La victoria electoral de Donald Trump y su Partido Republicano fue un revés para un Partido Demócrata que se ha posicionado como protector de un despreciado statu quo, lo que lo ha hecho incapaz de conectar con un electorado desesperado por el cambio. Derrotar a Trump en el futuro requerirá que los liberales, los progresistas y otros miembros de la izquierda articulen una visión positiva que pueda captar la imaginación de una amplia mayoría de estadounidenses.
Pero ¿dónde pueden encontrar la inspiración para esa visión?
La respuesta está en la obra del destacado filósofo político del siglo XX John Rawls.
En su tratado Teoría de la justicia, publicado en 1971, Rawls expuso una visión humana e igualitaria de la sociedad liberal, una alternativa tanto a la mezcla tóxica de economía neoliberal y política identitaria que ha dominado el pensamiento demócrata en las últimas décadas como al antiliberalismo pesimista que prevalece entre algunos sectores más radicales de la izquierda. En este momento de crisis para el liberalismo, ofrece un recurso incomparable, y hasta ahora en gran medida desaprovechado, para dar forma a una política progresista de amplia base y genuinamente transformadora, no solo para los demócratas, sino también para los partidos de centro-izquierda a escala internacional.
La filosofía de Rawls, quien murió en 2002, no se basa en el interés propio y la competencia, sino en la reciprocidad y la cooperación. Su idea más famosa es un experimento mental: si quieres concebir una sociedad justa, ponte un “velo de ignorancia”. Es decir, plantéate cómo organizarla si no conocieras tu posición: tu raza, religión o situación económica.
Es una idea intuitiva, similar al clásico escenario de cómo podrías cortar un pastel de forma más justa si no supieras qué trozo te tocaría al final. La idea resuena ampliamente, ya que es, en efecto, una versión política de la regla de oro —“Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”— que, de alguna forma, se encuentra en todas las tradiciones culturales y religiosas.
Rawls sostenía que deberíamos elegir dos principios rectores para diseñar las instituciones políticas y económicas fundamentales de la sociedad, su “estructura básica”. En primer lugar, todos los ciudadanos deben ser libres de vivir de acuerdo con sus propias creencias y de participar en política como auténticos iguales. En segundo lugar, debemos organizar nuestra economía para lograr la igualdad de oportunidades y una prosperidad ampliamente compartida, solo tolerando las desigualdades cuando mejoren las perspectivas de vida de los menos favorecidos.
Tan elevados principios pueden parecer alejados de la realidad y, dado su alto nivel de abstracción, no es de extrañar que liberales, conservadores y socialistas hayan citado en ocasiones a Rawls o incluso lo hayan reclamado como uno de los suyos. Aunque no es inmediatamente obvio cómo poner en práctica sus ideas, esto está empezando a cambiar, ya que un número creciente de economistas progresistas, entre ellos Joseph Stiglitz y Thomas Piketty, buscan inspiración en este autor.
Aunque Rawls era un idealista, también era un realista, y sostenía que una sociedad organizada según sus principios no solo sería justa, sino también estable. Su libro de 1971 contiene una advertencia notablemente clarividente de que una sociedad profundamente desigual como la actual en Estados Unidos, en la que el éxito económico se equipara a la valía individual, conduciría a una política del resentimiento que podría amenazar la supervivencia de la propia democracia liberal. La solución no es simplemente una mayor igualdad material, sino garantizar la dignidad y el respeto por sí mismos de los menos favorecidos.
Esta visión ha eludido no solo a los demócratas, sino también a los principales partidos progresistas de todo el mundo desarrollado: el Partido Laborista británico, el Partido Socialista francés, los socialdemócratas alemanes, el Partido Laborista australiano. Estos partidos se acomodaron en gran medida al auge del neoliberalismo y su filosofía de individualismo y mercados sin restricciones en la década de 1980, alienando a gran parte de su base obrera. Y normalmente han respondido al auge del populismo de derechas con una combinación de desdén y pragmatismo tecnocrático.
Las elecciones del 5 de noviembre se han calificado ampliamente como un enfrentamiento entre un Partido Demócrata comprometido con la defensa de las instituciones estadounidenses y Trump y el movimiento MAGA, que parecen querer derrocarlas por completo. La realidad, por supuesto, es que la mayoría de los estadounidenses parecen querer algo intermedio: una visión política que reconozca el valor de la democracia y la economía de mercado y la necesidad de una reforma de gran alcance de las estructuras políticas y económicas de Estados Unidos.
Es aquí donde las ideas de Rawls muestran su valor, pues ofrecen el tipo de visión animadora que podría rejuvenecer a los demócratas, y a otros partidos de centro-izquierda de todo el mundo. Un partido político inspirado en Rawls defendería una sociedad inclusiva y tolerante, una democracia vibrante, la igualdad de oportunidades y los resultados justos. Pero también sería honesto sobre lo lejos que está Estados Unidos de estos ideales y asumiría la tarea de una reforma responsable pero radical.
En lugar de limitarse a proteger la maltrecha democracia constitucional estadounidense de los inevitables ataques de Trump, un partido comprometido con el primer principio de Rawls —que los ciudadanos deben poder participar en política como auténticos iguales— aprovecharía las frustraciones populares en apoyo de un programa audaz para acabar con el control que tiene el dinero privado sobre la política estadounidense. Eso lo podría hacer, por ejemplo, mediante la financiación pública de los partidos políticos, límites firmes a las donaciones privadas y la despolitización del poder judicial a través de una comisión independiente para nombrar a los jueces de la Corte Suprema.
En cuanto a la economía, Rawls ha sido malinterpretado a menudo como defensor de una política familiar de redistribución, en la que la sociedad busca maximizar el crecimiento y compensar a los “perdedores” mediante ayudas sociales. Pero en realidad fue uno de los primeros paladines de lo que hoy llamaríamos “predistribución”, y sus ideas apuntan hacia una agenda económica que abordaría la desigualdad en su origen promoviendo buenos empleos, una distribución justa de la riqueza y una mayor democracia en los lugares de trabajo.
En términos prácticos para un partido político moderno, esto significaría apostar por una agenda a favor de los trabajadores para abordar las preocupaciones largamente olvidadas de los votantes sin educación universitaria, no simplemente para obtener mayores ingresos, sino para tener un significado, una comunidad y la oportunidad de contribuir a la sociedad. Los demócratas deben seguir denunciando las políticas económicas de Trump de aranceles casi inflacionistas, recortes de impuestos para los ricos y ataques a los sindicatos como lo que son, una estafa peligrosa, y en su lugar presentar grandes ideas que realmente potencien los intereses de los trabajadores. Estas incluirían una enorme inversión en formación profesional y en los lugares más olvidados, la creación de una estrategia industrial eficaz para crear buenos puestos de trabajo y una mayor participación de los trabajadores en la gestión de las empresas.
Los críticos denunciarán sin duda estas ideas como una injerencia en la libertad económica, como lo hizo el colega libertario de Rawls, Robert Nozick. Pero son perfectamente compatibles con la economía de mercado dinámica que es vital tanto para la libertad individual como para la prosperidad económica. El objetivo no es controlar los resultados, sino crear unas reglas del juego que funcionen para todos.
La justicia para las mujeres y los grupos minoritarios sería parte integrante de esta visión, pero estaría vinculada a valores universales de justicia y equidad más que a políticas identitarias y se perseguiría, siempre que fuera posible, a través de programas universales, más que basados en grupos, de educación, salud, vivienda y bienestar social.
Es difícil sentirse esperanzado en estos momentos. Pero a pesar de todo lo que se habla de una realineación generacional, sigue existiendo una clara mayoría a favor de una política tolerante e inclusiva: casi el 60 por ciento de los estadounidenses encuestados el año pasado pensaban que “aumentar la diversidad racial y étnica” era algo bueno para la sociedad estadounidense. Y hay un enorme apetito de cambio: una encuesta realizada en 2021 reveló que el 66 por ciento pensaba que el sistema económico de Estados Unidos debía reformarse por completo o necesitaba cambios importantes, mientras que el 85 por ciento decía lo mismo de su sistema político. Los demócratas deben aprovechar esta energía, en lugar de desear que desaparezca.
Al fin y al cabo, es a través de la política, no de la filosofía, como Estados Unidos y otras democracias deben encontrar el camino a seguir. Sin embargo, el reto al que se enfrentan los demócratas y sus homólogos en otros lugares no es simplemente ganar votos, sino cambiar mentes. En las ideas de Rawls pueden encontrar una visión de conjunto que se basa en lo mejor de la tradición liberal y puede mostrar el camino hacia un período muy necesario de reconciliación y renovación.
25 de noviembre 2024