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“La paz no es una fiesta del amor”

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 7 min.

Abram de Swann estuvo en Bogotá la semana pasada para hablar en la Feria del Libro sobre el genocidio. En su libro Dividir para matar (Killing Compartments es su título en inglés) caracteriza la naturaleza de los genocidas, discute por qué hacen cuanto hacen y por qué un ejército de leales se convierten en su reflejo. La obra, publicada por Semana Libros, es un examen de la violencia que se podría acercar a los rasgos generales de la continuada guerra civil en Colombia. En un inglés diáfano, el sociólogo holandés recuerda que hacer la paz es, sobre todo, aprender a convivir y a aceptar que los victimarios compartan el mismo espacio con las víctimas.

¿Cuáles son los rasgos sicológicos de un genocida?

Son varios. Son más sensibles a la autoridad, porque estos son crímenes de obediencia, contrario a lo que siente un criminal, que rueda por su propia cuenta. Son personas que marchan con los tambores del régimen. Son conformistas. Hacen aquello que les dicen. Creen en lo que se cree en un régimen genocida. Son muy leales a sus camaradas, obedientes a sus superiores, y son por lo general maridos y padres devotos. Y sí, tienen conciencia, pero muy limitada. Más allá de esos tres círculos íntimos, los extraños pueden considerarse muertos. No tienen sentido de obligación moral salvo en su círculo más cercano. Segundo, no tienen sentido de agency. Este término no existe en otro idioma: significa verse a sí mismo como el agente, el actor, de su propia vida. Ellos dicen, por lo general: “Yo estaba por allí y necesitaban a alguien que hiciera el trabajo sucio. Pensé que era algo divertido”. Van de una situación a otra sin tomar decisiones. Han decidido, una vez y para siempre, no decidir.

¿Es posible que los sobrevivientes de un genocidio se recuperen?

Sí. El daño que hacen estos episodios violentos es mucho más grande de lo que se podría pensar, y los casos de resiliencia también son increíbles. Por ejemplo, Nanette Blitz, que dio una conferencia en la Feria del Libro, fue una amiga de colegio de Anna Frank y la vio en sus últimos días. Uno de los estudiantes en el auditorio le preguntó justo eso: ¿cómo pudo vivir de nuevo? Entonces ella dijo: “Ese que está allá sentado es mi esposo. Él pasó por lo mismo que yo. Nos apoyamos”. En apariencia, la capacidad para confiar y amar a alguien se mantuvo en ella más o menos intacta. Lo suficiente para casarse con ella. Otros tienen mucho miedo de hacer eso. No se puede saber cómo se reincorpora una persona.

Usted se refiere al caso de Ruanda. ¿Por qué se dio allí un genocidio?

¿Por qué pasa en un lugar y no otro? No tenemos tantas pruebas para contestar esa pregunta. Si pregunta por qué la democracia echa raíces en unos lugares y no en otros, no tenemos buenas respuestas. Pero hay ciertas predisposiciones. Una es una larga porción de juventud desempleada. Otra es que, paradójicamente, hay una gran cantidad de gente rica. Puede parecer simple, pero son factores de predisposición. Tienen líderes políticos que tienen talento para encarrilar ciertos momentos. Un líder de este tipo es capaz de tomar prejuicios dormidos por mucho tiempo y convertirlos en divisiones explosivas de odio vibrante. Cualquier cosa sirve. Por ejemplo, la opinión científica apunta que existe muy poca diferencia entre tutsis y hutus (los grupos nativos de Ruanda), comparten la misma cultura, la misma lengua. Pero hubo un movimiento que subió al poder y potenció las divisiones raciales utilizando propaganda nazi.

¿Cómo transforma el genocidio a la cultura y la confianza en el prójimo?

Hay diferentes formas de exterminación masiva, pero con cierta frecuencia existe una fórmula básica que suena más o menos así: es ahora o nunca, es todo o nada, es ellos o nosotros. Si escucha a alguien decir esas palabras, lárguese de ahí. Todo se reduce a ese momento. Es el bien contra el mal, no hay matices: es absoluto. “Los judíos tienen toda la culpa”, decían los alemanes. Y eso crea una suerte de solidaridad de grupo: si no eres mexicano, significa que eres estadounidense; si no eres judío, eres alemán. Quizá estos lazos de solidaridad contra un grupo en particular crean unas ligazones neutrales. Los alemanes creían que morían por su tierra y estaban dispuestos a poner todo su corazón en ello. La cultura es brutalizada, la gente tiene que cerrar los ojos ante aquello que no quiere ver. Prefiere no verlo. El régimen combina dos cosas: que los enemigos son víctimas de un terrible tratamiento, sin saberse exactamente qué les sucede ni por qué. Siempre hay que seguir la línea. Por ejemplo, dejo de mencionar ciertos temas porque pueden ser usados en mi contra. Destruye la confianza entre iguales porque podría decir algo equivocado y alguien me puede escuchar. No se puede confiar en nadie. Los niños pueden irse en contra de su padre y al revés. Es una cultura de sospecha.

Uno podría pensar que una sociedad civilizada no es propensa al genocidio. Pero, por ejemplo, la masacre de Srebrenica sucedió en plena Europa y a finales del siglo XX. ¿Por qué?

En español, el nombre de mi libro es “Dividir para matar”, pero en inglés y en holandés es “The Killing Compartments”. Entonces, en la raíz de toda mi idea sobre el genocidio está el hecho de que esas sociedades se dividen en compartimentos, de manera constante, entre la gente que apoya al régimen y sus enemigos, el objetivo. Y es literal: separan partes de la ciudad, las escuelas. Si dicha división continúa en una sociedad civilizada, puede existir un conato de barbarismo. Por ejemplo, campos de tortura, recintos carcelarios para opositores políticos. Todos saben que algo horrible pasa en esas prisiones, pero nadie en realidad quiere saber. Todos saben que en las noches, por imaginar un caso, los colombianos atacan el barrio venezolano en Bogotá y los golpean, los roban. Pero usted no quiere saber. Aunque son civilizadas, estas sociedades permiten comportamientos barbáricos. El régimen, de manera calculada, permite que algunos de sus miembros cometan tortura, cometan crueldades, e instrumentaliza esa herramienta para sus objetivos. Son perros salvajes: déjenlos morder en las prisiones. Y aun así es posible tener relaciones razonables. Sólo no tienes que mencionar qué sucede allí.

¿Cuáles son las diferencias entre un genocidio y el conflicto colombiano?

Lo primero que discuto cuando se trata de genocidios es la asimetría. Existe un ejército organizado y armado y otro grupo de personas sin armas y sin organización. Es un conflicto asimétrico entre el régimen, con todos sus recursos, y una minoría por lo general indefensa. Ese es el rostro de la exterminación masiva. La guerra de costumbre, que tiene que ver con hombres que se confrontan unos contra otros, no es tan asimétrica como el genocidio. Los conflictos en América Latina, a lo largo del siglo XIX y del XX, tienen el carácter de una guerra civil. En un nivel, organizados, peleando unos contra otros: las guerrillas y los rebeldes también están organizados. Pero en muchos otros niveles estos conflictos no tienen ninguna regulación: casi no existen reglas de la guerra (contrario a lo que uno imagina en las guerras del siglo XVIII), tomando prisioneros. En la mayoría de los conflictos latinoamericanos hay muy pocas reglas del juego. Entonces, lo que usted encuentra es que ambas partes cometieron atrocidades contra la sociedad civil y se mataron entre ellos en vez de tomarse como prisioneros. Por otro lado, no comprendo por qué estas fuerzas rebeldes, que pelean por atraer los corazones, las mentes y la lealtad de los pobladores, son tan atroces con ellos. Si quieres ser como un pez en el agua entre la gente, entonces no deberías ser tan extremadamente violento.

¿Es posible perdonar después de 50 años de conflicto?

Varias personas me han preguntado eso. Y voy a ser duro con ustedes: esto no significa que se van a amar unos a otros, significa que van a resolver sus conflictos sin violencia. Significa que van a respetar el gobierno de la ley. Es muy difícil: no es fácil respetarse. En segundo lugar, si quieren convivir, significa que tienen que respetar cierto código de cortesía para estar en un espacio con una misma persona. La paz significa vivir junto a gente que a uno no necesariamente le agrada. No es una fiesta del amor. Toma mucho tiempo lograrlo. Y luego viene la justicia. La justicia sólo ocurre cuando una de las partes está por completo derrotada: Ruanda, Serbia, Camboya. Porque aquellos que están negociando no están allí para rendirse. Lo mejor que puedes obtener es una condena para algunos asesinos notables ante un tribunal. Pero no habrá justicia con respecto a todos los perpetradores. Y de ese modo, verás en televisión a un hombre en Miami que mató a 200 personas y aún tiene dinero. A eso se parece la paz. No será mejor. Es difícil. Eso les digo a quienes tienen veinte años: en quince años todavía estarán pensando en las consecuencias de este conflicto, todavía estarán rastreando documentos y hechos, para encontrar la verdad de lo que pasó. Ahora hay un perpetrador nazi de 90 años que está siendo juzgado en Alemania. Incluso si un solo perpetrador es castigado, otros más podrían estar en Miami divirtiéndose, sabiendo que merecían 40 años en prisión. La justicia significa ser paciente e insistente en documentar lo que pasó, como lo fueron historiadores y periodistas. Y asegurarse de que está en los archivos. No es posible saber cuándo esa bomba de documentos explotará.

En los casos que ha estudiado, ¿la impunidad es general?

Sí. Tengo que decir, para sorpresa de mis estudiantes, que el asesinato masivo es el trabajo más seguro porque los perpetradores casi nunca tienen que enfrentarse a los jueces. Por ejemplo, piense en China, en Stalin, en Pol Pot. En Camboya, un perpetrador fue juzgado. Ríos Montt, en Guatemala, aún no está en la cárcel: ¡un solo hombre! Es muy importante tratar de llevarlos a la justicia. Quizá no será fácil.

El Espectador, Bogotá, mayo 2016