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El Comandante

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 6 min.

Han pasado 25 años y la gente olvidó. En 1992 el país discurría en una dinámica diferente cuando unos militares alzados irrumpieron en la vida de todos nosotros. Moisés Naim hizo un extraordinario trabajo al recordarnos esos días con la nueva serie de Sony, “El Comandante”, inspirada en la vida de Hugo Chávez, que transmite en la actualidad RCN en Colombia (ver entrevista a Moisés Naim en NTN24 en https://youtu.be/ftCh9tLYv9c).

Me sorprendió conocer que Naim había sido el creador de la serie y uno de sus principales productores, porque comencé a ver los capítulos de “El Comandante” antes de saberlo y ahora entiendo porque esta historia me enganchó desde el primer capítulo. Nadie como Naim podría contextualizar tan bien la Venezuela de esos días, no solo por haberse desempeñado como ministro de CAP II, particularmente en una cartera como la que el él tuvo en el Ministerio de Fomento, sino por el extraordinario analista político que es. Ese conocimiento transformado en novela política es lo verdaderamente valioso de esa producción.

Al ser una serie de ficción en un género que particularmente me fascina, que es la historia fabulada, los productores pueden darse unas licencias bien sabrosas basándose en la realidad vivida en la Venezuela de ese entonces, que aunque pasaron ya hace 25 años y algunos recordamos muy bien esos días, no dejan de reflejar el por qué razón Chávez resultó el fenómeno telúrico que fue en esa Venezuela y porque aun sigue teniendo la aceptación que tiene su causa en una gruesa capa de la población. Hay que entender ese fenómeno si se quiere lograr sobrevivir con éxito a esta pesadilla que representa ahora los antivalores más despreciables, lo más alejado de aquella idea de cambio que movió a muchos venezolanos a votar por él en 1998.

De la serie resaltan de inicio dos cosas muy importantes que todavía no se resuelven. Lo primero, el derrumbe del entonces sistema político y la percepción generalizada de los venezolanos que los políticos estaban tan distanciados de los problemas de la gente llana que vieron con muchísima simpatía que alguien irrumpiera haciendo algo para sacarlos. Naim me recordó lo que todos decíamos de los adecos y los copeyanos. La gente los mimetizó, eran a los ojos de todos la misma vaina corrupta. Caldera, al alejarse de su partido y aglutinar sin una base militante a una población descontenta logró ganar las elecciones presidenciales en 1993. Pero aún así, no tomo las decisiones necesarias para salvar un sistema que ya estaba condenado.

Lo segundo es que recordé algo que yo mismo había olvidado: “¡por fin llegó alguien que se responsabiliza por algo en Venezuela!”, al ver a Chávez con su “por ahora” en televisión. Todos los venezolanos queríamos, deseábamos esa irrupción. Para mí significaba una cosa, pero para la mayoría de los venezolanos se traducía en otra muy diferente. Yo era –y sigo siendo, aunque disminuido- de la clase media. Me eduqué en un estrato social diferente de esa gran mayoría de personas que sintieron al golpista como una suerte de héroe que venía a su rescate, y en consecuencia tenía una percepción distinta.

Uno de los personajes populares de la serie ya lo ponía el un altar con la Virgen para que nada le pasara en Yare. Y ese detalle es muy significativo. Allí empezó a gestarse un mito, una cercanía popular muy difícilmente igualada por otro dirigente político en Venezuela. Eso será tal vez lo más difícil de resolver en el futuro, aun cuando Chávez haya muerto. Es el mismo mito de los “descamisados” peronistas que todavía llevó hasta anteayer a Cristina Fernández de Kirchner a la presidencia de Argentina.

Otro aspecto muy importante de la historia y que para pocos era conocido en ese entonces, es que Chávez no era solo un golpista cualquiera, era un conspirador ideologizado desde hacía muchísimo tiempo, proveniente de las mismas Fuerzas Armadas. Con el disfraz “bolivariano” escondía en el fondo la misma idea de transformación de la izquierda comunista que mueve a los movimientos guerrilleros en el continente, particularmente en Colombia.

¿Pero de donde vino eso? Del mismo lugar de siempre, de la pobreza en la que han vivido –o mejor aún, sobrevivido- nuestros países producto precisamente del olvido de la dirigencia política de gobernar para disminuir progresivamente ese cordón de miseria que nos ha rodeado históricamente. Chávez y sus sucesores se encargaron de usar esa mayoría en pobreza estructural para afianzar su poder y seguir generando más pobreza.

Llama particularmente la atención la importancia que le dio la producción de la serie a la pobreza que rodeó el origen del protagonista en el interior de Venezuela, donde sabemos que la necesidad es mucho mayor de la que se vive en Caracas. Las vicisitudes pasadas por ese niño pobre dan lugar a un resentimiento que persiste en su vida adulta y que se tradujo en una “viveza” que concibe el éxito de una manera distorsionada. Como dicen los expertos, la pobreza se lleva en la mente, pero aun cuando muchos se deslastran de ella, la mayoría sucumbe. Y Chávez encarnó ese sentimiento de venganza resentida de esa mayoría…

Pero ahora hay más pobreza y más resentimiento, que el régimen se está encargando de desviar muy astutamente desde ellos, que son los responsables, hacia donde siempre lo han hecho los comunistas (“el imperio” o “la derecha entreguista”), afianzando ese círculo vicioso que fue el origen del mal que nos acompaña. Se han agravado entonces esas dos cosas presentes en la Venezuela de 1992: a) la percepción generalizada que los políticos siguen aprovechándose de sus posiciones de poder para negociar y enriquecerse, y; b) esperan a que otro alguien aparezca para que los rescate.

¿Cómo enfrentamos eso? Es claro que no será fácil. Debemos volcarnos hacia nosotros mismos y entender que no podemos seguir haciendo lo mismo. Que la cosa no es simplemente decir que Chávez fue el malo de la partida –que lo fue- sino que el mal que lo creó sigue allí presente, vivito y coleando, exponenciado en muchos órdenes de magnitud, y que la cosa no es regresar a lo que había antes, porque eso fue precisamente lo que el venezolano despreció, abrazando a Chávez como su salvador.

El proceso constituyente tal vez no sea la panacea para resolver un problema de hondas raíces humanas, culturales y políticas, pero si ofrece la oportunidad de volver a empezar. Discutir con qué país debemos comenzar de nuevo. De allí debería salir una nueva clase política. Una muy diferente, no la que había antes ni mucho menos la que hay ahora. Nos debe permitir darles la oportunidad a voces que nunca han sido oídas, de todos los rincones del país, y provenientes de todos los sectores, no solo del político, que exigirán la reivindicación de sus luchas más sentidas.

Por otro lado, de esa discusión constituyente deberá salir una propuesta estructural y política que determine el comienzo de la solución de la pobreza, con una nueva manera de concebir al país. Nosotros proponemos una, la autonomía de las regiones y darle a cada venezolano a lo largo y ancho del país la oportunidad de explorar sus alternativas de desarrollo desde la entidad territorial más básica, el Municipio. El Proyecto País Venezuela es nuestra propuesta para sacar al país de la pobreza. Nos gustaría oír otras que no sean volver al pasado, a lo mismo que gestó a un fenómeno como Chávez. Tal vez esa sea la manera de evitar que otro muchacho, incapaz de deslastrarse de la pobreza de su mente y resentido de espíritu, recorra la historia de El Comandante convirtiéndose en Presidente de la República para desgracia de todos los venezolanos.

Caracas, 28 de Febrero de 2017

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