La voluntad conjuga razón y pasión, hace a los hombres cambiar sus vidas, y dominar la naturaleza para ponerla a su servicio, según Schopenhauer. La voluntad hizo que el homo sapiens saliera de las cuevas a posesionarse del planeta, viva hoy en rascacielos y lance misiones a Marte. Pero la política es la emperatriz de la voluntad, la negación de los determinismos que nos conciben papagayos de fuerzas ciegas sobre las que no tenemos incidencia.
En la Edad Media éramos esclavos del designio divino, y en la modernidad el nuevo amo son las leyes de la naturaleza. En desmedro de los determinismos, podemos volar derrotando la gravedad y alguien caminó por un cable entre las fenecidas torres del World Trade Center. Las condiciones son meros obstáculos a dominar para existir. Hace años, la esposa de un amigo dio a luz un niño que al nacer enfermó gravemente.
Lo acompañaba en la clínica y ante mis insustanciales palabras de aliento, muy triste me dijo “hermano: él da la batalla contra la primera prueba que le pone el mundo. Yo lo espero”. La enorme influencia del marxismo en la cultura (de cada diez términos políticos, siete provienen de él) nos grabó la ficción de Marx de que somos “reflejo” de las condiciones materiales, especialmente económicas, las relaciones sociales de producción.
Esa es una puerilidad mecanicista de la era del positivismo que impide comprender la condición humana. Funda una nueva teleología. El destino está escrito y el socialismo y el comunismo son etapas necesarias, naturales, inevitables, el final da la evolución social, por lo que Popper se pregunta con candidez “¿será necesario hacer partidos políticos para que llegue la primavera?”. La voluntad no es voluntarismo, repetir acciones vacías como una máquina dañada, según a veces se entiende.
Lo imposible es lo necesario
Si queremos algo, la voluntad nos hace buscarlo con pasión y razón, decisión e inteligencia, y lo obtendremos conforme nuestra capacidad de entender lo real, y por sobre los que se nos oponen. Que los rusos juegan no es un chiste, sino verdad esencial en un mundo contradictorio. Napoleón destruido y prisionero, se fugó de la isla de Elba, invadió Francia con treinta soldados, y en tres meses estaba de nuevo al mando (nunca pidió condiciones).
Colón tampoco las exigió para asaltar el Mar de las Tinieblas, sino con inmenso coraje, sabiduría de cartógrafo y navegante, se lanza a una empresa “suicida”. Leónidas, con trescientos hombres, bloqueó la estrecha garganta de las Termópilas y el paso a tres cientos mil persas, para dar tiempo a que los griegos se reorganizaron y detuvieran la invasión.
Lenin era un cadáver político en abril de 1917 (“pobre Lenin. Iré a visitarlo” dijo el presidente Kerensky), seis meses después, era el nuevo zar de Rusia. Perón estaba preso el 17 de octubre y el 18 era el jefe virtual de Argentina, gracias a que Evita no se consoló con lamentarse, e hizo lo necesario para lo imposible: que las masas lo liberaran.
Muchos tratadistas subestiman que en la política la esencia es la acción y no las condiciones. Describen los fenómenos como si estos ocurren, sin ver que lo fundamental es que ocurren porque los protagonistas los hacen. Vivimos en sociedades estables, funcionales, pacíficas y eso lo damos por normal, igual que al despertar no preguntamos si el piso estará ahí.
Los que gobiernan
La política mantiene (o destruye) la cohesión social, porque contrarresta (o estimula) las fuerzas entrópicas, desorganizadoras, consustanciales a los sistemas. Las ciudades tienden a producir basura, y gobernarlas significa contrarrestar esa tendencia. Las sociedades no se desestabilizan, sino que las desestabilizan los actores. Gran parte de la sociedad no entiende, no se da cuenta o desconoce esa función de la política.
Por eso es imperativo categórico kantiano: si el gobierno es caos, que la oposición sea el orden. Aparecen antipolíticos, que irrumpen desde otros oficios, y hacen política denigrando de la política. Son antisistema, rompen el consenso básico de las instituciones y la cohesión social. Encarnan fracciones de las clases medias ilustradas, poseedoras de la razón técnica, los conocimientos profesionales, y desprecian ese oficio porque no se aprende en academias.
Muchos premios nobel viven en EEUU, pero su presidente fue un gañán adorado por media ciudadanía. El neurocirujano tiene en su bisturí una vida, pero quien gobierna hace o evita la guerra. Un brillante biólogo Ph. D. subestimó la política en un debate con un ejemplo nacional corriente. Alguien le respondió que la academia es invalorable capital social, pero que los presidentes, malos o buenos, de todos los físicos, biólogos, neurocirujanos y demás, se hacían en la política.
Platón en su madurez abandonó la utopía del gobernante sabio que él mismo había creado, por el gobierno de las leyes. Quien dirige debe saber específicamente de política, o sea conducir, conciliar, trazar estrategias y metas viables, y rodearse de quienes complementen su normal falta de sapiencia en diversas ramas. Dirigir no es saberlo todo, ser un erudito, sino contrarrestar la entropía del sistema. Los antipolíticos suelen ser más bien saltapericos que queman al público.
@CarlosRaúlHer