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El jardín del desdén

Opinión
Artículos de opinión
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A Venezuela se le llamó “ tierra de gracia" desde 1498, cuando Cristóbal Colón desembarcó en Macuro y la registró como "lo más parecido al Paraíso". Imaginemos, pues, al Jardín de Edén y tendremos una idea de aquella Venezuela, transformada hoy en asqueroso infierno.

Maracay, desde que tengo uso de razón, es conocida como "La Ciudad Jardín" de Venezuela, aunque los trujillanos nos regatean "El Jardín de Venezuela", como llamó Simón Bolívar a San Rafael de Boconó. Hay mucha diferencia entre ciudad y jardín.

Orgullosos pecadores éramos los maracayeros cuando en otra ciudad o país nos alababan al manifestar nuestra procedencia. Pero todo aquello acabó, todo quedó en olvido, y nuestras frondosas escenas de colores con el tiempo se han perdido, parafraseando una vieja canción.

Maracay no es ni su sombra porque los túneles vegetales que la unían con sus pueblos de la Costa y todas las ciudades de Aragua, Carabobo, Distrito Capital, Guárico y Miranda están secos, desérticos, y ya no dan sombra. Los hermosos y productivos cañamelares y cañaverales, a todo lo largo de la autopista regional o de la carretera vieja, desaparecieron de nuestra vista y sus paisajes borrados de la geografía.

Sus icónicas plazas Bolívar, Girardot, San Juan; su Tacita de Plata y la salerosa Maestranza "César Girón" ahora son adefesios de indignantes y degradantes espectáculos que muestran la decadencia de una dirigencia falaz y perversa. Los parques Guevara Rojas, Santos Michelena, El Ejército, Zoológico, Édgar Sanabria, Los Apamates. Avenidas Bolívar, Casanova Godoy, 19 de Abril, Ayacucho, Constitución, El Lago y Mariño Sur, con grama y arbolitos de plástico, dan asco, vergüenza.

Ni hablar de sus complejos recreacionales, culturales y deportivos, que sólo sirven para medrar presupuestos, mantener prosélitos y montar actos de utilería y shows de politiquería.

Maracay es la ciudad del desdén, sin duda alguna, y ya ni los medios de comunicación que quedan se ocupan de la importante contraloría social y supervisión moral que, por tradición y obligación, les corresponde como ojos de la ciudad y voz de sus ciudadanos...