
Editorial
Hoy, más que nunca, Venezuela necesita seriedad y claridad de propósito. Todos aquellos que aspiran a superar la crisis y recuperar la democracia están llamados a asumir una actitud coherente y responsable, a la altura de la gravedad del momento.
Por eso resulta estéril —y hasta ofensivo para la inteligencia— que el debate político siga girando en torno a si es correcto o no participar en las ilegítimas elecciones convocadas para mayo. Es un falso dilema, diseñado para distraer y evitar que enfrentemos las verdaderas preguntas que exige la hora.
No se trata de descalificar a quienes, con o sin buena intención, insisten en que siempre hay que votar, sin importar las condiciones; ni a quienes sostienen, con sobradas razones, que participar en un proceso amañado solo sirve para perpetuar el poder que ha hundido al país en su peor crisis humanitaria, económica y política.
Si nos detenemos a pensar, es evidente que esas elecciones no resolverán nada. Al contrario, solo servirán para prolongar el modelo que ha devastado a Venezuela.
Así que la verdadera discusión no puede seguir siendo el gastado “votar o no votar”, sino cómo reconstruir una estrategia seria, realista y eficaz para sacar al país del abismo.
La democracia no se rescata con simulacros, sino con decisiones responsables. Pongámosle seriedad.
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