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A propósito de los golpes de estado y las transiciones democráticas

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En su acepción moderna, un golpe de Estado es la remoción forzada de un gobernante por un insider (1). En el pasado, sin embargo, representaba una medida de fuerza que el rey, como soberano, utilizaba en circunstancias excepcionales como último recurso para garantizar la preservación del Estado y el bienestar de la nación, generalmente contra maniobras de ministros y cortesanos o amenazas externas. Se trataba de una práctica política, no de una ruptura. Así fue hasta que el avance progresivo de las instituciones democráticas y la introducción de constituciones escritas dió lugar a un uso peyorativo, injurioso e incriminatorio del término (2).

Hay tres factores que caracterizan y diferencian los golpes de Estado de otros tipos de conflictos internos, como las guerras civiles y las revoluciones: el origen (al interior del Estado), la duración (usualmente horas) y sus objetivos (limitados al remplazo del gobierno, sin alterar en lo sustancial la estructura social). Todo estudio comprehensivo del fenómeno, por su parte, aborda cinco áreas consideradas como fundamentales: 1) las motivaciones de quienes se involucran en la acción, 2) la estructura de oportunidad política en la que se realiza, 3) los medios empleados, 4) el nivel de violencia utilizado; y 5) los planes y políticas que se pretenden aplicar una vez tomado el poder (3).

¿Por qué se producen?

Dejando de lado la poderosa influencia que ejerció la Guerra Fría, las causas de los golpes son, en general, endógenas e idiosincráticas. La literatura especializada identifica, sin embargo, una serie de factores que incrementan la posibilidad de que se produzca un golpe, aunque no existen determinantes que hagan posible preverlos (4).

Países pobres, desiguales, altamente dependientes de la exportación de recursos naturales y con rivalidades étnicas se encuentran más expuestos. Al igual que regímenes híbridos y democracias disfuncionales con gobiernos corruptos, ineficientes y considerados ilegítimos. Por el contrario, las democracias liberales (en virtud del efectivo funcionamiento de las instituciones y de la vigencia del estado de derecho) y los regímenes muy autoritarios (en virtud de su capacidad represiva y de control) crean un problema de acción colectiva que hace bastante difícil o insostenible las conspiraciones. Por ello, ambos son mucho menos proclives a sufrirlos. Se considera, además, que los sistemas parlamentarios (mucho más flexibles ante las crisis) corren menos riesgos que los sistemas presidenciales. Por último, muchos golpes se atribuyen al impacto que tiene sobre las FF.AA los excesivos niveles de polarización y violencia interna o las amenazas que a sus intereses corporativos pueden representar la disminución de su presupuesto, la creación de fuerzas militares rivales o paralelas, la politización de las promociones, entre otros (5).

Los golpes presentan, además, diversas orientaciones ideológicas. Los hay nacionalistas, conservadores, progresista y hasta de filiación religiosa. Una de las tipologías clásicas (6), enfocada en el propósito de la intervención militar, identifica tres tipos de golpes: 1) los que reforman (muy violentos, encabezados por oficiales de rango medio y bajo, que buscan extender la participación e inclusión de sectores marginados), 2) los que vetan (igualmente muy violentos, encabezados por oficiales de alto rango para prevenir la implementación de políticas radicales y/o la extensión de la participación política a sectores excluidos) y 3) los que arbitran (con bajos niveles de violencia, encabezados por oficiales de alto rango y dirigidos a restaurar el orden o desplazar gobiernos corruptos e incompetentes).

¿Cuándo tienen éxito?

El éxito de un golpe depende, en general, de la cooperación o aquiescencia de las FF.AA, el apoyo activo o pasivo de sectores sociales y al menos la indiferencia o no oposición activa de actores externos influyentes. Desde el punto de vista táctico, el timing, la secuencia y la contundencia de su ejecución son factores críticos en el resultado. El golpe es, por definición, un acto ofensivo. Vacilar, en consecuencia, conduce indefectiblemente a la derrota. Las delaciones, fallas en la comunicación, incumplimiento de los tiempos previstos en el logro de los objetivos, mala lectura del apoyo al golpe, entre muchas otras, son también causas frecuentes de fracaso.

Luego hay otros factores a considerar. Las conspiraciones dirigidas por oficiales de alta graduación, en general, incrementan las posibilidades de éxito (mayor capacidad de movilizar recursos y manipulación de expectativas) y suelen ser menos cruentas. Asimismo, el resultado de golpes recientes modela las percepciones y las actitudes al interior de la institución militar, particularmente si se trata de fracasos. El impacto de la intervención de civiles, por su parte, parece limitado. Las movilizaciones logran influir en el resultado cuando las masas apoyan el intento de golpe o en el contexto de divisiones internas en las FF.AA, pero carecen de capacidad para oponerse o confrontarlo en circunstancias opuestas (7).

No obstante, a pesar de la importancia de todo lo mencionado, la actitud de los oficiales frente al desarrollo del golpe constituye quizás el aspecto decisivo en la suerte del mismo. Los militares no actúan necesariamente con base en sus inclinaciones políticas o en respuesta a la legitimidad (o no) que atribuyan a la insurrección. Por el contrario, muchas veces lo hacen con base en sus expectativas sobre el desenlace del levantamiento. Todos se interrogan sobre cuál bando recibirá el apoyo del resto de los componentes y, eventualmente, cómo evitar violencia innecesaria. Nadie quiere, desde luego, estar en el lado que resulte derrotado. Los costos pueden ser muy altos (perdida de la libertad, la carrera profesional o la vida). Por ello, dado que muchas unidades esperan el desarrollo del golpe antes de tomar partido, sólo una acción determinada, unitaria y súbita persuadirá al resto de plegarse. Para los líderes de la insurrección lo crítico es, por lo tanto, inducir en el resto la idea de que golpe es un fait accompli. Y producir, de ese modo, apoyo activo o tácito. El poder de fuego, en consecuencia, no es suficiente para la victoria. Más que el uso de la violencia, lo esencial es que la amenaza sea creíble, sobre todo al comienzo de las operaciones. Los golpes, en lo esencial, se basan en el engaño y el manejo psicológico del momento (8).

¿Pueden los golpes conducir a transiciones democráticas?

Los golpes de Estado son la primera causa de ruptura democrática. Y merecen una enérgica condena cuando tienen lugar en países cuyos gobiernos: a) han sido electos en elecciones libres, inclusivas y transparentes y b) se conducen respetando el Estado de derecho y la Constitución. Pero en regímenes autoritarios o totalitarios pueden ser la única alternativa de cambio político (9). Hay, de hecho, cuatro formas clásicas por las que un dictador deja de serlo: la acción de una fuerza externa (invasión), causas naturales (muere), medios no convencionales (golpes) y revueltas populares. Las invasiones han demostrado ser costosas e ineficientes como método de democratizar países. La muerte del dictador en el poder, por su parte, ofrece pocas perspectivas de cambio, salvo en aquellas dictaduras de corte fuertemente personalista, sin bases institucionales en las que sustentarse la prolongación del régimen (10). Y aunque las revueltas populares son muy promisorias en cuanto a las perspectivas de democratización (80% cuando lograr derribar la dictadura), apenas representan un 10% de los casos. Por el contrario, los golpes de Estado constituyen la primera causa de la caída de dictaduras. Entre 1946 y 2008, dos tercios de los líderes autoritarios que perdieron el poder fueron removidos por esa vía (11).

Hay estudios (12) que sostienen que, desde el final de la Guerra Fría, los golpes de Estado tienen un efecto positivo en las transiciones democráticas de regímenes autoritarios, aunque otros autores afirman que los resultados son más bien mixtos (13). Para Thyne y Powel (2016), por ejemplo, los golpes representan una “ventana de oportunidades”. Es decir, un evento que crea una coyuntura en la que, mediante presión interna y externa, es posible promover reformas que conduzcan a una transición democrática. Reformas que, sin el contexto de cambio producido por el golpe, serían ilusorias o improbables. El golpe funciona, en este caso, como un factor de dislocación de los cimientos del régimen autoritario y crea un espacio en el que las presiones que se ejercen sobre las nuevas autoridades podrían orientar sus decisiones hacia la aceptación de elecciones competitivas en corto plazo.

Desde esta perspectiva, los golpes militares “democráticos” se caracterizarían por siete atributos: 1) el golpe se realiza contra un régimen autoritario o totalitario, 2) las FF.AA reaccionan ante una oposición popular y persistente en contra del régimen autoritario, 3) el régimen autoritario o totalitario se niega a dimitir ante la demanda popular, 4) las FF.AA gozan de prestigio en el país, 5) el golpe se realiza para deponer al régimen, 6) las FF.AA facilitan la realización de elecciones libres y transparentes en un corto plazo y 7) el golpe termina con la exitosa transferencia de poder al gobierno legítimamente electo. Todo el proceso, obviamente, modelado por las preferencias del sector militar en el poder, frecuentemente a través de la adopción de una nueva constitución que refleja las mismas (14).

Lamentablemente, sobre este asunto hay mucha controversia, pero falta investigación. En particular, me parece, análisis histórico-comparativos que examinen con mayor detalle las dinámicas que producen fracturas al interior de la coalición autoritaria y que identifiquen procesos causales en trayectorias antagónicas (continuidad régimen autoritario – transición democrática). En una dictadura no hay otro árbitro que la violencia o la amenaza de su uso. Por ello, la centralidad del papel que juegan las FF.AA en el proceso de cambio, sea a través de la acción directa (golpe) o la disuasión (un elemento, por cierto, ausente o soslayado en muchas investigaciones sobre el tema). Tal vez un día, a la luz de nuevos análisis, nos veamos en la obligación de abandonar el relativismo (“golpes buenos”, “golpes malos”) y la negación (“todos los golpes son malos”). Y debamos, entonces, admitir con circunspección y mesura que, en circunstancias bien determinadas (regímenes autoritarios o totalitarios), hay algunos golpes que simplemente son “necesarios”.

Notas:

1. Svolik, Milan W. (2012). The Politics of Authoritarian Rule. Cambridge: Cambridge University Press. p. 2.

2. Véase, Harovel, J.-L (2007) “Des coups d’État sous l´ancien régime?” y Laquieze, A. (2007) “Le coup d’État sous la révolution française”. En Boutin, C. y Rouvillois, F. Le coup d’État : recours a la force ou dernier mot du politique? Paris: Guibert. También, Naude, G. (1667). Considérations politiques sur les coups d’État. Amsterdam: D. Elzevier.

3. Ferguson, G. (1987). Coup d’Etat. A Practical Manual. New York, NY: Sterling Pub.. p. 12.

4. Singh, N. (2014). Seizing Power: The Strategic Logic of Military Coups. Baltimore: Johns Hopkins University Press; Hiroi, T. y Omori, S. (2013) “Causes and Triggers of Coups d’État: An Event History Analysis”. Politics and Policy. Vol. 41, 1 pp. 39–64; Farcau, B. (1994). The coup: Tactics in the Seizure of Power. Westport, Connecticut: Praeger.

5. Frantz, E. y Ezrow, N. M. (2011). The Politics of Dictatorship: Institutions and Outcomes in Authoritarian Regimes. Boulder, Colorado: Lynne Rienner Publishers, p. 103.

6. Huntington, S (1968). Political Order in Changing Societies. New Haven: Yale University Press. p. 223.

7. Singh, p. 38.

8. Perkins, I. (2013) Vanishing Coup: The Pattern of World History since 1310. Lanham: Rowman & Littlefield, p. 74; Singh, p.22-23.

9. Collier, P. (2009, January 15) “A coup for democracy”. The Guardian. Disponible en línea: https://www.theguardian.com/commentisfree/2009/jan/15/africa-regimes-gha.... Collier, P. (2009, March 4). “In praise of the coup. Military takeovers can be a good thing for African democracy”. New Humanist. Disponible en línea: https://newhumanist.org.uk/articles/1997/in-praise-of-the-coup

10. Kendall-Taylor, A. y Frantz, E. (2014) “How Autocracies Fall”. The Washington Quarterly. Vol. 37, 1 pp. 35–47.

11. Svolik, p. 116.

12. Thyne, C. L. y Powell. J. M. (2016) “Coup d’État or Coup d’Autocracy? How Coups Impact Democratization, 1950–2008”. Foreign Policy Analysis. Vol. 12, 2. pp. 192–213; Marinov, N. y Goemans, H. (2014). “Coups and Democracy”. British Journal of Political Science. Vol. 44, 4. pp.799-825; Varol, O. (2012). “The Democratic Coup d’E´tat”. Harvard International Law Journal. Vol. 53, 2. pp. 292-356.

13. Véase, Derpanopoulos, G; Frantz, E.; Geddes, B. y Wright, J. (2016). “Are coups good for democracy?” Research and Politics. January-March, pp. 1-7; la respuesta de Miller, M. K. (2016). “Reanalysis: Are coups good for democracy?” Research and Politics. October-December, pp.1–5; y Derpanopoulos, G; Frantz, E.; Geddes, B. y Wright, J. (2017). “Are coups good for democracy? A response to Miller (2016)” Research and Politics. April-June, pp. 1-4.

Profesor de Política en las Universidades de Otawa y de Montreal.

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