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Memoria de mis rutas tristes

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 2 min.

Sin duda, el título recuerda al Gabo quemando sus últimos cartuchos memoriales y literarios al narrar los caprichos de un viejo periodista encuera’o con una carajita que le arrimaba su celestina de confianza pero que, en ningún momento, se rindió en la lucha por su libertad de expresión cuando pergeñaba cuartillas en la redacción del diario de su pueblo y, por encima del hombro, se le asomaba “el abominable hombre de las 9” con el lápiz rojo y que ahora entra, en cadena, más temprano, por mayor tiempo y con peor asco.

En su afán por torcerle la voluntad a la gente que ya no lo quiere ni lo soporta, este gobierno se mete en todo lo que cree rendirá frutos para mantener su vil garrote sobre las libertades suponiendo, también, que sustituir el nombre a lo que existió y manipulando tiempo, espacios y palabras logrará que el pueblo cambie la opinión que del régimen tiene desde hace, por lo menos, 15 años.

El difunto eterno marcó una serie de caminos que denominó “rutas” y así mareó a un gentío ofreciendo lo que estaba acabándose por su nefasta reacción con tanto poder en sus manos; la ruta de la empanada, del pescado, del casabe, del ñame, del cochino ofrecimiento y sus asquerosos resultados, mientras el sustituto enfermo lo potenció al sideral desastre que padecemos hoy.

Hoy hay rutas tristes por todo el país y en todo el país, empezando por el dolor que reflejan sitios que antes eran peajes carreteros de encuentro entre funcionarios, viajeros y lugareños que intercambiaban saludos, alegrías, sonrisas y hasta abastecimiento de jugos, café, granjerías y “souvenirs” artesanales que enriquecían el anecdotario, el acervo cultural y el patrimonio personal del turista propio y extraño henchido de emoción porque Venezuela fue y será un país de encantos una vez que salgamos de esta tenebrosa pesadilla de gobierno que insiste en matarnos no sólo de hambre sino de tristeza y de amargura.

Para conseguir panelas hay que ir a San Joaquín a elaborarlas, las “cucas” en tierras yaracuyanas y larenses se han puesto inalcanzables e intocables; las hallaquitas de jojoto, el chicharrón y el queso ‘e mano son recuerdos tan antiguos como el guarapo ‘e papelón y los besitos de coco. Tristes, muy tristes están todas las rutas de Venezuela y sólo en los canales televisivos del gobierno a cada momento se aprecia el paraíso turístico que fue nuestro país, porque esas tomas promocionales son de aquella época cuando, dicen algunos, “éramos felices y no lo sabíamos (yo sí lo sabía, porsia)”.

Las estaciones de peaje fueron convertidas en lugares sombríos, tenebrosos de emboscada, acecho para el crimen y refugio de antisociales con o sin uniforme, de alcabalas para el atraco, la matraca y el atropello; en depósito de despojos tóxicos de todo tipo, incluyendo carros robados, “picados” y abandonados, animales muertos…

En esta Semana Santa nos daremos cuenta con mayor fuerza y decepción que en Venezuela estamos recorriendo y recogiendo las “Memorias de mis rutas tristes” porque se acabó lo que había y se acabó lo que se daba a otros países que ahora nos miran “como perro que ve muleta” y no nos paran ni media bola. Así que la lucha es luchando y en la calle para salir, pronto, de esta dictadura que es pura bulla, pura muela, pura paja, pura coba…