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El balón al pie de la mujer

Tiempo de lectura: 5 min.

A estas alturas del Siglo XXI, resulta insólito, por no decir absurdo, que el 8 de marzo de cada año se conmemore el Día de la Mujer y que el mismo sea dedicado a reclamar su participación igualitaria, sin discriminaciones que le afecten su vida dentro de la sociedad. Luego de muchos años de reclamo, se ha avanzado, desde luego, pero da vergüenza constatar que las personas del aún calificado “sexo débil”, encaran obstáculos incomprensibles, se miren por donde se miren. Como creo haber escrito en otras oportunidades, el machismo todavía goza de cierta salud, la suficiente para disponer del oxígeno necesario para persistir en la idea, cada vez con menos éxito, por fortuna, de que la masculinidad debe vertebrar la sociedad, hasta en lo que atañe a la esfera deportiva.

El deporte en la antigüedad

El deporte existe de diversas maneras, desde el principio de la historia humana. En las antiguas civilizaciones se practicó, moldeado por ciertas normas, muy rústicas que toleraban la violencia entre los atletas, al extremo de que en el antecedente remoto del boxeo, por citar un caso, la victoria en una pelea se alcanzaba matando al contrincante.

Con relación al tema que pretendo abordar en estas líneas, un rasgo central del deporte fue, sin duda, su concepción como una actividad exclusiva para los hombres, mientras las mujeres eran dejadas de lado y no podían figurar ni siquiera como espectadoras de los eventos que se realizaban

El barón Pierre de Coubertin

El deporte moderno, el que con sus mutaciones, algunas nada menores, se ha mantenido hasta nuestros días, nació a mediados del siglo XIX de la mano del Barón Pierre de Coubertin, quien lo civilizó, según lo han señalado diversos estudiosos del asunto. Mediante la redacción de la Carta Olímpica dispuso su organización asumiendo las particularidades de las diferentes disciplinas, redactó un conjunto de normas articuladas en torno al principio del “fair play”, envuelto en el lema de que lo “importante no es ganar, sino, competir”, hoy en día obsoleto hasta en el espacio amateur, incluyendo sus categorías infantiles, en las que el balompié comienza a asomar su rostro mercantil.

En lo que si no vario el deporte fue en la idea de entenderlo como una actividad exclusivamente masculina. Sin que mediara recato alguno, y para que no hubiese lugar a las equivocaciones, Coubertin expresó lapidariamente, que “… el deporte femenino no es practico, ni interesante, ni estético, además de ser incorrecto”. Y, por si fuera poco, agregó que “ellas solo tienen una labor en el deporte: coronar a los ganadores con guirnaldas”. A partir de esta suerte de apreciación teórica, hubo de correr un buen tiempo para pudieran participar, pero apenas como parte del público. De esta manera, el deporte no hacia sino replicar y reforzar la masculinización característica de aquella época, otorgándole carta blanca al dominio de la virilidad.

Sin embargo, los movimientos feministas que han ido emergiendo en otros escenarios de la vida social han llegado también, aunque con retardo, al deporte. De a poco fue aceptándose la participación de las mujeres en las distintas disciplinas y lo ocurrido en el transcurso del presente siglo prueba que la huella femenina se ha profundizado en las distintas canchas y estadios.

Las cosas han variado, así pues, y se ha ido reduciendo su exclusión histórica, aunque todavía falta para poder hablar de condiciones que aseguren la plena igualdad,

El fútbol

Las palabras anteriores también abarcan, con sus especificidades, al fútbol, uno de los deportes que más ha entrabado la participación femenina, comparado con otras disciplinas (tenis, volibol, natación, atletismo, basketbol….)

Las cosas han tardado en cambiar, la demora se mide en décadas, pero se han abierto algunas puertas las modificaciones en virtud, sobre todo, del esfuerzo que han realizado las propias mujeres, destruyendo o gambeteando las barreras colocadas por el “machismo ideológico”, edificado, da la impresión sobre el alto nivel de testosterona de los hombres. Han logrado, así pues, ser tomadas en cuenta, pues no solamente conforman la mitad de la audiencia en los espectáculos más relevantes, como lo demostró el reciente Campeonato Mundial, celebrado en Quatar, sino que han entrado en los campos de juego en la mayor parte de los países del mundo, siendo muy pocos los que se lo tienen “prohibido”. Por otro lado, han proliferado las competencias femeninas, incluyendo varias ediciones del Campeonato Mundial, y se han establecido ligas internacionales y nacionales en diversas categorías, dejando ver un panorama impensable hasta hace poco. En este sentido, Venezuela es un ejemplo de cómo ha evolucionado el fútbol femenino, tanto que me atrevería a sostener que a nivel internacional está bastante mejor ubicado que el de mis colegas varones.

Obviamente no todo es miel sobre hojuelas. El balompié femenino no alcanza la importancia que se le brinda al masculino, tal como lo muestra, entre otros aspectos, el enfoque mediático. Los aspectos laborales marcan distancias enormes entre uno y otro sexo, no sólo en los sueldos, en los que la brecha es espantosa, sino en los contratos, tan es así que ciertos analistas temen, por ejemplo, que se establezca la firma de acuerdos con cláusulas anti-embarazo. Por otra parte, los prejuicios y reservas no cesan de llover: que si masculiniza a las mujeres, que si es inconveniente para el cuerpo femenino y específicamente para la maternidad, que si hay disciplinas más acordes con su sexo, y por allí sigue la lista de advertencias, hasta terminar recomendando que al balompié femenino se le califique como un deporte “distinto”. Dicho sea de paso, Josph Blater, el inefable ex Presidente de la FIFA, llego al atrevimiento de recomendar cierta vestimenta para las jugadoras, un poco más sexi y atrevida, con el objetivo de hacer los partidos más “atractivos”.

En síntesis y como se ha escrito hasta el cansancio, el feminismo requiera también que surjan nuevos modelos de masculinidad.

HARINA DE OTRO COSTAL

(PSICODATA)

Uno se da cuenta, sin tener que ser muy ser muy perspicaz, que el suministro de información suficiente y confiable no es, precisamente, una fortaleza del gobierno actual, que las cifras se esconden, se inventan, se manipulan, y se resignifican, con la intención sustentar la idea de que “Venezuela se Arregló”, haciendo énfasis, sobre todo, en los aspectos económicos. Por otro lado, uno también está enterado de que hay diagnósticos venidos desde algunos sectores que reflejan el mismo pecado, fotografiando al país desde la acera contraria a la del oficialismo.

Pero afortunadamente se encuentran al alcance de la mano otros análisis que cuidan su independencia, que nos brindan otra visión, más objetiva, de la realidad, y más parecida a la que siente el ciudadano de a pie, a través de su propia vida de cada de cada día

Digo lo que digo a propósito de Psicodata, un análisis que calza en este último grupo de estudios, elaborado recientemente por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). El mismo busca mirar el paisaje nacional desde otro ángulo, distinto al económico, usual en los informes que llegan a nuestras manos. Como señalan sus autores, presenta un diagnóstico que corre la cortina y revela el país que somos desde el punto de vista psicosocial, identificando, midiendo y explicando catorce de sus dimensiones.

Un texto imprescindible, no hay duda. Nos amplía la visión del entorno en que estamos situados, mediante una radiografía que permite ver lo que sentimos como consecuencia de lo que vivimos.

Hay, pues, que tenerlo unas cuantas semanas en la mesita de noche.

El Nacional, jueves 16 de marzo de 2023