Estamos convencidos de que tantos disparates juntos en boca de personeros oficiales, encabezados por su jefe aparente, además de una prueba de incapacidad para gobernar, a estas alturas totalmente innecesaria, encierra la malévola intención de distraer la atención por parte de quienes realmente mueven la tramoya. En relación a esto último, las opiniones están muy divididas.
Lo indiscutiblemente cierto es que el oficialismo sigue comprando tiempo con el objeto de permanecer en el poder, mientras trata de minimizar los costos de su pérdida, que aunque inevitable, dependiendo de las circunstancias, pudiese ubicarse en un rango que va desde catastrófica hasta “políticamente manejable”.
La inmediatez de la salida de Maduro se ha disipado como posibilidad y ahora, golpes y contragolpes giran alrededor de hasta cuándo será posible que las argucias leguleyas retarden la misma y con cuales consecuencias para el partido en el gobierno. Aguantar el 2016 pareciera ser una victoria para los muy variopinto afectos al gobierno.
La oposición partidista tampoco las tiene todas consigo y los cálculos particulares están coartando la efectividad de sus actividades, que si bien calificamos de hasta ahora acertada en lo legislativo, carece de otras manifestaciones que la proyecten como una alternativa cohesionada alrededor de un proyecto de país, el cual tampoco está siendo discutido más allá de las consignas difusas.
Mientras tanto, el grueso de la gente, de un lado y del otro, si es que todavía se puede hablar de solo dos bandos, se muestra insatisfecha, cansada e indudablemente decepcionada con el clima de polarización que pareciera satisfacer a los llamados a representarnos.
La situación para la mayoría abrumadora de los ciudadanos es insostenible, no hay sueldo que permita afrontar los costos de vida, por insuficiente en monto y por incapaz de comprar lo que no hay. Mientras esta situación empeora aceleradamente, solo oímos descalificaciones, propuestas desvergonzadas y acusaciones recíprocas, notándose la ausencia de una intención de recoger el sentimiento mayoritario de la población en el sentido de encontrar, entre todos, la vía que conduzca a la recuperación del país.
Ante la imposibilidad de que nos pongamos de acuerdo en cuál de los poderes públicos es el más, legítimo, mientras sigamos sosteniendo que “los míos” son los buenos y que “a los otros” hay que borrarlos del mapa, no habrá solución pacífica que pueda llegar a instaurarse.
Llegó el momento de darle “un palo democrático a la lámpara”. Convoquemos por consenso ciudadano una constituyente originaria y permitamos que la opinión de todos, medida en términos que realmente permita la representación real de la gama de matices del pensamiento presente en nuestra sociedad, revise el contrato social que mal nos rige, enderece los entuertos, introduzca las modificaciones que se han demostrado necesarias, preserve los avances logrados y sobre todo, nos permita comenzar la reconstrucción nacional indispensable.
La constituyente incluye todo (revocatorio de todos los poderes, enmiendas, reformas y demás hierbas constitucionales) y por encima de cualquier otra cosa, nos evita llegar a la confrontación fratricida. Será la oportunidad del reencuentro en torno a la discusión civilizada que impida la polarización disociadora, y a diferencia de las anteriores, lejos de pretender mantener el control de los poderes, permitirá que los mismos nunca puedan volver a ser entregados de manera irrestricta.
9 de abril de 2016
(Opinión personal del autor que expresamente declara hacerla sin comprometer a nadie más).