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Mauro Bafile

Evitar los errores del pasado

Mauro Bafile

En el norte y en el sur del continente americano. En un extremo Donald Trump, en el otro Jair Bolsonaro y, en el medio, Nicolás Maduro. Todas caras de una misma moneda. Decimos, líderes populistas con vocación autoritaria quienes, desde el comienzo de sus mandatos, se tomaron la tarea de desacreditar las instituciones democráticas, las mismas que juraron defender.

El camino de Donald Trump ha sido errático. Un vaivén de declaraciones contradictorias y posturas discrepantes. A pesar de todo, su mensaje ha logrado calar en la “América profunda”. Es decir, en la más nacionalista; en la menos satisfecha y la más golpeada por el desempleo que deja la transición hacia la robótica. Gracias a esta América conservadora, rural, tradicionalista ha logrado alcanzar la presidencia del país otrora adalid de la democracia y las libertades.

Más coherente ha sido el camino recorrido por Bolsonaro. Respaldado por las corrientes evangélicas más recalcitrantes, su discurso ha hecho mella en los sectores violentos de Brasil. Nunca ha negado su simpatía hacia las dictaduras militares que gobernaron con mano dura el país en los años 60, 70 y 80.

Nicolás Maduro, por su parte, heredó un país cuyas instituciones democráticas ya habían sido sometidas por el extinto presidente Chávez. Su tarea ha sido profundizar su sumisión. Su retórica populista, cargada de demagogia, no logra esconder su vocación autoritaria. Detrás de la falsa apariencia de paladín del pluralismo y defensor de la Constitución, esconde su desprecio por los valores y principios democráticos en los cuales probablemente nunca creyó.

Trump, Bolsonaro y Maduro hicieron de la defensa de la Ley y el orden el “leit motive” de sus campañas electorales. Ahora se encargan, cuando no con hecho con palabras, de desacreditar las instituciones. Bolsonaro, quien despidió al jefe de la Policía Federal por defender este la autonomía investigativa del cuerpo policial, mantiene una campaña constante de desprestigio contra el Poder Judicial. Trump, quien alejó a 5 funcionarios encargados de vigilar y resguardar el Estado de Derecho al interior de su gobierno, continúa ofendiendo y exponiendo al escarnio público a periodistas y mass-media. Se burla de las instituciones, incita al odio y humilla a los más débiles. “In primis”, a los emigrantes. Y Maduro, quien denuncia a diario un supuesto plan de invasión promovido por los Estados Unidos, no pierde ocasión para desacreditar al Parlamento, que no domina; a las Ong, que denuncian sus excesos; a los organismos internacionales que condenan sus abusos; a los diplomáticos de aquellos países que sancionan a exponentes de su gobierno culpables de crímenes contra la humanidad.

Bolsonaro asegura que el voto no es suficiente para cambiar al país, recordando la retórica fascista. Trump arroja sombras sobre las próximas elecciones presidenciales de noviembre. Y, sin que haya prueba alguna de ello, argumenta que, por la expansión del voto por correo ante la difusión de la covid-19, “serán las más erróneas y fraudulentas de la historia” y “una gran vergüenza para los Estados Unidos”. Maduro va más allá. A través de un Consejo Nacional Electoral a su medida, cambia las reglas de juego. Modifica la Ley Electoral para asegurarse el triunfo en las parlamentarias de diciembre y así consolidar su poder. El Parlamento es el único reducto de la Oposición.

Socavar la credibilidad de las instituciones democráticas desde adentro hasta que capitulen ha sido siempre la estrategia del fascismo. Lo fue en el pasado y lo es hoy. El fascismo nace en democracia; aprovecha de las instituciones democráticas para fortalecerse; se nutre de ellas para finalmente imponerse. Trump, Bolsonaro y Maduro no son los únicos con vocación autoritaria. Todos deberíamos releer nuestra historia, para evitar los errores del pasado. Ignorancia y olvido son caldo de cultivo de gobiernos autocráticos y déspotas.

@bafilemauro

Agosto 24, 2020

ViceVersa

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Las incógnitas de América Latina

Mauro Bafile

“América para los americanos”. Es el enunciado de la “Doctrina Monroe”. Sencillo y complejo al mismo tiempo. Su recuerdo nos devuelve a una época que pensábamos superada. Era el 2 de diciembre de 1823, cuando el presidente norteamericano James Monroe, en un mensaje al Congreso, explicaba los lineamientos fundamentales de la política exterior de su gobierno. Decimos, no permitir intervención alguna de potencias europeas en los asuntos de los países de nuestro hemisferio. América Latina había logrado independizarse de la corona española para transformarse, años después, en el “patio trasero” de los Estados Unidos.

Mucho ha cambiado desde entonces. La “Revolución Industrial” ha dejado su lugar a la “era digital” y a la “inteligencia artificial”. La globalización ha derribado barreras. Las fronteras, entorno antes bien definido y diferenciado, se han vuelto líquidas. Se transforma el mundo del trabajo y las innovaciones condicionan nuestras vidas. Vivimos el amanecer de una nueva era. Es una “revolución” a la que América Latina no es ajena.

La economía latinoamericana muestra hoy realidades contradictorias y signos de debilidad. La lenta recuperación de Brasil contrasta con la desaceleración de México, la recesión de Argentina y el tsunami que está borrando los últimos vestigios de abundancia en la que otrora fue la “Venezuela Saudita”. En fin, en lo económico concluyen un año y una década con una región incapaz de superar sus antiguos problemas: pobreza, desigualdad y corrupción.

En lo político, la fragmentación ideológica, la inestabilidad institucional, el descontento social han ido desdibujando las certezas y definiendo un nuevo mapa político. Argentina, Bolivia y Uruguay, con sus respectivos resultados electorales, han sido protagonistas de cambios radicales. Asimismo, nuestras sociedades han ido tomando conciencia. Y han comenzado a reclamar políticas sociales nuevas, obligando a los líderes a replantearse agendas y programas.

Mientras nuestras naciones se asoman a una nueva década buscando sobrevivir a sus propios fantasmas, en el tablero internacional las grandes potencias se enfrentan sin reservas. Decimos, de manera directa y abierta. La diplomacia de Trump, desgarbada y deslucida, ha sido contrastada por la influencia creciente de Rusia y los apetitos de China.

Los intereses en juego son muchos. Los hay de carácter geopolítico. Y también de naturaleza económico. En el primer caso, destaca la pugna entre Estados Unidos y Rusia. La primera no quiere ceder la que tradicionalmente ha sido su área de influencia. La otra no quiere desaprovechar regímenes favorables para afianzarse su presencia en nuestro hemisferio, clave para sus ambiciones expansionistas y geopolíticas. Venezuela es teatro involuntario de esta batalla que libran las dos potencias.

En el ámbito económico, cabe destacar la presencia discreta, pero cada vez más arraigada, de China. Esta necesita de materias primas para su crecimiento industrial.

Podría haber, en un futuro, un cuarto protagonista: la Unión Europea. Esta, acorralada por una crisis interna cuya expresión más evidente es el auge de los movimientos euroescépticos, hoy pareciera carecer de lineamientos de política exterior hacia América Latina. Pero esto podría cambiar. En particular, podría hacerlo si España, Italia y Portugal, presentes en América Latina a través de una numerosa comunidad de emigrantes, lograran constituir un “bloque mediterráneo”. Y con eso condicionar las políticas europeas.

Antes oro y carbón; luego petróleo y hierro y hoy litio y cobalto. Es la “maldición de las materias primas” que persigue nuestros países. Es con este telón de fondo que América Latina termina una década y comienza otra con nuevas incógnitas y viejas dudas.

Enero 20, 2020

@BAFILEMAURO

ViceVersa

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Inmigración, las dos caras de una misma moneda

Mauro Bafile

Europa y Estados Unidos. Posturas diferentes, frente a un mismo problema: la inmigración. Las guerras y la pobreza parecieran ser las dos caras de una misma moneda. Quien emigra no lo hace por mero gusto. Dejar los lugares en los cuales se ha transcurrido gran parte de la infancia y la adolescencia, abandonar a los seres queridos, alejarse de los amigos, dejar costumbre y tradiciones representan un drama que deja cicatrices profundas.

Se emigra hacia países que, se cree, ofrecen seguridad y bienestar, trabajo y un mejor nivel de vida. A veces, esos países están muy lejos. Y para alcanzarlos es necesario enfrentar peligros, sufrir la violencia de los “mercaderes de la esperanza” y atravesar el Mediterráneo almacenados en barcos casi microscópicos como si fueran bestias llevadas al matadero. Otras, en cambio, están muy cerca. Es suficiente pasar la frontera. Mas, la cercanía no aleja los peligros.

Después de polémicas agrias y acusaciones recíprocas, Alemania, Finlandia, Francia, Italia y Malta parecieran haber encontrado el camino hacia un acuerdo que permita políticas conjuntas de acogida de inmigrantes. Por supuesto, todavía falta un trecho muy largo. Hay mucho por hacer. Sin embargo, es un intento de dictar reglas claras que permitan expresar solidaridad hacia quienes necesitan ayuda, comprensión y apoyo. En el fondo, se trata de desarmar, privar de sus argumentos mejores a las corrientes xenófobas y racistas. En fin, evitar que los inmigrantes se vuelvan “chivos expiatorios”.

En Estados Unidos, en cambio, continúa la política de intolerancia y de discriminación hacia las migraciones. Y se teme que, en víspera de las elecciones presidenciales, se produzca su radicalización. Trump, como vaticinan expertos analistas, reeditará su campaña electoral de 2016, la que lo llevó a la Casa Blanca. Empleará los mismos tonos y exhibirá los mismos argumentos populistas y xenófobos. No importa si en el fondo lo que afirma es falso. La maquinaria propagandística se encargará de transformar sus mentiras en verdades. Su discurso está orientado hacia la América rural, la América blanca menos educada y más conservadora, hacia la masa de desempleados desplazados por la tecnología más que por la mano de obra extranjera – léase latinoamericana -. Su promesa será erigir muros más que construir caminos.

La inmigración, hoy, pone al descubierto dos maneras distintas y opuestas de hacer política. Mientras la Europa de Ursula Von Der Leyen busca proteger la inmigración con un Comisario “ad hoc” y aprovechar la riqueza que ella representa, en un mundo en el cual las fronteras se tornan cada vez más líquidas; los Estados Unidos de Donald Trump construyen barreras, reniegan de sus orígenes e insisten en su “cruzada” contra los inmigrantes culpables tan solo de querer labrarse un futuro y desear oportunidades mejores para sus hijos.

@MABAF

7 de octubre 2019

ViceVersa

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