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Raquel Esther Jorge-Ricart

La nueva coalición alemana: poder y tecnología

Raquel Esther Jorge-Ricart

Socialdemócratas, verdes y liberales han acordado un Gobierno de coalición en Alemania con Olaf Scholz como canciller. También con el Partido Verde a la cabeza del Ministerio de Exteriores, y el SPD liderando el Ministerio de Defensa, lo que podría plantear importantes giros en su política exterior.

Este inédito acuerdo plantea muchas preguntas y oportunidades. En él, hay un aspecto que no debe dejarse de lado, pues el documento hace gran hincapié en ello: la política tecnológica y digital, no desde una perspectiva puramente económica, sino también desde la seguridad, los valores democráticos y el posicionamiento geopolítico de Alemania como actor global. De hecho, el documento publicado por la coalición venidera hace referencia a ambas vertientes: la tecnología debe ser eje vertebral de la autonomía estratégica europea, de un multilateralismo adaptado, y de la política exterior alemana. Tener el ojo puesto en este tema es de interés para España, para la Unión Europea y para las coaliciones que se están creando sobre gobernanza democrática de las tecnologías o que lo abordan (véase la Cumbre para la Democracia de EEUU o la conferencia de Tech for Democracy de Dinamarca).

Alemania, que es un país que destaca hacia fuera por su política industrial y exportadora y una fuerte influencia política en la UE, padece de un nivel limitado de digitalización hacia dentro, en la economía interna del país. Según el DESI 2021, es el 11º país de 27 Estados miembros de la UE en la media de capital humano con habilidades digitales, conectividad, integración de tecnologías digitales en empresas y servicios, y servicios públicos digitales. Supera a la media europea, pero todavía sufre de una escasez de planificación y capacidad para penetrar en ciertas tecnologías y áreas.

Ahora bien, lo que este acuerdo de coalición ha propuesto va más allá de la digitalización de activos. La triple alianza busca otra mirada más bien vinculada a su proyección exterior y liderazgo: la de crear una política exterior tecnológica, algo que sería nuevo en el país y que le permitiría alinearse y sumarse a la liga, todavía prematura pero con vistas al futuro, de los pocos países que a nivel europeo y global ya han empezado a hacerlo. Algunos de estos son Dinamarca con su Embajadora Tecnológica; Estados Unidos con la recién anunciada estructura del Departamento de Estado para defender sus intereses en asuntos tecnológicos desde seguridad nacional hasta paz y derechos humanos; o las reuniones de alto nivel de Emmanuel Macron con las Big Tech en el mismo Elíseo parisino.

Los objetivos de una Alemania como poder tecnológico global

Siguiendo el tradicional tono pragmático alemán, el documento publicado por los tres partidos reconoce que Alemania se está quedando atrás en la carrera tecnológica y debe trabajar por desarrollar un liderazgo tecnológico. Lo enmarca como una “transformación fundacional” para convertir a Alemania en un poder tecnológico tanto a nivel global como europeo.

Es por ello que se compromete a articular una política exterior tecnológica activa con tres niveles de trabajo. En el nivel multilateral, promover una gobernanza global de Internet libre y abierta en las negociaciones de Naciones Unidas. En el nivel europeo se buscan dos vías: no solo fomentar una política europea tecnológica más fuerte y consistente a nivel de la UE, sino que los Estados miembros también trabajen de forma más coordinada entre sí. El tercer nivel es el propiamente alemán: aspiran a fortalecer su liderazgo en estándares a través de varios organismos internacionales, que se están convirtiendo en un terreno de competición geopolítica cada vez mayor. El refuerzo de proyectos alemanes para fortalecer su soberanía tecnológica es otra línea.

Al concebir la tecnología como tractor de un multilateralismo abierto y respetuoso con los valores democráticos, también se apuesta por una mirada de derechos humanos, al proponer la prohibición completa del uso de sistemas de reconocimiento facial –algo que se diferencia de la propuesta de regulación de la inteligencia artificial por la UE, que prohíbe el uso de sistemas biométricos, pero contempla excepciones cuando hay un interés público significativo (como sería para casos de terrorismo).

La propuesta alemana de geopolítica tecnológica abierta y democrática también se acompaña de tener una posición más sólida en los debates sobre responsabilidad de los Estados en el ciberespacio en Naciones Unidas, o lanzar mecanismos de control en el desarrollo de biotecnología, armas hipersónicas, espacio exterior, ciberseguridad e inteligencia artificial.

Alemania y el futuro tecnológico de Europa

Desde que empezó la campaña electoral ante la inminente retirada de la Canciller Angela Merkel, la palabra “digitalización” no dejó de estar presente en apenas casi ningún programa, discurso o debate. De hecho, España se mencionó varias veces en uno de los debates finales como país referente en digitalización.

Ahora bien, en lo que se refiere a la política exterior tecnológica alemana (una cuestión distinta de la digitalización de activos internos en el país), se trata de una propuesta ambiciosa y disruptiva. La pregunta es saber si encaja con los objetivos de la UE. El documento de acuerdo de coalición define la soberanía estratégica de la UE como la “capacidad de actuar” en varias áreas claves, a saber: materias primas, energía, salud, y tecnología; pero no en defensa. Primero, se aleja del discurso de Francia cuando ésta incluía la defensa como eje del poder tecnológico europeo mediante programas de innovación o nuevas capacidades.

Segundo, la propuesta alemana habla de soberanía, pero no explícitamente de una autonomía estratégica abierta, algo que propusieron España y Países Bajos en su non-paper conjunto en marzo de 2021. En cualquier caso, el documento de Acuerdo de Coalición se presenta como un proyecto más explícitamente proeuropeísta que el gobierno anterior, y articula una política sobre China más definida y delimitada en materia de asuntos económicos, derechos humanos y asuntos de política interior. También en los mecanismos de control de exportaciones de tecnologías que pueden derivarse en uso dual para aplicaciones militares o de seguridad nacional.

La propuesta también habla de la importancia de un diálogo transatlántico con EEUU en ciertos temas –como las libertades en Internet o la gobernanza de datos. Sin embargo, no especifica el encaje en procesos actuales como sería el Consejo de Comercio y Tecnología, o el marco de ciberdiplomacia europea para cibersanciones, lo que plantea en qué medida y de qué forma Alemania participaría en estas iniciativas para canalizar su política exterior.

Asimismo, ante esta ambición de diplomacia tecnológica, un escenario plausible es que haya un incremento de la rivalidad entre Alemania y Francia por definir y elevar la agenda comunitaria en esta materia. Por el momento, las iniciativas tecnológicas franco-alemanas se habían hecho en un sentido de política industrial, como es el caso de GAIA-X o la fallida Quaero, pero hasta ahora nunca lo habían sido en política exterior.

Alemania está en un momento oportuno para impulsar su política exterior tecnológica. En la UE, la clave será la capacidad de limar las posibles rivalidades con Francia en esta nueva capa de competición. También, al haber definido la política hacia ciertos países no europeos con líneas de acción tan específicas como políticas, hay una oportunidad de avanzar en un mapeo de amenazas conjunto más claro y directo con la nueva Brújula Estratégica de la UE –pese a las complejidades del pasado y las actuales. E, importante, la propuesta alemana debería ser de interés para los países cercanos como España, pues es una llamada para despertar la necesidad de construir una diplomacia tecnológica, con prioridades y tiempos, y no quedarse atrás.

26 de noviembre 2021

Elcano

https://blog.realinstitutoelcano.org/la-nueva-coalicion-alemana-poder-y-...

La Ruta de la Seda Digital china en América Latina y el Caribe

Raquel Esther Jorge-Ricart

China se presenta como un país que, mediante su Nueva Ruta de la Seda Digital (o DSR), busca ayudar a países de renta media o en vías de desarrollo a cerrar la brecha digital. Sus objetivos: fortalecer la infraestructura de Internet en otros países, profundizar en cooperación espacial, desarrollar estándares tecnológicos comunes, y mejorar la eficiencia de los sistemas de seguridad y policía de países socios.

Si bien la Unión Europea empieza a prestar atención en cierta medida –aunque de forma todavía muy limitada– a los programas chinos de conectividad digital en el Sur Global, que viran desde centros de datos en África Subsahariana, lo cierto es que el énfasis puesto en la creciente presencia de China en los países de América Latina y el Caribe es menor del que debería haber por parte de la UE, y también de España, en política tecnológica.

A diferencia de África Subsahariana, todavía no hay un programa en la Unión Europea dedicado a la digitalización para el desarrollo para LATAM. En diciembre de 2020, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunciaba el lanzamiento oficial del Digital4Development Hub. A este marco se han unido 11 Estados miembros, entre ellos España. Por el momento, solo se ha anunciado el primer componente regional operativo: el D4D Hub Unión Africana-Unión Europea. El objetivo es crear diálogos multiactor permanentes, acuerdos de colaboración conjuntos, y fomentar las inversiones en la economía digital africana. Sin embargo, todavía no se ha planteado –al menos de forma pública– hacer lo mismo con América Latina y el Caribe, una región y socio claves en comercio, energías renovables, inversiones y cooperación.

Hacerlo debería ser una prioridad para las instituciones de la Unión Europea en general, y para España en particular. Y no solo en clave de cooperación al desarrollo. ¿Por qué?

Entre el anuncio de la Ruta de la Seda Digital –inicialmente, “Ruta de la Seda de la Información”– en un Libro Blanco publicado por varias instituciones del gobierno chino en 2015, y la primera vez que América del Sur –que no América Latina y el Caribe– aparecía como región de interés en cooperación al desarrollo en 2017, solo pasaron dos años. Meses después, en enero de 2018, se formalizaba la entrada de la CELAC a la Ruta de la Seda en el Foro China-CELAC o Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Desde entonces, los programas de la Ruta de la Seda, entre ellos la Digital, se han ido desplegando en la región.

Ya antes de 2015, China invertía en el sector tecnológico en LATAM, especialmente en las telecomunicaciones. Por ejemplo, Huawei recibía 240 millones de dólares de Electricidad Costarriqueña en 2009, o 300 millones para la construcción de satélites para Bolivia en 2013.

La diferencia con la Ruta de la Seda Digital es que ahora es difícil encontrar una lista definitiva o cerrada de proyectos. Tampoco hay criterios oficiales publicados sobre qué se considera o no un proyecto de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés). Aunque estos megaproyectos suelen financiarse con préstamos de bancos como el EXIM (Export-Import Bank of China), no hay un patrón.

Por otra parte, solo unos pocos países de América Latina tienen programas de inversiones, estrategias u hojas de rutas dedicadas a lo digital (en infraestructuras, servicios o habilidades). Entre ellos, Brasil con un Plan para el Internet de las Cosas, o Chile con una Estrategia de Industria Inteligente. La mayoría de países también se han unido, y han creado eLAC, una alianza para fomentar la Agenda Digital en LATAM. Sin embargo, monitorizar datos sobre la incidencia de la Ruta de la Seda Digital china sigue siendo una ardua tarea.

Efectos en la Unión Europea

Es aquí donde entra la Unión Europea. Que el sector de las telecomunicaciones aparezca como primer sector estratégico es un asunto relevante para la Unión. Las tres empresas que lideran el desarrollo y despliegue de hardware en 5G en LATAM son Huawei, y dos empresas europeas: Ericsson (Suecia) y Nokia (Finlandia). Sin embargo, Huawei ha apretado el acelerador en los últimos años y su paquete de acuerdos y despliegue ya supera el total de los de Nokia y Ericsson en su conjunto. Además, con tecnologías de última generación 5G, y no con 4G, donde las europeas siguen trabajando. Las compañías sueca y finlandesa ya argumentaron en 2020 que se sentían excluidas en las negociaciones sobre 5G en la UE, y pedían mayor apoyo por parte de los Estados miembros para no perder competitividad global.

Pero no todo es 5G. Los cables submarinos se han convertido en activo estratégico para China. China Unicom y Huawei Marine Networks anunciaban en 2017 un acuerdo con Brasil para construir un cable de fibra óptica submarino en el Atlántico que conecte Brasil con Portugal a través de Cabo Verde. Un proyecto similar entre Brasil y Camerún terminó en 2018. Lo mismo ocurre con acuerdos para cámaras de reconocimiento facial mediante inteligencia artificial entre ZTE y el Programa de Seguridad Ciudadana de Bolivia; o la provincia argentina de Jujuy, una de las regiones más pobres del país.

La presencia de tecnologías críticas de origen chino conectando LATAM con un país europeo y África Subsahariana, así como la pérdida de mercado de compañías europeas, deberían ser una llamada de atención para la UE, de forma constructiva, para avanzar en políticas estratégicas. Por ejemplo, cuando Chile anunció un acuerdo de cable submarino con China, que conectaba Chile-Auckland-Sydney-Shanghai, el gobierno de EEUU reaccionó rápidamente, incluyendo una visita al país del anterior Secretario de Estado, Mike Pompeo. Poco después, Chile anunciaba que la ruta finalizaría en Sydney, y el proveedor pasaba a ser la japonesa NEC.

Un paso adelante

Este escenario plantea la necesidad de que la UE articule su estrategia con LATAM en dos sentidos: en intensidad y en alcance. La UE debería incrementar las capacidades e instrumentos existentes del Servicio Europeo de Acción Exterior dirigidos a la región. Entre otras medidas, las delegaciones diplomáticas de la UE en LATAM deberían recibir formación específica sobre política tecnológica y establecer embajadas flagships que sirvan como Punto de Contacto y Coordinación en la región. Desde Bruselas, se debería reconsiderar la estrategia con LATAM, con un apoyo mayor a las empresas europeas, aunque sea mediante instrumentos de asuntos públicos para ser competitivos en subastas.

El papel de España en este sentido resulta clave. Una estrategia de política tecnológica para España debería incluir la mirada a América Latina como región estratégica, y medidas específicas para China en este asunto. Si los lazos históricos, el entendimiento cultural y las inversiones económicas han sido algo recurrente, en lo tecnológico lo debería ser todavía más si España –y, por extensión, la UE– no quieren quedarse atrás. En ese “triángulo tecnológico” –entre China, España y LATAM– como algunas personas expertas denominan, será esencial que España articule unos instrumentos –diplomáticos “tecnológicos” o, al menos, formados en la materia– y capacidades suficientes –el papel de las Oficinas ICEX será esencial. Además, España debería proponer, crear y liderar una agenda europea de este asunto en el Parlamento Europeo y en las negociaciones del Consejo de la UE.

En definitiva, en medio de la rivalidad China-EEUU, la UE y España no deberán dejar de mirar a América Latina y el Caribe en el mundo de la competitividad global tecnológica. No hacerlo sería un error.

21 de abril 2021

Elcano

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El nuevo Digital Compass de la UE: riesgos y oportunidades

Raquel Esther Jorge-Ricart

El 9 de marzo de 2021 la Comisión Europea publicaba su Digital Compass, el primer documento pormenorizado por el que se traducen las aspiraciones de la llamada “Década Digital de Europa” en objetivos medibles, concretos y delimitados para el escenario 2030. Todavía no ha recibido demasiada atención mediática, pero se trata de un paquete relevante, no tanto por las cuatro líneas de acción –interesantes y necesarias– que presenta, sino más bien por los riesgos en los que la Unión Europea podría sumergirse si la estructura de gobernanza que ha planteado no se llega a forjar de una manera coherente y cohesionada. Estos riesgos se refieren tanto a capacidades y policy, como a la necesidad de mantener y generar confianza y entendimiento entre las instituciones comunitarias y los Estados miembros en un asunto, como la digitalización, que no ha terminado de permear de la misma forma en las arquitecturas institucionales de los distintos países –Ministerios, Oficinas, Estrategias Nacionales– ni en la propia aceptabilidad y concienciación de la misma a nivel social.

El Digital Compass se ha lanzado en un momento idóneo, pero el trabajo real –que empieza ahora– es hacer de los distintos mecanismos un marco robusto. Para ello, analizamos los aprendizajes obtenidos por las limitaciones de otros mecanismos europeos satélites –como el Strategic Compass para seguridad y defensa, o el propio 5G Toolbox–, y planteamos vías de acción para hacer que el Digital Compass, además de medidas realizables, disponga de una estructura sólida de checks and balances, de coordinación real entre las instituciones europeas y las divergencias entre Estados miembros, de coherencia en policy, y de evaluación y monitorización efectivas por parte de las instituciones, pero también del resto de actores que ya juegan un papel clave en la transformación digital de la próxima década: la sociedad civil y las corporaciones.

Una estructura de gobernanza sólida para muchos ejes ambiciosos

Antes de entrar en esta cuestión, el primer paso es definir los cuatro “puntos cardinales” en torno a los cuales esta Brújula Digital europea va a girar:

Una ciudadanía capacitada y empoderada digitalmente, así como profesionales del sector, con mayor presencia femenina.

Infraestructuras digitales seguras, sostenibles y eficaces.

La transformación digital de las empresas.

La propia digitalización de los servicios públicos.

Lo cierto es que estos cuatro ejes incluyen muchos objetivos, muy ambiciosos y que van a implicar una elevada cantidad de palancas a activar, reactivar o, directamente, crear. Podríamos preguntarnos si todas estas metas son factibles, realistas y, sobre todo, realizables para 2030. Sin embargo, la cuestión clave en esta Brújula Digital europea s, más que ir meta por meta, razonar si la estructura de gobernanza “paraguas” que se ha creado en torno a ellas es suficientemente sólida.

La estructura de gobernanza de la Brújula Digital europea se compone de un modelo “3+1”: los tres primeros como herramientas esenciales para el diseño, implementación y evaluación de dichas metas a nivel interno de la UE; y el último como factor de empuje para su internacionalización. Sin embargo, es importante mencionar que el cariz geopolítico de esta Brújula Digital europea no se menciona prácticamente en todo el documento. Esta dimensión debería ser abordada en los siguientes pasos, una vez se operacionalice el Programa Digital Policy al final del verano de 2021, y se avance en la declaración interinstitucional en la UE de los Principios Digitales para finales de 2021.

Cuantificación de las metas específicas en KPIs

Creación y lanzamiento de proyectos multi-país

Sistema de monitorización

Acuerdos internacionales

Medición cuantitativa y estandarizada del desempeño de las metas.

Monitorización de brechas en capacidades digitales, de infraestructuras y críticas.

Construcción de consensos y acuerdos para facilitar implementación.

Informes anuales por proyecto multi-país.

Marcadores (scoreboards).

Informe Anual del Estado de la Década Digital Europea: progreso hacia metas 2030 con un sistema de puntos “semáforo” por colores.

Eurobarómetro anual: percepción social del respeto a los derechos y valores en el mundo digital.

Alineación o convergencia de otros países con las normas y estándares regulativos.

Paquetes de economía digital y establecimiento de acuerdos internacionales a través de los distintos fondos digitales.

Fuente: Elaboración propia (2021).

Algunas recomendaciones de mejora

Este sistema de estructura fomenta la vigilancia de todas las medidas desde su diseño e implementación, hasta su evaluación y rendición de cuentas. Sin embargo, para que esta estructura sea robusta, efectiva y sostenible a largo plazo se necesita tener en cuenta varios riesgos a evitar:

Ni los ejes ni las medidas específicas pueden abordarse bajo el mismo modelo de gobernanza. Basándose en el Modelo de Gobernanza Anticipatoria del OPSI-OCDE, cada medida debería verse como una gobernanza propia que se entremezcla, no solo con las medidas y métricas que forman parte de su eje, sino también del resto de ejes.

Existen cuatro modelos de innovación que podrían aplicarse de forma diferenciada según dos variables. En primer lugar, según la audiencia de cada medida y a qué actores necesita involucrar (si va dirigido hacia las instituciones comunitarias, a la arquitectura de los Estados miembros, o a la propia ciudadanía o a las corporaciones). En segundo lugar, según la “normalidad” de la medida, es decir, si es una medida que ya se ha empezado a desarrollar o, al menos, es conocida por parte de los policy-makers, o si es un asunto disruptivo que todavía no se ha abordado (como el primer ordenador cuántico para 2030, pese al ya existente buque insignia desde 2018). Los cuatro modelos son

Mission-Oriented Innovation (de arriba a abajo, formulación).

Anticipatory Innovation (explorar nuevos temas radicales y disruptivos).

Adaptive Innovation (de abajo hacia arriba, responder a temas que ya existían, pero no se habían entrelazado hasta el momento).

Enhancement-Oriented Innovation (explorar tema ya conocido, incrementando su potencial).

Desde un punto de vista geopolítico, el Digital Compass debe trabajar por evitar caer en los mismos riesgos que han experimentado mecanismos anteriores:

Debería darse una definición más delimitada de “soberanía digital”, que ponga en relación la soberanía interna (mercado único, poder normativo, capacidades) con la acción exterior (competencias a decidir si repartidas o exclusivas entre el Servicio de Acción Exterior y los Comisarios de Competitividad y Mercado Único, y las correspondientes Direcciones Generales).

Se reitera la importancia de proyectos multi-país para facilitar la colaboración entre los Estados miembros (en policy), pero la propia Brújula Digital europea debería fomentar actividades de generación de confianza política como hilo conductor, que abarque a toda la UE en todos los niveles gubernamentales, para garantizar que cualquier proceso de toma de decisión que involucre lo digital se haga de forma sostenida, sin retrasos, tanto política como geopolíticamente desde el principio. La digitalización forma parte cada vez más de las estrategias nacionales de los Estados miembros y del policy comunitario, pero no ha madurado lo suficiente para constituirse como “política comunitaria” de negociación entre partidos o Estados miembros –que no policy, dos caminos muy distintos.

El objetivo de esta medida sería la de evitar los retrasos en las negociaciones iniciales del Strategic Compass en Seguridad y Defensa, enel que los Estados miembros tenían grandes diferencias a la hora de definir un mapeo de amenazas conjunto a nivel comunitario. En materia digital, las prioridades de cada Estado miembro van a ser distintas, así como sus capacidades. El entendimiento y la generación de medidas de confianza y de intercambio de información de carácter más político que de policy debe ser un proceso permanente desde el inicio de la Brújula Digital europea. Esto permitirá pasar de las políticas públicas digitales a hacer del mundo de lo digital una ventana realmente política dentro de la UE.

Debería incrementarse todavía más el foco en la digitalización como bien común para la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y otras acciones como tecnologías humanitarias o participación de la sociedad civil. Ello requiere que la Brújula Digital europea debería geopolitizar en mayor medida el propio Servicio de Acción Exterior de la UE, permeándose a lo largo de los distintos departamentos y Direcciones Generales dentro del mismo. De esa forma, se evitarían posibles retrasos en la implementación de medidas comunes a todos los Estados miembros, como ya ha ocurrido con el 5G Toolbox, puesto que, pese a que la estrategia en 5G de cada país tenía una estructura de gobernanza en policy similar (en cuanto a instrumentos; no en lo referido a sus objetivos, criterios o mandato), sí es cierto que la visión geopolítica era altamente variable y difería de forma importante en algunos casos, con lo cual los resultados de despliegue han terminado siendo menores de lo esperado.

En conclusión, el recientemente publicado Digital Compass presenta una serie de oportunidades, objetivos y métricas valiosas en tanto que estipula los límites mínimos y máximos del policy en sí. Esto permite delimitar el camino de forma coordinada y cohesionada. Sin embargo, su estructura de gobernanza (su marco paraguas) necesita reforzar el cariz geopolítico y político tan necesario para evitar retrasos en la toma de decisiones por parte de los Estados miembros y su coordinación con las instituciones, así como para conseguir una definición más precisa –desde el principio–, no solo de capacidades y métricas, sino de ecosistemas de confianza y mapeo de riegos comunes que no lleven, como en experiencias anteriores como el Strategic Compass, al retraso en la definición de estrategias y en la propia implementación de la digitalización como acción exterior.

ElCano

15 de marzo 2021

https://blog.realinstitutoelcano.org/el-nuevo-digital-compass-de-la-ue-r...

Ver documento europeo en el anexo