Una mirada a las recientes encuestas de opinión del país – Datanálisis y Varianzas- evidencia la profunda transformación que ha ocurrido dentro de nuestra sociedad.
Los números dan cuenta de una situación que se caracteriza por el peor momento de penuria económica que afecta transversalmente a todos los segmentos sociales. 91% de los venezolanos ve la situación del país como mala o muy mala y dos tercios de nuestros compatriotas le atribuyen al costo de la vida y al mal manejo de la economía su crítica situación.
Al mismo tiempo, paradójicamente se ha estado configurando una desconexión generalizada del país entero de la suerte que nos deparan los meses que vienen. Prevalece la inercia y la resignación frente a un destino que casi todos ven como ineluctable. Como si el desmadre, las carencias y las estrecheces de cada familia nada tuvieran que ver con la conducción del país. Menos de la mitad de la población muestra interés por pronunciarse con un voto en las elecciones regionales de noviembre.
La ciudadanía se está deliberadamente colocando al margen de lo público, de lo gubernamental, de las acciones tanto del régimen de oprobio como de la oposición blandengue por cansancio, por agotamiento, por la imperiosa necesidad de dedicar lo mejor del tiempo de cada quien a fraguarse un ingreso mínimo vital, un espacio de supervivencia que cada día se vuelve más exiguo y por tanto más limitante .
Una especia de inercia maluca se ha apoderado de los individuos que hoy no pueden más que prestarle atención a sobrevivir. Una bien armada estrategia de esclavización del colectivo ha conseguido surtir el efecto esperado: cuánto mayor la pobreza, más efectiva la mordaza que representan los programas de dádivas sociales, los que ni quitan el hambre ni resuelven las carencias pero que esperanzan al receptor en cuanto a su próxima entrega. Ello unido a la represión consigue inmovilizar a las masas y ponerle sordina al descontento.
Ni las tesis del gobierno ni las de la oposición movilizan hoy a la ciudadanía porque ni los adeptos de unos ni los seguidores de los otros encuentran un asidero para justificar entusiasmo frente a la intervención de un cambio en el pavoroso estado de las cosas. Las toldas que adversan al régimen le han fallado al país tanto como las promesas del chavismo. A la gestión catastrófica del gobierno reconocida por los venezolanos – Maduro alcanza apenas a conseguir 11% de simpatizantes- viene a sumarse la desilusión por los objetivos no alcanzados por los líderes de los movimientos prodemocráticos -apenas de 1 de cada cinco le apuestan a la oposición.
¿Cómo hacer para mirar el futuro con espíritu y actitud constructiva cuando es necesario moverse dentro de un ambiente donde lo que reina es el desapego? Es preciso, antes que nada, despertar en el ciudadano de la calle el ánimo de recomponer las cosas y terminar con el estado de sumisión que aletarga a la ciudadanía. No vale solo que los eventuales candidatos opositores hagan causa solidaria e irreductible para enfrentar al poder aplastante del régimen. Sin duda que ello es una condición imperativa de cualquier negociación que pueda emprenderse de la mano de actores internacionales. Pero más decisivo es concitar al conglomerado de individuos inquietos y descontentos a acciones proactivas que sean demostrativas de la fortaleza de la determinación al cambio. No en balde, 68,8 % de nuestros compatriotas consideran que Maduro debe irse este año de 2021.
La antesala de una lucha electoral es propicia para reposicionar el tema del caótico rumbo económico e institucional que debe lleva el país. La apertura de un procedimiento de referendo revocatorio del mandato presidencial a Nicolás Maduro Moros que ya se encuentra en desarrollo también debe contribuir a crear un ambiente que canalice los descontentos. Tomemos en cuenta que en los estratos C y D más del 80% de sus componentes avalúan como negativa la gestión del mandatario. Las mismas elecciones primarias dentro del PSUV pueden ser útiles para hacer aflorar en las filas oficiales y para ponerle volumen a las múltiples inconformidades que se manifiestan en torno al manejo económico del país y, particularmente, en lo relativo al trato de la pandemia que sigue azotándonos a pesar de que el mundo ya se ordena en torno a una recuperación.
En síntesis, una negociación con el gobierno desde una posición de debilidad del liderazgo y de atonía política del conglomerado no conduce a otra cosa que no sea la permanencia del régimen.
La hora es nona.