Los sectores agroalimentarios importadores en Venezuela han desempeñado un rol clave en la producción de alimentos. Plantear que la opción fundamental para enfrentar la crisis alimentaria en curso es incentivar la producción agrícola nacional, es desconocer el rol que dichos sectores desempeñan. Adicionalmente puede tener impactos negativos, en especial en el acceso de los consumidores de más bajos ingresos a los alimentos.
La dependencia alimentaria es un fenómeno de vieja data en la economía venezolana; sin embargo a partir del boom petrolero de la década de 1970 toma nuevos bríos, lo cual se reflejó en el brusco incremento del componente importado del consumo. En ese momento los sectores agroalimentarios más integrados al exterior proveyeron 60% de las calorías consumidas según estimaciones de especialistas de la Fundación Polar. A partir de inicios de la década de 1980 los precios e ingresos provenientes del petróleo comenzaron una carrera descendente lo cual generó un estrés sobre los sectores importadores que disminuyó su importancia y los obligó a adecuarse a la nueva situación, sin embargo siguieron desempeñando un rol relevante en el consumo de cereales, grasas y aceites y carnes.
Dada la importancia de los sectores agroalimentarios importadores en el consumo, los diversos gobiernos que transcurrieron entre la década de 1970 y 1998 mantuvieron la política de concederles dólares preferenciales a fin de aminorar las presiones inflacionarias. Ello generó una estrecha relación entre el acceso de los consumidores a los alimentos y el componente importado del consumo, lo cual se ha evidenciado en análisis cuantitativos elaborados por investigadores especializados en el área agroalimentaria.
Entre el año 2004 y el año 2010 atravesamos por un nuevo boom petrolero que permitió la concesión de dólares preferenciales en abundancia a los sectores importadores. Adicionalmente el gobierno contó con los recursos necesarios para implementar una política social y alimentaria, con fines político electorales, orientada a incrementar el poder de compra de los consumidores de más bajo ingreso.
Los programas alimentarios de subsidio al consumo como Mercal se aprovisionaron fundamentalmente de alimentos importados o con un elevado componente externo. El sesgo de Mercal hacia las importaciones ocasionó que grupos de alimentos con un bajo componente externo (en el periodo previo a la existencia de Mercal), como el azúcar y la carne vacuna, aumentaron este de manera sustancial. Las importaciones de carne, que eran insignificantes en el periodo previo a la existencia de Mercal, llegaron a representar 50% del consumo.
Los sectores importadores vivieron un periodo estelar; así fue el caso de la industria avícola la cual tuvo una dinámica de crecimiento entre las más destacadas de América Latina según representantes de la industria. La dependencia alimentaria tomó nuevos bríos como ocurrió en la década de 1970; ello se reflejó en el comportamiento de las importaciones agroalimentarias las cuales ascendieron de 1469 millones de dólares en el año 2003 a 8122 millones en el año 2012, aumentando más de cinco veces su valor.
En el año 2004 especialistas del CIAAL de la Universidad de los Andes elaboraron una lista de los diez alimentos que más contribuyeron como aportadores de calorías y proteínas a la dieta del venezolano, clasificándolos por la importancia de su aporte. El mayor aportador de proteínas fue la carne de pollo. De los cinco principales aportadores de proteínas tres eran generados por sectores fuertemente imbricados con el aprovisionamiento externo: carne de pollo, harina de trigo para pan y pastelería y harina de trigo para pastas. En otras palabras el suministro de proteínas descansa fundamentalmente en los sectores importadores. De los aportadores de calorías cinco eran producidos por sectores importadores: aceite, harina de trigo para pan y pastelería, carne de pollo, margarina, harina de trigo para pastas.
En la coyuntura actual la situación de escasez y carestía de los alimentos que se perfilaba en años previos se ha agravado. Ya en el año 2014 con un precio de la cesta petrolera venezolana que rondaba los 90 dólares el índice de escasez se remontó a 35% y la inflación ascendió a 68%. En ese momento era evidente que la escasez y la inflación no se debían a la caída de los precios petroleros sino a la política gubernamental. En el periodo posterior la situación se ha agravado debido al colapso de los precios del petróleo, pero la política gubernamental sigue pesando como el factor fundamental detrás de ambos fenómenos. El grave déficit de divisas que enfrentamos se une a la política gubernamental para generar un fuerte estrés sobre la actividad productiva en general y sobre los sectores importadores en particular.
Desde hace tiempo las políticas de los diversos gobiernos venezolanos, en relación a los sectores agroalimentarios importadores, han sido pragmáticas reconociendo el rol de estos sectores como elemento claves en la producción de alimentos e implementando medidas para aliviar el estrés que sufren en los periodos de escasez de divisas. Sin embargo como en oportunidades anteriores estos deben adecuarse a la coyuntura, pues algunos de ellos pueden haberse sobredimensionado debido a la abundancia de dólares preferenciales en el pasado reciente.
Plantear que la principal alternativa frente a la crisis alimentaria que enfrentamos es impulsar la producción agrícola nacional no parece ser una decisión conveniente. Dejando de lado que la respuesta de la agricultura a los incentivos es normalmente lenta, es necesario considerar la poca eficacia de esta opción dada la precaria vinculación de la agricultura venezolana con la amplia gama de alimentos que se soporta sobre los sectores importadores. Además, dicha decisión sería socialmente regresiva debido a que los gremios agrícolas suelen plantear como único mecanismo de estimulo a la producción agrícola incrementos exorbitantes de precios; que ineluctablemente tenderán a agudizar las presiones inflacionarias y el empobrecimiento de la población.