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José Rafael Herrera

¿Existen dos UCV?

José Rafael Herrera

Hace pocos días, quien ocupa desde tiempos inmemoriales la presidencia del gremio de los empleados administrativos y de servicio en la Universidad Central de Venezuela, exigió ante los medios, con su acostumbrado tono pendenciero, procaz y de gavilla, la participación del gremio laboral en las elecciones de autoridades universitarias. “Si no participamos no van a haber elecciones”.

Este fue el mensaje de fondo, aunque nada oculto. Un “mensaje a García”, en sentido literal y enfático, al que ya la comunidad universitaria de la primera casa de estudios del país está acostumbrada, sobre todo después de aquellos tristes y vergonzosos eventos de “la toma” del Consejo Universitario, en tiempos del rector Gianetto, en los cuales se exigía una “constituyente universitaria”, cuyo basamento consistía en la imposición del llamado “uno por uno por uno”, esto es, que el voto de un profesor posea el mismo valor del voto de un estudiante y el de un empleado u obrero. Si, según la Constitución, todos los venezolanos tienen igual derecho para elegir al presidente de la república, con más razón -argumentan- todos los sectores universitarios tienen que ser igualados, todos tienen derecho de votar para elegir a sus autoridades, sin ningún tipo de discriminación. Ese es -y sigue siendo- el argumento central que mantuvo -y sigue manteniendo- en crisis orgánica no solo a la UCV, sino a todas las universidades autónomas. Pero, a partir de entonces, la UCV se duplicó sobre su propio reflejo.

Toda duplicación es una fictio, una ficción que, al extrañarse recíprocamente, se cristaliza, es fijada y se escinde, generando el desgarramiento. La duplicación no es tan solo la forma numérica, matemática, de la conversión de lo uno en dos. No es cosa exclusiva de cálculo o medida. Ella es, ontológicamente, un traspaso, una dolorosa fractura, la confirmación en sí misma de la idea general de partido: “Existe efectivamente un partido -apunta Hegel en sus Wastebook- cuando este se escinde en sí mismo”. Que algo sea ficticio no significa que no exista. Por el contrario, existe porque el entendimiento lo ha fijado.

La característica esencial del morbo social y político conocido como “socialismo del siglo XXI” es, justamente, la de la duplicación. El cáncer es eso: una acelerada duplicación celular que no se detiene, y que se va diseminando por los tejidos del organismo viviente hasta hacerlo colapsar y conducirlo, finalmente, a la muerte. Las células malignas son una ficción -un duplicado, un “error de replicación”- de las células sanas, por lo que pueden reproducirse sin ser detectadas por las defensas del cuerpo, hasta crear una “lesión de ocupación de espacios” (LOE) que se va apoderando por completo de todo mientras lo van destruyendo. Venezuela padece de cáncer. Y como la UCV es, junto con el resto de las universidades autónomas, el sistema nervioso central de Venezuela, tarde o temprano la tumoración tenía que alojarse en sus entrañas. Y fue así como se produjo el fenómeno de su carcinogénesis. Aquella “toma” por la “constituyente” fue, más que un síntoma, la primera manifestación palpable de la patología, la consecuencia directa del largo proceso de estimulación de múltiples duplicaciones -de repliques- celulares que son el supuesto de toda la representación populista. Paradójicamente, la “casa que vence las sombras” ha terminado por cosecharlas en sus entrañas. Y de aquellas sombras provienen estas tinieblas.

El chavismo no es bizarro -valiente-, sino bizarre -ficticio-, la duplicación, la proyección invertida de la imagen. No es verdad que porque el presidente de un determinado país sea escogido por todos en igualdad de condiciones las autoridades de una universidad tengan que ser elegidas por todos, porque los requisitos para ser presidente son equivalentes a los de sus electores. Las elecciones se consignan en condiciones de paridad. Si un candidato a la presidencia es un ciudadano nacional sus electores tienen que ser ciudadanos nacionales. Ese es el requisito. Bastará un simple ejemplo para mostrar la diferencia.

Un grupo de abogados decide organizar una asociación gremial. Se reúnen en asamblea estatutaria y nombran una junta directiva, conformada por distinguidos profesionales del derecho. La asociación va creciendo y necesitan personal profesional, administrativo y obrero para el mejor desempeño de sus funciones. Emplean secretarias, administradores, computistas, personal de mantenimiento, motorizados. Un par de años después, son convocadas las elecciones para la nueva junta directiva. Y serán los abogados, pertenecientes al gremio, quienes la elijan. En ellas no participarán ni las secretarias ni los administradores ni los motorizados, simplemente porque ellos no son abogados. A menos que estudien Derecho, se gradúen y formen parte del gremio.

Lo mismo pasa con la universidad: se trata de una elección entre quienes conforman el hecho académico, es decir, los profesores y estudiantes, en igualdad de condiciones. De ahí la diferencia de los porcentajes electorales, porque siempre habrán más estudiantes que profesores. Este es el espíritu que se expresa en la Constitución de Venezuela y en la Ley de Universidades vigente, y ningún tribunal está facultado para modificarlo. En síntesis, al ciudadano presidente lo eligen sus pares, los ciudadanos; a las autoridades académicas las eligen sus pares, los académicos. El resto es el chantaje del malandro, del ignorante, que confunde razón con resentimiento y argumentación con amenaza y agresión.

Por supuesto, la realidad es mucho más que la simple percepción sensible, y las ideas y valores más que el temor y la pusilanimidad. Es verdad que si las autoridades de la UCV, en busca de la supervivencia de la institución, ceden ante la exigencia y el chantaje de un proceso electoral “abierto”, extra académico, la apuesta del régimen por una universidad servil, sumisa y sometida perderá inevitablemente.

En todo escenario posible se impondrá el triunfo de quienes defienden los valores autonómicos, democráticos y libertarios de la academia, porque saben que el conocimiento solo puede crecer ahí donde hay libertad. No será con un payaso mediocre, como Jesús Silva, que la UCV podrá recuperar su bienestar. Pero, en todo caso, existe el riesgo de que, al permitir una elección de corte populista y rentista, la idea de alma mater se desnaturalice, deje de ser lo que es y pase a ser cualquier otra cosa. No se trata de ningún maximalismo, ni de ningún extremismo. El llamado “centro”, tan invocado en estos tiempos, no es tan neutro como aparenta. Es, más bien, una forma de extremismo acomodaticio impulsado por la superstición y el miedo a la verdad. Piel de Zapa. Una forma de confundir el “realismo político” con el peor de los inmediatismos empíricos. El cáncer es curable. Para ello no solo basta con seguir rigurosamente el tratamiento indicado. Es indispensable tener la consciencia y el valor de hacerlo.

6 de febrero de 2020

@jrherreraucv

La Universidad des-hecha

José Rafael Herrera

Saber es hacer, le guste o no a los burócratas de la ratio instrumental, inerciales prisioneros de su fe, atrapados en las redes del entendimiento abstracto. Todo pensar es, en efecto, un crear, un hacer, un producir incesante. Cuando se piensa se hace y cuando se hace se piensa. Se piensa para producir reproduciendo. Se hace para reproducir produciendo. Tal es la determinación constitutiva de toda posible construcción del ser social. Verum et factum convertuntur, afirma Vico: para comprender a fondo el decurso de la historia, es menester estudiar en profundidad las distintas facetas de “la mente humana”, porque los cambios que ocurren en las sociedades tienen su origen en ella. Si la totalidad histórica tiene sus fundamentos en la comprensión de “la mente humana”, su estudio resulta de factura esencial y justifica, además, el estudio de las más diversas formas del conocimiento. Las expresiones concretas del quehacer social tienen que ser, pues, investigadas, enseñadas y divulgadas, porque esa es la manera como los pueblos, al reconocerse a sí mismos, logran avanzar, ser prósperos, conquistar la libertad y vivir en paz. Forma y contenido son inescindibles: theoría y praxis.

Las universidades no son fábricas de títulos ni de titulados. No son formas vaciadas de contenido, suerte de requisito nominal para poder obtener un cierto status de vida que permita, a su vez, alcanzar las subsiguientes “nominaciones”. Ellas son la mayor fuente de saber real y, por ello mismo, de hacer concreto. Su propósito esencial consiste en hacer país sobre la base de saber del país. Des-hacer la institución universitaria equivale, en consecuencia, a des-hacer el país en el que la sociedad pretende conquistar sus metas más preciadas, la realización de sus firmes propósitos específicos y generales, la conquista consciente de sus derechos y deberes. Ninguna sociedad que se respete a sí misma puede tan siquiera representarse la posibilidad de desarrollarse, de desplegar sus potencialidades, prescindiendo de la labor de sus universidades. A menos que se imponga la mediocridad como norma y sistema de vida, y que se llegue a sentir orgullo por las miserias de la ignorancia, la pobreza, el atraso, la violencia y la barbarie. Todo lo cual sólo puede ser calificado de fascismo en estado puro. Un régimen que promueve deliberadamente semejantes valores garantiza su permanencia absoluta en el poder. A mayor ignorancia más fácil resulta su perpetuidad al frente de una sociedad esclavizada, empobrecida, famélica, enferma, en fin, miserable.

Hubo un tiempo en Venezuela, en el que las universidades llegaron a ser centros de estudios auténticamente superiores. Grandes exponentes de las disciplinas científicas y humanísticas, de los saberes clásicos y modernos, fueron convocados con el firme objetivo de formar, no sin rigor y excelencia, a los futuros responsables de la construcción de un país decidido a salir de su retardo histórico-cultural e incorporarse a la civilización, superando así los peligros del prejuicio y la presuposición, esas percepciones ‘de oídas’ que redundan, por un lado, en el craso empirismo tout court, y, por el otro, en el fanatismo y la adoración ante el cacique, el taita o el caudillo. Bajo el cobijo de la democracia, y en poco tiempo, la universidad venezolana se constituyó en una sólida, respetable y prominente institución, autónoma y con profundas raíces civiles. Ser profesor universitario, ser estudiante o egresado de La Universidad venezolana se transformó no sólo en una cuestión de prestigio sino, sobre todo, en un compromiso con el país. De nuevo, forma y contenido, theoría y praxis. Esa gran universidad, referencia internacional y modelo de las universidades latinoamericanas, ha sido literalmente secuestrada, golpeada, torturada y violentada con saña y crueldad por el actual régimen narco-terrorista. Su diagnóstico es reservado. Puede decirse que de suma gravedad y, la verdad, se haya a punto de morir. Por lo pronto, está des-hecha, y será necesario reconstruirla desde sus cimientos.

No hay peor cuña que la del mismo palo, dice un adagio popular. Pero cuando a las “cuñas” se las carcomen las polillas del resentimiento, la mediocridad y la piratería, el regressus a los tiempos del analfabetismo palúdico y a la pobreza material y espiritual se hace inminente. La cantidad sin mediaciones no hace calidad. Llenar cifras con más graduandos no pasa de ser una ficción, un espejismo tercermundista. Una universidad que no investiga y que no extiende los resultados de sus investigaciones en aportes reales, en beneficios para la sociedad, no merece llevar ese nombre. Las supuestas universidades que se limitan a impartir clases de refritos son una vergüenza. El profesor universitario, reseñado por el burocratismo dominante, como “docente” es un insulto a su formación investigativa y extensiva, a su concurso de oposición, a sus trabajos de ascenso, a sus investigaciones de campo, a sus publicaciones y a sus post-grados.

Hoy la cada vez menor población profesoral de las -auténticas- universidades que apenas sobreviven se ha vuelto anciana. Con premeditación y alevosía, los sueldos del profesorado universitario, que deberían situarse entre los mejores remunerados del país, dada su altísima y muy delicada responsabilidad, son los peores de toda la administración pública. Ya nadie quiere ser profesor universitario. Los jóvenes relevos, bien preparados para el oficio, se van del país, buscando mejores condiciones de vida. La previsión social se ha vuelto infame. Los “dirigentes gremiales”, incapaces de defender los derechos que le corresponden al profesorado por ley, optan por pecharlo, sacándole del bolsillo los ya bastante mermados recursos de su salario para cubrir los malabares de una política de seguros lo más distante de la idea de “previsión social”. O se pelean por “la torta” de los beneficios obtenidos en otros tiempos -producto de la venta de los activos del desaparecido fondo de jubilaciones-, y no precisamente para poder cubrir los impagables costos actuales de las clínicas. Y es que, así como urge una nueva universidad que, cual fénix, resurja de sus cenizas, urge, de igual modo, un nuevo sistema de seguridad profesoral y la renovación integral del gremio. El poder atemporal enferma.

Des-hacer significa hacer que una cosa vuelva a la condición en la que se encontraba antes de haber sido hecha, de modo que desaparezca, quede destruida o sea descompuesta. Este es un régimen de des-hechos: su característica esencial es la reacción, a la que auto-califican como “revolución”. Su fundamento ideológico -aunque muchos de ellos no lo sepan- es el fascismo, al que deberían, de una vez por todas, denominar ‘nacional-socialismo’. Su desprecio por las universidades -su afán por des-hecharlas- sólo se compara con su profundo temor a la inteligencia. Tal vez, re-hacer la universidad sea la tarea más importante del presente y la mejor garantía de un futuro en progreso y libertad.

@jrherreraucv

8 de agosto de 2019

Círculo Histórico de Caracas

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