El atraso tecnológico de Venezuela, en lo que al sistema agroalimentario concierne, evidente como es, tiene su principal causa en el sesgo antiexportador de nuestra economía. En ese mismo contexto se explica el atraso en otros sectores científicos y tecnológicos. Cuando analizamos la situación de otros países, incluso algunos de la región, observamos que la participación en los mercados internacionales de commodities y, en algunos casos también de productos con valor agregado, ha sido un factor muy importante tanto en el interés, como en el financiamiento, del sector privado. Aquí la dependencia del gobierno ha sido la norma y lo acertado, o desacertado, de las políticas públicas ha sido el factor dominante. La inversión pública ha sido oscilante y sin duda ocurrió un crecimiento importante en el número y la calidad de los investigadores, así como de los centros de investigación, entre 1958 y 1985, después, a la par de la economía en general, un prolongado lapso de escaso cambio, un gradual deterioro y escasa innovación. Después, en los últimos 15 años, el control de precios, la diversidad de tipos de cambio, la incesante intervención del gobierno en los negocios agrícolas, incluyendo expropiaciones, confiscaciones y proliferación de empresas estatales, aunado a la estrangulación económica de las universidades, ha lanzado al país hacia el desastre actual..
La inversión pública directa, o a través de las universidades, el IVIC, el INIA y otras organizaciones, formó a nivel de maestría y doctorado, a un número apreciable de investigadores, pero sin el aliciente de un desarrollo económico sostenido, no fue posible consolidar grupos de I&D en torno a las principales cadenas alimentarias. Sin duda existieron, y aún persisten, algunos esfuerzos aislados, individuales y a veces institucionales, pero muy alejados de la calidad y profundidad que observamos en Argentina, Brasil, Colombia y México y más recientemente Chile y Perú. Nuestras exportaciones agroalimentarias son, per capita, las más bajas de la región. Nos superan países tan pequeños como Costa Rica, o tan pobres como Honduras, Guatemala o Nicaragua. Por el contrario las importaciones, per capita, en la última década son las más elevadas. Así, si bien al comienzo fue necesario que el gobierno empujara la carreta de C&T (porque casi no existía antes de 1958), después hizo falta quién la halara y ese debería haber sido el sector productivo privado. Pero bien protegido como ocurrió en el pasado, arruinado como en el presente, es difícil que innovación, tecnología o ciencia, estén grabados en nuestra cultura o ejercidos como práctica cotidiana. Al interior de los laboratorios, el marasmo domina. No hay recursos y la remuneración máxima que puede percibir un investigador-docente, con doctorado y en el rango máximo, apenas supera los 100 dólares al mes a la tasa de cambio, innombrable, pero real, del mercado paralelo.
Una proporción importante de los logros se han perdido o atenuado en los últimos 15 años. Fuga de talento, sesgos ideológicos profundos y cierre de numerosas empresas han atentado contra la innovación, la investigación y el desarrollo tecnológico. Un ejemplo patente de lo anterior son nuestros puntos finales de venta. En la década de 1980 y hasta mediados de la de 1990, mejoró la diversidad y la calidad de la oferta, pero sin alcanzar los niveles que es posible observar en México, Brasil, Argentina, Colombia, Chile y Perú. Pero en la última década el retroceso ha sido impresionante con reducción notoria del número y diversidad de las presentaciones (SKU`s), escasa vigilancia sanitaria, trazabilidad inexistente y, en general, un notable atraso con respecto al estándar internacional marcado por la Unión Europea, los Estados Unidos, Canadá y algunos de sus principales proveedores. La distancia es de tal magnitud que muchos venezolanos en el exterior hacen turismo en los supermercados y comparan, con tristeza, lo que observan en Bogotá, Santiago de Chile o México, con la realidad venezolana: poca diversidad, escasez de productos básicos, pésima atención, largas colas para entrar y para pagar, acceso de acuerdo al número de la cédula de identidad, precios elevados que hacen poco accesibles alimentos esenciales como frutas, hortalizas, raíces y tubérculos.
Inscribirnos en las tendencias globales, y la lista sería muy larga (agricultura de precisión, robótica, trazabilidad, normas sanitarias, diversidad en las presentaciones, etc.) demanda un enfoque macroeconómico distinto a los que han dominado (sustitución de importaciones, populismo, socialismo del siglo XXI o como lo quieran llamar). Muchos países han logrado separar los sesgos ideológicos del pragmatismo económico (China por ejemplo) y por esa vía cabalgar en el estado internacional del arte en materia científica y tecnológica. Así, no basta con una renta petrolera y recursos procedentes del gobierno para avanzar en nuestro desarrollo científico y tecnológico, se requieren profundos cambios estructurales en nuestra economía, así como, sin duda, radicales reformas en las universidades y centros de investigación. Sobre las carencias del modelo universitario actual se podrían escribir muchas páginas, pero creo que basta señalar que no es sostenible, ni competitivo, ni podría haber sido de otro modo debido a las características socioeconómicas de Venezuela,
Las carencias no sólo se ubican en los modelos económicos ensayados, también en los sociales y políticos. Hemos logrado mantener a una enorme población al margen de la educación y la riqueza, con temporales mejorías en el nivel de vida o del ingreso per capita, pero siempre dependientes de la renta petrolera que hace demasiado poderoso al gobierno y demasiado débil al ciudadano. No hay culpa en el petróleo, pero bastante entre quienes lo han administrado.