La siembra del petróleo, una idea concebida por los pensadores positivistas del gomecismo Alberto Adriani y Arturo Uslar Pietri, tiene implicaciones más complejas de las que estos previeron. Estudios macroeconómicos realizados de la década de 1970 en adelante concluyeron que la siembra del petróleo lleva ineluctablemente a incrementar la propensión a la importación de la economía, imprimiendo mayor competitividad a los sectores importadores. Uno de los casos donde esta dinámica se revela con mayor transparencia, es en la producción de carnes venezolana donde la dinámica petrolera ha impulsado el crecimiento de la industria avícola; una industria de naturaleza global cuyo soporte tecnológico y el aprovisionamiento de materias primas se ubican en el exterior del país.
Es a partir del boom de los ingresos petroleros de la década de 1970 que se comienzan a desatar los demonios de la siembra del petróleo. La propensión a la importación de la economía como un todo se potencia. En este contexto se instauró una tendencia ininterrumpida, en el sector agroalimentario venezolano, al abaratamiento relativo de la carne de pollo en relación a la carne de vacuno. A partir esta década se observó una sostenida declinación en la competitividad de la carne vacuna y un salto en la competitividad de los derivados avícolas que se reflejó en la progresiva disminución del precio de la carne de pollo en relación a la carne vacuna. En ello influyó la política de los diversos gobiernos de otorgarle dólares preferenciales a la industria avícola, pero también pesó la permanente innovación tecnológica de la industria centrada en la obtención de razas de animales que mejoró la eficiencia de transformación de alimentos en carne. No está demás destacar que este proceso de innovación tecnológica se llevó a cabo en su mayoría en el exterior y no contó con la participación de las universidades nacionales ni las instituciones públicas de investigación.
En su proceso de expansión la industria avícola ha jugado un rol socialmente progresivo en la medida que ha posibilitado el acceso de la población venezolana a proteínas más baratas que las elaboradas a partir de la producción de carne vacuna. El proceso de sustitución de carnes caras como el vacuno, por carnes más baratas como el pollo se tradujo en una progresiva hegemonía de la carne de pollo en el patrón de consumo. Como resultado de este proceso al inicio del gobierno bolivariano el peso de la carne de pollo en el consumo total de carnes alcanzó el 56,2%, mientras que la carne vacuna representó el 33,1% según cifras oficiales.
El mejoramiento del acceso de los consumidores venezolanos a proteínas baratas se hizo a costa de erosionar la soberanía alimentaria del país y la utilización de los recursos internos que descansan en la producción vacuna. En consecuencia la siembra del petróleo en lugar de alentar una mayor utilización de los recursos internos como previeron los positivistas, tiende a aumentar su subutilización. Los esfuerzos realizados por las universidades nacionales e instituciones públicas para mejorar productividad de la ganadería no lograron influir en este proceso.
A partir del año 2004 se inicia una nueva etapa en la siembra del petróleo con el boom de los ingresos extraordinarios que se dio a partir de ese momento. El cabildeo de sectores empresariales ligados a la industria y el peso de los derivados avícolas en el consumo presionó por una política favorable a la misma; la cual se ha beneficiado de la elevada disponibilidad de divisas generada y de la elevada propensión a la importación de la economía que ello ha provocado. También ha contribuido la política alimentaría del gobierno bolivariano orientada a mejorar el acceso alimentario de los consumidores más pobres; recurriendo a las importaciones y al otorgamiento de dólares preferenciales para la importación de insumos y materias primas. La industria vivió un periodo estelar que cimentó su importancia en el consumo de carnes. Estimaciones de especialistas en el área agroalimentaria ubican a la carne de pollo como el principal suministrador de proteínas para el año 2004. Este crecimiento se potenció hasta alcanzar en el año 2012 más del 60% del consumo de carnes.
Adicionalmente a ello las importaciones de otras carnes como la vacuna se incrementaron hasta alcanzar 50% del consumo de este tipo de carne. Si sumamos el peso de la carne de pollo a las importaciones de carne vacuna encontramos que 75% de las carmes consumidas fueron importadas o tuvieron un elevado componente externo. Las importaciones de carne vacuna impusieron trabas a la colocación de la producción nacional en sus mercados naturales. Sumado a ello las acciones discrecionales de los burócratas del régimen bolivariano en contra de la propiedad agraria y el auge de la inseguridad personal, sumieron a la ganadería en un estado de postración.
Del año 2012 en adelante la economía venezolana entra en una nueva etapa signada por la escasez de divisas causadas por la corrupción, generada por el control cambiario, que asumió cifras descomunales. Esta escasez se agudiza posteriormente por la caída de los precios del petróleo. La caída en la disponibilidad de divisas ha disminuido sensiblemente las importaciones de materias primas para la elaboración de alimentos concentrados, lo cual ha afectado la producción de carne de pollo tanto en las fincas independientes como en las integradas a la industria donde se han observado actos de canibalismo. La inflación impulsa el precio de las carnes disminuyendo su consumo, afectando en mayor medida a los sectores de menores ingresos. Al final se evidencia que el último intento de sembrar el petróleo desató, en una dimensión mayor, los viejos demonios que llevaron a la economía a un caos.
Un balance de las implicaciones de la siembra del petrolero revela que a lo largo de las últimas décadas logró mejorar el acceso de los consumidores de bajos ingresos a proteínas baratas, tendencia esta que se prolongó hasta el año 2012. Sin embargo en los últimos años se hace evidente que el último intento de sembrar el petróleo terminó en un caos dominado por la escasez y la inflación, lo que ha revertido los avances logrados en la mejora del acceso alimentario de los sectores de más bajo ingreso. Al final el consumo de carnes queda anclado a una industria con bases frágiles, que se evidencia en la presente coyuntura cuando carecemos de las divisas necesarias para viabilizar su inserción externa. Por otro lado ha tendido a erosionar el uso de los recursos internos debido a que la actividad que hace uso de los mismos, la ganadería vacuna, languidece como una actividad residual precariamente integrada al consumo.