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Nuestras universidades: cien rostros de la maldad

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 3 min.

En 1955, hace 66 años, tuve mi primer contacto con el mundo universitario. De hecho, un poco antes, ya que mis textos de zoología y botánica de bachillerato habían sido redactados por profesores universitarios, porque en el sistema mexicano, los dos últimos años de la educación secundaria dependían de la UNAM y no del ministerio. Así que el tránsito de un sistema a otro no fue traumático y sin duda emocionante tener como profesores a los autores de los libros. Al caer Pérez Jiménez regresamos a Venezuela y aunque no pude ingresar a la UCV por las diferencias en los planes de estudio, fui testigo de esas semanas de emoción donde se mezclaban los aires de libertad con la apertura de las universidades y el desarrollo de nuevas facultades, escuelas y carreras. Poco después, al graduarme me incorporé a la recién creada Facultad de Ciencias de la UCV y sin duda el Rector Francisco De Venanzi se sumó a mis héroes académicos.

Las décadas de 1960 y 1970 fueron de pasión y crecimiento, se fueron llenando las universidades de jóvenes entusiastas que soñaban, profesores y estudiantes, en un nuevo, democrático y próspero país. Pero no todo era positivo, ya que desde el primer día de libertad, los partidos políticos se plantearon controlar las universidades y tan pronto llegó el momento de elegir rectores, decanos o representantes estudiantiles, las garras del clientelismo comenzaron a desgarrar los valores académicos.

Como crecía la matrícula y era necesario contratar nuevos profesores, cada partido pujaba por colocar a “su gente” en posiciones académicas o administrativas. ¿Falta de madurez? ¿Bastardas ansias de poder? ¿La ideología por encima de los valores académicos? Quizás estas cosas y otras más como la conformación de liderazgos, muchos de ellos basados en un prestigio bien ganado, pero con frecuencia rodeados por quienes tenían menos méritos y estaban muy necesitados de protección.

Nada nuevo ni especial, ese “arrimarse” a un líder con talento, eso ocurre aquí y en otras latitudes, la diferencia estriba en que esa tendencia encuentra barreras institucionales infranqueables en las mejores universidades. Estas poseen mecanismos que separan la dedicación y el talento, que castigan el nepotismo y la segregación, donde además dominan códigos de ética que bloquean los compadrazgos y premian la calidad. Sin duda, donde están las mejores universidades, son países cuyos líderes políticos entienden que las universidades no deben ser parte de su calistenia electoral y además, que el sistema educativo no puede ser un feudo de tal o cual ideología. Cuando esa perversidad ocurre la historia nos cuenta como ha sido el triste destino de esos países y de sus malvados líderes.

Así nuestras universidades crecieron, la proporción de docentes con títulos doctorales obtenidos gracias a una saludable política de becas determinó la conformación de un sistema de investigación y desarrollo tecnológico, así como un espacio y clima que permitió la formación de excelentes profesionales, a pesar de que la institución universitaria cargaba plomo en las alas. Así, a lo largo de varias décadas tuvimos buenos y malos rectores, decanos, estudiantes, administrativos y obreros. Nos fuimos pareciendo al resto del país, aunque con frecuencia la libertad de las universidades se enfrentó al status del momento y no faltaron los conflictos, así como algunas intervenciones.

El modelo de la ilusión, bastante romántico, de 1958, se fue erosionando y la maldad, no encuentro mejor término, fue ganando espacios y en la misma medida se fueron castrando iniciativas y deseables reformas. Un día el populismo ganó suficientes aliados como para decretar la homologación de sueldos de los profesores a pesar de que existían diferencias que en otros sitios se resolvían mediante contratos individuales. Dos décadas atrás descubrimos que en el seno de las universidades, la libertad académica y la falta de evaluaciones adecuadas, había tenido un componente teratológico. Así, de su propio seno, surgieron sombras malvadas que pasaron a ocupar cargos importantes en los ministerios y desde allí, por diseño, como explícita política de Estado, y no por incompetencia, decidieron destruir a su Alma Mater. Algunos se arrepintieron, otros persisten en sus prédicas y ansias de poder, la mayoría guardó un silencio conformista.

Hoy pretenden abrir la última página del diseño, allí está plasmada una nueva Ley y un contrato colectivo donde en cada línea se observa la intención de liquidar a las casas que vencen las sombras. ¿Parece estúpido, no es cierto? Pero es que el autoritarismo no tolera la disidencia ni la libertad y menos que voces sustentadas en el conocimiento y no en las ideologías, les digan que sus planes económicos han sido un desastre, que han arruinado al país, que los servicios no sirven, que el sistema de salud colapsó y que nuestros jóvenes tienen hambre y serán víctimas de la ignorancia. Manipular al pobre y al ignorante es más fácil.