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Corina Yoris-Villasana

El ansiado regreso a Ítaca

Corina Yoris-Villasana

El legendario Ulises, protagonista de la Odisea, magistral obra de Homero (no entro en la discusión sobre si Homero existió o no), estuvo fuera de su terruño Ítaca por veinte años; diez de los cuales fueron en la Guerra de Troya y diez que tardó en regresar. Diez son los días que pasó Juan Guaidó, nuestro presidente (E), fuera del país y no tardó ni diez años ni diez días en regresar.

Y ese regreso, lleno de una simbología extraordinaria, es precedido por visitas a lugares también muy significativos en este momento histórico venezolano. Visita varios países de la región y reafirma su compromiso en devolver la ansiada democracia a Venezuela. Rescata la imagen de nuestra golpeada nación, se empieza a entender a esta Tierra de Gracia de otra manera. No es ya el país que, “dirigido” de manera tortuosa, compraba voluntades con los petrodólares; ya no hay una suerte de “diplomacia de maletín”. Privan ahora los valores de la diplomacia en toda la acepción del término. Se revalúan el protocolo, la etiqueta, las buenas maneras, el buen decir, en fin, se revalúa la buena educación.

Odiseo (en griego), o Ulises (en latín), era conocido por su astucia, su ingenio, se le apodaba “Odiseo, el de muchos senderos”. Aun cuando el tiempo y el viaje de Odiseo, así como sus características sean no solo lejanos, sino disparejos a los tiempos y los rasgos del carácter de Guaidó, hay algunas de estas peculiaridades que se pueden asemejar. Una de ellas es la astucia. Y con ella, los “muchos senderos” que le permitieron volver a Ítaca, a su Vargas, a su litoral. Pero, no entra disfrazado a su patria; Odiseo debió disfrazarse para entrar al palacio; Guaidó entró por la puerta internacional de Venezuela. Y allí, la diplomacia mundial, representada por países europeos, países latinoamericanos y de Estados Unidos, acudieron a darle su apoyo, a darle respaldo ante las amenazas en contra de su persona. Allí había ciudadanos que estallaron en aplausos cuando lo vieron ingresar. Sin disfraz y sin miedo. Al contrario, con una profunda sonrisa y un andar desenvuelto que transmite seguridad y aplomo.

Su voz no es estridente; su discurso no es amalgamado con falsas promesas y usos falaces de los argumentos; no divaga y se centra en los objetivos paso a paso. Sin prisa, sin interrupciones, con firme determinación en realizar cada propósito anunciado. Emplea un lenguaje comprensible, directo, educado y sin el uso de las voces soeces que han alimentado durante veinte años el espacio público venezolano.

Hoy, al ver su figura enarbolando la Bandera Nacional, entonando nuestro Himno Nacional, recordé que hace unos tres años yo estaba en un Congreso en la Universidad de Comillas, Madrid, y en un almuerzo con algunos profesores españoles, alguien me preguntó: "¿Por qué te quedas en Venezuela? ¿Por qué no te vas?”. Contesté muy unamunianamente "Porque me duele Venezuela". Hoy, completo la respuesta, ¡porque quería ver este momento, quería ver que mis alumnos han sido nombrados para altos cargos; que de nuestra aulas salió un hombre ejemplar, con sindéresis y es ahora el presidente encargado de liderar y conducir este etapa de reconstrucción de Venezuela; porque ver este momento me explica la razón que nos movió a miles de profesores universitarios a seguir en las aulas, a pesar de la miseria de sueldos; porque cuando vi a la ciudadanía pelear con sus manos en contra de los guardias nacionales y lograr abrirle paso a la caravana de los diputados el 23 de febrero, amigos míos, sentí y sigo sintiendo que ¡VALIÓ LA PENA quedarse en el país!

Nuestro presidente ha iniciado el rescate de valores como el de la familia. Eso lo valoro muchísimo. Maiquetía fue un lugar que significaba lágrimas, adiós y tristeza. Hoy, Maiquetía tuvo de nuevo lágrimas, pero lágrimas de esperanza y emoción. No hubo despedidas, sino bienvenidas y admiración ante el sereno coraje de don Juan Gerardo Guaidó Márquez.

¡Cómo me gusta el uso de “Amar y servir” tan cercano a mis afectos y lugar de formación y trabajo!

Dios lo siga guiando, señor presidente, y cuando las calamidades aparezcan, sepa que hay una ciudadanía que lo respalda. No decaiga. El camino es largo y tortuoso, pero usted ¡volvió a Ítaca!

@yorisvillasana

06 de marzo de 2019

El Nacional

Relativismo moral

Corina Yoris-Villasana

Hablemos del relativismo moral. Para comenzar, y haciendo uso de los métodos elementales de una buena argumentación, abordemos su definición. Usted, amigo lector, puede acudir a las redes, a una enciclopedia o a un simple manual y conseguirá que suele definirse como aquella concepción de la moral donde se mantiene que las opiniones morales, las cuales suelen variar de persona a persona, son igualmente legítimas y ninguna opinión de lo bueno y lo malo es efectivamente superior a otra. Bien se hable de relativismo moral, cultural o cualquier otra variante, todos ellos se sustentan sobre la inexistencia de patrón alguno que sea definitivo del bien y del mal; de esta manera, cualquier reflexión sobre el bien y el mal es sencillamente fruto de las particularidades y contexto de cada persona en particular. Dicho en breves palabras, es inexistente un arquetipo superior de moralidad; y de allí, no hay opinión o posición que se pueda estimar como correcta o incorrecta, como mejor o peor.

Basta con dar una pequeña revisión a la Historia de la Modernidad y recordar cómo surge la idea del Estado moderno en los siglos XVII y XVIII con el aparecimiento de nuevos países y donde se afianza una ordenación tanto política como económica con resultados más eficaces que la de los imperios, para calibrar el daño del relativismo. Las ideas de las legislaciones para regir estos Estados no surgieron, precisamente, de una idea relativista. Cuando se legisla para hacer de ese Estado un modelo de convivencia y armonía social -se haya o no logrado del todo- no fue pensando en que todo vale. No es difícil observar que, si en un conglomerado social se acepta que las consideraciones entre lo moralmente correcto y lo incorrecto es una mera cuestión de opinión personal, esa sociedad se convierte en muy poco tiempo en el terreno ideal para el estado de naturaleza tan bien descrito por los filósofos de la Modernidad. ¿Es acaso correcto abandonar a una persona moribunda teniendo la posibilidad de ayudarla? ¿Es correcto permitir la velocidad alta en zonas escolares porque la carretera es amplia? Cuando impera el relativismo moral, los preceptos morales legítimos no constituyen el arbotante de las normas y leyes de cualquier sociedad. ¿Por qué afirmamos esto? La respuesta es bastante simple: al aceptarse el relativismo moral, toda la reglamentación, normas, leyes solo son mera opinión y, por tanto, da igual que se cumplan o no; lo que se debe evitar a toda costa son las secuelas que se deriven de su inobservancia. La consecuencia es obvia: tratar de salirse con la suya. Dicho en venezolano: vivismo criollo.

Los teóricos que han desarrollado tesis sobre este aspecto han señalado que una de las peores consecuencias de este relativismo en la política es el surgimiento de los dictadores. Si la diferencia entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo correcto es cuestión de opiniones personales, el dictador podrá decir: “Vamos a cambiar la opinión popular”, aunque considera, por supuesto, que su opinión es la mejor. No hay nada por encima de sí mismo.

En nuestra sociedad actual venezolana, este relativismo se ha enquistado, trayendo como consecuencia un problema muy dañino, no solo socialmente, sino que desde la perspectiva política ha sido un veneno mortal. Como todo es relativo, no importa de dónde ha sacado la fortuna fulano o mengano. Como todo es relativo, no importa compartir con esa persona las fiestas y lujos conseguidos de maneras poco honestas. Es cuestión de opinión. Da igual tener preparación para un cargo que no tenerla. No importa que no se haya leído a Kant, pero se acepta dar clases sobre la Metafísica de las costumbres; no se sabe de protocolos internacionales, pero se le nombra embajador, cónsul o consejero; es cuestión de opinión. ¡Ah, pero, esa persona que sostiene el relativismo ¿dejaría que su hijo fuese operado por alguien que no sea cirujano?! ¿Si todo es asunto de opinión, aceptamos el genocidio? ¿Da igual dejar entrar la ayuda humanitaria que impedirla?

Hay un tango, “Cambalache“, que describe tan bien esta situación, que finalizo citando una de sus estrofas: Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor/ Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador/ ¡Todo es igual, nada es mejor/ Lo mismo un burro que un gran profesor!/ No hay aplazaos ni escalafón/ Los inmorales nos han igualao/ Si uno vive en la impostura/ Y otro roba en su ambición/ Da lo mismo que sea cura/ Colchonero, rey de bastos/ Caradura o polizón.

@yorisvillasana

19 de febrero de 2019

El Nacional

http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/relativismo-moral_271223

J’accuse…!

Corina Yoris-Villasana

El 13 de enero de 1898, Émile Zola publica, en el diario L'Aurore, el famoso alegato conocido con el nombre de J’accuse…!, testimonio a favor del capitán Alfred Dreyfus, en forma de carta abierta al presidente de Francia Félix Faure.

¿Por qué recordar el famoso escrito de Zola y revivir la discusión sobre el caso Dreyfus? Primero, hay que resumir brevemente lo que se puede leer en la profusa bibliografía existente sobre este acontecimiento que sacudió a Francia durante un largo período, sobre todo para aquellos que ignoran todo lo concerniente al famoso juicio. Imposible, por razones de espacio, citar cada fuente, pero en línea se pueden encontrar, por ejemplo, Débats de la Cour de Cassation en vue de la révision du procès Dreyfus y Décision de la Cour de Cassation en vue de la cassation sans renvoi du procès Dreyfus de 1899.

Terminaba el año 1894, cuando Alfred Dreyfus, un ingeniero politécnico de origen judío-alsaciano, capitán del ejército francés, fue incriminado como traidor a la patria por haber proporcionado a los alemanes legajos secretos. Juzgado por un alto tribunal militar, que le impuso la condena de cadena perpetua, fue enviado a cumplirla en la Isla del Diablo, situada en la Guayana francesa.

La sociedad francesa y la clase política, en general, estaban totalmente en contra de Dreyfus; tan solo su familia creía en su inocencia. Su hermano, Mathieu Dreyfus, encabezó la lucha por esclarecer la verdad y demostrar la inocencia del capitán. Además de las gestiones familiares, el jefe de contraespionaje francés, el coronel Marie-Georges Picquart, pudo comprobar que el traidor había sido el comandante Ferdinand Walsin Esterházy, al conseguir un telegrama que claramente dejaba ver que Dreyfus era inocente. Pero, el Estado Mayor francés desestimó lo averiguado por Picquart y lo sacó de Francia, enviándolo a Túnez.

Hubo una fuerte negativa por parte de los tribunales militares a revisar el caso Dreyfus e intentaron en vano ahogar el escándalo en la opinión pública sin lograrlo. Después de muchos escarceos, se logró que fuese revisado el caso, pero Esterházy fue absuelto. Dreyfus fue condenado de nuevo y, en el año 1906, la Corte de Casación anuló el juicio de 1899 y su inocencia fue admitida. Asimismo, se le rehabilitó y fue elevado al cargo de comandante en el ejército. Dreyfus falleció en 1935.

El papel que jugó el artículo de Émile Zola fue decisivo en la revisión del caso y en la posterior rehabilitación, pues puso sobre el tapete las irregularidades de todo el proceso que llevó a la cárcel a Dreyfus.

Con estilo de carta abierta, Zola dividió su alegato en tres partes; en la primera expuso las distintas etapas del proceso judicial; en la segunda muestra cómo se llega a descubrir al verdadero traidor, Ferdinand Esterházy; en la tercera parte revela la complicidad de los poderes públicos para absolver a Esterházy. Así, Zola afirma que han sido cometidos dos delitos: condena a un inocente y exculpación del verdadero culpable. Concluye con una letanía que comienza “Yo acuso” seguida de los nombres de diferentes cargos públicos.

Su artículo le valió rechazo en diversos medios tanto sociales como artísticos y políticos; fue juzgado, condenado y exiliado. Tuvo que enfrentar una campaña de desprestigio a su padre, François Zola, acusado de malversación de fondos. Zola demuele cada argumento y logra demostrar la falsedad de las acusaciones a su padre. Nunca se arrepintió de su acción para defender a Dreyfus; de esta manera, Zola le atribuyó una nueva misión a los escritores: defender la justicia y la verdad. Dejó escrito que: “Ma lettre ouverte [‘J'accuse…!’] est sortie comme un cri. Tout a été calculé par moi, je m'étais fait donner le texte de la loi, je savais ce que je risquais”. (“Mi carta abierta [‘¡Yo acuso...!’] Salió como un grito. Todo fue calculado por mí, me dieron el texto de la ley, sabía lo que estaba arriesgando”). Zola muere en extrañas circunstancias en 1902.

Hoy, 121 años después de la publicación de J’accuse, más allá de toda la controversia sobre el caso Dreyfus y la intervención de Zola, he estado pensando en los distintos casos que en nuestro país parecerían esconder esos dobles delitos. Inculpación de inocentes y exculpación de culpables.

Han salido del país magistrados, jueces que han dado información sobre casos emblemáticos y han revelado los vicios procesales que se cometieron. En este momento histórico que se comienza a abrir para el país, hay muchas tareas pendientes; pero, una de ellas es una misión de suma urgencia, y no es otra que la restitución y rehabilitación de todos aquellos que han sido juzgados y condenados en procesos nada claros, por decirlo de manera “elegante”, o aquellos que no han tenido tan siquiera un juicio, y mucho menos las audiencias requeridas.

@yorisvillasana

15 de enero de 2019

El Nacional

El leitmotiv de las tragedias griegas en su versión venezolana

Corina Yoris-Villasana

Si preguntara en las redes sociales a qué se refiere la locución “tragedia griega”, estoy absolutamente segura de la respuesta. Dirían, palabras más, palabras menos, que es una representación teatral donde el protagonista sufre terriblemente y su desenlace es siempre espantoso. No es raro que así se responda, puesto que si acudimos a los manuales de literatura o a las enciclopedias más usuales, la definen así. Pero, ¿siempre el final es horrendo? Los protagonistas, los héroes –o el héroe, en singular– desafían a destinos inexplicables, por regla general infaustos; luchan denodadamente en contra de los dioses, aun cuando hay tragedias en las que el héroe, poseedor de virtudes excelsas, logra salir airoso de las vicisitudes.

Las tramas de las grandes obras del teatro griego versan sobre conflictos que nunca han perdido su vigencia. Por ejemplo, La Orestíada, escrita por Esquilo (siglo V a.C.), una trilogía formada por: Agamenón, Las coéforas y Las Euménides, versa sobre la lucha entre la venganza y la justicia. En la primera obra de la trilogía Clitemnestra asesina a su esposo, Agamenón, cuando este regresa de la guerra de Troya, como un acto de venganza por el asesinato de la hija de ambos, Ifigenia, precio que Artemisa le puso a Agamenón para que los vientos le volvieran a ser favorables en su trayectoria hacia Troya. Muerto el rey, Egisto se une a Clitemnestra y usurpa el trono. Pasan los años –en las tragedias el tiempo transcurre de manera veloz– pero Electra, hija de Agamenón y de Clitemnestra, no ha olvidado el asesinato de su padre. Se encuentra con Orestes, su hermano, y lo convence de llevar a cabo la venganza. Orestes asesina a Egisto y a su madre. Ese matricidio levanta la cólera de Las Furias y Orestes es juzgado. Sin embargo, el parlamento bajo la protección de Palas Atenea absuelve a Orestes, en tanto se considera que él actuó para salvar el reino y devolver el honor a su familia, que había sido mancillado en la figura de Agamenón.

La lucha entre la venganza, reclamada por el lazo de sangre, y la justicia, representada en las leyes de la ciudad, es el núcleo de esta obra de Esquilo. Los dioses lo absuelven de toda culpa por considerar “legítimo” el derecho que le asiste de ajusticiar a su madre y al amante de esta.

Otra de las grandes tragedias griegas es Antígona, escrita por Sófocles en el siglo V a. C. Hija de Edipo, antiguo rey de Tebas, sus hermanos habían heredado el gobierno de la ciudad y debían ejercerlo de manera alterna. Pero Eteocles condenó al ostracismo a Polinices, quien, clamando por justicia, atacó a la ciudad de Tebas. En la batalla mueren ambos. El trono es ocupado por Creonte, tío de Antígona, rinde honores a Eteocles y niega los funerales a Polinices por considerarlo traidor. Antígona protesta por las leyes de la ciudad, se niega a aceptarlas, resaltando que su deber filial es honrar y dar sepultura a los familiares, optando por las leyes naturales, la más de las veces desviadas de las reglas sociales. De nuevo, el conflicto entre aquello que se considera un deber de honor y el cumplimiento de las leyes que pueden no estar ajustadas a una realidad de índole social.

¿Es Creonte el héroe? Se deja llevar por la desmesura, comete un error fatal y cae como héroe. ¿Es Antígona la heroína? Representa la defensora de la libertad individual, quien no acepta acatar leyes que atentan contra su honor y el de su familia. Es totalmente actual el conflicto: ¿qué ocurre cuando la ley prohíbe un acto que el individuo supone imparcial y moral, y, además, esa proscripción recae sobre las personas del entorno familiar?

Cabría un análisis más detallado, pero mi interés es traer a la actualidad nacional el leitmotiv de ambas tragedias: la lucha entre una legislación intransigente, base de un régimen autoritario, y el reconocimiento de la libertad individual. Está claramente presente la objeción de conciencia y esta implica la inobservancia de un deber de índole jurídica cuya ejecución provocaría en el sujeto una violencia a la propia conciencia. No olvidemos que “desde los orígenes del Estado de Derecho se ha entendido que el respeto a la conciencia es uno de los límites más importantes del poder” (Aparisi).

¿Por qué el empeño que hay por parte oficialista en cambiar la legislación vigente, la Constitución actual? ¿Por qué quienes adversaron la aprobación de esa Constitución ahora la defienden? En una magnífica entrevista, Luis A. Herrera Orellana explica en detalle esta situación. Haciéndome eco de sus palabras, y tomando en cuenta que es poco el espacio disponible, esa reforma o nueva Constitución se les hace indispensable para conseguir establecer el Estado comunista que en la actual Constitución es solo un preludio. Y, a pesar de no haber estado de acuerdo con la constituyente y su resultado, muchos la defienden ahora, no como un hecho jurídico, sino político.

Un cambio será para establecer las bases del Estado comunista y el fin de las libertades individuales. Es este el tamaño de nuestra tragedia, defender una Constitución que nació ilegal, puesto que se basó en una interpretación totalmente paradójica, como señaló en su momento E. Piacenza: “Para que pueda reconocerse en alguna situación una competencia constituyente originaria es preciso que no se tenga por válido ningún orden jurídico; pero, sin orden jurídico”.

El leitmotiv de las tragedias griegas en su versión venezolana. La objeción de conciencia es, en definitiva, una manera de desobediencia jurídica. ¿Qué prevalece? ¿Resucitamos la Constitución de 1961?

@yorisvillasana

El Nacional

5 de julio 2018