En una segunda vuelta a realizarse en junio, los votantes escogerán entre un ex guerrillero y un populista Tiktok. Desechar a los titulares de los cargos públicos y todo lo que ellos representan se lleva a cabo con rabia en Latino América.
Perú lo hizo en junio el año pasado. Chile lo hizo en diciembre y Brasil es probable que lo haga en octubre. El 29 de mayo el turno le tocó a Colombia cuando los votantes escogieron los dos candidatos presidenciales que representaban el cambio en forma más clara. Gustavo Petro un ex guerrillero obtuvo el 40% de los votos y Rodolfo Hernández, quien era poco conocido unos meses atrás, pero entusiasmó a sus seguidores con sus diatribas en Tiktok, quién obtuvo el 28%. La segunda vuelta es el 29 de junio.
Colombia ha sido durante mucho tiempo una anomalía en Latino América, un continente donde los votantes tienen debilidad por los caudillos. Con la excepción de un breve periodo donde gobernó un hombre fuerte, Álvaro Uribe, presidente del 2002 al 2010, sus políticos tienden a ser moderados. Por décadas el extremismo de izquierda ha sido impopular, en la medida que los colombianos lo han relacionado con la FARC un grupo guerrillero marxista. Los gobiernos han mantenido fuertes lazos con Estados Unidos. Los inversores han fluido masivamente hacia Colombia.
El crecimiento ha sido robusto en los años recientes. El ingreso per cápita se elevó de 4.000 dólares en el 2000 a 6.400 dólares antes de la pandemia. Sin embargo la desigualdad es extrema. Pocos colombianos pagan impuestos. El descontento impulso protestas violentas en los años 2019 y 2022.
En gran medida debido al Covid 19, una población adicional de 2,8 millones de colombianos (de un total de 51 millones) cayó debajo del límite de pobreza estimado en 38 dólares mensuales en el 2020. Desde entonces la economía colombiana ha rebotado mas rápidamente que otros países en Latino América, con el PIB creciendo en un 10% el último año.
Pero un acuerdo de Paz con la FARC, en el 2016, fue pobremente implementado por Iván Duque, el presidente saliente, y partes del país son todavía presas de la violencia.
Ni Hernández ni Petro lucen capaces de abordar estos complejos temas. Ambos, cuando fueron alcaldes, tuvieron un desempeño gris. Cuando Petro gobernó la capital, Bogotá, tenía una reputación de mantener una relación conflictiva con su equipo de trabajo. Fue suspendido breve tiempo, por parte de la municipalidad, por un mal manejo de la toma de control de un servicio privado de recolección de basura.
El récord de Hernández es peor. Como alcalde de Bucaramanga fue suspendido tres veces: por abofetear a un colega; por llamar a un funcionario corrupto sin tener evidencias y por violar la ley electoral al hacer campaña por el sucesor seleccionado. Se graduó y desempeñó como ingeniero. Prometió construir 20.000 casas para los pobres; ninguna se materializó.
Petro ha moderado su tono recientemente pero sus políticas se mantienen radicales. Él quiere incrementar los aranceles, renegociar los acuerdos comerciales, y garantizar trabajos públicos para todos los desempleados cuya magnitud representa un 14 % de la fuerza de trabajo. También quiere finalizar la exploración de nuevas áreas de gas y petróleo, a pesar de que estos rubros representan más de la mitad del valor de las exportaciones.
Hernández también ha realizado grandes promesas y sus propuestas son pobres en realismo. Las mismas incluyen términos tan exóticos como “maldito Fracking”. También desea estimular el proteccionismo. Habla frecuentemente de corrupción y dice que tendrá una conferencia diaria de prensa donde expondrá con nombres y apellidos a los políticos corruptos. Al mismo tiempo que esto ocurre, está previsto que será procesado por corrupción en julio. El niega los cargos.
Colombia ha dado un salto hacia lo desconocido. Cualquiera de los dos candidatos podría desestabilizar a un país que estaba en la ruta hacia, por decir lo menos, un moderado éxito. Los colombianos no necesitan ir muy lejos para observar el daño que los demagogos pueden hacer. Desde el 2019 la extrema derecha ha destrozado a Brasil. La extrema izquierda ha arruinado a Venezuela. Si es electo Petro posiblemente acepte con mayor agrado que Hernández el chequeo y balance propio de una democracia. Pero cualquiera que gane, las instituciones colombianas tendrán que ponerle freno.
Nota: este escrito está basado en una traducción libre del artículo: The Economist. 2022. Colombia: into the unknown. Jun, 4th.
Profesor UCV