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Dictadura militar, policial, cívica,

newsboy
Tiempo de lectura: 10 min.

El orden de los factores sí altera el producto, si bien no en las matemáticas, en la política. Dhecho, todas las dictaduras son militares, policiales y políticas. Sin embargo, de acuerdo al orden de los factores, son a veces más lo uno que lo otro. También es posible que uno de los factores sea una vez dominante y poco tiempo después sea secundario. Ese es justamente el problema de las tipologías: intentan apresar un factor como principal sin parar en mientes que en diversas ocasiones puede convertirse en secundario.

Mutaciones dictatoriales

La realidad, sobre todo la de los sistemas de gobierno, es mucho más dinámica que estática. Detectar cuando un factor se ha impuesto sobre los demás es decisivo para determinar el carácter de una dictadura y, a partir de ahí, definir los métodos y formas de lucha en su contra. La política de uno siempre dependerá de la política del otro.

Para poner un ejemplo, hasta el 28 de julio la dictadura de Maduro era política, militar y policial. Después del horrendo fraude electoral cometido ese día, se convirtió rápidamente en militar, policial, y muy lejos de esos dos factores, en política. Esa es su actual composición orgánica y probablemente lo será durante mucho tiempo.

Lo saben muchos venezolanos: el que ahora enfrentan no es solo un estado político sino, además, y sobre todo, un estado militar y policial.

Para unos, afortunadamente pocos –me refiero a grupos uribistas o leopoldistas– el estado, al ser militar hay que enfrentarlo de modo militar y, como no tienen ningún ejército hay que pedirlo prestado a otras naciones. Sin embargo, es evidente: de lo que se trata, para una oposición desarmada, es hacer justamente lo contrario: revertir la lógica militar y policial e imponer en contra de ella una lógica política. De acuerdo a esa segunda lógica, Maduro no puede ganar. Por eso perdió abrumadoramente en las elecciones presidenciales del 2024. Por eso perdió su legitimidad nacional e internacional (legitimidad es una categoría política). Y, no por último, por eso mismo se encuentra extremadamente aislado en el contexto latinoamericano.

La militarización del estado comenzó con Chávez quien puso en práctica un proceso de ideologización a la cubana, hasta llegar al punto en que, condición para formar parte del estamento militar, debía ser la recitación de una doctrina que no admitía discusión. Sin embargo, a diferencias de otros autores, planteamos aquí que ese no fue un proceso de politización sino de simple ideologización. La no-deliberación, propia a los cuerpos militares, fue conservada. Efectivamente, no puede haber politización sin deliberación. En ese proyecto, el ejército adoctrinado de Chávez mantuvo la estructura de un estamento del estado. De modo paralelo, Chávez, otra vez copiando a Cuba, reforzó y a la vez transformó los aparatos militares y policiales creando estamentos paralelos como fueron los grupos de choque paramilitares de tipo fascista, casi siempre motorizados, los que suelen actuar de modo coordinado con la policía “oficial”. Ahora bien, por sobre todos esos estamentos, la llave de seguridad del nuevo estado está constituida por los siniestros aparatos secretos, ya sea los de información, control, vigilancia vecinal, espionaje, todos conectados directamente con la cúpula dirigente.

En fin, la estructura de poder cubana creada por Chávez en Venezuela no se diferenciaba de la que había prevalecido en la URSS y en las demás dictaduras comunistas del Europa del Este y Central. El socialismo del siglo XXI –bautizado así por el romántico socialista Heinz Dieterich- nunca pasó de ser una mala copia del socialismo del siglo XX.

En lo que se refiere a la estructura del estado, Maduro continuó la obra de Chávez. Pero a la vez introdujo novedades importantes. La principal es que si bien en el gobierno de Chávez existían potenciales dictatoriales, bajo Maduro esos potenciales fueron transformados en realidad. Hoy, después del 28 de julio, se acabó la discusión: la de Maduro es una dictadura dura y pura, una de las más brutales habidas en suelo latinoamericano, lo que de por sí, es mucho decir. Pero a la vez, es una dictadura con características muy propias, equivalentes a la mayoría de las dictaduras surgidas y consolidadas en el periodo postcomunista, ya sea en Cuba, ya sea en Rusia, Bielorrusia, Chechenia. Son esas, las dictaduras del siglo XXI.

El estado “madurista”

En el caso venezolano, Maduro no ha hecho más que adaptarse a las condiciones venezolanas. De acuerdo con José Natanson (Nueva Sociedad) Maduro fue “un exdirigente sindical que carecía del influjo natural sobre la tropa del que siempre dispuso Chávez, quien terminó de construir el modelo actual, bajo el cual los militares no son un “aliado”, un “socio” o un “apoyo” del gobierno, sino que están integrados a él: constituyen un mismo dispositivo político, como en Cuba, justamente un país que Maduro había estudiado y conocido de joven. Por eso, cuando Maduro habla de “unión cívico-militar-policial perfecta”, no está expresando un deseo, sino algo que existe y que conoce bien, porque él mismo lo creó”.

La unión cívica, militar, policial se expresaba durante Chávez en la misma persona del gobernante quien, al igual que su corrupto segundón, Diosdado Cabello, eran políticos y militares a la vez. Bajo Maduro, a su vez, tiene lugar, no una alianza inter-estamental, sino algo nuevo: una fusión entre lo militar, lo policial y lo cívico, fusión que a la vez integraba a los tres poderes del estado, agregando, como ya ha sido comprobado, el poder comunicacional y, sobre todo, el poder electoral. Poderes que no constituyen una suma, reiteramos, sino una síntesis expresada en un solo poder.

Sin ser un poder totalitario (que al serlo integraría hasta la mente de los ciudadanos) el que ostenta Maduro es un poder único, compuesto por una amalgama de todos los poderes condensados en uno solo: el estado madurista. Así se explica por qué a veces Maduro se disfraza de militar, no habiéndolo sido nunca. La idea es transmitir visualmente el mensaje de un estado fusionado en sí mismo, todo lo contrario al estado de tipo corporativo que ha caracterizado a la mayoría de las dictaduras de la región. En ningún caso -anota el ya citado Natanson- el de Maduro puede considerarse como un estado fallido. Es simplemente “otro” tipo de estado.

Comparemos –a fin de entendernos mejor- con la dictadura militar clásica de Augusto Pinochet en Chile. Pinochet, como es sabido, articulaba en su propia persona la unidad cívica, militar y policial. Pero en la estructura del poder, lo cívico, lo militar, lo policial, eran estamentos paralelos que solo coincidían en la cima: la Junta, donde Pinochet hacía y deshacía. Más abajo de la Junta, ningún militar, ni los de más alto rango, emitían opiniones políticas. Mucho menos al revés. Jamás un miembro civil de la dictadura se habría atrevido a hablar del tema militar.

En Venezuela en cambio, el general Padrino López, cada vez que habla, se extiende sobre temas políticos, de la misma manera que el civil Maduro, habla de temas militares. La diferencia entonces es esta: la de Pinochet era una estamental o, si se prefiere, corporativa. La de Maduro es de grupos fusionados de modo vertical y horizontal. Destacar esto último es importante. Si las dirigencias opositoras hubieran entendido esta particularidad, fiascos como el del 30 de abril del 2019 de López- Guaidó, o el del 9 de enero de 2025 de Machado- González, no habrían tenido lugar. Digamos entonces otra vez: en la política (como en la guerra) hay que conocer al enemigo más que a sí mismo.

La de Maduro es una dictadura del siglo XXI, y como tal es híbrida pues hasta hace poco incorporaba elementos propios a las democracias, pero subordinados al poder. Ese poder electoral lo perdió, y quizás para siempre, entre otras razones, porque ha perdido la legitimidad electoral que tanto cuidaba Chávez.

Probablemente Maduro seguirá convocando a elecciones pero todos saben que, sean cuales sean sus resultados, aún en el caso de que Maduro aceptara perderlas, nadie, después del megafraude cometido el 28 de julio, podrá creer más en ellos. Esto no dejaría de ser una ventaja para una oposición que creyera más en la política y menos en la magia, como es la venezolana.

La legitimidad electoral está mortalmente perdida para Maduro y su mafia. Para la oposición en cambio, esta ha aumentado. Todos sus triunfos obtenidos –y han sido varios- ya sea en contra de Chávez o de Maduro, han sido electorales. No hay, por lo tanto, ningún motivo, aparte de la locura colectiva, para abandonar la vía electoral, democrática, pacífica, y sobre todo constitucional. Esta última es hoy fundamental.

La de Venezuela no es, ni nunca será, una oposición armada como la de Siria. De tal modo que frente a la pregunta que siempre a uno le hacen: “Y tú, ¿qué propones?” Solo se puede responder: “Seguir haciendo bien lo que siempre se ha hecho bien y no hacer más lo que siempre se ha hecho mal”. Dura respuesta para quienes, y con toda razón, exigen resultados inmediatos. En este punto solo cabe agregar: todas las luchas antidictatoriales han sido largas, a veces muy largas. Por eso, si alguien desde Bielorrusia me hiciera esa pregunta, contestaría exactamente lo mismo.

Gemelas

Mencionar a Bielorrusia no es casualidad. Más que a la cubana, que es una dictadura comunista del pasado, más que a la nicaragüense que es una dictadura matrimonial (así como la de Somoza fue una dictadura familiar), Maduro en Venezuela se parece como una gota de agua a Lukashenko en Bielorrusia. Por de pronto, ambas han mutado durante su transcurso.

Lukashenko, es preciso recordar, llegó al poder igual que Chávez, mediante elecciones limpias, en 1994, es decir, ya hace 31 años. Pero en 1995 adoptó el modelo soviético de dominación disolviendo al parlamento y convocando a nuevas elecciones que más bien eran referendos. Justo cuando el socialismo mundial se había venido abajo, Lukashenko planeaba convertir a Bielorrusia en un nuevo socialismo, más participativo, más democrático, algo parecido al socialismo del siglo XXI, adoptado por Chávez. Pero frente a la existencia de una oposición democrática, eligió la vía de la represión, selectiva en un comienzo, masiva después.

A fines de 1999, Lukashenko, imitando a Stalin, procedió a purgar a quienes dentro de sus propias filas se atrevían a disentir. Fueron los llamados “desaparecimientos”. Los más notables fueron los del ex ministro del interior Yuri Zakarenjo, el del jefe de la Comisión Electoral, Victor Gonsthar, el del jefe de las Fuerzas Armadas bielorrusas Yuri Garawaski (muy parecido al caso del general Baduel en Venezuela). Todos esos actos costaron a Lukashenko el aislamiento internacional.

El “último dictador de Europa”, como fue apodado por la prensa, dejó de ser reconocido como mandatario constitucional por la UE, EE UU., el Reino Unido y Ucrania, lo que llevó al dictador a arrimarse aún más a la Rusia de Putin, como lo ha hecho Maduro con respecto a las dictaduras rusas e iraníes. El año 2020, como si las coincidencias con Maduro no fueran suficientes, ante la presencia de la prensa extranjera, de los informes electorales mesa por mesa, en un fraude escandaloso, Lukaschenko robó las elecciones presidenciales, creando, a partir de esos tiempos, una dictadura de poder único, donde él aparece algunas veces -como Maduro- vestido de general y otras de civil. Un uniforme que les queda mal a ambos: demasiado altos, demasiado gordos, demasiado bigotudos. Pero la estética no les importa. Solo les importa el poder. No el poder para alcanzar algo. Solo el poder por el poder.

En contra del fraude tuvieron lugar en Bielorrusia las demostraciones más grandes de toda la historia del país, conducidas por la mítica líder Svetlana Tijanóskaya, muy parecida en su carisma, personalidad y valentía a María Corina Machado (hoy Svetlana está asilada en Lituania desde donde intenta dirigir a la oposición de su país). Los militares, ya incorporados al poder único, dispararon durante esas demostraciones en contra de las masas, causando muchas muertes. Las cárceles, en ambos países, están hoy llenas de presos políticos. El secuestro de ciudadanos democráticos es el pan de cada día.

Quizás la única diferencia –o por lo menos la más importante- no es política; es geográfica. Ambos están apoyadols por la Rusia de Putin. Pero uno está al lado y el otro muy lejos de Rusia. Aunque en un mundo global todas las distancias son cortas, Maduro podría ser vista por los EE UU. como una amenaza para el hemisferio en caso de que la guerra en Ucrania escale más allá de Ucrania, algo que podría suceder en cualquier momento. Nadie sabe si la geopolítica jugaría aquí un rol decisivo. Pero no nos adelantemos. Lo importante es que la historia continúa. No hay ninguna razón tampoco para darla por terminada.

X: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS

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