Parte I/II: Los riesgos de sólo intentar volver a una Democracia Electoral
El presente escrito es el primero de dos artículos dedicados a discutir la necesidad de que los venezolanos nos planteemos algo más que regresar a la democracia electoral de finales del Siglo XX, una vez que logremos salir del actual régimen político.
Los dos artículos están motivados en el convencimiento de que nuestro país solo podrá progresar y disfrutar de libertad estable en el futuro si, además de producir el cambio de régimen, pone en marcha reformas y políticas que la lleven a vivir un Nuevo Estilo de Desarrollo, que implica en términos político-institucionales un sistema político que sea capaz de proveer oportunidades reales de progreso, libertad y seguridad para todos los ciudadanos, además de alternar los gobiernos por la vía de elecciones libres. A esa gobernanza nos referimos como una democracia plena, para diferenciarla de la incompleta democracia electoral a la que aluden distinguidos constitucionalistas venezolanos que califican así a una gobernanza en la que destaca un rasgo necesario pero insuficiente para caracterizar a una democracia que es cabal.
LA PRECARIEDAD SOCIAL EN LA PÉRDIDA DE NUESTRA DEMOCRACIA
La pérdida del régimen de libertades de la que los venezolanos son conscientes hace 23 años, tiene mucho que ver con la elevación de la pobreza que sucedió en las dos décadas previas a 1998, años que vieron crecer nuevamente la precariedad social que Venezuela había logrado reducir en los primeros veinte años de la democracia.
Para 1971 se estimaba la población pobre de Venezuela en menos del 30% del total (no más de 2.9 millones de habitantes), pero a partir del agotamiento del boom de los precios internacionales del petróleo y hasta 1998, esa proporción creció sostenidamente hasta un 64% (14,9 millones de personas), como resultado de varios factores, entre ellos una excesiva intervención del Estado en la economía y varios importantes errores de política económica que hicieron crónica la inflación y nos limitaron a un crecimiento muy débil del PIB y de la creación de empleos, factores que no comentamos aquí porque han sido analizados y debatidos in extenso por expertos y políticos a lo largo de cuatro décadas.
Lo que no ha sido destacado de la misma manera, y pareciera necesario que entiendan todos los liderazgos, es que casi todos los gobiernos de las dos últimas décadas del Siglo XX asumieron una línea de conducta política que es contraria a las lógicas del progreso y conduce a elevar la pobreza y multiplicar las oportunidades de corrupción en el Estado: derivaron hacia el populismo clientelar.
En pocas palabras, en los últimos veinte años de su vida, el régimen democrático de Venezuela fue incapaz de superar el estadio de democracia electoral que ya había alcanzado a finales de los años 60 porque no hizo lo necesario para convertirse en una democracia plena, una capaz de proveer oportunidades de progreso, libertad y seguridad a todos sus ciudadanos, además de elecciones periódicas libres para alternar a los gobiernos.
Permitir que la gobernanza se estanque en una democracia electoral contribuye a consolidar liderazgos populistas clientelares que ven a los miembros de la sociedad como electores a captar como clientes, más que ciudadanos cuya realización se debe propiciar, dirigentes que consideran necesaria la existencia de un “robusto sector público de la economía” desde el cual hacer política con los empleados y las contrataciones del Estado, y políticos proclives a prácticas impropias en el manejo de los recursos públicos.
En los últimos veinte años del Siglo XX la respuesta que dio la democracia electoral a la pobreza creciente fue subsidiar el consumo de los hogares populares esperando de ellos una conducta electoral favorable en los comicios, mientras descuidaba los sistemas responsables de crear bienes públicos, entre ellos los de educación, salud y seguridad social, que de mantener su calidad habrían ayudado a los miembros de aquellas familias a desarrollar capacidades de agencia, con las cuales construir autónomamente las vidas que cada quien hubiese tenido razones para valorar.
El incremento de la pobreza que derivó de esos veinte años de democracia electoral creó tensiones e inconformidades que aprovechó el chavismo para llegar al poder. La historia más reciente es muy conocida; el Socialismo del Siglo XXI exacerbó la manipulación clientelar sin reducir la pobreza, la cual se elevó a cifras exorbitantes, propició la violencia y sembró eficazmente el odio entre clases sociales, dramas que no mermarán automáticamente con la salida del socialismo del poder.
En 2021, después de más de dos décadas de un régimen que ha destruido las capacidades, las instituciones y la cohesión social de Venezuela, la mayoría de los venezolanos desea volver a la democracia. Pero lamentablemente no vemos en la mayor parte de los liderazgos democráticos señales de que quieran ir más allá de recuperar la democracia electoral.
Al juzgar las prácticas políticas de los líderes de hoy, la manera de confrontar a sus rivales, sus mensajes de campañas referidos al progreso y a lo social en general, debemos concluir que ellos, salvo honrosas excepciones, son populistas clientelares, a pesar de que casi todos dicen apoyar una reducción del exagerado rol del Estado en la economía, uno de los factores que -como hemos dicho- han impedido por cuarenta años nuestro progreso.
EL RIESGO DE CONFORMARNOS CON RECOBRAR UNA DEMOCRACIA ELECTORAL
Imaginemos qué podría suceder seis o siete años después de desembarazarnos del régimen socialista, si en ese período nos hemos conformado con regresar a la democracia electoral con la lógica populista clientelar de sus liderazgos. Si esa es nuestra meta referida a la democracia, dos motivos hacen que sea muy alto el riesgo de perder nuevamente el régimen de libertades en los primeros comicios normales que sucedan al final del período.
En primer lugar, el chavismo y otros neopopulismos de izquierda radical sobrevivirán a la recuperación de las libertades, continuarán sembrando odios y provocando tensión y violencia en todas partes, para desprestigiar a la democracia y llegar nuevamente al poder apoyados en sus discursos de redención social. En segundo lugar, en ese lapso no se producirá un milagro económico venezolano capaz de reducir sensiblemente la pobreza desde los niveles de 97% actuales, partiendo de una economía destruida y de una industria petrolera incapaz de obtener más del 20% de lo que producía a finales del Siglo XX, cuya recuperación a aquellos niveles tomaría aproximadamente siete años con inversiones de unos ciento cincuenta millardos de dólares.
Para que Venezuela pueda recuperarse como nación y para que sea capaz de conjurar los riesgos de retroceso que la acecharán en el primer período post-socialista, es necesario que se dedique, desde el primer día y febrilmente, a construir una democracia plena.
El segundo artículo de esta serie explica los componentes del Pacto para la construcción de una Democracia Plena al que alude el título de los dos escritos. Un pacto así deberá reunir las reformas y políticas que son necesarias para que Venezuela comience tempranamente a proveer para todos oportunidades de progreso y de realización autónoma, poniendo al Estado al servicio de los ciudadanos y no al revés como ha sido la situación en nuestras últimas décadas.