A pesar de la complejidad que puede parecer que encierra nuestro presente, siempre debemos esperar lo mejor para el futuro. La incertidumbre debe ser el trampolín para impulsar la materialización de la esperanza, no el miedo que la paralice. Tenemos esperanza pues nuestro ánimo nos lleva a pensar que es alcanzable lo que hemos deseado.
Mucho tiempo invertido en acciones de superación personal, de crecimiento comunitario y de fortalecimiento como país, nos han llevado, de experiencia en experiencia, a ir midiendo nuestras capacidades. Hoy, nos sentimos capaces de llegar a hacer presente el futuro deseado: reunificación de las familias, el regreso de los padres y madres ausentes, la realidad de condiciones operativas de vida, el retomar el crecimiento social, el restablecer la cohesión social y la articulación política y, sobre todo, el tener un país en estabilidad y paz, en sana convivencia.
La complejidad vivida nos ha llevado a evaluar duramente a personas e instituciones. A cuestionar nuestros sistemas de desarrollo democrático. A sospechar y calificar de conductas dudosas toda acción que pareciera no haber respondido a las propias valoraciones personales.
Y de estas valoraciones pende nuestro presente inmediato. De una revisión de principios y valores y de su reaparición, no como elementos puramente evaluadores y acusadores, sino como fuentes primordiales para el reencuentro, la renovación de la fe y el restablecimiento de la confianza. Se trata de un conjunto de personas, de una nación. No de individuos o de un grupo deslindado del resto.
La mayor aridez que hemos sufrido es que dejamos de creer y confiar en el otro. Es que dejamos los principios y valores a un lado, ocupados como hemos estado en el logro de la sobrevivencia. Es que las energías fueron ocupadas en ver a nuestro interior. Y, en esa mirada que al principio nos desconcentró, molestó y causó desaliento, supimos ver que teníamos principios y valores para volver a creer, volver a vivir.
Y hemos renacido en la esperanza. Y en nombre de ella debemos cultivar lo justo, hacer que quienes dirijan nuestras instituciones lo hagan en el mejor y mayor esfuerzo por el respeto y la dignidad de toda una nación, cuyos valores y principios descansaron en la solidaridad y en la convivencia común, sin odios ni rivalidades, bajo la promesa de nunca más separar pues nos demostraron que toda separación hace daño.
A la vuelta de la esquina está un país. Pero también está el regreso de la nación que siempre fuimos. La nación de la alegría por el triunfo del otro. La de la creencia en nosotros mismos. ¡LA NACIÓN VINOTINTO!
Griselda Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.