Hay quienes sostienen que el único intento serio por crear una política económica en nuestro país, vino de la mano de Alberto Adriani, allá por la década del treinta del siglo pasado y que ese intento quedó frustrado por su repentina muerte. Esta afirmación pudiera ser una exageración, pero puede servir para ilustrar la mora en la que nos encontramos. La economía venezolana ha sido, es y esperamos que no continúe así, una economía rentística con todo lo que implica ese concepto. Hoy, cuando, nos encontramos inmersos en una de las mayores crisis que ha padecido nuestra república; en el orden moral, social, político y económico se hace necesario retomar la ineludible tarea pendiente de construir una política económica cimentada en el desarrollo, y no me refiero a la propuesta por Adriani que debe ser parte de estudio, sino a la construcción de la necesaria política económica del estado venezolano.
Nuestro desarrollo siempre ha venido a la sombra del árbol del estado. El rentismo visto como beneficio a una colectividad sin que en la misma se haya realizado ningún esfuerzo productivo para alcanzarlo es perverso, ya que a través de la distribución de esos ingresos públicos, se promueve el clientelismo y el hábito de la captura de la renta por un sector, en desmedro de la cultura del emprendimiento, del esfuerzo productivo y la diversificación de la economía.
Nuestro país, bendecido por el jugo de la tierra o maldito con el excremento del diablo ha venido profundizando a lo largo del último siglo su condición de economía rentista. El maná petrolero ha significado la construcción de un gran árbol de burocracia que nos ha permitido (a unos más que otros) en su sombra, ir captando sin mucho esfuerzo su producto. Con la llegada del petróleo, se descuidó la poca agricultura que en el café, cacao, añil, ganadería significaban rubros importantes en el desempeño de la población venezolana y que si no tuvieron el desarrollo tecnológico de otras regiones de nuestra Latinoamérica, por lo menos eran reconocidos en otras latitudes.
A mediados del pasado siglo se intentó, con el llamado modelo económico latinoamericano o modelo de sustitución de importación, una política económica que sirvió de palanca para industrializar parte del país, y hay que reconocerlo dio algunos frutos en el sentido del desarrollo, pero que se fue agotando, ya que no estuvo acompañado de la necesaria ampliación del mercado, y con él surgieron monopolios y oligopolios estatales que impidieron la creación de una economía competitiva.
Entendida esta realidad nosotros: gremios, empresarios, políticos, académicos, sociedad, es decir el pueblo venezolano debe iniciar la discusión de un modelo que permita con las grandes potencialidades que tenemos como sociedad, pero también en recursos naturales, llevar adelante un verdadero plan de desarrollo, o para definirlo mejor un modelo económico capaz de potenciar estas realidades y sentar las bases de una mejora en la sociedad venezolana actual y la porvenir.
Detrás de estas distorsiones, la de la renta, existen beneficiarios que se convertirán en obstáculos para el intento de aplicar el nuevo modelo económico en nuestro país. Por ello es fundamental y prioritaria la “Política” para la viabilidad de esta política-económica.
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