Al leer sobre atrocidades del pasado, genuinamente sentimos asombro y nos decimos “¡de la que nos salvamos… qué suerte haber nacido en esta época!”. Pero si vivir en la Era de la penicilina y de los analgésicos, quedar extasiados ante paisajes culturales como Les Halles o la Quinta Av. son bendiciones en la feria de la razón y la tecno-ciencia, a cada rato descubrimos que la política está siempre al borde de volver a la era oscura, la irracionalidad, la superstición y el mito.
Ante los mil quinientos fusilados por el Che Guevara en La Cabaña, incluso con su propias manos, o de las desapariciones y muertes por Videla en Argentina, nos tranquilizaba el regazo femenino de la democracia y veíamos aquellos acontecimientos tan remotos como la Inquisición o los pogromos, no podíamos intuir que en cualquier momento se franquea la delgada línea roja (o negra) y vuelve la pesadilla. Y Venezuela lo hizo.
El país latinoamericano con mejores y más extendidos servicios de agua, electricidad, viviendas populares, aeropuertos, medios de comunicación, institutos de educación popular, desarrollo institucional, actividad cultural. De ingreso per cápita, en 1980 varias veces superior al de algunos países europeos, abandonó la política de la razón para retroceder al pasado siniestro del mito y el caudillismo. Las desfasadas y ciegas élites decidieron que vivían en una sentina y había que cambiarlo todo.
El error atribuye lo mítico a las masas, pero comenzó a partir de los años noventa, como siempre precisamente en los más instruidos, que transmutaron los valores para crearlo. La hazaña del Pacto de Puntofijo se convirtió en puntofijismo, no teníamos democracia sino partidocracia. El Congreso, las legislaturas y los concejos municipales eran atajos de vagos, corruptos y analfabetas, que no bastaba un río para lavar su procacidad. La descentralización y la reforma económica, neoliberalismo.
Auto Circe
Izquierda y derecha se dieron la mano para acabar la democracia, para unos burguesa y para otros “quincallera”, y ahora lo hacen para destruir el país en su conjunto y que no quede piedra sobre piedra. El caudillo cambió nombres a diestra y siniestra porque entendió el poder como destrucción de símbolos. Por eso Waraira Repano, la Av. Teherán, Misión Milagro para desacreditar sus odiados médicos, el ALBA, “los blanquitos”, asfixiar los productores con importaciones, regalar petróleo.
Un dislate tras otro convirtieron a Venezuela en tiempo récord en un país de cuarto mundo. Hoy varios grupos de poder parecen coaligados para llevarla a Somalia, y si ya no lo es se debe a que la infraestructura construida en la democracia mantiene la fisonomía de país moderno. Circe amaba apasionadamente a Ulises y transformó sus marineros en cerdos para impedirle que siguiera viaje a Itaca, pero fue terrible vivir y sufrir el espectáculo de verlos aquí transformarse a sí mismos.
Intelectuales y sub intelectuales (sobre los segundos recordemos la abyección de Por estas calles), empresarios, políticos, curas, comunicadores, despertaron el cadáver del hombre fuerte mítico, el caudillo que los hizo postrarse ante él (el documento para recibir a Fidel Castro en 1989 fue una premonición). Sanear ese establo de Augías mal llamado democracia requería pervertir todo, la Constitución, la Ley, la Justicia y cualquier bajeza como hizo la Corte Suprema para crear un Estado paralelo. El mandamás no aceptaba leguleyismos.
Al Congreso, una Asamblea Constituyente “supraconstitucional”, al Poder Judicial, una junta interventora. Y quien criticara era sospechoso de servir a tenebrosos intereses. Mientras en la democracia hasta los grandes líderes, Betancourt, C.A. Pérez, tuvieron legiones, no de críticos sino de detractores, el caudillo trajo el bozal. Hoy el ejército de Blancanieves, la deriva génica después de treinta años, exige silencio ante cada añagaza o trapisonda que comete. Es la herencia oscura.
La ética se castiga
La cultura democrática agoniza y hay que rescatarla porque de ella depende que no evolucione el huevo de la serpiente. Cuando se pone el dedo en la herida, salta la liebre cómplice que acusa fines ocultos, financiamientos contaminados, mala intención o desamor. Como en una novela policial, estamos obligados a participar en el crimen en calidad de observadores. Pero el deber de la razón, como ha sido siempre, es develar las debilidades de su tiempo.
Enfrentar el chantaje contra la libertad de pensamiento, el autoritarismo y la arrogancia, no tolerar pasivamente la soberbia ni la insolencia. Recordar siempre que los medios justifican el fin y que como escribió Kant, de madera torcida no puede salir nada recto. De no ser por la ética en el ejercicio de la libertad no existirían ni la ciencia ni la filosofía, sino solo el error, la estupidez y la desvergüenza.
Como él mismo enseña, la ética no es una realidad sino un objetivo. No es consustancial al Hombre sino entrenamiento y dolorosa autoconstrucción, de los más duros que puede emprender el espíritu. Y mientras más equivocada esté una sociedad, y mayor sea la turbulencia, mayor la obligación de razonar libremente sobre sus errores, por encima de bajas pasiones. Según Kant el imperativo categórico nos exige actuar como si cada una de nuestras decisiones va a ser ley general.
@CarlosRaulHer