En el oficio de escribir guiones para la televisión usamos la expresión “ñaca ñaca” para referirnos a los personajes de maldad caricaturesca. Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y la cúpula chavista se han esforzado por reclamar esa vileza al criminalizar hasta la solidaridad en Venezuela.
La expresión tiene, popularmente, significados distintos en diferentes países. Me apresuro a aclarar que me refiero a una modalidad que tiene que ver más con el oficio que con la geografía. En el mundo de la escritura para televisión en el cual me muevo, muchos guionistas usamos estos dos sonidos para designar a un tipo de vileza caricaturesca. Nos referimos a un “villano ñaca ñaca” para hablar de un personaje típico de la telenovela más clásica: el malo malísimo, el perverso a dedicación exclusiva; el villano que despierta todas las mañanas soñando y planeando qué crueldad puede hacerle a los demás. Para eso vive.
Los líderes de la autoproclamada Revolución bolivariana a veces se empeñan demasiado en parecer unos villanos de ese estilo. Se muestran presumidos y altaneros. Les gusta exhibirse, les parece magnífico aparecer en público irrespetando las formas y demostrando su poder. Todos los miércoles en la noche, Diosdado Cabello, figura capital de la cúpula chavista, tiene un programa en la televisión del Estado. Su símbolo es un mazo cavernícola. Su espectáculo, en general, consiste en burlarse, acusar e intimidar a cualquiera que el propio Cabello señale como enemigo de la patria. Es un esquema simple pero eficaz: un animador cínico y burlón, un público diseñado para aplaudir cuando tiene que aplaudir, un mensaje permanente, dicho siempre con una sonrisita de medio lado: cuidado conmigo, tenga miedo, yo soy un malo ñaca ñaca.
Todo esto no pasaría de ser un performance peculiar si no tuviera consecuencias. La violencia que, desde el Estado, ejerce el chavismo sobre la ciudadanía no solo es impune sino descarada, grosera. Por eso cada vez contrasta más con la lentitud, la prudencia y a veces hasta el silencio de algunos organismos multilaterales. ¿Acaso no es necesario tratar de reaccionar de otras maneras ante un poder que —tras perseguir a la oposición política, a los medios de comunicación y a la sociedad civil— ahora acosa a las organizaciones humanitarias?
El pasado 12 de enero, la Dirección General de Contrainteligencia Militar allanó, sin una orden judicial, la sede de la organización Azul Positivo en la ciudad de Maracaibo. Se llevaron detenidos a cinco de sus miembros, presentándolos primero ante un tribunal militar y acusándolos de legitimación de capitales y asociación para delinquir. Azul Positivo es una organización que se dedica a la atención y el apoyo a comunidades vulnerables en el estado Zulia, incluyendo a gente que vive en situación de inseguridad alimentaria o personas con VIH. Pero el régimen y sus voceros piensan, más bien, que nada de esto es cierto, que la acción humanitaria solo esconde la intención de dar un golpe de Estado.
No es una novedad. El año pasado, en plena pandemia y en el contexto de la alarmante crisis venezolana, el gobierno congeló las cuentas de organizaciones similares como Alimenta la Solidaridad y Caracas Mi Convive, también allanó la sede de la asociación civil Convite. Pero en este comienzo de 2021 el chavismo avanza con renovada saña en contra de los espacios de poder y de organización de la ciudadanía. En su programa, Cabello amenazó a Rafael Uzcátegui y a Marino Alvarado, miembros de PROVEA, una organización no gubernamental de defensa de los derechos humanos en el país, tildando además al segundo de “colombiano”, como si esto fuera un insulto. En la misma tónica, mencionó a Carolina Jiménez, directora de investigación de Amnistía Internacional para la región. Todo forma parte de un afinado plan para —ahora desde la Asamblea Nacional, que domina el chavismo después de las elecciones legislativas del año pasado, ampliamente consideradas fraudulentas— implementar un estatuto legal que impida el financiamiento exterior de las organizaciones civiles.
El chavismo también comenzó este año arremetiendo con mayor furia contra los medios de comunicación independientes. Siempre con el mismo estilo y sin ningún recato. En lo que va de año, ha atentado de distintas maneras en contra de diferentes espacios: el canal VPItv, las plataformas de los periódicos Panorama y Tal Cual, los medios digitales El Pitazo, Caraota Digital, Efecto Cocuyo… Esta semana, en las redes sociales de la Fuerza Armada aparecieron mensajes que criminalizan a Efecto Cocuyo, a la Red Fe y Alegría y al Sindicato de Trabajadores de la Prensa, acusándolos de ser instrumentos de intereses extranjeros en la guerra en contra de Venezuela. Como los villanos de las telenovelas: no descansan. Esa es su formar de asumir y de ejercer el poder. Viven para destruir.
Por eso no sorprenden las primeras decisiones del chavismo tras la ocupación ilegítima de la Asamblea Nacional (AN): exigir juicio y detención de los diputados anteriores, despedir a todos los empleados, proponer una sesión para discutir el costo de la renta que supuestamente paga el líder opositor Leopoldo López en Madrid… Esto es lo que les preocupa e interesa a los nuevos supuestos “representantes” del pueblo, mientras el país que dirigen sin contrapesos tiene 3713 por ciento de inflación. Muy pocos días han hecho falta para confirmar que la AN solo responde a los intereses de la casta, solo es una herramienta del régimen.
Nicolás Maduro, esta semana, le ha pedido a Joe Biden dejar atrás la “demonización” del chavismo y “pasar la página”. Pero el chavismo debería entender que esa puesta en escena no funciona, que nadie les cree, que no se puede ser al mismo tiempo un villano ñaca ñaca y un emotivo pacifista. Mientras Maduro denunciaba la “crueldad de Trump”, los cinco miembros de la organización humanitaria Azul Positivo, detenidos en una sede de la Dirección General de Contrainteligencia Militar, comenzaban a presentar síntomas de contagio del coronavirus.
24 de enero 2021
NY Times
https://www.nytimes.com/es/2021/01/24/espanol/opinion/venezuela-ong.html