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Cuentos de amor, de locura y de muerte

Opinión
Tiempo de lectura: 6 min.

“Estamos dispuestos a morir por Perón…si alguien levanta la mano contra Perón, vendré, muerta o viva al frente del pueblo para castigar a las víboras”

Último discurso de Eva Perón (1 de mayo de 1952)

Evita Perón es uno de los grandes fenómenos masivos de Argentina para el mundo en los últimos dos siglos, junto a Gardel, Juan Perón, Borges, Maradona, Sandro, Francisco, Messi, Milei, y sólo en lo que vamos del XXI, se publicaron quince libros sobre ella. Medio millón de personas besaron su féretro en los 16 días de las exequias en 1952 y el Papa recibió entonces 26 mil peticiones para santificarla. Sobre su efímero paso por el mundo, 33 años, sé de diez películas: Evita Perón (M. Chomsky: 1981) con Faye Dunaway, Quien quiera oír que oiga (E. Mignona:1984), El misterio de Eva Perón (Pablo De Michelli: 1987) Eva Perón: la verdadera historia (J.C. Desanzo: 1996) con Esther Goris, Evita (Alan Parker: 1996) con Madonna, Evita (Eduardo Montes-Bradley: 2008), Juan y Eva (Paula del Luque: 2011) con Julieta Díaz, Eva de la Argentina (Rodolfo Walsh: 2011), Carta a Eva (Agustín Villaronga: 2012), Eva no duerme (Pablo Agüero: 2015) con Gael García Bernal, Santa Evita (Salma Hayek: 2022) con Natalia Oreiro. Las cintas peronistas la presentan como un ángel al servicio de los “descamisados”; para otras es una arribista amoral y pocas como lo que en verdad fue: una revolucionaria en el más preciso sentido de la palabra, que despreciaba visceralmente la sociedad, en particular a la gente de posición cómoda, y por eso no tenía escrúpulos en el poder. 

“Insinuaba” a mujeres ricas en el teatro que se quitaran y le cedieran sus joyas “para alimentar a los pobres”, pero tenía un collar de brillantes de seis vueltas. Una revolucionaria con la mentalidad de Robespierre, Che Guevara, Pol Pot o Mao, no tiene adversarios sino enemigos mortales. Deshumanizaba conceptual y existencialmente a lo que los marxistas llaman “oligarquía”, “burguesía”, o incluso “clases medias” punibles. Antonio Escohotado denomina ese culto a la pobreza “fibionismo”, aunque se cubría con prendas costosísimas y joyas que, según su esposo, habían opacado a la reina de Inglaterra en su triunfal visita a Europa. En mítines afirmaba que se vestía así para “que la oligarquía tuviera claro que ella era la mujer del presidente, pero entre los de abajo era una más”. Una vez recibió a un grupo de señoras encopetadas que se ocupaban de obras de caridad, presididas por una anciana de 88 años y terminaron presas dos días “para que aprendieran. Poco tiempo después, la anciana falleció, y fue personalmente a impedir que la enterraran en una iglesia. Una marxista intuitiva, diría Carlos Rangel, porque jamás había leído una línea de Marx. El único dique para sus ansias polpotianas de baños de sangre, era su amado Perón, pensaban incluso los “enemigos de clase”. En la cúpula militar, un general argumentó que la candidatura de Evita a vicepresidente para sus colegas “era el demonio”, y respondió: “y entonces por ser yo el único que la domina, seré dios”. 

El médico que la embalsamó, un prominente investigador, el doctor Pedro Aro, cuenta que tuvo que trabajar especialmente para borrarle el rictus de odio de su lindo rostro. El temperamento que la llevó, de dormir en las calles hasta los más altos niveles del poder, se aprecia en cómo sedujo a Perón. Modesta actriz de radionovelas (que recibió un bofetón de Libertad Lamarque), tuvo la suerte de que la emisora hiciera una colecta para los damnificados del terremoto que afectó el pueblo de San Juan. Al acopio de lo recogido, asistió el nuevo vicepresidente, ministro de defensa y de asuntos sociales, y sin perder tiempo, Evita le pasó un papel donde le declaraba su deseo de verlo a solas y esa misma noche durmió con él. Al día siguiente se aparece en la casa en la que Perón vivía con una muchacha de 18 años, la abofeteó y la sacó a empujones, cuenta Tomás Eloy Martínez en Santa Evita. Lo esperó desvestida, para que el señor aclarara rápido la confusión y la noche siguiente se presenta de su brazo nada menos que a una sesión de gala en el teatro Colón. Es moneda conocida que Perón y Evita fueron la tormenta perfecta que arruinó Argentina, entonces en el club de los países desarrollados que competía a veces por la punta con EE. UU, pero este trabajo no es para examinarlo. El populismo que ellos encarnaron, ocurre siempre, no solo arrasó con el país, sino que su prédica y acción demagógicas hacia los sectores populares, permite que lo hagan con apoyo popular y se extiende como un incendio por Iberoamérica.

Según estudios, el amor de Evita por Perón fue una pasión ilimitada, ciega, shakesperiana, devoradora y lo expresó hasta con el esfuerzo sobrehumano para dar su último discurso ante más de un millón de trabajadores, a pocos días de fallecer, cuando pesaba 37 kilos, en el que ofreció su muerte al servicio de Perón. Su final por el cáncer el 26 de julio de 1952, comenzó una secuencia asombrosa. Perón le ordena al doctor Aro embalsamarla según costosísima nueva técnica de rellenar el cadáver de sustancias químicas y plástico para impedir la descomposición, mantener la tersura de la piel, las facciones y la flexibilidad corporal. Luego de las exequias, llevaron el cuerpo a la CGT, la central de trabajadores, donde Aro estableció su laboratorio y trabajó todo un año. El final fue una obra maestra que asombró a los que la vieron, porque lo había restaurado a la condición previa a la enfermedad y por decisión de Perón, Evita permaneció ahí. Pero al golpe de Estado del general Aramburu en 1955, Perón escapa en un barco paraguayo, mientras la “revolución libertadora” aspira liquidar “el foco subversivo” de la huésped en la CGT. Encargan de eso al Tte. coronel Moori Koening, jefe de la inteligencia militar, un personaje de aura siniestra. La consiguieron en una habitación del edificio sindical, flotaba en la oscuridad sobre una lámina gruesa de cristal, pendida de bramantes transparentes, como una diosa dormida. 

Imposible lo que veían, estaba viva o era una muñeca, una perfecta imitación. Incrédulos, le hicieron radiografías y cortaron partes pequeñas de piel para exámenes citológicos, mientras el peronismo da señales de seguir de cerca a su lideresa. En todas las estaciones previas del cadáver hacia su lugar definitivo, aparecían velones encendidos y flores. Ante eso, el mayor Eduardo Arandía recibe la macabra orden de llevarla a su hogar. Una noche oye ruidos cerca de la caja y dispara en la oscuridad contra los “peronistas que se llevaban el cadáver”, pero mató a su esposa, preñada de ocho meses. El jefe de inteligencia decide entonces llevarla a su propia casa, pero recibe la feroz negativa de su mujer y de su hija, quien decía que mamá “estaba celosa”. Al parecer el odio de Koening por Evita era exageradamente desbordado, exageradamente frenético, exageradamente pasional. La instala entonces en un depósito al lado de su oficina y los subalternos notaban sus comportamientos desequilibrados, se emborrachaba solo, encerrado y decía que “Evita era su mujer”. Se lo hicieron saber al presidente Aramburo y descubrieron que Koening la había convertido en su amante silenciosa. Lo expulsan del ejército y, con participación de la Iglesia, la envían a Milán, para enterrarla secretamente con un nombre falso, María Maggi de Magistri. La exhuman quince años después (1971), en el contexto de un acuerdo nacional propuesto por el nuevo presidente militar, Alejandro Lanusse, al abrir la urna los enterradores huyen despavoridos, porque estaba perfecta, salvo algunos terribles golpes asestados por alguien. Lanusse ordena entregarla a Perón exilado en Madrid, quien la recibe en su casa. Después se descubre que su nueva esposa, Isabelita, se acostaba sobre el féretro, instada por el secretario privado, López Rega, para atraer “la energía” del cadáver. En 1975 la regresan a Argentina para sepultarla en La recoleta bajo diez metros de cemento. Así posiblemente estará más segura ante acosadores sexuales.

@CarlosRaulHer