En 1945, al final de del último conflicto mundial, EEUU emergía como la potencia hegemónica, tanto a nivel militar como económico y era la única gran potencia que salió de la guerra enriquecida y no empobrecida. Todavía en los primeros años ‘50 EEUU era responsable por, aproximadamente, el 40% del PIB global, pero ya en 1980 su cuota se reducía a un 22% y en el 2019 apenas alcanza el 15%. Militarmente la URSS había logrado en 1973 la “paridad estratégica” con EEUU, pero económicamente tenía los “pies de barro” y al desintegrarse su imperio en 1991 se crean las condiciones para un breve “momento” unipolar en el cual EEUU es la única potencia con preeminencia en todas las dimensiones del poder: militar, económico, tecnológico, ideológico y cultural, con la capacidad de promover eficazmente sus intereses a nivel global.
Sin embargo, Además ha sido durante los últimos 70 años el sustento del orden económico liberal mundial, que ha permitido por cierto el considerable crecimiento económico de China en las últimas décadas. En la actualidad, la relativa declinación económica de EEUU no se compagina con la “sobreextensión” de sus compromisos militares a nivel global. Ya en 1987 lo afirmaba Paul Kennedy en su obra: “The Rise and Fall of Great Powers”. Pero en la actualidad son los profesores Stephen Walt de Harvard y John Mearsheimer de la Universidad de Chicago, representantes de la escuela “realista” de las Relaciones Internacionales, que afirman en sus obras, como “The Great Delusion” de Mearsheimer y Walt en “The Hell of Good Intentions”, pero sobretodo en su reciente artículo en Foreign Affairs: “The End of Hubris”, que EEUU, dada su disminuida capacidad económica, pero amparado en la “profundidad geográfica” de los dos océanos, debe dejar de desperdiciar tesoro, sangre y energía para ser el “policía mundial” y convertirse en el “off shore balancer”, el balancín externo que apoya a las coaliciones regionales que impidan el surgimiento de un hegemón regional, en las regiones estratégicamente fundamentales, como Europa, Asia nororiental y Medio Oriente. Pero para ejercer este rol, muy parecido al que la Gran Bretaña ejerció en el Siglo XIX para evitar que surgiera un hegemón en Europa, es absolutamente necesario, según Walt y Mearsheimer, mantener la hegemonía en el hemisferio occidental e impedir que potencias extraregionales logren penetrar geopolíticamente en América. Las ideas de Walt y Mearsheimer, que por cierto tienen fuerte influencia en el gobierno Trump, favorecen el resurgimiento de la llamada “No Second Cuba Policy” que tuvo su auge en los años de la Guerra Fría. Impedir el surgimiento de “una segunda Cuba” en el hemisferio se convertiría nuevamente en un objetivo primordial de la política exterior norteamericana.
El Estado de Florida es uno de los llamados “swing states” más importantes, o sea estados que pueden decidir con su voto el resultado de las elecciones presidenciales en EEUU, recordemos el caso de los 600 votos de Florida que le dieron la presidencia a George Bush hijo. Ya hay unas decenas de miles de electores de origen venezolano en Florida que, aunados a los centenares de miles de origen cubano, son los votos decisivos para prácticamente todas las elecciones en ese estado. Por tanto hay fundamentales razones geopolíticas y de política interna que hacen del caso venezolano una prioridad en los objetivos de la administración republicana. A todo esto hay que sumarle los efectos brutales que en la economía y en los sistemas de salud, educación, transporte, entre otros, de la región latinoamericana está provocando la enorme y creciente emigración venezolana. La crisis venezolana es ya una crisis hemisférica y su final también será, en buena parte, “hemisférico”.
@sadiocaracas