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Putin contra Lenin

Tiempo de lectura: 11 min.

En su primer discurso de sábado 24-J, cuando creyó que las fuerzas mercenarias comandadas por Jevgeni Prygozhine avanzaban de verdad hacia Moscú, Putin sorprendió al mundo con una insólita y denigrante mención al año 1917, nada menos que el año más glorificado por la ex URSS y por el movimiento comunista mundial.

1.

A quienes no conocen la ideología ultranacionalista y reaccionaria de Putin, o a quienes han querido ver en él un continuador de la URSS y de las tradiciones comunistas, la mención negativa de Putin al año sagrado del comunismo mundial, sorprendió aún más. Pero para quienes hemos venido siguiendo la evolución ideológica de Putin, desde los tiempos en que era un comunista convencido, instalado en la RDA, y viera en el fin del comunismo soviético «la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX», no nos sorprendió demasiado. Cuando Putin formuló esa frase, se refería, efectivamente, no al comunismo de la vieja guardia bolchevique dirigido por Lenin, sino al de Stalin, en quien creyó encontrar al restaurador de la perdida grandeza de la Santa Rusia.

Podríamos decir que Putin es un trotsquista al revés. Fundamentamos: para Trotski y sus seguidores, el periodo de Stalin significó una contrarrevolución nacionalista que reivindicó para sí la dominación zarista (bajo otras formas) Pues bien, Putin vio exactamente lo mismo, pero mientras para los primeros esa fue una traición de Stalin a la URSS, para Putin, Stalin aparece como el salvador de la antigua Rusia a la que Lenin y los bolcheviques habían intentado destruir. Putin ha visto en Stalin, y con razón, el regreso del poder absoluto del Zar en gloria y majestad.

Stalin, quien hizo asesinar a todos los amigos, seguidores y compañeros de Lenin, es un héroe de Putin. Aunque hay que reconocer que, en su admiración por los genocidios cometidos por Stalin, ha procedido con cierta cautela. En sus elocuciones ha evitado –aunque no siempre– nombrarlo directamente.

Evidentemente, sabe que en Rusia hay todavía mucha gente que adhiere a esa religión revolucionaria que fue el marxismo-leninismo y que esa gente, además, vota. Pero de modo indirecto, sobre todo cuando conmemora la participación de la URSS en la segunda guerra mundial, no oculta un cálido elogio a Stalin.

Putin alaba el progreso industrial que alcanzó Rusia durante la postguerra, pero calla sobre el Gulag. Según Putin los horrores cometidos por el sanguinario dictador no logran opacar su supuesta grandeza. Al fin y al cabo, los logros han predominado sobre los sacrificios, ha dicho en diversas ocasiones. Incluso ha justificado el pacto Hitler-Stalin, cuyo objetivo, según Putin, era «proteger a Rusia de Occidente» (sic) y no lo que fue: un intento de Stalin por repartirse Europa alegremente con su colega nazi, comenzando por poner en bandeja Polonia a Hitler, desatando con ello la segunda guerra mundial.

Un pacto que no fue traicionado por Stalin –como bien se sabe– sino por Hitler. Para decirlo con Orlando Figes, autor de los más prolijos libros sobre la historia moderna de Rusia: «Desde el principio de su régimen, Putin se propuso restaurar el orgullo de la historia soviética. Era uno de los pilares de su plan para hacer volver a Rusia una gran potencia. La recuperación del pasado soviético, Stalin incluido, sancionó el programa autoritario de Putin y lo legitimó como la continuación de una larga tradición rusa, de un poder estatal que se remontaría hasta antes de 1917, con los zares»

Cuando Putin habla de la URSS la denomina Rusia, algo que ha pasado inadvertido a muchos observadores, incluyendo a Figes. En ese punto también sigue a Stalin. Al igual que Putin hoy, Stalin mandó a combatir a sus tropas, no en nombre del socialismo soviético, sino de «la madrecita Rusia».

En términos propios a los comunistas de antaño, Putin es un revisionista de la historia de su país. Si el fin de la URSS bajo Gorbachov –a quien nunca durante Putin le fue adjudicado un rol positivo– significó una catástrofe política, el nacimiento de la URSS bajo la batuta de Lenin fue, para Putin, una gran tragedia histórica. No de otra manera nos explicamos la relación que trató de establecer Putin entre la asonada de junio del 2023 con al año 1917, cuando indirectamente comparó al gánster terrorista – no otra cosa es Prigozhin – con el hasta hace poco sacramentado Lenin cuyo cuerpo todavía yace embalsamado, aunque hoy más bien como atracción turística que como símbolo político.

2.

Según las obsesiones historicistas de Putin, la secuencia histórica puede ser leída atendiendo a diferentes fases o etapas. Así, si seguimos el hilo de su discurso, leeremos que Rusia era grande bajo el zar hasta que, en 1917, la revolución rusa y Lenin la destruyeron en nombre de una revolución socialista (cuyo origen ideológico es europeo y occidental), entregando partes de su territorio (entre ellos Ucrania) a Occidente. Stalin, en cambio, reconstruyó a la antigua Rusia geográfica, reincorporando a las naciones rusas «traicionadas» por el occidentalista Lenin. Sin embargo, a fines del siglo XXI, «el traidor Gorbachov», en complicidad con Occidente, destruyó a la obra de Stalin, en nombre de Lenin (lo que es cierto).

Jelzin, continuando el hilo, osciló entre el legado de Lenin y el de Stalin, pero al final (guerras a Chechenia más su decidido apoyo al serbio Milosevic) se decidiría por el de Stalin.

La gran tarea histórica asumida por Putin debería ser, en consecuencias, la de restablecer el poderío de la antigua Rusia como potencia antioccidental.

En la versión del dictador ruso, el Zar, Stalin y Putin son tres personas distintas y una sola Rusia. Una versión pervertida de la santísima trinidad cristiana, sin duda.

3.

Putin, no lo puede ni lo quiere disimular: intenta borrar del mapa histórico a Lenin por tres razones.

1.Lenin destruyó la estructura zarista del poder central.

2.Lenin capituló militarmente frente a Europa.

3.Lenin ratificó la independencia de las naciones rusas, sobre todo la de Ucrania.

La primera razón es parcialmente válida para los tres primeros años que siguieron al legendario octubre de 1917. A partir de ese mes, Lenin continuó –impulsado por la reacción masiva al fallido intento de golpe dirigido por el general Kornilov (agosto)– la obra comenzada con la revolución de febrero del mismo año, cuando Rusia pasó a ser una monarquía parlamentaria primero, y después de la abdicación de Nicolas ll, una república parlamentaria. Del mismo modo, fue también bajo el gobierno provisional dirigido desde la Duma cuando surgió el llamado «doble poder», en un principio sincronizado entre los concejos o soviets y el gobierno provisional.

La gran diferencia entre el gobierno provisional y la socialdemocracia rusa (de la cual los bolcheviques eran solo una fracción) residía en el dilema militar: ¿debía continuar o no Rusia la guerra con Alemania y otros países europeos? Pero en materia de políticas locales hubo, entre el gobierno liberal de febrero, y el comunista de octubre, más acuerdos que desacuerdos. En eso coinciden los muchos historiadores que se han ocupado de la revolución rusa de 1917.

Inmediatamente después de la caída del Zar, y asumiendo el modelo jacobino francés, el gobierno provisional y la nueva Duma llevaron a cabo la separación entre la Iglesia y el Estado, justamente la misma que está liquidando hoy Putin al haber convertido a la iglesia ortodoxa rusa en el principal aparato ideológico del régimen, restaurando así, de modo inequívoco, al modelo zarista de dominación. No olvidemos que para el patriarca Kiril, la guerra de Putin a Ucrania es una guerra santa, e incluso, así lo ha dicho en varias ocasiones, una cruzada.

La segunda razón del antileninismo de Putin, tiene origen en el proyecto de Lenin –imperdonable para Putin– por lograr la paz con Europa impulsando acuerdos con los países europeos, sobre todo con Alemania, en la llamada paz de Brest Litvosk (1918). Naturalmente, para el iniciador de una guerra contra Ucrania, que es una guerra objetivamente dirigida contra Europa, un Lenin que capitulaba frente a Europa no es precisamente el ejemplo que más conviene seguir a Putin. Por el contrario, para Putin, la paz lograda por Lenin fue una afrenta a la dignidad nacional. Lo dijo el mismo Putin en su psicodélico discurso del 24-J. Citemos:

«Fue un gran golpe el que recibió Rusia en 1917, cuando el país estaba librando La Primera Guerra Mundial. Pero la victoria le fue robada. Conspiraciones, disputas, políticas a espaldas del ejército y del pueblo, se convirtieron en la mayor conmoción. La destrucción del ejército y el colapso del estado, la pérdida de vastos territorios. Como resultado, la tragedia de la guerra civil. Los rusos mataron a otros rusos hermanos y todo tipo de aventureros políticos y fuerzas extranjeras, dividieron al país. Lo destrozaron y se beneficiaron egoístamente de ellos. No dejaremos que esto suceda de nuevo. Protegeremos a ambos: a nuestra gente y a nuestro Estado, de cualquier amenaza. Incluyendo cualquier traición interna».

Nunca antes Putin había hablado de un modo tan directo sobre lo que él piensa de la revolución rusa de 1917. Contrariando a toda bibliografía, aún a la más anticomunista, afirmó nada menos que Rusia durante 1917 estuvo a punto de derrotar a sus enemigos europeos. Y bien, esa enorme mentira es lo que el dictador piensa que está sucediendo de nuevo.

En una versión meta-histórica, Putin imagina levantarse en contra de la reacción europeísta a fin de restaurar la grandeza del imperio perdido. Por eso, en contra del nuevo Lenin (para ese rol eligió a ese personaje embrutecido llamado Prigozhin) luchará Rusia hasta la inmolación. Putin, así lo cree, se erigirá como el vengador tardío de la mancillada historia de Rusia.

Putin es, o quiere ser, el anti-Lenin de nuestro tiempo. Evidentemente, si uno lo piensa bien, se trata de obsesiones de un loco de remate. Pero, he aquí el gran problema: Estamos hablando de un loco atómico.

No queda claro por lo demás a cuál revolución de 1917 se refirió Putin en su discurso del 24-6. Porque en verdad, ese año hubo tres revoluciones. Si a la de febrero (la de la Duma, la del gobierno provisional, la democrática liberal, la de Kerenski), si a la social de abril, (mes en el que estallaron los movimientos campesinos exigiendo paz y tierra, a la vez que fueron creados los soviets campesinos dirigidos por los socialistas revolucionarios mientras los bolcheviques se concentraban en Moscú y San Petersburgo) o si a la tercera, la de octubre (cuando el audaz Lenin se anticipó al segundo congreso nacional de los soviets llamando a tomar el poder aunque en verdad no había nada que tomar, pues el ejército se había autodisuelto y el Palacio de Invierno estaba vacío). Sobre la revolución de octubre hay un excelente documental francés dirigido por Cédric Tourbe, con fotografías, imágenes y escenas de la época: Lenin, la otra historia de la revolución rusa” (2018)

La tercera razón del furioso antileninismo de Putin es, sin duda, Ucrania.

Lenin es considerado todavía, sobre todo por Putin, como el impulsor de la república de Ucrania. Tampoco es tan cierto. El mérito de Lenin –al igual que después fuera el de Gorbachov– fue haberse negado a aplastar al movimiento autonomista de Ucrania y de otras naciones que intentaban separarse de la gran Rusia. El proyecto utópico de Lenin era formar una confederación de naciones dirigidas por partidos afines al bolchevismo, en espera de la gran revolución socialista que, según sus cálculos, debería tener lugar en Alemania. Justamente por eso Lenin firmó con Alemania la paz de Brest Litovsk. El pacifismo europeo de entonces, a diferencias del amedrentado pacifismo europeo de nuestros días, era radicalmente revolucionario.

Según Putin, Ucrania es una creación artificial de Lenin. Justo un día antes de la invasión a Ucrania dijo Putin: «La Ucrania moderna fue creada en su totalidad por Rusia, o para ser más precisos, por la Rusia bolchevique y comunista. Este proceso comenzó prácticamente después de la revolución de 1917 y Lenin y sus socios lo hicieron de una manera extremadamente dura para Rusia: separando, cortando lo que es históricamente tierra rusa”.

A confesión de parte, relevo de pruebas. Putin, no solo es un reaccionario en contra de la revolución democrática de 1989-1990, no solo es un reaccionario en contra de la revolución democrática (incluyendo a la democracia sexual y genérica) de nuestro tiempo, es además un reaccionario en contra de la revolución rusa de 1917. El enemigo histórico de Putin no es Biden. Es Lenin.

4.

Lejos de enaltecer a la figura de Lenin, cuyo autoritarismo y antidemocratismo están históricamente comprobados, hay que ser honestos y reconocer que, al lado de Putin, Lenin era un prodigio democrático. Lenin, a diferencias de Putin, adhería a un concepto político de nación basado en el principio de autodeterminación de los pueblos. Stalin en cambio, en su opúsculo sobre «la cuestión nacional», estableció el territorio, el idioma, y la cultura como base constitutiva de una nación.

Putin ha ido aún más lejos que Stalin: su concepto de nación –así lo ha dejado testimoniado en su largo artículo del 2021– se basa en el principio de consanguinidad. Putin es eslavista, es decir, racista.

Putin, claro está, no es Stalin, ni Hitler, ni Franco. Pero es los tres a la vez. De Stalin, tomó el modelo del estado despótico de tipo asiático, de Hitler, el de la unidad cultural y racial de una nación, y de Franco, el integrismo religioso, o reunificación de la Iglesia con el Estado.

Este es el Putin antileninista que en nombre de un leninismo que nunca han asimilado, defienden y representan en América Latina esos micro putines llamados Díaz Canel, Maduro y Ortega. No se trata, por lo tanto, el que vivimos, de un conflicto entre derechas e izquierdas. Más bien, estamos más cerca del conflicto entre civilización y barbarie, formulado entre otros, por el argentino Domingo Faustino Sarmiento.

Putin, lo estamos viendo día a día en Ucrania, representa el regreso de la barbarie. Su contrarrevolución no es por un futuro supuestamente mejor, sino en contra del pasado. Pocas veces un personaje tan fuera de sí ha acumulado tanto poder en sus manos. El mundo se encuentra, frente al poder de ese dictador iluminado por una misión histórica, en una situación límite. Hay que decirlo.

Referencias:

Orlando Figes, LA REVOLUCIÓN RUSA, LA TRAGEDIA DE UN PUEBLO (Tauros, Madrid 2022)

Vladimir Putin – SOBRE LA UNIDAD HISTÓRICA DE RUSOS Y UCRANIANOS (2021)

Fernando Mires – LA CONTRARREVOLUCIÓN ANTI-PARLAMENTARIA Y ANTI-SOVIÉTICA DE VLADIMIR ILICH LENIN (polisfmires.blogspot.com)

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.

https://talcualdigital.com/putin-contra-lenin-por-fernando-mires/