Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca, el de Granada, el de la España atribulada y cruz gamada. Un día resolvió poetizarla, escribirla y escenificarla como el mejor de sus hijos.
El poeta, enamorado eterno de su Granada, un 26 de octubre de 1926, leyó de su puño y letra: “Granada ama lo diminuto. Y en general toda Andalucía. El lenguaje del pueblo pone los verbos en diminutivo. Nada tan incitante para la confidencia y el amor. Granada, quieta y fina, ceñida por sus sierras y definitivamente anclada, busca a sí misma sus horizontes, se recrea en sus pequeñas joyas…”.
Granada, diminutivo asustado como un pájaro, que abre secretas cámaras de sentimientos y revela el más definido matiz de la ciudad.
Si alguien quisiera saber de Federico, sólo basta preguntárselo a él: “Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos.
Hoy nadie se atrevería a señalar que Lorca presagiaba su fin, pero de su España algo extraño visualizó, al afirmar: “estos campos, inmensa sinfonía en sangre reseca, sin árboles, sin matices de frescura, sin ningún descanso al cerebro, llenos de oraciones supersticiosas, de hierros quebrados, de pueblos enigmáticos, de hombres mustios, productos penosos de la raza colosal y de sombras augustas y crueles... Por todas partes hay angustia, aridez, pobreza y fuerza... y pasar campos y campos, todos rojos, todos amasados con una sangre que tiene de Abel y Caín...”
El Crimen fue en Granada acusó el poeta Antonio Machado.
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
El crimen fue en Granada, ¡en su Granada!