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Del dilema político al movimiento social

duda y lupa
Tiempo de lectura: 12 min.

Hace unos días, publiqué un artículo titulado «¿Enfrentamos un nuevo dilema?» sobre el ciclo de elecciones y un referéndum que los demócratas venezolanos enfrentaremos este año. A partir de ese texto, he recibido numerosos comentarios, sostenido varias conversaciones y participado en un par de foros. Algunos de mis interlocutores coincidieron con mis ideas, otros aportaron matices, y algunos simplemente difirieron de mis planteamientos. Además, he leído numerosos artículos de opinión que abordan el tema desde perspectivas diversas y, en varios casos, antagónicas. Todo ello ha dado forma a una inesperada experiencia personal de diálogo, tanto directo como indirecto, que, en mi opinión, ha enriquecido mis argumentos y me ha llevado a dedicar este segundo artículo al tema.

Comprender el 28J

  1.  

El proceso electoral que tuvo como fecha central el 28 de julio no ha concluido. No es una afirmación retórica; en términos estrictos, no ha terminado, ya que la contundente mayoría decidió que Edmundo González debía ser nuestro presidente, y esto aún no se ha concretado. Exigir que esto ocurra es mantenernos rigurosamente en la ruta electoral. Cualquiera que sea nuestra posición respecto a las próximas elecciones, no puede basarse en el olvido de este hecho. Hacerlo sería ir en contra del principio fundamental de un orden democrático: debe gobernar quien la mayoría decida. Sin embargo, esto no significa, como si fuese un axioma lógico, que la abstención sea lo que corresponde mientras no se cumpla la voluntad ciudadana manifestada el 28 de julio. Optar entre abstenerse o participar en los próximos comicios debe ser, más bien, una respuesta estratégica ante la pregunta de qué resulta más eficaz para materializar el cambio político que ya hemos decidido de forma democrática. Por eso, además de esta declaración de principios sobre lo sucedido el 28 de julio, añado dos asuntos prácticos. 

En primer lugar, en el actual orden político venezolano, no basta con que un candidato de los sectores democráticos gane una elección: debe demostrarlo de manera verificable, con las actas en mano. Esto implica crear un sistema ciudadano de vigilancia del voto y difusión de resultados tan extraordinario y eficaz como el creado para la elección presidencial, que el régimen se ha encargado de desmantelar, llevándose por delante los derechos humanos de incontables venezolanos. En segundo lugar, el régimen, en su afán de permanecer indefinidamente en el poder, ha demostrado estar dispuesto a no mostrar los resultados desglosados y a manipular los resultados de manera grotesca, inventando cifras sin ninguna evidencia. No parece haber razones para que no lo haga nuevamente, aunque esta vez se permita reconocer triunfos de algunos opositores que no representen una amenaza.

En otros términos, el régimen solo perderá elecciones que no pongan en riesgo su continuidad, aunque ello implique fabricar los resultados. Cualquiera sea la opción que los sectores democráticos adoptemos mayoritariamente ante las próximas elecciones, el régimen tiene un curso de acción previsto. Si nos abstenemos, ganará sin necesidad de hacer trampa. Si participamos y ganamos, no podremos demostrarlo, y los resultados oficiales serán los que el régimen decida. ¿Qué debemos y podemos hacer los demócratas, en nuestra larga y justa lucha, ante este nuevo desafío?

Cuatro posibilidades políticas

  1.  

Pensar en términos de polaridades es casi inevitable para nosotros. Es quizás la forma más eficiente de abordar, de manera inicial, muchos de los problemas que debemos resolver. Sin embargo, es crucial reconocer que, en muchos casos, esto constituye una simplificación extrema, y es imprescindible introducir matices que reflejen la complejidad de las situaciones que enfrentamos. Esto es particularmente relevante en la política, especialmente en el actual debate entre quienes defienden la participación en el próximo ciclo electoral y quienes promueven la abstención.

Para algunos, la abstención significa simplemente inacción, renuncia o desinterés, mientras que la participación, independientemente de las circunstancias en las que se produzca, es una forma de lucha democrática que puede abrir posibilidades que de otra manera quedarían descartadas. Para otros, la abstención puede servir para desarrollar formas creativas de lucha democrática, mientras que la participación supone un acto de sumisión que hará menguar el coraje cívico de los ciudadanos. Estas posiciones, a primera vista, parecerían difícilmente reconciliables, y estaríamos ante una polaridad casi insuperable. Con todo, al analizarlas, podemos notar que cada una de ellas aspira a ser la que mejor impulse el valor y la acción ciudadana para lograr el cambio político. Si, con fines analíticos, introducimos entonces una segunda distinción, entre “fortaleza” y “debilidad” de las posiciones en disputa, nos encontraríamos ante cuatro posibilidades. El siguiente cuadro resume esta aproximación.

Tabla

Es casi innecesario decir que ningún actor político estará dispuesto a defender públicamente lo que llamo una participación conformista o una abstención pasiva, aunque en el fondo prefiera, por las razones que sean, una u otra opción. No obstante, es evidente que quienes defienden la participación en general suelen acusar a quienes llaman a no votar de promover la abstención pasiva, mientras que quienes promueven la abstención con frecuencia atribuyen a quienes convocan al voto de asumir una participación conformista. Pero con el esquema de reflexión aquí propuesto, estas aproximaciones lucen demasiado sencillas.

Participación conformista y abstención pasiva

Al hablar de participación conformista, es probable que la primera imagen que venga a la mente de muchos sea la de individuos o grupos políticos calificados como colaboracionistas o “alacranes”, utilizando el término ya de uso común. Sin embargo, estos en realidad no pueden ser considerados propiamente como opositores, y no es a ellos a quienes deseo referirme. Los sectores dispuestos a asumir la participación en cualquier condición son aquellos que conciben los eventos electorales como la razón de ser de una organización política democrática. Son conscientes de que se enfrentan a un régimen autocrático, pero sería precisamente por esta razón que consideran imprescindible votar todas las veces que sea necesario y aprovechar las oportunidades que ese desafío persistente a ese régimen pueda generar.

Desde esa perspectiva, las elecciones serían una oportunidad para organizar políticamente a las personas. Estas, fuesen o no militantes de partidos, encontrarían en los eventos electorales una manera concreta y conocida de movilizarse. Pero hay más. La obtención o conservación de un espacio institucional, como una Alcaldía, por ejemplo, suele ser una manera de garantizar que un segmento de una organización partidista disponga de una fuente de ingresos. Esto es algo que se menciona poco, pero renunciar por defecto a estos espacios se traducirá en desempleo para ciertos sectores y, por esa vía, en el debilitamiento de su actividad política y social.

Estos argumentos pueden parecer razonables, pero enfrentan cuestionamientos casi insalvables. Mencionaré solo dos, relacionados con lo comentado antes y con lo tratado en mi artículo anterior. El régimen podría bloquear la inscripción de candidatos que le resulten incómodos y exigir, para deshacerse de ellos, que reconozcan los resultados anunciados por el CNE el 28 de julio. ¿Qué haría un candidato opositor alineado con la participación conformista ante esta eventualidad? Por otro lado, ¿será posible acreditar testigos y contar con un sistema de totalización, acorde con la experiencia del 28J, que permita demostrar el triunfo si estos fueran alterados por el CNE?

Por otra parte, quienes promueven la abstención pueden argumentar, con razón, que los votantes ya eligieron a un nuevo presidente y que lograr que este asuma el poder es lo central. La participación en nuevas elecciones, basadas en el reconocimiento del fraude del 28J, lejos de ayudarnos a materializar dicho propósito, nos debilitará. Esta posición, sin embargo, si no va acompañada de una estrategia inspiradora y movilizadora, puede conducir a la apatía política de muchos ciudadanos que hoy se sienten frustrados. Así, la abstención pasiva puede acabar siendo funcional para el régimen, el cual preferirá, sin duda, ganar cómodamente unas elecciones sin competidores genuinos.

Participación exigente y abstención activa

En días pasados, la Plataforma Unitaria anunció su disposición a participar en el ciclo electoral de este año si se cumplen ciertas condiciones. Entre estas condiciones están el inicio inmediato de una negociación basada en la verdad del 28J, la liberación inmediata de todos los presos políticos y el cese de la represión y persecución, el respeto a la tarjeta de la Unidad Democrática y sus símbolos, la existencia de un árbitro electoral confiable y la presencia de una observación internacional calificada. Este anuncio se corresponde con lo que he llamado participación exigente. Consiste en presentarse en el contexto electoral sin renunciar a banderas esenciales de nuestra lucha política actual. Cada evento electoral sería así una oportunidad para ratificar la buena pero firme voluntad de resolver el conflicto político venezolano de manera democrática.

Para los promotores de la participación conformista, el listado de condiciones antes mencionado resulta maximalista. Exige demandas que, para el régimen, dado que se ha convertido en una minoría sin apoyo popular que busca perpetuarse en el poder, son prácticamente imposibles de negociar. La pregunta obvia en este caso sería: ¿qué deberían hacer quienes decidiesen postular sus candidaturas en las próximas elecciones si dichas condiciones no se cumplen? Para ofrecer mi respuesta a esta interrogante tengo que referirme ahora a la estrategia de abstención activa.

Es cierto que la abstención puede llevar a la inacción, pero esto no tiene que ser necesariamente así. Uno puede abstenerse de hacer algo para dedicarse a otra cosa distinta y mejor. De todos modos, es verdad que, ante los eventos electorales, la llamada ley del mínimo esfuerzo puede imponerse, y los ciudadanos pueden permanecer en sus hogares, al margen de los eventos públicos, o limitarse a manifestar su frustración en las redes sociales. La abstención activa es entonces un desafío para el liderazgo político, el cual debe ser capaz de inspirar y canalizar la acción ciudadana hacia tareas colectivas que sean percibidas como políticamente significativas.

La abstención activa puede incluir una variedad de acciones de calle antes, durante y después de cada evento electoral, tanto en Venezuela como en numerosas ciudades de otros países. Además, la abstención activa puede consistir en la labor ciudadana de registro audiovisual, amplio y verificable, de la previsible bajísima asistencia a los centros de votación. Esto implicaría la utilización de tecnología, de las redes sociales y de medios de comunicación extranjeros para documentar y difundir la escasa participación electoral. Para muchos ciudadanos, la abstención activa podría manifestarse incluso mediante el voto nulo, una opción especialmente accesible para los funcionarios públicos que probablemente serán coaccionados para acudir a los centros de votación. Lo clave es que la abstención activa implica mantenerse, en forma abierta o soterrada, en el espacio público.

Seguramente existen otras maneras de implementar la abstención activa, pero no es mi pretensión ofrecer aquí ideas concretas al respecto. Es algo que no está a mi alcance y que compete, sobre todo, al liderazgo político y social. Agrego que, según varios estudios de opinión muy recientes, la disposición de la población a abstenerse es enorme, superando fácilmente al 80%. El liderazgo sin duda ha tomado nota de ese hecho, que en parte es también, en una relación de mutua causalidad, consecuencia de las posiciones que dicho liderazgo ha ido adoptando. 

Una estrategia más compleja

Por lo dicho hasta aquí debe estar claro que las estrategias de participación exigente y de abstención activa, como las he denominado, no son mutuamente excluyentes, sino complementarias. Pueden considerarse como dos fases de una misma estrategia política más amplia y compleja. Una estrategia que incluye, pero también trasciende, los eventos electorales, ya que la lucha democrática no se manifiesta únicamente participando en elecciones. De este modo, en cada evento electoral en un contexto autocrático, los ciudadanos podríamos activarnos para participar bajo ciertas condiciones y, de no alcanzarse estas, optar por la abstención activa, guiados por una visión estratégica e inspirados por una esperanza indoblegable.

¿De qué servirá todo eso?, se preguntará algún lector. Diré, en primer lugar, para qué no servirá. La abstención activa no nos servirá para ganar o conservar algunos espacios institucionales, los cuales pueden ser importantes, como he comentado, para la militancia de varios partidos y diversos sectores sociales. De igual modo, no nos permitirá contar con alguna representación que pudiera eventualmente alzar su voz en favor de nuestra causa, aunque sin impacto efectivo en decisiones legislativas espurias.

La estrategia más compleja, apenas esbozada, servirá, ante todo, para mantener viva en nuestra memoria y en nuestras acciones políticas futuras la gesta ciudadana del 28J y la victoria sobre un régimen que culminó su periplo histórico desde una perspectiva popular y democrática. También servirá para negarle a ese régimen cualquier intento de alcanzar legitimidad. Finalmente, nos permitirá crear y mejorar nuestras formas de organización ciudadana y nos ayudará a conformarnos como un movimiento social o, más claramente, como un movimiento de liberación nacional.

Movilización social y dilemas individuales

Sin movilización social será muy difícil alcanzar el cambio político al que la mayoría del país aspira. La evidencia histórica y el sentido común respaldan esta afirmación. Al respecto, considero un error suponer que la movilización social esté asociada principalmente a la participación electoral. También puede manifestarse, como he mencionado, en el contexto de una estrategia de abstención activa. De hecho, un movimiento social debe ser lo suficientemente flexible como para adoptar una o ambas estrategias, dependiendo de las circunstancias. Además, un movimiento social en Venezuela debería asumir hoy otras causas de máxima relevancia. La liberación de los presos políticos, en particular, y la violación de los derechos humanos, en general, son solo ejemplos dramáticos.

Permítanme añadir algunos comentarios sobre los movimientos sociales, un fenómeno complejo en varios aspectos. En cuanto a su estructura, un movimiento social está formado por una variedad de organizaciones y grupos, incluidos partidos políticos, así como individuos, todos ellos interactuando a través de múltiples redes de información y comunicación. Esta complejidad estructural no impide la coherencia y continuidad de un movimiento social, ya que este aglutina a sus distintos componentes, también de manera compleja, mediante interpretaciones de la realidad y objetivos estratégicos compartidos. Además, un movimiento social es una expresión de una identidad colectiva, surgida al calor de experiencias comunes y representada en historias y símbolos distintivos. Por otra parte, un movimiento social suele contar con un repertorio de tácticas de movilización y protesta que le otorgan un sello característico. 

La conformación de un movimiento social en esta coyuntura histórica implica enfrentar difíciles desafíos desde la perspectiva de los individuos. No me refiero solo a la cruenta represión que el régimen —o, mejor dicho, algunos sectores dentro del régimen— ha desatado contra los demócratas, sino también al dilema personal que habitualmente surge ante los procesos colectivos. Es comprensible, por ejemplo, que un militante de un partido que ocupa un cargo en una Alcaldía o Gobernación se incline hacia la participación conformista. También es comprensible que un ciudadano frustrado prefiera abstenerse y no involucrarse en iniciativas que perciba como costosas. En general, es frecuente que ciertas acciones orientadas al bien común no se materialicen debido a que cada individuo puede preferir recibir el beneficio derivado de esas acciones sin tener que incurrir en el costo de sumarse a ellas. Este es un tema que en la ciencia social se ha tratado como la “lógica de la acción colectiva.” Es un asunto de articulación de intereses particulares y generales, pero también de emocionalidad y valores, de estrategia y liderazgo.

Hacer política para recuperar la democracia no es lo mismo que hacer política en el marco de una democracia. Lo primero implica un grado de involucramiento que, para muchos, puede resultar costoso e incluso riesgoso. Este es, en especial, un desafío insoslayable para quienes aspiran a liderar, ya que les corresponde modelar con su conducta decidida e incluso heroica la de sus seguidores. No podemos, en definitiva, limitarnos a ser electores y candidatos si lo que queremos lograr es la recuperación de nuestra libertad y democracia. Cada uno debe sentirse parte, aunque sea mínima, de la solución al problema en el que consiste Venezuela hoy. Quien decida votar, no debe claudicar íntimamente. Quien decida abstenerse, no debe despolitizarse. Y todos debemos perseverar.

3 de marzo 2024

https://lga.lagranaldea.com/2025/03/03/del-dilema-politico-al-movimiento-social/