“Tienen miedo, porque le duele una muela y deben sacársela/ Se les quemó la sopa y quieren otra/ Su esposo es bajito y desea uno más alto/ Aquel piensa que su mujer es muy flaca y la quiere más voluptuosa/ A este le aprietan los zapatos, y los de su vecino le quedan bien/ Al poeta se le acabaron los versos y no se le ocurren nuevas imágenes/ Al pescador no le pican los peces/ Así se unen a la revolución/ porque la revolución les dará un pez, un poema, un nuevo par de zapatos una nueva esposa o esposo y la mejor sopa del mundo”... (En Marat-Sade de Peter Weis).
La pobreza no produce cambios políticos, sino gente afanada en conseguir alimentos para su familia. Esto lo tenía muy claro Jorge Giordani, pero no “el embajador” Gustavo Tarre. Con frecuencia menciono a Samuel Huntington, Crane Brinton, Gordon Tullock, quienes, entre otros, plantearon esa tesis que ilumina la ciencia política, desafortunadamente no muy conocida o entendida: las revoluciones, desde la americana, la francesa, la rusa (y ahora la chilena), nacen en períodos de crecimiento económico acelerado que derriba las barreras sociales y facilita a los revolucionarios hacer confluir los múltiples resentimientos de la condición humana con el fin de destruir la cohesión social. Chile superó los estragos de la pandemia y llegó a la exorbitante tasa de crecimiento de 17% en diciembre 2021 y 5.7% de inflación, esta última por efecto de retiros de ahorros aprobados por el Congreso, que dispararon la liquidez monetaria.
Una vida asegurada permite lanzarnos a manifestar en cueros a la calle, introducirnos objetos en el cuerpo, y quemar piras de televisores, teléfonos, sistemas de sonido, computadoras. Una inolvidable señora entrada en carnes y con su voluminosa desnudez pintada de verde, pedía constituyente porque en Chile había “una dictadura sexual” creada en la Concertación. No eran manifestaciones de madres famélicas o enfermos sin medicinas – tienen el mejor sistema de salud de la región- sino protestas ecológicas, culturales et.al., porque, como todo país desarrollado, Chile es de clases medias, y 70% de su población recibe ingresos de entre 600 y 725 dólares mensuales. Desde 2011, fecha de la emergencia política del hoy presidente Boric, se inició una ofensiva global de cientos de páginas Web, para desvalijar el llamado “modelo chileno”, oferta kapitalista.
El método, “buscar lo oculto” detrás de las cifras conocidas, usando para ello fake news, postverdades, con exitosos resultados políticos. El innombrable coeficiente de Gini, que compara el decil de menores ingresos con el decil de mayores ingresos, daría una sociedad “desigual”, aunque casi 80% de la población tenga ingresos de clases medias bien situadas. Según este “instrumento”, España, Italia, Australia, quedan par y par con Burkina Faso, Liberia y Uzbekistán. Los países más igualitarios del mundo serían Kazajistán, Azerbaiyán y Kirgistán. Dudo que semejante cosa sirva para algo. A pesar de “Gini”, Chile aparece entre los 25 “menos desiguales” (junto a Camerún y Venezuela) pero la señora pintada de verde habla de la horrenda desigualdad. Se escandalizan de que 20% de la población perciba 60% de los ingresos porque se imaginan unos cuantos jeques en Cadillacs de oro, pero la respuesta es mucho más simple.
Ese 20% son las grandes y medianas empresas que no es que “se quedan con la riqueza”, sino que la producen, y como sabe cualquier estudiante de economía, la distribuyen a través de salarios, capital variable (CV) inversiones en tecnología, instalaciones, capital fijo (CF) e impuestos en un país de inversión creciente (Chile tiene en treinta años un promedio de crecimiento por encima del mundial). 50% de la mano de obra percibe 560 dólares y otro 25% gana 730 dólares, largamente los salarios más altos de Latinoamérica. Lo dicho hasta ahora no significa necesariamente un pronóstico del club gato negro sobre el futuro del país de Pablo Neruda, Nicanor Parra y Gabriela Mistral. Los líderes del sistema político chileno se dejaron quitar el poder de las manos, porque, como en Venezuela y muchos otros países, no tuvieron capacidad política para responder al descrédito contra las instituciones que crearon ese nivel de vida desde la miseria anterior.
Gabriel Boric tiene en sus manos ahora el destino de los chilenos y “la historia no es previsible porque depende de la aleatoriedad y la voluntad de los protagonistas”, como demuestran muchos, entre ellos Humala. Rubricado por Michelle Bachelet y Ricardo Lagos, derrotó a un adocenado, mediocre y reaccionario candidato que pretendía ser el nuevo Paul Schafer de una especie de Colonia Dignidad. Los puntos principales de su agenda: la “constituyente”, la eliminación de los fondos de pensiones, el indigenismo anacrónico, son lo contrario de lo que necesitan para dar otro salto en su nivel de vida y desarrollo: estimular inversiones globales y locales en educación superior, y formar mano de obra en altas tecnologías. Pinochet implantó reformas económicas casi al mismo tiempo que Deng Xiao Ping en China y más tarde Bolivia. Lo afinaron, pulieron y mejoraron el Partido Socialista y la Democracia Cristiana en los treinta años de la Concertación, pero a diferencia, en un sistema constitucional de alternabilidad intachable. No fue la “extrema derecha” que dice la ignorancia.
@CarlosRaulHer