En todo el mundo, el sector de la educación superior suele ser el menos disruptivo que existe, con la posible excepción de la religión. En Estados Unidos, por décadas hemos admirado a instituciones que tienen bajísimos porcentajes de admisión, es decir esas universidades donde no aceptan a casi a nadie. Esto es natural pues el sistema educativo está arraigado en la creencia de que la mayoría de las personas no pueden recibir educación a nivel superior. El problema es que se ha construido un modelo que pasa por alto el potencial humano.
Si pones en Google “cuál es el objeto más complejo en el universo conocido” la respuesta es el cerebro humano. Es más complicado que el funcionamiento del sistema solar. Me parece increíble pensar que todos tenemos ese objeto tan complejo en nuestras cabezas como para que solo se utilice un pequeño porcentaje.
Actualmente en Estados Unidos la tasa nacional de personas que se inscriben y terminan la universidad es del 62%. Es un porcentaje demasiado bajo, sobre todo cuando consideramos que muchos de los que no terminan sus estudios continúan con sus vidas sin el título, pero con deudas considerables. Pero no nos hacemos responsables de esta tragedia, mejor culpamos al estudiante. Ese impulso es producto de una construcción específica del sistema de educación superior: no está diseñado para crecer a gran escala o para adaptarse a las necesidades de cada estudiante porque la selectividad es la idea dominante. Y es así como ha llegado a predominar la absurda noción de que la educación superior es solo para muy pocas personas.
No quiero decir que no podamos tener instituciones muy selectas. Lo que quiero decir es que cuando se construye todo un mundo alrededor de ese supuesto de exclusividad, como si fuera el fin último de todas las cosas, entonces la exclusividad se convierte en la medida de la excelencia. Y esto es un gran error pues esa lógica es, en muchos sentidos, antidemocrática.
No es ninguna coincidencia que las universidades con mayores porcentajes de estudiantes graduados en Estados Unidos sean aquellas que seleccionan meticulosamente a cada estudiante que aceptan. La realidad es que es muy conveniente admitir a aquellos candidatos que ya están capacitados para ir a la universidad desde el primer día que se presentan. Hoy las universidades son menos inclusivas que nunca, imponiendo estándares cada vez más altos para aceptar a nuevos estudiantes. ¿Por qué? Porque las universidades no están diseñadas para crecer al ritmo de la creciente demanda.
En Arizona State University estamos cambiando esa idea. Nuestra carta fundacional dice que somos una universidad pública de investigación, que se mide no por a quién excluye, sino por a quién incluye y el éxito que obtienen. Ese es el valor más importante, medir a nuestra institución por la inclusión. En ASU decidimos que seríamos disruptivos. Pero no disruptivos cambiando el nombre de las clases de química por ciencias moleculares. Verdaderamente disruptivos al enfocarnos individualmente en el estudiante. No preseleccionamos a estudiantes que ya son exitosos, elegimos a todos los candidatos calificados y nos concentramos en que alcancen su éxito individual. Nosotros existimos para ser una institución democrática, que promueve valores democráticos por medio de un alumnado igualitario e increíblemente diverso al más alto nivel de aprendizaje.
Comúnmente las universidades giran alrededor del núcleo de conocimiento y limitan su impacto y servicio a la comunidad estudiantil que se reúnen en el campus por un periodo de cuatro años. Sin embargo, las universidades también deben asumir la responsabilidad del bienestar de toda la comunidad en la que se encuentran. La universidad no puede desentenderse de la comunidad pues su misión debe ser promover el desarrollo económico y prosperidad de todos dentro y fuera del campus. Tampoco puede ser indiferente a la diversidad socioeconómica de su localidad y si el cuerpo estudiantil no refleja la diversidad social, entonces has fallado en tu misión y responsabilidad.
Nuestras democracias exigen una revolución en la educación superior, más instituciones apostando que se puede crecer a gran escala y mejorar simultáneamente la excelencia académica. ¿Cómo? Con innovación. Hemos aprovechado toda tecnología que tenemos disponible para transformar el proceso de enseñanza. En ASU hemos construido robots que pueden enseñar matemáticas o biología. Tenemos una sólida infraestructura para la enseñanza en línea y aprovechamos las oportunidades que ofrece la inteligencia artificial para empoderar a nuestros profesores y estudiantes. En el caso de las escuelas de ingeniería es muy claro: hace doce años teníamos 6,000 alumnos de ingeniería, en su mayoría hombres. No era un grupo diverso ni representativo de la población. Hoy cambiamos la mentalidad, ofrecemos herramientas a todos los alumnos que quieran estudiar ingeniería. Nos comprometimos con el éxito individual de cada uno y este año tenemos 32,000 alumnos que provienen de todos los ámbitos sociales y económicos, y que aprenden en el salón de clases, en línea, y en los laboratorios, con profesores y con robots como tutores.
Así es como podemos incorporar las ventajas que las nuevas tecnologías traen a la educación superior. La llegada de la Inteligencia Artificial ha sido particularmente controversial. Se ha intentado limitar su uso en los salones de clases para evitar que los alumnos hagan trampa. Pero para eso ya es demasiado tarde. La IA tiene sus riesgos, pero justamente por eso debemos utilizarla a nuestro favor, como una herramienta que empodere a profesores y estudiantes. Como los robots que mencionaba, que fungen como tutores de matemáticas o biología. Se ha hablado también de cómo va a eliminar puestos de trabajo en el futuro y que se debe crear un ingreso básico universal para aquellas personas que pierdan sus trabajos. Esta idea sí que me parece una trampa. Las personas quieren un trabajo con dignidad, quieren ser capaces de proveer para sus familias y quieren tener opciones para tomar decisiones. No necesitamos un ingreso básico universal, lo que necesitamos, más bien, es reimaginarnos como estudiantes universales de por vida. ¿Quién decretó que las universidades son solo para personas entre 17 y 25 años?
La idea de aprender no debe limitarse a un rango de edad estricto, así que lo primero que hicimos fue cambiar el concepto de lo que significa ser estudiante a lo largo de la vida de una persona. Creamos recursos educativos que abarcan todas las edades, desde más de 80 años hasta bebés. La educación en línea está disponible para todos, adultos mayores, niños, padres educandos a niños, e incluso estamos trayendo de vuelta al salón de clases virtual a jóvenes que habían dejado sus estudios. Lo más importante es que todos estos materiales son desarrollados por el mismo cuerpo académico que está liderando la investigación en una de las principales universidades del país, y gracias a los avances tecnológicos están al alcance de los estudiantes universales sin importar su edad o ubicación.
Para seguir produciendo el conocimiento que genere desarrollo económico y social, nos fijamos el objetivo concreto de alcanzar los mil millones de dólares de inversión en investigación en un año. Lo logramos con un profesorado del mismo tamaño, pero enormemente potenciado por la innovación. Hay cuatro universidades en el planeta que han alcanzado los mil millones de dólares en investigación sin un programa de medicina: MIT, Georgia Tech, University of California Berkeley y ahora ASU.
El modelo de que no se puede tener alumnos exitosos y ser inclusivo es falso. El modelo de que no se puede tener un alumnado diverso y ser una institución de excelencia también es falso. La idea de que no se puedan hacer todas estas cosas es absolutamente falsa. En ASU fuimos disruptivos con el modelo. Nos llamamos a nosotros mismos una institución pública y nuestro propósito es la transformación social y el éxito económico de nuestras comunidades. ~
Este texto es una adaptación del discurso inaugural de la novena conferencia global sobre educación “Dirupt, Rethink, Redesign” del International Finance Corporation en la Ciudad de México, el pasado 6 de marzo de 2024.
No.270 / marzo 26, 2024
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