Venezuela se encuentra devastada, incapaz de proveer condiciones de vida mínimamente satisfactorias y dignas a la inmensa mayoría de su población. Su economía ha sido destruida, su industria petrolera desvalijada y los servicios públicos despojados de los recursos para su mantenimiento. Los venezolanos pasan días enteros –si no semanas—sin agua, con cortes recurrentes de luz y ausencia de gas, con pérdidas cuantiosas para el presupuesto familiar. Estas calamidades se acrecientan por la falta de gasolina, el colapso del transporte, ingresos miserables y la terrible inseguridad personal. Y ahora, con el informe de la Comisión de Verificación de Hechos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU se confirma la perpetración de prácticas consideradas crímenes de lesa humanidad contra la población por parte de Maduro y su combo. Denuncias similares se venían haciendo desde hace tiempo por Foro Penal y otras ONG, y por la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, Michele Bachelet.
Lo insólito y cruel es que tal tragedia ha sido urdida deliberadamente por quienes ocupan el poder. Una cúpula militar enviciada y una jerarquía política enferma han prohijado un entramado de complicidades con bandas criminales y traficantes de todo tipo para conformar un régimen de expoliación que está acabando con el país, ante la mirada alcahueta de un tribunal supremo vendido. Bajo tutoría cubana, Maduro ha logrado aglutinar en torno suyo a los personajes más perversos, lo peor de la sociedad, asociándolos a este proceso de depredación. Su estructura de poder es propia de una corporación criminal. Pero, sin tal entramado de complicidades no se explica su permanencia frente al Estado.
Los atropellos que ha cometido y la violación abierta de los procedimientos democráticos, ha suscitado el repudio de unos 60 países al régimen, entre los cuales cabe mencionar los latinoamericanos que conforman el Grupo de Lima, EE.UU., Canadá y la Unión Europea. Si bien ello se ha reflejado en sanciones crecientes contra los perpetradores de los crímenes cometidos contra Venezuela y su gente, la resistencia y/o confusión –¿deliberada? -- de algunos actores en esos países, como al frente de terceros, ha logrado paliar otras, más severas, ofreciendo cierta salvaguarda al régimen fascista. Esgrimen, con sinceridad discutible, su oposición a cualquier forma de intervención en Venezuela, la necesidad de buscar una salida negociada, la autodeterminación de los pueblos, la inviolabilidad de la soberanía y otros alegatos “políticamente correctos”. En la medida en que se trata de argumentos, en principio, loables –todo el mundo preferiría una salida pacífica, concertada entre venezolanos-- podemos designar a quienes los esgrimen, como los “buenotes”. Pero en la medida en que sus acciones ofrecen respiro a las mafias que depredan al país, se asocian objetivamente con ellos, como sus verdugos.
Sin duda hay quienes asumen estas posturas de buena fe, convencidos de que es el único camino para superar esta tragedia. En el otro extremo, asquean los que, haciéndose pasar por bien intencionados, se les distingue el cinismo a leguas. Entre éstos pueden señalarse los de la operación alacrán, ´diputados “formalmente” opositores, vendidos para usurpar la directiva de la Asamblea Nacional, y personajes como José Luis Rodríguez Zapatero, de quien no tengo dudas de estar en la nómina del fascismo madurista. Todavía más allá, se asoman los enemigos de la democracia, quienes esconden su afán de acabar con las libertades detrás de la bandera del antiimperialismo y de la defensa de los pueblos oprimidos. Aquí encontramos satrapías como la iraní y gobiernos autocráticos como el de Putin y Erdogán, sin mencionar los despotismos dinásticos de Cuba y Corea del Norte. Pero estos últimos contribuyen bastante poco a vender una imagen positiva de Maduro ante el mundo. Son caimanes del mismo pozo, cómplices abiertos de la destrucción del país. Difícilmente pueden pasar como “buenotes”.
Más preocupante es el vasto espectro intermedio, de cuyas intenciones no siempre puede uno estar seguro, que inciden en la conformación de la opinión pública, tanto nacional como internacional. Ello es así porque sus alegatos invocan valores genéricos que tocan las fibras sensibles de muchos. Los que no estén informados de la situación nacional pueden fácilmente reprimir todo juicio crítico ante estas nociones. Muchos que se consideran “progresistas” se dejan llevar por una retórica profusa en simbolismos de izquierda para absolver atropellos que, sin duda, serían condenados si proviniese de dictaduras de derecha. El neofascismo chavista está muy consciente de ello. Alimenta un imaginario en el que es víctima del imperialismo y de las sanciones internacionales impuestas a sus personeros. Por más gastadas que estén estos clichés, es antipático aparecer convalidando acciones del imperio contra una “revolución” de un país pequeño, que lucha “en beneficio del pueblo”. La burbuja ideológica que se ha construido el Chavo-madurismo proporciona una formidable defensa detrás de la cual agazaparse, sustituyendo el mundo real por una ficción que convierte sus crímenes en logros “revolucionarios”.
Un ejemplo es la “ley constitucional” (¿?) Antibloqueo. Este esperpento jurídico, salpicado con subtítulos altisonantes referidos al “pleno disfrute de los derechos humanos del pueblo venezolano”, el “desarrollo armónico de la economía nacional”, “la plena soberanía sobre todas sus riquezas y recursos naturales”, la “recuperación del ahorro de los trabajadores y trabajadoras” o la “atención prioritaria de planes, programas y proyectos sociales”, constituye, en realidad, una patente de corso para que Maduro obvie el ordenamiento jurídico que regula cualquier tipo de negocios, tanto a nivel nacional como internacional, y alegue reserva y confidencialidad para no presentar cuentas. Este libertinaje normativo, el extremo opuesto al régimen asfixiante que, durante años, se quiso imponer como socialismo, no ofrece, como tampoco aquel, garantía institucional alguna para el desarrollo de la iniciativa privada. Favorece operaciones a discreción con los activos del estado, facilitando aún más, la depredación de las riquezas minerales del país que, en buena parte, terminan en los bolsillos de algún representante de las mafias.
¡Mayor cinismo en el enunciado de sus propósitos, imposible! Mientras más aislado, más se atrinchera Maduro en su mundo de embustes para continuar destruyendo al país. Se le estrecha la mente, como revela la referencia al “bloqueo”, símbolo retórico del antiimperialismo cubano. Contra toda lógica, en sus momentos más difíciles, los maduristas se vuelven más fanáticos e intratables. Este blindaje contra la realidad es propio de todo régimen fascista. Como muestra está el empeño de pasar la aplanadora de unas “elecciones” parlamentarias fraudulentas al costo que sea, que nadie, salvo los cómplices de la corporación criminal internacional que se ha apoderado de Venezuela, van a reconocer.
Difícil objetar la búsqueda de una salida pacífica negociada, aun cediendo posiciones a representantes de la mafia para que puedan escapar. Lamentablemente, la oligarquía militar – civil ha rechazado, una y otra vez, tales propuestas. Es su naturaleza. Es menester, por ende, lograr una posición de fuerza que la haga ver que no tiene otra alternativa, que su salida negociada es la única opción. Para ello debe neutralizarse las confusiones de los “buenotes”. Es menester separar el grano de la paja y hacer aún mayores esfuerzos por desnudar la impostura de los criminales que acaban con Venezuela.
En el pasado, los epígonos de Hitler y Mussolini terminaron siendo reconocidos como lo que fueron: enemigos de la humanidad, superadas las ilusiones que sembró en Munich el Primer Ministro Británico, Chamberlain. Hoy toca situar a los Rodríguez Zapatero y demás cómplices como lo que en verdad son, defensores del fascismo.
Economista, profesor(j) Universidad Central de Venezuela