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La desesperación

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La desesperación es un estado de ánimo en el que se pierde la esperanza y se siente una alteración extrema, generalmente causadas por la cólera, una situación extremadamente desagradable nunca deseada o enojo. En medio de la desesperación solemos perder la capacidad de actuar voluntaria y libremente, porque estamos limitados por fuerzas que operan en nuestro desenvolvimiento, es decir, carecemos de la capacidad de dirigir nuestros actos. Es exasperación por la obnubilación de que somos sujetos, que nos conduce a la pérdida del razonamiento. En la teología católica se llama desesperación al vicio directamente contrario a la virtud teologal de la esperanza y por ello desechamos los medios que Dios Padre Eterno coloca a nuestra disposición.

Desesperarse significa que hemos colocado exclusivamente nuestra mirada en el mundo material donde estamos y elegimos no estar cerca de Dios, quien nos advirtió: “no temáis a los que matan el cuerpo, porque jamás podrán matar el alma”.

Así pues, en medio de un estado de desesperación es bueno no tomar decisiones porque con seguridad no serán las más adecuadas y convenientes. Se entiende perfectamente que cuando se vive en crisis la desesperación nos puede invadir y ello debemos evitarlo porque nos quedaríamos agotados sin futuro y sin destino cierto.

Cuando una persona padece un intenso dolor, todo lo que le recomiendan hacer lo hace sin analizar el remedio. La intensidad del dolor nos aparta del estudio de lo ofrecido como solución y cuando ocurre así nos percatamos tardíamente que el remedio es peor que la enfermedad.

Cuando se trata de tomar decisiones que afectan al conjunto se debe hacer con la cabeza bien fría, el examen adecuado y la más alta inteligencia, lejos de fuerzas extrañas que nos apartan de la realidad y el discernimiento. No se trata solamente de superar lo que nos causa el mal, también se debe tomar muy en cuenta con quién y con qué se va a superar.

En política hemos tomado muchas decisiones de las que nos arrepentimos, por no analizar debidamente a quien le entregamos el poder y “después de ojo afuera no vale Santa Lucía”. Mientras más duras y difíciles sean las circunstancias, más tranquilidad, sensatez y análisis se requiere. Si tomamos decisiones después de un buen examen debemos esperar que las cosas salgan bien, sino lo hacemos así esperaremos sorpresas generalmente desagradables. Creo de esas cosas sabemos algo, mejor escrito, bastante.