carácter capitalista de las economías no está en cuestión. La recesión económica generada por la pandemia provocará protestas sociales y problemas a la clase política en todas partes, incluidos China, Rusia, Gran Bretaña, Brasil, México y Estados Unidos. Pocos gobiernos saldrán bien librados, ya sean de derecha o izquierda, pero hay que estar locos para pensar que habrá revoluciones populares comunistas en alguna parte. El capitalismo sufrirá reformas y sobrevivirá; lo que no sobrevivirá es la utopía estatista cubana y el desastre del socialismo del siglo XXI en Venezuela. Pueden seguir un tiempo más como muertos que caminan, pero el modelo marxista no va a resucitar y la aproximación de su final tiene consecuencias.

Después de inicios de la Revolución en 1959, Fidel Castro definió que la defensa de Cuba debía hacerse generando o expandiendo conflictos armados en Latinoamérica. La invasión de bahía de Cochinos, la expulsión de Cuba de la OEA y el predominio de dictaduras militares en casi todo el continente justificaban la lucha armada. La frase de Guevara de “crear uno, dos, tres Vietnams” era una forma de defender a Cuba. Se trata de algo militarmente básico, si te quedas encerrado en tu territorio, tu defensa será débil y tu enemigo podrá concentrar ofensivamente sus fuerzas contra tus posiciones. Para evitar esto es indispensable una defensa ofensiva que disperse, distraiga, agote y obligue a tu enemigo a combatir en un territorio más amplio.

Cuando Stalin estableció gobiernos comunistas satélites en Europa del Este no estaba haciendo revoluciones por solidaridad con los trabajadores de estos países. Estaba ampliando la defensa territorial de la Unión Soviética. El general Vo Nguyen Giap, uno de los más brillantes estrategas de la historia, jefe de las fuerzas vietnamitas en la guerra contra franceses y estadunidenses, mantuvo una ofensiva permanente sobre Vietnam del Sur con operaciones regulares e irregulares hasta alcanzar la victoria y reunificar su país. En El Salvador los guerrilleros aplicamos este principio con una estrategia sistemática de sabotajes y golpes de mano en las ciudades y territorios que controlaba el gobierno. Nuestros ataques rápidos y el sabotaje obligaron a los militares a invertir mucha fuerza en protegerse y cuidar la infraestructura. Con ello el crecimiento y la capacidad ofensiva que había logrado Estados Unidos fueron anulados y en 1989 entramos a San Salvador.

Cómo se defendió Cuba poniéndose a la ofensiva es una larga historia que abordaré en una siguiente entrega: Cuba: defensa y agonía.

Exjefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz.

1 Consultar: https://bit.ly/2Vg8V3R.

2 Cita tomada de Gray, J. Misa negra, Editorial Paidós, 2008.

3 Ibid.

4 Ibid., p. 43.

5 Tomado de Botín, V. Los funerales de Castro, Editorial Ariel, 2009, p. 117.

6 Ver: https://bit.ly/2Np7wU7.

7 Vargas Llosa, M. La llamada de la tribu, versión electrónica.

8 https://bit.ly/2B65lCw.

9 Consultar: https://bit.ly/2B65xBK.

10 Galeas, G., y Ayalá, B. Grandeza y miseria en una guerrilla. Informe de una matanza, Centroamérica 21, El Salvador, 2008.

11 Morales, M. R. Los que se fueron por la libre, Editorial Consucultura, 2.ª edición 2008, p. 37.

12 Las respuestas a los cuestionamientos de los periodistas están disponibles en: https://youtu.be/9R4OU4gbkz4, https://youtu.be/TAFtAUM56QI.

13 La entrevista puede consultarse aquí: https://youtu.be/-x4tkkNkmNE.

14 https://bit.ly/3ezhQFk.

15 Nowak, M. A. “Why We Help”, Scientific American, julio de 2012.

16 Vogel, E. F. Deng Xiaoping and the transformation of China, Harvard University Press, 2013, p. 227.

17 Kotkin, Stephen, Armaggedon Averted: The Soviet Collapse, 1970-2000, Oxford University Press, 2008, p. 82.

18 https://cnn.it/2YuwNmf.

1 de julio 2020

nexos

https://www.nexos.com.mx/?p=48573#.Xwo7lm0JLTV.whatsapp1 de julio 2020

Venezuela, ¿negociar o no negociar?

Joaquín Villalobos

En febrero de 1985, durante la guerra civil en El Salvador, una tregua permitió que cientos de miles de niños pudieran ser vacunados. En octubre de 1986 un terremoto dejó más de 2000 muertos y 200.000 damnificados y los guerrilleros decretamos un cese de fuego para que el gobierno pudiera concentrarse en rescatar víctimas. En El Salvador la guerra dejó 80.000 muertos que incluyeron dirigentes políticos, sacerdotes, monjas, empresarios, ministros, mandos militares, jefes guerrilleros, miles de civiles y combatientes de ambos bandos y numerosas masacres. A pesar de los muertos, las atrocidades y los agravios, hubo gestos humanitarios y políticos y dos años de negociaciones que transformaron y pacificaron el país. La negociación no es un camino alternativo a la guerra, sino un instrumento de esta. Ese camino jamás debe cerrarse porque se puede negociar bajo las balas o incluso desde la prisión como Mandela.

Hubo negociaciones entre Vietnam y Estados Unidos; en Sudáfrica, a pesar del apartheid; en el complejo conflicto de Irlanda del Norte y en Guatemala, donde hubo un genocidio. Las hay ahora en Afganistán entre Estados Unidos y los talibanes, a pesar del 11 de septiembre; y en Birmania donde hay un genocidio. Donald Trump se reunió a negociar con Kim Jong-un; el Gobierno de Colombia negoció con las FARC a pesar del terrorismo y el narcotráfico y, recientemente, se firmó un acuerdo de paz en Mozambique donde, en 15 años, hubo un millón de muertos. Estos casos bastan para preguntarse ¿por qué razón, después de tantos años con un conflicto en Venezuela, que no es guerra, no ha habido una solución negociada, mientras, en casos más graves y complejos, esta ha sido posible?

Todos los conflictos involucran intereses regionales y globales; así fue en Centroamérica, Sudáfrica, Colombia, Mozambique, etc. Sin considerar el contexto internacional, la solución doméstica es imposible. Las negociaciones en Venezuela han fracasado porque suponen que es un conflicto entre venezolanos cuando, en realidad, se trata de un país intervenido por Cuba. En el 2016 y 2018 Maduro pudo negociar unas elecciones en las que su partido hubiese salido bien, pero esto no convenía a Cuba. Erradamente se enfatizan los intereses de China y Rusia, pero el apoyo de estos gobiernos a Maduro se ha reducido significativamente y si la democracia retornara a Venezuela sus intereses no se verían afectados. Los regímenes de Cuba y Venezuela son mutuamente dependientes. Sin Maduro el régimen cubano termina y sin el apoyo cubano Maduro termina. Cuba controla apoyos en la ONU y el Caribe y es la autoridad sobre las FARC, el ELN, el Foro de Sao Paulo y toda la extrema izquierda. El castrismo tiene larga experiencia sobre cómo conservar el poder en condiciones extremas. Sus servicios de inteligencia han desmantelado decenas de conspiraciones dentro de las Fuerzas Armadas Bolivarianas contra Maduro.

La intervención cubana en Venezuela se construyó durante años, asegurándose la extracción de petróleo y dólares, diseñando políticas sociales, organizando la inteligencia, redefiniendo la doctrina de las Fuerzas Armadas, entrenando a miles de profesionales civiles, militares, policías y militantes partidarios. En El Salvador la comunidad internacional aceptaba, sin discutir, que el país estaba intervenido por Estados Unidos y solo había cien asesores. Raúl Castro reconoció en abril del 2019 que había 20.000 cubanos apoyando a Maduro. Casi la mitad de los que enviaron a la guerra de Angola. Sin embargo, los gobiernos europeos y latinoamericanos no toman en serio el control cubano sobre Venezuela. La guerra psicológica de Donald Trump ha sido la excusa para no aceptar la realidad y también el miedo a que la extrema izquierda procubana genere violencia como lo hizo recientemente en Chile, Ecuador y Colombia. En privado, todos reconocen que en Venezuela el castrismo se juega la vida, pero solo Estados Unidos presiona a Cuba. Ni siquiera la propia oposición venezolana asume la liberación de su país como una bandera central.

Rusia sostuvo a Bachar el-Asad a sangre y fuego sin importarle la destrucción de Siria porque esta es su principal frontera geopolítica en Medio Oriente. Europa y Estados Unidos fueron derrotados y millones de refugiados sirios se convirtieron en un problema europeo. En América, Venezuela es para Cuba lo que Siria es para Rusia. No es casual que Siria y Venezuela sean las crisis migratorias más grandes del mundo. Al castrismo, mientras pueda obtener petróleo, no le importa el desastre humanitario, ni la emigración de millones de venezolanos y las consecuencias que esto tiene para Colombia, Perú, Ecuador y todo el continente. Los cubanos son el poder real en Venezuela y sin señalar su responsabilidad, sin presionarlos, sin exigirles su retirada y sin sentarlos en la mesa no es posible una negociación. La solución es que Cuba transite a la democracia y al capitalismo de una vez por todas.

Comparado con conflictos realmente cruentos en Venezuela la violencia verbal es más extrema y esto afecta una posible negociación. Un empresario nicaragüense preguntó a un dirigente sandinista por qué Chávez insultaba tanto, la respuesta fue: “es que en Venezuela no ha habido 50.000 muertos”. La violencia verbal, sin haber una guerra, debilita el pragmatismo. La negociación es traición para algunos opositores y propaganda para el gobierno. El dilema no es negociar o no, sino qué, cómo y con qué garantías internacionales. Los guerrilleros salvadoreños empezamos negociando con un Gobierno apoyado por Estados Unidos que nos pedía la rendición. Dos años después estábamos reformando la Constitución, disolviendo las policías y creando una nueva, depurando a jefes militares de alto rango y dando independencia al poder judicial. En un conflicto negociar no es rendirse sino luchar en otro terreno que demanda paciencia, persistencia y pragmatismo. Las negociaciones no son entre amigos, sino entre enemigos que no se reconocen ni política ni moralmente, por lo tanto, no parten de la confianza, sino de la desconfianza. La presión, la debilidad y el aislamiento del contrario son oportunidad para negociar y no momento para esperar su final.

La negociación en Venezuela es para recuperar la democracia no para limitarla, porque solo esta puede salvar a Venezuela de la destrucción que padece y de la catástrofe mayor que generará la covid-19. Frente a esto seguramente muchos chavistas y militares deben estar convencidos de que es urgente regresar a la democracia. El consenso internacional sobre esto es abrumador, incluso a Rusia y China les conviene. Pero Cuba no quiere una negociación, el chavismo teme a una negociación. Estados Unidos está negociando con mensajes públicos y la oposición no está unida en este tema. Algunos opositores creen que el Gobierno puede caerse solo, otros consideran que la solución es una intervención militar que podría ocurrir, pero que no depende de ellos y los más desesperados piensan que contratando un Rambo pueden salir de Maduro.

Las crisis económicas hacen perder elecciones a gobiernos democráticos, pero las dictaduras no caen por desajustes macroeconómicos. Zimbabue, con 40 años de dictadura, es un Estado fallido con el 80% de sus habitantes viviendo con dos dólares diarios y Cuba lleva 60 años con una economía parásita en bancarrota. Toda crisis es una oportunidad y en un conflicto los gestos son una obligación ética y una necesidad política. Ambas cosas son parte de la batalla por la legitimidad moral. El verdadero reto que tiene la oposición venezolana es cómo ser oposición frente a una dictadura en el momento que un virus amenaza la vida y la supervivencia económica de los venezolanos y de todos los habitantes del planeta.

7 de mayo 2020

El País

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