La reciente elección de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos ha encendido las alarmas sobre el peligro del regreso de la “antipolítica” y, otra vez, una buena mayoría de comentaristas de los medios y de analistas políticos vuelven a repetir la palabra sin meditar, aunque sea por un segundo, sobre la validez de esta ya reiterativa expresión. “Etiquetan” así esa conducta y no es la primera vez que la palabra se acuña porque se asocia a cualquier acción que irrumpe contra la convencional percepción de que debe solo debe corresponderle a un partido político y, no como viene sucediendo, a un individuo que asume el rol de liderar unas determinadas ideas.
Política y partidos políticos
La cuestión a preguntarse es si es ese un enfoque apropiado para entender lo que está marcando hoy el rumbo de la política o, si se trata de un fenómeno que va más allá de la “etiqueta” pues nos hemos venido acostumbrando inercialmente a que el ejercicio de la política, en especial el de la búsqueda del Poder Político, es de la exclusiva competencia de dichos partidos y ello, además de tener una clarísima y evidente intencionalidad, tiene su explicación en los orígenes de esa institución política.
El punto a discutir es que, si bien es cierto y objetivamente valido ese punto de partida, ¿Cuán aceptable sigue siéndolo hoy día?, o, dicho de otra forma; ¿Hasta dónde y cuándo siguen siendo los “legítimos” representantes de los intereses de sus sociedades?
Origen de los partidos
Un breve repaso por la historia que, de entrada aceptamos como insuficiente y que obliga a una más profunda indagación, nos habla de sus grandes orígenes. El primero, por supuesto, la ruptura del poder absoluto de la monarquía francesa y su separación en los tres poderes ampliamente conocidos. El poder político, el poder ejecutivo y el legislativo, quedó en manos de los que podrían llamarse partidos para la época. Los pro- Revolución y los contra ella.
El segundo, por la insurgencia en Inglaterra de distintas manifestaciones que culminaron en la creación de la figura del Parlamento, en el cual se le otorgó representación a otros entes de la sociedad en sus distintas versiones, fuese por causas religiosas o de otra índole, pero que fueron tomando la forma de partidos políticos (Los Tories y los Whigs.).
Quizás un tercer origen pueda adjudicarse a la creciente separación de ideas entre conservadores y liberales, diferencia que se universalizó en todo el mundo creando un sinnúmero de partidos con esas características.
Un cuarto origen el que proviene de la revolución industrial y la aparición de la clase trabajadora o proletaria y los partidos laboristas. Como puede comprobarse la humanidad escogió ese camino, el de los partidos políticos como la principal herramienta de acceso y manejo del Poder Político. El punto central a precisar es si esa asignación que se les atribuye sigue teniendo validez hoy día.
La sociedad de nuestros días y los partidos
Creemos que la mejor opción para intentar una respuesta más aproximada es examinar cómo han evolucionado simultáneamente la sociedad y los orígenes de los partidos y si son consistentes ambas rutas porque, aunque algunos de sus orígenes siguen vigentes otros han perdido representatividad. Por ejemplo, la controversia liberalismo y conservatismo sigue “en pie”, quizás hoy más que nunca y los partidos más tradicionales o convencionales la continúan representando pero, con una mezcla de “estatismo” de un lado y de “proteccionismo” del otro.
El punto nuestro aquí es que esa calificación se ha hecho, precisamente, difusa y la sociedad de hoy ya no es, solo, la de los sindicatos y los capitalistas. Con temas tan complejos como el climático, la desigualdad social, la creciente y explosiva migración, la insurgencia de la era digital, la crisis de las democracias, la confrontación Oriente - Occidente y un par de guerras en el teatro mundial, muy lejos estamos de quedar paralizados en el plano puramente ideológico o en una extrema simplificación. No da frutos para entender lo que sucede a los partidos.
Por ejemplo, los partidos Demócrata y Laborista, originarios en su vínculo con la clase obrera, los Sindicatos y las “Trades Unions”, han perdido esa conexión y sus líderes han denunciado si los siguen representando. Por ejemplo, el líder del partido Laborista ingles en su campaña electoral, declaraba que no “seguía” una ideología, sino los intereses de sus comunidades, reconociendo precisamente que el mundo de hoy es más complejo que aquellas distinciones. Al darle a su partido esa beligerancia logró los resultados que conocemos.
Creemos, que tuvo la inteligencia de darse cuenta de lo que otros líderes, en forma individual, han captado. A estos se les califica de “anti política”, al Ingles no.
¿La anti política… va contra la política?
Regresemos, entonces, al caso Trump quien quiérase o no, les guste a unos y a otros no, detectó claramente lo que desean los habitantes de su país, tanto que arrasó en las elecciones, contrariando las expectativas de que sus posiciones extremas serian derrotadas. Más allá de errores tácticos de campaña, impuso sus tesis en el electorado, tanto que se comenta en los medios especializados que latinos, gente de todos los colores y razas se le sumaron separándose de su condición de minorías.
Sin embargo, a ese fenómeno se le calificó de “antipolítico” como si las propuestas no fueran, como lo eran, particularmente políticas. Su postura sobre inmigración, frente al caso China, o la OTAN u otra, gústense o no, son política sin ninguna duda. Otros líderes mundiales han sido clasificados con la misma “cuña”, por lo que proponemos un examen más riguroso del asunto y “ver la otra cara de la moneda” para re-evaluar lo que está sucediendo en el mundo de los partidos políticos.
Venezuela y la anti política
En Venezuela se ha ido caracterizando, en nuestra opinión, de manera equivocada. Quizás el caso más emblemático fue el uso de esa calificación para los movimientos civiles que se realizaron durante aquellos delicados años del 20021, porque se ha dicho y repetido que ellos fueron realizados al margen, a expensas y en sustitución de los partidos políticos y nada está más lejos de la realidad.
Lo cierto es todo lo contrario: fue la confluencia de intereses y apoyos entre ciudadanos independientes, miembros y dirigentes de los partidos políticos democráticos lo que permitió potenciar ese movimiento hasta los límites en que cristalizó. Podemos afirmarlo porque conocí bien sus orígenes y porque, si algo lo llevó al fracaso, fue precisamente el abandono de esa coalición política y su conversión en una acción de origen puramente militar, pero este no es el punto que nos interesa discutir ahora.
Más allá de este caso tenemos buenos ejemplos de líderes políticos acusados de ser emblemas de la “antipolítica”. Pérez y Caldera al irrumpir contra sus propios partidos respectivamente, pero tenemos dos ejemplos más. Chávez fue un caso emblemático porque fue contra el poder de los partidos tradicionales, generó un lenguaje y un movimiento político, sin duda. Que nos guste o no es otra cosa y lo mismo sucede ahora con María Corina, quien se separó diáfanamente de los mismos partidos y de los nuevos, originó su propia versión y un mensaje del más alto contenido político con su propuesta de un cambio radical en la forma de gobernar a Venezuela. Arrasó, al igual que los otros, con el voto popular…pero, al instante entró en la clasificación, en la etiqueta y es también “antipolítica”. Podría decirse, para concluir: ¡Bienvenida sea esta!, mientras nos ayude a entender lo que está pasando en el mundo, quien lo interpreta bien y a reflexionar sobre el presente y futuro de los partidos políticos.
1 Eso, más allá de la también intencionada aseveración, de su carácter meramente militar.