Tenemos un gobierno que no tiene mucho que ofrecer, cuya única idea es gobernar para seguir gobernando, haciéndose para ello, de una institucionalidad diseñada a la medida, vale decir, sin rayas amarillas o semáforos que lo limiten. Y que depositó el Socialismo del Siglo XXI en la caja donde reposan las cosas viejas, refugiándose en la épica revolucionaria, contaminando el lenguaje a fin de que las palabras signifiquen su contrario. Entre tanto, la realidad deja ver en ciertos ejemplos, como se dolariza la economía, se explota - a lo capitalista salvaje - el Arco Minero y emergen los denominados bodegones, exclusivos comercios en donde se vende una gran variedad de productos importados, asequibles sólo para una minoría, pues si bien los bolívares tienen cada vez más ceros, valen cada vez menos.
En el marco de lo anterior, hay un Estado casi ficticio, inerme frente a todos los serios problemas que encara el país, pero que refuerza su autoritarismo mediante la vigilancia, la censura, el asistencialismo y la manipulación política, medios que, en opinión del filósofo Avishai (autor del libro La Sociedad Decente), traen consigo la humillación de las personas y lesionan el respeto que los ciudadanos se tienen así mismos.
Por otro lado, y a pesar de ciertas iniciativas muy importantes provenientes de algunos sectores, la oposición sigue sin puntería, ocupa gran parte de su tiempo en discrepar internamente, se fracciona y, sobre todo, carece de un mensaje capaz de interpretar la angustia de una población, cuya preocupación central es cómo enfrentar el día a día.
La gente no tiene quien le escriba
La difícil situación del país tiene un origen político, escrito en lenguaje de polarización, estructurado en torno a la negación del otro, lo que significa el olvido de la Política, entendida, según lo ha expresado Perogrullo en alguno de sus libros, como la forma de llegar a los consensos básicos y de zanjar pacíficamente los conflictos, aun manteniendo las diferencias. No existe, añade el mencionado autor, otro medio para hacer posible la convivencia y darle otro cauce al país, buscando hacerlo más próspero, más predecible, más seguro, más inclusivo, más estable, en suma, más democrático. Tampoco hay otra vía para plantarle cara a un nuevo ciclo histórico, marcado por la avalancha de cambios tecnológicos que discurren a lo largo del planeta, envueltos en oportunidades, desafíos e incertidumbres que nos conciernen a todos.
Más allá del discurso oficial y de la retórica que lo teje, es constante el deterioro del país, registrado en cifras que espeluznan y se agravan a ojos vista, dibujando un escenario inaguantable para todos, con ribetes dramáticos para los grupos más pobres, esto es la mayoría de la población, cuya cotidianidad ocurre en clave sobrevivencia, dicho sea esto sin pizca de exageración. Veamos: falta de comida y medicinas, inflación, pésimos servicios públicos, precariedad del aparato productivo, corrupción, deterioro del sistema educativo en todos los niveles, (desde el kínder hasta la universidad), violencia en varios formatos y paremos de contar, síntomas, todos, de una crisis general que rotula la pequeña historia de cada quien.
Pareciera, entonces, que en la agenda del liderazgo apenas figura la disputa por el poder. No son muchos (hay excepciones, desde luego), los que se empinan sobre sus talones a fin de calibrar el trance por el que pasa este país convulsionado, metáfora de un callejón sin salida, y si no que lo digan los más jóvenes.
En fin, como podría haber dicho el coronel Buendía, el venezolano de a pie no tiene quien le escriba.
El Nacional, jueves 31 de marzo de 2021