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Carlota Pérez: “La reconstrucción, después del covid-19, implica dar un salto adelante”

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Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 14 min.

Un modelo con dos ejes. El primero apunta a crear riqueza con nuevas tecnologías y el segundo a superar la pobreza y la desigualdad. Ésa es la propuesta de Carlota Pérez* para que América Latina se inserte con éxito en los centros de poder mundial. Suena atractivo y a la vez desafiante. Hay experiencias locales y desarrollo de nuevos productos, basados en innovaciones que prefiguran el camino a seguir. Hay pistas y, por tanto, probabilidades de éxito.

Aclaro, de entrada, que esto no es tarea para gobiernos populistas y autoritarios que redistribuyen sin producir riqueza. Por ahí Venezuela se convirtió en el país más pobre del vecindario. Vaya proeza la de estos 20 años. Otra cosa: no nos vamos a levantar de la silla de ruedas en la que estamos postrados para competir en los 100 metros planos. Eso no existe. Lo que tenemos por delante es una empinada cuesta que va a exigir un gigantesco esfuerzo. Y no será nada fácil.

Las investigaciones de Carlota Pérez han tenido gran receptividad en los centros de pensamiento y en publicaciones especializadas. La revista Forbes la incluye entre las cinco economistas que “están redefiniéndolo todo”, y la revista Prospect entre “los 50 máximos pensadores del mundo en la época del covid-19”. A ver si ponemos atención a lo que dice.

Ahora, que llegaron las complejidades, que las soluciones no son fáciles, parece que el campeón de la globalización y del capitalismo liberal (Estados Unidos) está sintiendo que el viento ya no sopla a su favor, o sopla con menos intensidad. ¿Realmente China está en capacidad de disputarle el liderazgo a Estados Unidos? De ser así, ¿cuál es el futuro de la globalización?

No es fácil hacer predicciones. Estamos viviendo tiempos de grandes cambios y la pandemia ha puesto al descubierto muchos de los males ocultos dentro de cada país (como las consecuencias de la austeridad sobre los servicios de salud o las del trabajo a destajo) y también los problemas de la forma en que devino la globalización, sin visión estratégica, a espaldas de la gente y basada solo en bajar costos. Yo no creo en la ‘desglobalización’. La internet y las tecnologías de la información la hacen inevitable. Las fronteras son invisibles para lo intangible y el mundo, precisamente, va hacia un incremento de los servicios intangibles. La cuestión es: ¿qué forma le daremos a la economía que pueda surgir de un proceso de globalización más inclusivo y más consciente de los costos ambientales? No descarto que se ejerza la protección en uno que otro caso específico, pero no volveremos al mundo de las barreras arancelarias como práctica común. Y claro, la dinámica que tomen las relaciones entre Estados Unidos y China jugará un papel crucial en definir el futuro. China puede sobrepasar a Estados Unidos, en cuanto al simple tamaño de la economía, pero no tecnológicamente, a pesar de su inversión masiva en inteligencia artificial y tecnologías verdes. No en el corto plazo. Todo depende de si Estados Unidos sigue comportándose como un país subdesarrollado, buscando protección, o si redefine su política reconociéndose como un país líder, invirtiendo fuertemente en innovación y fortaleciendo su capital humano. Tratando de revivir la minería del carbón u otras industrias del pasado no protegerá su liderazgo.

Pese a las dudas, a las interrogantes, a los vaivenes en general, la globalización llegó para quedarse. ¿Podría señalar algunas amenazas, pero también algunas oportunidades que se presentan para América Latina?

Pienso que la mejor globalización posible es una que incorpore a todos los países a la producción y el desarrollo con una distribución inteligente de las especializaciones. Ya China -y Asia en general- tienen una ventaja enorme en bienes masivos de consumo. Por el momento, ni África ni América Latina pueden competir en ese campo y, menos aún se puede concebir que su producción regrese a los países avanzados. Si lo hacen, será con robótica. Por eso creo que lo que más les conviene a los países avanzados es el desarrollo del mundo en su conjunto, para crear una enorme demanda de bienes de capital, tecnología, ingeniería e infraestructura, diseñados o rediseñados para adecuarse a las condiciones ambientales y de sustentabilidad. Eso crearía empleo en el Norte y reduciría las presiones migratorias, mientras que favorecería a toda la población de los países que se incorporen activamente al desarrollo. América Latina es uno de los continentes que tendría mayor potencial en el nuevo contexto, especialmente en las industrias de procesamiento, basadas en su dotación de recursos naturales y en la experiencia ya adquirida en ellas (es decir, en agroindustria, química, metalurgia, entre otras). Ésa es una de las herencias positivas de la época de sustitución de importaciones. A medida que los requisitos de la sustentabilidad orienten a los fabricantes hacia materiales cada vez más adecuados a cada uso específico, los mercados se dividirán en más y más segmentos, su valor aumentará y los que logren cumplir con los requisitos serán los ganadores. Pero habrá que poner un serio empeño en lograr ese posicionamiento, cada país intensificando sus conocimientos en las áreas de su experticia y acercándose a los mercados potenciales más exigentes.

Al día de hoy, ¿América Latina es más pobre? ¿Es más desigual? ¿O quizás ambas cosas?

Bueno, ¿más pobre y más desigual que cuándo? Hemos tenido altibajos pero nunca hemos logrado quitarnos de encima el ser el continente más desigual del mundo. Dimos un significativo salto adelante cuando se presentó la oportunidad de la sustitución de importaciones. Aunque las actividades de ensamblaje (con excepciones) no eran una industrialización seria, nos permitieron formar una amplia capa obrera (incorporando a mucha gente del campo), formar una capa media gerencial, capaz de manejar industria, comercio y finanzas, desarrollar la agricultura y la agroindustria y aprender a manejar nuestros recursos naturales con ingenieros y gerentes (a menudo educados en el exterior). También mejoramos todos los servicios, desde transporte y comunicaciones hasta agua y electricidad. Todo eso sirve como base para emprender el desarrollo aprovechando otras oportunidades. Sólo creando riqueza se puede reducir la pobreza. Uno no puede reducir la desigualdad redistribuyendo solamente. Basta ver el trágico caso de Venezuela, donde hubo, en los últimos años, ‘redistribución’, sin producir nada (robando mucho) y destruyendo las bases técnicas y de recursos humanos existentes. Nos convertimos en el país más pobre de América Latina.

Has planteado un modelo en dos vías para que América Latina encuentre su lugar en el mundo. Suena muy sugerente, pero también desafiante. ¿Podría enunciar los principales atributos de ese modelo y cómo podría funcionar?

Lo que yo propongo es una estrategia dual que, por un lado, aproveche masivamente la base en recursos naturales de la región para impulsar una industria de procesos y, por la otra, una economía local que aproveche y potencie las singularidades de cada localidad. Ello implica reconocer que ya en China -y en Asia en general- se produce lo esencial de las industrias de fabricación y ensamblaje y que tienen una densidad poblacional muchas veces mayor que la nuestra. Por esas dos razones van a necesitar enormes cantidades de materiales y alimentos. Nosotros tenemos una gran dotación de recursos naturales, tanto agrícolas como forestales, marítimos, energéticos y mineros. Si aprovechamos las tecnologías de la información, más la biotecnología y la nanotecnología, podemos convertirnos en los proveedores de todas las variantes especializadas de materiales y alimentos que los actuales mercados globales hipersegmentados requieren. De hecho, incluso la agricultura orgánica es hoy en día un producto de alto precio. La meta sería cambiar el perfil exportador de la región, moviéndose gradualmente hacia la especialización, agregando tecnología y disminuyendo el peso de las materias primas brutas. Pero las industrias de procesos usan relativamente poco personal y éste tiende a ser muy técnico. Por eso, la otra mitad de esta estrategia dual se orienta a encontrar la vocación productiva de cada rincón del territorio y generar riqueza directamente en el campo y en la ciudad, aprovechando los sistemas de transporte y comercialización apoyados en la internet. Eso puede ir desde desarrollar tecnologías que permitan rescatar el verdadero sabor de nuestras frutas para exportación -«frutas gourmet»- hasta el turismo de naturaleza, pasando por múltiples opciones, identificadas o promovidas según las condiciones de cada localidad. Eso requerirá financiamiento, educación, acceso universal a internet y apoyo técnico. Y esto no es posible sin una institucionalidad, también dual, destinada a elevar la calidad de vida de la población, por un lado, y apoyar a lo que llamo «sectores remolque» en las negociaciones, en la formación del capital humano, la investigación científico-tecnológica, las patentes y demás condiciones para participar con éxito en la economía global.

Sus investigaciones (nuevas tecnologías en países con dotación de materias primas) sugieren que América Latina puede aprovechar oportunidades. Sin embargo, el continente parece arrastrado a una conflictividad política inusitada, con regímenes que no son proclives a la adaptación institucional, a los consensos y a la innovación. ¿Una vez más América Latina va a perder el tren?

La verdad es que cuando el tren de la madurez de las industrias de producción en masa y su búsqueda de mercados pasó ante nosotros, fuimos los primeros en aprovecharlo. Y a pesar de quienes quieran negarlo, tuvimos mucho éxito. El siguiente tren fue el de la promoción de exportaciones competitivas, cuando se empezó a difundir la informática. Ése lo perdimos y lo aprovecharon los cuatro tigres asiáticos. Desde la «década perdida» en adelante, nuestra desigualdad aumentó desmesuradamente y tuvo un efecto político: nos llevó al populismo en muchos países. El tren que viene ahora es el de incorporarnos a las redes y mercados ultrasegmentados que caracterizarán el despliegue sustentable de la economía postpandemia. La destrucción que el covid-19 está causando puede equipararse a la de una guerra. La reconstrucción, al igual que en esos casos, no implica regresar a lo que había sino dar un salto adelante. Todos los países tendrán que decidir hacia dónde van a direccionar sus economías. Es probable -y sería deseable- que la sustentabilidad ambiental sea una de las metas y la sustentabilidad social la otra. Pienso que, en América Latina, la izquierda se suicidó apoyando al chavismo y suponiendo que la redistribución era la solución; la derecha se suicidó enamorándose del libre mercado y creyendo que su enriquecimiento era perdurable, aunque la pobreza aumentara. No sé si somos capaces de construir un centro político, socialdemócrata, que sepa aprovechar la oportunidad que se avecina. Espero que sí.

¿Qué experiencias exitosas en América Latina -dentro de lo que podría aproximarse al modelo que plantea- podría mencionar? ¿Qué las caracteriza? ¿Cuáles son sus rasgos distintivos?

La mayoría de los casos que conozco son locales y no necesariamente promovidos por los gobiernos nacionales. Tecnológicamente, está, por ejemplo, el caso de los brasileños que lograron que la madera del eucalipto funcionara como caoba en dureza y apariencia y que otra variedad fuera el material óptimo para hacer papel y aún otra fuera resistente a los hongos y resembrable por clonaje. En cada uno ha tenido éxito exportador, además de impactar positivamente al medio ambiente. En dimensiones mucho más modestas está el caso de una miel orgánica en Argentina producida por una pequeña empresa (con 18 socios/empleados) que maneja una cooperativa de 600 pequeños productores y exporta a Europa. Casos de mayor envergadura, y ya de tradición, son las exportaciones de flores de Colombia y de frutas de Chile. Y en cuanto a la sustentabilidad social, está el caso de la ciudad de Medellín, después de la derrota y muerte del zar de las drogas, Pablo Escobar. Montaron bibliotecas en los barrios de los cerros y redes de transporte para bajar a la ciudad. Cambiaron radicalmente las posibilidades de los habitantes de esas barriadas, al mismo tiempo que creaban programas de promoción de la innovación y la inversión para aumentar la prosperidad de todo Medellín.

Hablar de fuga de cerebros parece cosa del pasado. Es decir, las TIC sencillamente hicieron irrelevante la localización del personal medio y altamente especializado. ¿En qué proyectos innovadores y bajo qué condiciones se pueden ensayar experiencias exitosas?

Ambos lados del modelo dual abren posibilidades de innovación y éxito productivo. Y no nos podemos hacer ilusiones sobre lo de la fuga de cerebros; ese proceso todavía trae graves consecuencias para el avance de los países. Aunque es cierto que desde Latinoamérica se podría trabajar en línea para empresas en cualquier parte del mundo, es menos probable que nuestras empresas puedan aprovechar a especialistas ubicados en el extranjero, al menos no de manera masiva. Es muy importante detener la fuga de cerebros y para ello, entre otras cosas, será necesario montar proyectos ambiciosos, públicos y privados, para atraer y retener talento en nuestros países. Incluso los que se gradúan en el extranjero tratan de quedarse por falta de oportunidades en casa. Eso lo tenemos que superar.

Todos los proyectos arriba enumerados requieren tiempo, persistencia y esfuerzo. Es decir, no son para el cortísimo plazo. Esta verdad, del tamaño de una catedral -valga el lugar común-, no quiere ser expuesta bajo ningún respecto. ¿Cuál debería ser el papel del liderazgo en este punto?

Una de las condiciones de éxito en estos tiempos, cuando la innovación es crucial, es generar un consenso social amplio en cuanto a las direcciones que tomará el desarrollo. Cada país tiene características distintas y lo importante es identificar las oportunidades presentes junto con las ventajas y capacidades específicas con las que cuenta para poder aprovecharlas. No es lo mismo un inmenso Brasil, que se podría decir que está formado por muchos países y que tendría que seleccionar muchas especialidades, que un país pequeño y ya relativamente especializado como Uruguay. Mi punto es que la construcción del consenso público-privado a la escala adecuada y con todos los participantes relevantes -desde los científicos y tecnólogos hasta los trabajadores- es, probablemente, una condición indispensable para alcanzar el éxito.

¿Cuáles serían los aspectos más negativos que le podríamos asignar a los regímenes populistas, digamos, en la construcción del modelo que planteas?

El populismo es una quimera. Es la promesa del cielo y el logro del infierno. Es la política del resentimiento de los incapaces. Su carácter mesiánico atrae a las víctimas del sistema. Su aparición es el típico resultado del período de «destrucción creadora» de cada revolución tecnológica. Después de los locos años veinte, vinieron Hitler y Stalin, el extremismo de derecha y el de izquierda. Ésas fueron las formas que tomó el populismo de la época. Ahora los populistas en el mundo entero están cosechando los resentimientos de la intensa desigualdad generada por la forma que asumió la globalización y la instalación de la informática.

El populismo, tarde o temprano, termina construyendo un modelo autoritario. Lo estamos viendo o, mejor dicho, lo estamos padeciendo.

Absolutamente. Aparte de que el carácter de los líderes populistas es algo paranoico (y más resentido que sus seguidores) y la única manera de mantenerse en el poder, en la medida que el fracaso se vuelve evidente, es la fuerza y la represión. El modelo que yo planteo es lo opuesto. Está basado en el consenso democrático, en un juego de suma positiva entre los negocios y la sociedad, orquestado por un gobierno legítimo. Ese modelo no se podría montar con un gobierno populista y autoritario que, además, tiende naturalmente a la corrupción.

¿Qué podría decir de Venezuela? ¿Cuáles serían sus oportunidades, si las tiene? Se ha dicho una y mil veces: «Un cambio para vivir mejor». Pero ésa es una frase hueca. Porque el cambio no será nada fácil. ¿Llegado el caso, está dispuesta a sugerir algunas ideas? ¿Por dónde empezar? ¿Qué cosas tendrían que hacerse simultáneamente?

Es obvio que lo primero que habría que hacer es restaurar los servicios básicos de agua, electricidad, transporte y seguridad en todas sus vertientes. Habría que poner un enorme esfuerzo en revivir la agricultura y ver qué se puede aún salvar de la industria. Hay que buscar el modo de superar el hambre y restaurar los servicios de salud. ¿Cómo podríamos financiar todo eso? Estoy segura que contaremos con el apoyo de los organismos internacionales, pero tenemos que rápidamente generar fuentes de divisas. Eso va a requerir un espíritu emprendedor y un ambiente favorable a la inversión audaz. Habrá que escuchar lo que dicen los especialistas sobre cómo enfrentar la destrucción de la industria petrolera. Dados los problemas ambientales, supongo que la reducción mundial del uso de combustibles fósiles comenzará por el carbón y luego irá eliminando los petróleos más pesados o de más difícil extracción, hasta llegar a los más livianos y al gas. Eso nos plantea un enorme problema. No sé si tendremos tiempo o si podamos atraer las inversiones necesarias para revivir la industria petrolera por unos años. Quizás habría que concentrarse en el gas y la refinación, pero la estrategia a seguir dependerá de las oportunidades de mercado que queden abiertas para el momento en que el cambio se produzca.

Mejor nos olvidamos de las soluciones instantáneas. Mejor dejamos de soñar con pajaritos preñados.

Así es. Pasar de estar en una silla de ruedas a correr va a ser difícil. Pero si recuperamos las piernas podemos intentarlo con el esfuerzo de todos. Una cosa que me parece importante es que los empresarios han comprendido que el bienestar social es la base que permite su éxito económico. Sé de varios que reconocen que la creciente desigualdad en los años de Caldera II cultivó el terreno para el chavismo. Y en cuanto a la diáspora, somos muchos los que estamos dispuestos a colaborar para poner al país a correr, apoyando a los que reconstruirán el país desde adentro. Y estoy segura de que, llegado el fin del desastre actual, identificaremos las oportunidades, lograremos un rumbo de consenso y tendremos éxito.

*Investigadora interdisciplinaria venezolano-británica dedicada al estudio del impacto socioeconómico de los grandes cambios tecnológicos. Autora del influyente libro Revoluciones Tecnológicas y Capital Financiero. Actualmente es Profesora Honorífica en el Instituto para la Innovación y el Propósito Público (IIPP-UCL) al igual que en SPRU, Universidad de Sussex, ambos en el Reino Unido. Es también Profesora Visitante en el Instituto Nurkse de TalTech de Estonia. Ha trabajado globalmente como consultora y conferencista. Su actual proyecto de investigación analiza el papel desempeñado históricamente por los gobiernos en moldear el contexto para la innovación.

16 de agosto 2020

Prodavinci

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