¿Las mujeres pueden vestirse con preciosismo, perfumarse, pintarse, o esos son hábitos de la dominación heteropatriarcal? Suena descabellado en la posmodernidad, el reino de las estéticas paralelas, en las que cada quien es libre de vestirse y desvestirse conforme le salga del timo, pero lo planteó James Cameron al embestir a La mujer maravilla de Patty Jenkins, encarnada por la mega-ultra diva, Gal Gadot. Y decreta que es “un paso atrás” con respecto a Sarah Connors, madre de John el héroe de la saga Terminator. Dice que “Sarah no fue un ícono de belleza. Era fuerte, angustiada, una madre terrible… y se ganó el respeto por tener agallas… toda esta felicitación de Hollywood con la Mujer maravilla –decreta- es equivocada. Ella es un objeto sexual”. Gadot, en la vida real es instructora de combate del ejército de su país, Sarah Connors “de ha de veras”.
El planteamiento está claro: no ser terrible ni estar angustiado y ser bello, está mal visto (“a poco Ud. abusa de ser tan bonita cuando yo soy tan feo” dijo Cantinflas), pero otros acusaron a Terminator de “violencia fascista”. Nadie es perfecto ¿Las mujeres deberían andar como Sarah, como Gal, o como les dé gana? Cameron debe saber que sus actrices se calzan en la mañana un jean roto y por la noche un diseño de Yves Saint Laurent o No. Ghesquiere, y el ataque se debe más bien a que Wonder woman ese año desplazó a Titanic y Terminator del top histórico de taquilla. Spielberg hizo exactamente lo mismo en su momento contra Cameron, cuando Titanic se comió al Tiburón. ¿Tiene algo de malo ser objeto de deseo en una sociedad polimorfamente sexualizada desde Michellangelo, después que luchó más de mil años de medioevo para volver a ser como los romanos y los griegos?
Las ideologías revolucionarias, desde comienzos del siglo XX hasta los hippies y el transhumanismo, el superhumanismo y el “género”, rechazan la libertad de la sociedad democrática y aspiran imponer “una nueva civilización” totalitaria surgida de un grupo de pacientes clínicos no extranjeros, como piensa Macrón, sino muy consumidores de Camenbert y Reblochon. Demoniza la belleza y las “mujeres objeto” del molde kapitalista, enajenadas de su esencia y convertidas en cosas, instrumentos de dominación por diabólicas marcas Chanel, Revlon, Ange ou Demon, La vie est belle, Lanvin, Cartier, Crytal Noir, Armani. Durante los noventa, un filósofo polaco francés, Gilles Lipovetsky, escribió El imperio de lo efímero para bienvalorar todas esas pequeñas y efímeras satisfacciones, que endulzan la pequeña y efímera vida humana.
El sexo-amor es una de las pulsiones instintivas más poderosas y la literatura y el arte son sus archivos. Pero Judit Butler define las relaciones hetero “la última forma de opresión” y se deduce que todas las que el marxismo encasquetaba a la democracia, terminaron (dicho por una revolucionaria, el propio éxito kapitalista). Y ante el documento de 150 intelectuales contra los desvaríos de Me too, develó su verdadero crimen: “es un documento liberal, no de izquierda”. He ahí la clave del metooísmo. El epítome de esa cruel tiranía del Eros es la humillante penetración en la que se conjugan el patriarcalismo, el kapitalismo, la dominación, para deshumanizar a la mujer, pero Butler reconoce decepcionada que las humanas masivamente la desean y no parecen dispuestas a cambiar. El enamoramiento es una alienación, los participantes pierden la racionalidad y entran en una fase de cretinismo biunívoco.
Y tiene razón: ¿qué es esa cochinada de pasarse tragos de vino y caramelos de boca a boca sino acciones propias de chimpancés? ¿Cómo se le ocurre a alguien la falta de seriedad de agarrar discretamente las nalgas de otro con cruce de risitas? ¿Un revolucionario cabal y circunspecto lo haría? ¿Se imagina Ud. a Stalin y Beria en eso? (aunque Mao debía ser el santo patrón posmoderno, por su hobby de dormir con niños de ambos sexos desnudos) Lo “políticamente correcto” hace el ridículo, como en la Alemania del siglo XVII cuando la gente “distinguida” traducía su nombre al latín. También farsesco, hipócrita, tartufo. En los noventa, cuando despuntaba la corrección, fue un éxito aquella película Acoso sexual en la que Michael Douglas, con una respetable barriguita de señor, es objeto de la inexplicable concupiscencia de su jefa y ex novia la sideral Demi Moore.
Rechazó muy digno el asedio de actos repulsivos, invitaciones a tomar bordeaux en su cómoda oficina ya idos los empleados o detestables y abusivos cruces de pierna frente a él. Quería triunfar por sus méritos y no por palanca. En estos años los organismos multilaterales inician la apoteosis cursilógena y de erosión del lenguaje que podría llevarnos a cancelar o cambiar los títulos a obras que se llamarían en adelante así: Blancanieves y las siete personas con discapacidad de estatura. También Individuo con discapacidad distorsionante cervical de Nuestra señora de París. En vez de Cantar de ciegos, Cantar de personas con discapacidad visual absoluta. Y La cantante afectada de alopecia. Nos obligarán por ley a hablar todes como cretinos. Esperemos.
@CarlosRaulHer