“La religión es el opio de los pueblos”, en alemán “Die religión sie istdas opium des volees”. Esta afirmación se registra donde Carlos Marx expone sus ideas. Marx sostuvo que renunciar a la religión es llegar a una dicha verdadera y afirmó que la religión implica la miseria real de la vida humana. Para ese señor la lucha, entre otras cosas, es contra el clero y contra los opresores, contra los dueños de los medios de producción, quienes pretenden someter al hombre. Se debe apartar al hombre de ese mundo imaginario lleno de ilusiones y promesas de una vida mejor sin sufrimientos, así lo expresó Marx con inaudita vehemencia. Concluye afirmando que “la religión es el discurso mediante el cual se legitiman las injusticias sociales”.
Con esas ideas, Marx funda el socialismo científico, el materialismo histórico y el comunismo también histórico.
Con muy ligero análisis podemos rotundamente afirmar que el verdadero opio, de alta pureza, del pueblo es el marxismo materialista y ateo.
Ahora bien, este régimen, empezando por el Presidente de la República, se declara marxista y a la vez se dice creyente. Tremenda contradicción, se es blanco o negro, pero no los dos al mismo tiempo. Se cree en Dios o en el demonio, pero es incomprensible e irracional, creer en los dos. Esta consideración es valedera para quienes se dicen bolivarianos y marxistas. Nadie ofendió más a Simón Bolívar que Carlos Marx, lo llamó “El campeón de las derrotas” y se preguntó “¿Quién es ese vil y cobarde llamado Bolívar que victorean como a un Napoleón?”. Así pues, ser marxista y respetar y comulgar con el ideario de nuestro Libertador, es tamaña contradicción que solo ignorantes que no conocen a ninguno de los dos, pueden sostener. Además, Bolívar fue un católico bautizado y casado en y por la Iglesia Católica y en muchas ocasiones invocó el nombre de Dios y el de la Virgen María.
Dicho esto, si se es católico y se admira y respeta a nuestro libertador y se comparten sus ideales, no se debe ni puede ser marxista, al contrario, lo sensato es combatirlo y enfrentarlo como pensamiento materialista que es contrario a la esencia humana y a la dignidad inalienable del hombre.